Hace casi un mes, el distrito de Ventanilla fue testigo del mayor desastre ecológico en la historia reciente del Perú. Según cifras oficiales, el derrame de crudo alcanzó los siete millones de metros cuadrados de mar, y contaminó casi dos millones de metros cuadrados de arena, lo que comprometió la integridad de 24 playas del litoral peruano.
Para la mañana del 16 de enero del 2022, cormoranes, pingüinos y gaviotas se vieron envueltos en brazos negros y oleosos, mientras que en la orilla, el manto oscuro alcanzaba a incautos negociantes, cuya economía gira en torno al mar. A pesar de que hace unos días Repsol comunicóque los trabajos de limpieza en mar y playas tuvieron un avance superior al 56%, no es necesario adentrarse en el océano para verificar que el petróleo sigue azotando la vida a su alrededor. Un grupo específico notoriamente afectado fueron las mujeres comerciantes, que poco o nada tuvieron que ver con el origen de este desastre, y quienes vienen manchándose de problemas económicos producto de la negligencia de una empresa internacional de hidrocarburos.
“Yo tengo 35 años trabajando acá, y en este negocio he invertido, he sacado préstamos. Un domingo se sacaba entre 1000 a 1200 soles. Ahora estamos sacando por día entre 20 a 30 soles, y eso que hay días en los que no se saca absolutamente nada. Si salgo a vender es porque tengo esa necesidad económica, y también porque de alguna u otra manera tengo que vender mi mercadería, porque los productos se van a vencer, y voy a perder aún más”