Por Mya Sánchez
El arte implica ser vulnerable. Pero cuando la vulnerabilidad es la norma, crear se convierte en un acto político. En el Día del Músico, La Antígona conversó con el cantante peruano Antay sobre la autogestión desde el arte, el poder de la música para transformar y su larga relación con su propia voz.
Una sola canción en por lo menos tres tonalidades distintas en el transcurso de dos años. Quienes conocen al músico peruano Antay desde que inició su proyecto musical en el 2019, han podido oír Júrame, su primer sencillo, en diferentes versiones de su propia voz. Su canto, cada vez más grave producto del proceso de hormonación que viene atravesando, tiene una identidad que hace que cualquier cambio en la sonoridad pase desapercibido.
La honestidad que caracteriza a sus letras y melodías cuenta su historia, en la que la vulnerabilidad pasó de asustarlo a ser su bandera. Nativo del Callao, Antay creció rodeado de salsa y sueña con algún día componer una canción que haga bailar a su público como él lo hace cuando oye a Rubén Blades o El Gran Combo de Puerto Rico. Pero, por ahora, se permite crear lo que le nazca. “Yo no creo en los géneros, ni en la música ni en ningún lado (risas). Creo en las expresiones”, subraya.
Es por ello que su música no se encasilla solo en un género, sino que es producto de distintas influencias y de su capacidad como artista: desde lo que siente y cree en el momento en que compone. Con referentes como Liniker, Kevin Johansen, Jorge Drexler, Silvana Estrada, Lalá, Alejandro y María Laura y El Kanka, aquello cobra sentido. “Admiro a quienes se atreven a utilizar la música como un medio para transformar la sociedad, para dejar un mensaje”, enfatiza Antay.
Del escritorio al escenario
Pero dedicar su vida a la música fue una decisión que le tomó tiempo. De hecho, a pesar de que las canciones y los instrumentos musicales habían formado parte de su vida desde muy pequeño, esa no fue su primera opción al escoger una carrera universitaria. Fue así que empezó a estudiar Derecho, profesión en la que sí contaba con el beneplácito de sus padres. No obstante, la música fue siempre su fiel compañera.
Al echar un vistazo a su pasado, resulta predecible. Desde sexto de primaria, Antay escribía canciones para el Festival de Canciones de su colegio y algunas otras sobre lo incomprendido que se sentía, a pesar de que aún no sabía por qué. La diferencia era que, mientras antes componía en inglés para que sus sentimientos fueran más difíciles de descifrar, ahora tenía la necesidad de ser comprendido.
Bastó una presentación del también cantor peruano Eme en el Lugar de la Memoria para que Antay supiera que su identidad no era una condena. “Se enunció como una persona disidente sin miedo y me pareció que sentirme orgulloso sobre quién soy era una posibilidad. Pensé: ‘¿cómo sería si hubiésemos más personas que, desde nuestro arte, mostráramos que siendo como somos podemos ser eternamente felices también?’”.
Aquel momento, marcó un antes y un después en Antay. Pasó de encontrarse días enteros llorando por intentar ejercer el Derecho como un hombre trans y recibir portazos en la cara, a decidir cambiarse de carrera para dedicarse de lleno al arte, con el objetivo de hacer música que interpele y transforme.
Reencuentro
Pero el proceso no fue fácil. Antay pasó un periodo en silencio. A los 18 años, cuando ya se sabía disidente, cantar en público le suponía atraer más atención de la que quería, siempre acompañado de comentarios respecto a lo bonita que era su voz. “Era doloroso para mí, porque solemos asignar ciertas frecuencias agudas a lo femenino. Cuando me fui expresando como persona trans de género masculino, cantar era prácticamente enunciarme trans”.
Eso implicaba también un nivel de exposición que le asustaba. “Me daba miedo cantar en público porque sentía que en algún momento podía aparecer alguien y hacerme daño”, relata. Pero el silenciamiento que se impuso a sí mismo fue lo que le permitió comprender cómo otras personas trans se autocensuran de distintos espacios públicos por ser considerada la voz un indicador del género.
Antay fue apropiándose de su voz nuevamente en un proceso que considera un sanar colectivo, y cuando lo iba logrando, inició su tratamiento hormonal. “Mi voz, mi cuerpo, mi cara… todo cambió”, recuerda. Su búsqueda de profesores o instructores que pudieran guiarlo en el proceso no tuvo frutos, pero su perseverancia le permitió encontrar un espacio de acompañamiento en Chile, al que pudo acceder de manera virtual durante el aislamiento social.
“Para mí, era bien difícil encontrarme en esa nueva voz”, confiesa, tras explicar que a veces sabía que debía cantar una nota, pero cuando intentaba hacerlo el resultado era un sonido peculiar o, en su defecto, silencio. Durante los primeros meses de hormonación, grabó su primer sencillo, a pesar de que hubiese preferido iniciarlo antes. “Grabar Júrame fue un dolor, estaba muy asustado de que no quedara bien”, precisa. Sin embargo, ahora se alegra de haberse atrevido, pues, sin querer, documentó ese momento de su proceso.
Cuando la pandemia llegó, trajo consigo las presentaciones grabadas y en vivo. Las primeras le daban tregua para explorar el mar de emociones sentía en ese momento. “Me permitía parar para llorar dos horas y decir ‘esto no está funcionando, creo que se fue al tacho’”, confiesa. Pero en los conciertos virtuales, el show debía continuar, a pesar de la desesperación que sentía, las veces que se perdía y los acordes a los que creía que no llegaría.
Pese a que no sabe si la voz que tiene actualmente seguirá cambiando, Antay se permite “habitar con incertidumbre”. La calma que siente por ahora se debe, en gran parte, a que el público lo sigue reconociendo a pesar de las variaciones. Ahora, inclusive, no teme en afirmar que cada día se siente más cómodo con su voz. “Me tranquiliza pensar que quizá puedo llegar a un espacio en donde sienta aún más calma”, precisa.
Espacios para ser
Júrame, el sencillo que lanzó en abril de este año, marcó un hito en su carrera. A partir de ese momento, Antay ha ido ganando oyentes mediante las plataformas de streaming y los espacios donde ha podido mostrar su arte, como lo hizo recientemente en El Gato Tulipán, La Noche de Barranco e incluso en la Antifil.
Y él sabía cómo quería presentarse al mundo: desde la desnudez. Es por ello que en el videoclip de esta canción, que habla sobre el desamor, el cuerpo tiene un rol fundamental. Protagonizado por Antay y la bailarina Angellina Miladi, el producto audiovisual cumple con el objetivo de dirigir los reflectores hacia los cuerpos y amores trans. “Es importante que más personas trans habitemos los espacios de belleza, del deseo y de lo bonito”, comenta.
Para Antay, como para muchas otras personas, la música representa un espacio de autogestión ante la difícil situación laboral de la comunidad trans en nuestro país. Para él, era importante que el equipo detrás de la producción del videoclip fuera completamente disidente y mayoritariamente trans. Esta es una constante en su trabajo diario, donde procura trabajar codo a codo con personas LGTBIQ+. “Desde las cabras para las cabras”, sentencia.
En ese sentido, sueña con crear más espacios similares en el futuro. Una banda trans y una “productora trans marica” son solo algunos de ellos, pero también le interesa internacionalizarse y conocer las indistrias musicales disidentes de países como Uruguay y México. No obstante, considera que su lugar está, primero, en su país. “Quiero seguir chambeando aquí. Me gustaría muchísimo tejer más puentes con personas disidentes de otras regiones”, afirma.
Mientras tanto, Antay viene preparando el lanzamiento de su segundo sencillo y un videoclip sorpresa, que publicará antes de que acabe el año. Es consciente del impacto que su arte y su mera existencia tienen. “He crecido viendo cómo nos persiguen y especulan sobre nuestras identidades. Yo no quiero que las infancias trans tengan que ir a las últimas páginas de Google para encontrarse. Yo soy trans y no me da miedo decirlo”, afirma con orgullo. Quienes vienen detrás de él, sabrán que ser ellos mismos no es un salto al vacío, como él lo sintió. Y eso ya habrá sido suficiente.