Sylvia Falcón: la voz de los Andes que resuena con fuerza

Sylvia Falcón: la voz de los Andes que resuena con fuerza

Por redacción La Antígona

Sylvia Falcon en la grabación del videoclip “Quiero un Perú” en el Palacio de La Quinta Presa. Foto: Andina.pe

Sylvia Falcón, una soprano de coloratura y una de las principales representantes de la lírica andina, ha conquistado los corazones de muchos con su interpretación de canciones en quechua, el idioma ancestral de los Andes. Con una voz poderosa y un compromiso profundo con su herencia cultural, Falcón no solo preserva y difunde la música tradicional peruana, sino que también rompe barreras de género en un campo dominado históricamente por figuras masculinas. A través de sus canciones, ella promueve el reconocimiento y el respeto por las culturas andinas y, en particular, por las mujeres que han sido tradicionalmente silenciadas. Su repertorio incluye himnos ancestrales y composiciones contemporáneas que abordan los temas de identidad, amor y resistencia.

Sylvia Falcon en la grabación del videoclip “Quiero un Perú” en el Palacio de La Quinta Presa. Foto: Andina.pe

¿Qué inspiró su interés por la música y la cultura andina desde temprana edad?

Siento que, desde muy niña, muy joven, he tenido esta afición por la música, pero de una forma súper espontánea. Lo primero que recuerdo es que siempre cantaba y bailaba, es como que surgió en mí algo naturalmente artístico, ahora lo veo así. Me gustaba mucho la música de mis padres, pero también me gustaba todo tipo de música que escuchaba en el entorno familiar. Mi papá tenía el disco de Los Compadres, esta agrupación cubana de la que nunca me olvido porque las fiestas, cuando yo era chiquita, él ponía esa música, entre los huaynos, música cubana y los boleros. Todo fue muy musical desde muy niña. Recuerdo que desde muy chiquita me sentía muy bien bailando y cantando.  En el nido empecé a hacer mis primeras incursiones artísticas, por eso siento que tengo mucha experiencia, pues empecé desde muy chiquita. Muchas de nosotras tenemos esa experiencia en el escenario porque participamos en actividades del colegio, pero yo me lo tomaba muy en serio.

¿Cómo ha influido su formación en antropología en su carrera musical?

La verdad es que mucho. La antropología me ordenó bastante, sobre todo, los años del pregrado me ayudaron muchísimo a involucrarme en temas nacionales, con el análisis de nuestra historia sobre todo y me ayudó a seguir buscando patrones iconográficos que luego los he volcado en mi propuesta artística. Es decir, no solamente (mostrar) un poncho porque es un poncho, sino porque hay toda una concepción del vestuario; no solamente un ornamento porque es un ornamento, sino porque hay toda una concepción del ritual para poder vestirse, eso me pareció genial. Luego, he tratado de ponerlo en práctica dentro del aspecto visual de mi trabajo. Eso tiene un trasfondo histórico, aunque está intervenido. Artísticamente, nosotros los artistas podemos proponer. Eso es un poco la libertad que te da el arte, te permite crear. Yo me siento así con el arte, pero, por supuesto, siempre respeto la raíz, aprendo más de ahí y me siento más respaldada cuando salen nuevas ideas. Trabajar en base a lo que está en el asidero de la raíz, de lo que viene con mayor tiempo, digamos, dentro de lo que nosotros llamamos tradicional, me parece que da un mayor soporte a lo que uno luego puede hacer. Pero hay que conocerlo, no es solamente tomarlo por encima, sino que se debe tener un conocimiento un poco más allá.

¿Siente que ha tenido que enfrentar desafíos como mujer al entrar en los campos de la antropología y la música?

La verdad no he sentido ese golpe que ya mis predecesoras, las cantantes de los años 70 como la Maestra Pastorita, la Flor Pucarina, vivieron en esa transición de tener que lidiar con los empresarios o que, en un primer momento, los esposos tenían que firmar el contrato porque no querían que ellas los firmaran, etc. Siento que ellas revolucionaron ese espacio, y ya estaban cambiando los tiempos a nivel nacional. Lo que viene luego, con nosotras, las de esta contemporaneidad, es más bien una cosificación de la mujer a partir de la imagen. Siento que el medio está muy lleno de esa especie de sexualización a la mujer y la presenta como empoderada, para mí, entre comillas porque considero que el empoderamiento viene desde un espectro mucho más intelectual. No intelectual del sentido rígido, académico, sino del ser dueña de tus pensamientos. No me refiero a que tengas que ir a la universidad, sino que haya una especie de independencia y fortaleza mental para desarrollarte en el medio.

La verdad he intentado mantenerme más cerca a lo que yo considero que debe ser mi propuesta artística, donde me sienta bien, me sienta dueña de mi espacio, de mis ideas, de mis propuestas, de mi música y de lo que quiera presentar. He tratado hasta el día de hoy de que no se me imponga nada, ahí sí he sido un poco tirana, quizás, porque creo que es la única forma de tener decisión. En mi caso, he tratado de configurar desde mi perspectiva lo que quiero, mi identidad artística, lo que he venido proyectando es mi propia identidad artística, muy influenciada por muchas cosas, pero finalmente con mi propio lenguaje.   

¿Cuál es su relación con el quechua y qué significa cantar en esta lengua?

Para mí, la relación con el quechua es la relación con mi familia, con mis padres, con mi madre, que ya no está conmigo. Mis padres no querían que mi hermana y yo aprendiéramos quechua, a pesar de que los dos son quechuahablantes, porque tenían miedo que experimentemos lo que ellos vivieron, que fue el racismo, la discriminación. Ellos lo vivieron de primera mano, sobre todo mi padre, porque él hasta los 13 años solo hablaba quechua. Entonces siento que no querían eso para nosotras y nos fueron alejando de ese universo, pero a la vez, a mí la música me volvió a traer a ese lugar y desde ahí he estado tratando de entender poco a poco, reaprender ese universo tan bonito y estudiarlo.

Es una sensibilidad distinta, viene del espacio afectivo, sentimental, profundo, que te llena de satisfacción y de placer al momento de ejecutar y eso es bien interesante. Un huayno en quechua o una canción así para los quechuahablantes o para la gente que está cerca del idioma les produce una sensibilidad distinta, despierta reminiscencia y sentires que no se encuentran desde otros repertorios. Así que, sí, mi relación con el quechua es muy cercana, bastante familiar, bastante íntima y yo seguiré explorando esas honduras. 

¿Cómo ve la recepción del público a la música en quechua tanto en Perú como en el extranjero?

Desde hace unos 15 años veo una mayor aceptación, debido a la expansión de géneros relacionados a lo andino. El andino quechuahablante, bilingüe, ya no se avergüenza. Siento que esta especie de apertura cultural ha hecho que las identidades se defiendan y el arte está ayudando de alguna u otra medida. Si bien sigue siendo un fenómeno bien superficial, porque la discriminación hacia el quechuahablante aún existe, es un paso y el arte ayuda en eso. Por ejemplo, empezamos cantando el Himno Nacional en el 2015 en quechua y a muchísima gente le encantó, pero también habían personas que decían que ese no era el idioma oficial y no era protocolar. Hace dos años se ha instaurado el quechua y todas las lenguas originarias como lenguas oficiales para cantar el Himno Nacional. Entonces, algo hacemos desde el arte, los que promovemos estas iniciativas, y me parece muy importante. Desde que salió el Himno, es la canción que más he cantado en toda mi vida y sigo con esa bandera de resistencia de los idiomas originarios. Me dio mucho gusto que saliera esa ley* y que siga habiendo iniciativas para proponer más. Hay que tener cuidado con las traducciones, eso sí. Por ejemplo, para cantar el Himno yo use una traducción del maestro Demetrio Túpac Yupanqui. Hay que ir a preguntarle a los expertos y traductores en lenguas originarias. 

*Decreto Supremo N° 006-2022-MC: se oficializa la interpretación del Himno Nacional en todos los actos cívicos, actos militares, eventos o ceremonias tanto en idioma castellano como en la lengua indígena u originaria predominante, conforme a lo establecido por el Registro Nacional de Lenguas Indígenas u Originarias de nuestro país.

¿Cómo cree que su trabajo ha ayudado a preservar y promover la cultura y lengua quechua?

Yo voy escogiendo repertorios nacionales, en el futuro me gustaría abarcar más repertorios nacionales en general y, por supuesto, los del repertorio en quechua o en alguna otra lengua. Pienso que los artistas nacionales que trabajamos desde el enfoque de la música peruana necesitamos un oxígeno nacional para sentirnos integrados. Deben bajarse esos chicles de “Ay, bueno, una artista de la provincia no puede cantar un vals”. ¿Por qué? Si todos somos peruanos, por qué no puedes cantar una música criolla, una música negra, una música de los andes, música de algún pueblo amazónico. Somos peruanos y todos tendríamos que poder hacerlo y no tener miedo a aprender el repertorio de nuestros compatriotas. Esto no solo para los cantantes, sino también en general, para el público. Mientras más escuches de todos lados, más identificas qué cosa es ser peruano, no es solo un ritmo o dos, son muchos. Desde que puse un pie en el Teatro Nacional quise presentar este tipo de concierto donde escuches un huayno muy papacho, muy de tierra adentro, en quechua, en una afinación de esas que escuchan los grandes maestros tradicionales y que también puedas escuchar un repertorio de Chabuca y un repertorio de Yma Sumac o algún repertorio con aires amazónicos, porque eso es el Perú. En eso me he entrenado en los últimos años. Ahora hago un vals, con todo el respeto y con todo lo que me cuesta aprender otros estilos y sí, me parece un reto, pero me parece genial, oxigena nuestra música. 

¿Qué papel juega la música en la identidad y resistencia cultural de las comunidades andinas, especialmente para las mujeres?

Siento que las mujeres somos depositarias de mucha cultura y mucha tradición. Las mujeres mayores, las mujeres ancianas, las mujeres de mi edad, tienen una sabiduría innata bastante pronunciada, sobre todo, en las comunidades tradicionales donde hay muchísimas vivencias y sabiduría. Hablando solo del arte, uno puede preguntarle a las mamachas qué canciones vienen escuchando desde su niñez o juventud y las van a cantar, son depositarias de mucho conocimiento. Me refiero a que siguen siendo vigentes,  están constantemente aleccionando a las nuevas generaciones porque, de alguna u otra manera, las madres hacemos eso y en esferas más comunitarias eso se nota muy determinante. Entonces, siento que el papel de la mujer es fundamental. Somos creadoras y cuidadoras de mucha cultura, de mucho conocimiento y de una sabiduría distinta a la del hombre; es una vena distinta, es un mundo entero de conocimiento.

¿Cómo espera que su carrera musical contribuya a la cultura andina y al empoderamiento de las mujeres?

Pienso que el empoderamiento de la mujer siempre tiene que pasar por el conocimiento. Creo que el ser humano en general tiene que tener ese conocimiento para seguir avanzando, pero nosotras tenemos un trabajo de muchos años que ha sido relegado. Entonces, más que nunca nos toca poner empeño en eso, empezar por prepararnos mucho y no necesariamente en la universidad. Creo que el conocimiento es desde esa introspección, es esa reflexión, es el nutrirse uno mismo de experiencias, de valores, de conocimiento en general y es ahí donde marcamos la diferencia. Es un papel muy fundamental porque estamos cerca de las generaciones que vienen por muchísimo tiempo, es decir, somos las guardianas del espectro de formación más importante que es la niñez y la adolescencia. El conocimiento es fundamental y educar a las niñas es fundamental  para que conozcan sus derechos, que estudien lo más que puedan y que se nutran de todo lo que puedan para que tengan independencia de mente y seguir adelante.

¿Cómo puede la sociedad apoyar mejor a las mujeres indígenas en campos artísticos y académicos?

Hay que seguir la línea donde se abran más espacios de educación. Los espacios educativos son fundamentales, como capacitaciones desde el Estado, hay varias iniciativas de acceso al estudio y a la información que tienen que seguir creciendo y multiplicarse. En general, para las mujeres indígenas hay propuestas relacionadas con la educación intercultural, pero todo está en proceso. Hay que seguir nutriéndolo y esto no solo depende del Estado, sino también de que la sociedad lo exija. Así como exigimos cuotas de género, hay que exigir que se implementen espacios de capacitación efectiva y reales.

¿Hay alguna persona o figura que la haya inspirado especialmente en su trayectoria? 

En general me han inspirado muchas artistas, pero resalto la figura de mi madre porque ella siempre fue muy tenaz con su vida y creo que eso lo volqué a lo artísticos. Yo decía: “todo se puede hacer, todo, si es que nos lo proponemos y tenemos disciplina” y es verdad. Con los años, uno se va dando cuenta que al ser mujer muchos impedimentos solo son mentales, primero debemos vencer nuestras barreras mentales y abrir el espacio.

Tengo muchas referencias de artistas mujeres, pero creo que la determinación en el campo, como persona, como mujer, la recibo de mi madre. Ella sacó adelante a una familia de la nada, era una mujer muy fuerte. Es una imagen que vemos en muchos casos dentro de nuestro país, pero una cosa es decirlo y otra ver lo que se ha hecho. Eso me parece muy intenso.

Acaba de lanzar dos nuevas canciones “Yo Soy” y “Cada día” del compositor José Escajadillo, ¿cuéntanos cómo ha sido la experiencia de grabar estas canciones que forman parte de un EP? 

Sí, es lo máximo. Ha sido súper genial, Pepe (Céspedes) y yo queremos proponernos no dejar de lado a los grandes compositores peruanos. No pudimos hacer un disco entero porque, la verdad, sería un montón. Quise concentrarme en grandes compositores que han aportado a nuestra música y decidimos empezar con el maestro Escajadillo porque a mí siempre me ha encantado su música. Por supuesto queremos llevar a más compositores y compositoras de música peruana de la costa, sierra y selva; eso es lo que se viene.

¿Qué otros proyectos tiene a futuro? 

Ahorita estamos preparando una pequeña gira a Estados Unidos. Nos vamos a Washington el 10 de julio, estaremos en el Kennedy Center. El 16 de julio iremos a Los Ángeles, y en agosto me voy a Suiza, donde tendré una presentación en un festival. Después regresaremos a seguir produciendo, porque tenemos un par de canciones que están alistándose para lanzarse, así que estamos un poco ocupados (ríe).

REGISTROS ATÁVICOS: POEMAS QUE SE MECEN ENTRE LA HIEL Y EL AMOR

REGISTROS ATÁVICOS: POEMAS QUE SE MECEN ENTRE LA HIEL Y EL AMOR

Por Johanna Gallegos @Johanna_Gallegos_a

Diandra García, escritora trujillana, firmando su libro «Nombres para un desamor». Imagen: Savia Casa

La escritora trujillana Diandra García presenta su primer libro de poesía titulado “Registros atávicos” (Alastor Editores, 2024) y conversa con Johanna Gallegos para La Antígona. Este libro es el debút poético de la joven escritora y a su vez, un trabajo impecable de más de tres años de registros escritos con pensamientos, vivencias y sentimientos que marcaron su vida. Un diario íntimo, un registro de historias, una “habitación propia”.

Diandra García Rouillon es una de las brillantes promesas de la literatura liberteña y peruana. Es Bachiller en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Antenor Orrego y estudiante de la carrera de Lengua y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido redactora de las revistas Taquicardia, Cadá y La Antígona. Desde muy joven se vio inundada de literatura y descubrió su gran talento al ganar el primer puesto en el concurso de Cuentos de Amor Universitario (UNFV, 2021) y al ser finalista del Festival de Poetas Inéditas de La Libertad (Alianza Francesa). Hace poco presentó su primer libro “Nombres para un desamor” (Dentro, 2023), un conjunto de cinco cuentos donde explora la temática del amor y las relaciones desde una mirada fresca y experimental. 

En esta entrevista, Diandra conversa sobre su primer libro de poemas “Registros atávicos”, la experiencia de registrar cada pensamiento y vivencia a lo largo de tres años para dar como producto una obra poética conformada por cuatro secciones: hiel, herencias, retorno y amor.

Diandra, quisiéramos saber más sobre tus primeros acercamientos a la poesía; conocíamos tu gran talento con la narrativa, sin embargo, este es tu primer libro de poemas y nos encantaría saber ¿por qué elegir la poética?

La historia es larga pues lo primero que escribí fue poesía. El 2019 escribí mi primer poema, lo recité en el 2020 para un público y desde ahí no paré de ir a recitales e involucrarme. Es por eso que este libro, “Registros atávicos”, contiene poemas que escribí durante el 2019, 2020, hasta el 2023; es un libro que se desarrolló en esos años. El primer manuscrito que hice fue el 2022, fue revisado y aceptado a finales de ese mismo año y el 2023 ha estado en ediciones. 

Este libro fue escrito antes que “Nombres para un desamor”, sin embargo, por distintos procesos que he vivido, tuvo un proceso más lento. 

¿Y esto porqué sucede?

Me pasa que en la poesía —más que en la narrativa— el proceso de pulir es mucho más intenso y colaborativo. Me gusta involucrar, no solo al editor, si no a compañeros y amigos. A ellos les envío mis escritos preguntándoles sobre sus pensamientos y opiniones. Además, hubo un proceso de maduración personal. No soy la misma persona de hace tres años; en esa época tenía menos seguridad, y es más, sé que en algunos poemas se podrá entrever ese “manotazo” a un estilo ajeno. Poco a poco pude asegurar mi voz, aunque sigo haciéndolo hasta ahora, como todos, creo. 

Definitivamente fue un proceso de creación largo y seguramente hubo muchas fuentes de inspiración, cuéntanos ¿qué podemos encontrar en “Registros atávicos”?

En primera instancia, “Registros atávicos”, tiene un concepto interesante pues es de una persona que va escribiendo como un diario. Por eso la portada es una especie de “diario personal”.

Una bitácora con estilo “girly”…

Claro, algo similar. Yo quería que se sienta eso, como algo que escribió alguien y que fue creciendo. Y, por ello, también se divide en cuatro secciones. Estas están asociadas a un año.

Siempre he escuchado que las personas que escriben poesía empiezan desde su familia. A mí me pasó eso. Inicié como una especie de “13 Reasons Why”, dirigiéndome a todas esas personas a las que, yo sentía, que no les había dicho algo y que restaba un mensaje dentro de la herida que yo tenía. En eso encaja la primera sección del libro. Son como poemas con mensajes de rencores, de temas agudos y punzantes; se titula “hiel” por esos motivos. Dentro también hay dedicatorias a personas pero siempre partiendo desde ese sentimiento de rencor. Son los poemas más antiguos.

Luego de ello, pasa el año 2021 y en este año gira la sección de “herencias” dónde abarco a mi familia. Hay un puente entre esta sección y “hiel” porque la voz poética tiene un rencor más familiar y sobre todo con el padre y otras figuras como la madre, la abuela, entre otras. “Herencias” es justo eso y hace alusión al nombre del poemario pues atávicos es justo eso, algo ancestral. 

“Retornos” regresa al rencor, pero esta vez no está dirigido hacia una persona sino a uno mismo. Es como volver a uno mismo; una suerte de vómito.

Una introspección de uno mismo atada al sentimiento de rencor…

Sí, no es para nada una mirada compasiva. En “retorno” hay más juicio y una sensación de insuficiencia. 

La última sección es “amor”. Es mi favorita porque son los pocos poemas que escribí durante mi adolescencia y temprana juventud que parten justamente del amor, y no necesariamente desde una idea romántica. Sí tiene poemas de amor romántico como uno que me encanta titulado “AMOR” pero también hay otros como “Ciudad amarilla” que es sobre el amor a una ciudad, en este caso Trujillo pues yo quería que este poemario esté bien relacionado a esta ciudad. Hay menciones de Trujillo a través de descripciones que para mí son notorias y espero que lo sean para el lector. Incluso, hay menciones a personas relacionadas a este espacio como un artista trujillano que falleció. 

¿Fue escritor? ¿Dirías que te inspiró?

No fue escritor, él era artista. Su nombre era Diego Zeta. Fue miembro de la comunidad y estuvo encargado de muchas ilustraciones para la Alianza Francesa de Trujillo. Tenía un gran talento. Tuve la oportunidad de trabajar con él y durante ese tiempo conecté con su manera de percibir la vida y su filosofía. Su muerte fue impactante para mí y quería escribir sobre él pero al no ser tan íntima tenía ciertas dudas si hacerlo. Al final y con el pasó del tiempo, decidí hacerlo y ahora está incluido en el poemario. 

¿Está en la sección amor? 

No, está en “retornos” porque justamente es parte de volver al pasado, ver atrás y recordar a alguien que ha fallecido; es una vuelta atrás. Y de hecho en esta sección hay una parte que tiene dedicados. Hay uno para Zeta, uno para Amy Winehouse, uno para Gabriela Mistral. Solamente en esa sección hay dedicatorias para personas específicas. 

¿Tienes una sección favorita? 

Es complicado. Yo diría “amor” pero es más que nada porque fue como una antesala de hacia donde miró mi literatura después de mudarme a Lima. Las fechas de cada sección no son del todo fidedignas, hay una carga ficcionalizada. La mayoría de poemas sí pertenecen al año en el que están asignados pero otros han sido cambiados por cercanía de tema. 

Siento que en el caso del 2023 o “amor”, hay mucho de Lima. Quizá no aparece tan descriptivamente pero fue parte de mi experiencia al mudarme, fue en una etapa transicional y así la siento…como una transición a dónde estoy ahora. Yo quise aproximarse a la temática del amor pero me frenaba porque sentía que era un tema manoseado, tan sucio que no quería mancharlo más. 

Mi otra sección favorita fue “hiel”, la primera. Actualmente no me siento tan representada por esos poemas pero siento que funcionan bien juntos, especialmente al ser recitados. Al presentarlos al público rinden bien como puesta escénica. Su presentación la siento más teatral que las demás y su carga performativa es alta. 

Es un contraste interesante… ir desde la hiel al amor; es como ir desde un polo al otro, ¿al escribir el poemario, lo imaginaste así? 

No, vengo dándome cuenta ahora (risas). Ahora que lo pienso, el primer poema tiene la palabra odio. Así que se podría decir que sí, que va del odio al amor. 

Exactamente ¿Sientes que quieres quedarte en esta etapa de “amor” o piensas en explorar aún más? 

Estoy explorando. El año pasado escribí dos poemas que son completamente lejanos a lo que suelo escribir. Uno se titula “Ha pasado el tiempo, ¿y?”, es de temática política y parte de la liberación de Alberto Fujimori. Nunca antes me había expresado políticamente pero me resultó indignante la situación, sobre todo por el enfrentamiento que hubo en redes sociales y hasta en cenas familiares. Se daban polémicas y debates para saber qué lado era el más villano. Yo considero que fue una falta de respeto a las personas que fallecieron asesinadas. Desde esa mirada fue que me animé a escribir y me expresé a través de la ironía. Anteriormente había escrito sólo una vez sobre el fallecimiento de un manifestante en la sierra de La Libertad, pero ese poema aún lo reservo. 

Con respecto a mis exploraciones, la mayoría han sido desde el amor, la ausencia, la sencillez. De eso se trató mi experiencia creativa estos últimos meses. Pienso que no todos los escritores parten desde sus evoluciones personales, algunos sí tienen pinceladas de sus vidas en sus escritos pero para mí no es así. Creo que es más una carga privada. Un espacio íntimo que se va ficcionalizando. 

¿Eso te pasó con ambos libros?

Sí. El primero no es autobiográfico pero sí hay una carga íntima. Muchas personas que me conocen me preguntan si va dedicado a ciertas personas pero no siempre es así. Entiendo por qué lo hacen pues hay mucho de mí en ellos.

¿Has pensado en escribir más de tus pensamientos en temática política? 

He pensado en cómo articular más mis nuevos intereses. Me preguntaba cómo juntar poesía política con poesía de amor, pero por lo pronto y como es un proceso muy espontáneo, creo que los productos que vienen van a ser iguales. Voy a seguir escribiendo hasta que sienta que he compuesto un cuerpo y que por sí mismo puede andar bajo un título. Mientras tanto iré recitando pues sirve mucho. Enfrentas a un público y ves cómo la reciben y entienden, si sienten algo. 

¿Y con respecto a los cuentos? 

Yo creo que me sería más fácil escribir un libro de cuentos porque tengo ya escritos algunos y considero que podría crear más desde otros lugares. De hecho, con los cuentos agarré dos vertientes —como con la poesía—, un lado que parte desde el horror, una carga de suspenso y que tiene ciertas referencias al futuro (de manera tecnológica incluso) por ejemplo hablando de compuestos químicos —que desconozco por supuesto— (risas) y de enfermedades incluso; y también tengo esta otra vertiente que mirá hacia el amor que pregunta por las relaciones extrañas, que no sobreviven al tiempo o que son más de dos personas participando en la relación. Siento que debo articularlas para tener un producto pero no me estreso porque mi escritura es un proceso espontáneo. 

¿Es un ejercicio muy propio tuyo? 

Es más como un impulso sistemático. Constantemente tengo ese impulso por registrar algo y a veces me voy al vertedero de la poesía, a veces al de la narrativa. Nunca traté con novelas pero no las excluyo. Solo sé que para mí la escritura es una necesidad, un imperativo diario. 

¿Lo consideras un hábito?

Sí, definitivamente. Es un hábito ritualizado. Yo le otorgó una suerte de sacralidad. Tanto es así que a veces es incómodo cuando alguien entra a ese espacio sagrado e interrumpe de alguna manera.

¿Cómo fue tu camino para contactar con la editorial actual con la que estás publicando? ¿Fue un proceso complicado?

Fue un proceso en el que fui intentando muchas veces. Yo tenía mi manuscrito como un bebé, totalmente nuevo. Un amigo me recomendó una editorial a la cuál envié este manuscrito pero ellos me dieron la sugerencia de imitar a otros poetas porque aún no veían en mí, una voz madura. Eso me desanimó muchísimo pues yo consideraba que sí había una personalidad en esos textos. Anteriormente, ya había enviado ese manuscrito a dos editoriales: Dendro y Alastor. La primera la conocía por amigos y la segunda, yo la conocía desde antes y la admiraba pues en ella habían publicado poetas que me gustaban como Denisse Vega y Victoria Mayorga. Era un sueño publicar en el mismo espacio pues había mucha literatura de mujeres. 

Mi primer contacto fue en marzo del 2023 y recibí respuesta en diciembre. Yo creía que era un tema muerto, no tenía planes de publicar. Jamás pensé en dejar de escribir aún cuando en ese tiempo trabajaba como community manager. Sabía que seguiría escribiendo. Era algo que haría toda mi vida pero no creía recibir respuestas para publicar hasta que un día recibí un mail (en el trabajo) de la editorial. Cuando leí me puse a llorar en el baño, llamé a mi mamá y le conté. También intenté llamar a un amigo que era mi lector beta, la persona que leía todo lo que escribía y me daba una mirada crítica pero por temas personales no fue posible hablar con él por lo que sentí que no podía contarlo, no se lo dije a nadie más. Ya con el tiempo fui revelando a las otras personas. Un tiempo después, Dendro me contactó disculpándose por la demora en responder, así que les pedí que tuvieran en consideración mis cuentos, los leyeron y les gustó. Esa es la razón por la que “Nombres para un desamor” salen antes que “Registros atávicos”, a pesar que fueron escritos después que los poemas. 

Alastor Editores nos ha dado una pincelada de lo que contiene “Registros atávicos” pues en redes sociales publicaron el poema “Balada”; en tus propias palabras ¿qué significado tiene para ti esta pieza que justamente suena como una canción? 

“Balada”, para mí, es un poema muy dulce acerca de la pérdida, la ausencia paterna. La dulzura de no tener al padre a pesar de sí tenerlo. Este poema tiene una historia bonita pues su proceso de creación contiene una trayectoria. Era una canción. No soy música pero me gusta cantar y suelo crear. “Balada” nace en la ducha. Empecé a cantar, luego caminé hacía mi cuarto, caminé por todo el departamento en Trujillo y finalmente tomé posición en la sala y empecé a escribir en un cuaderno. Quería aproximarme al origen de ese ritmo y por mi autopercepción, muchas veces siento una sensación de que “hay algo malo en mí”, y mis dolores han nacido de ahí y persisten. Es una insistencia entre el pensamiento y la sensación. Entonces en el poema, hay una búsqueda de ese malestar en el padre. Quizá lo que esté mal nace desde ese padre que nunca apareció y que representó una especie de cárcel durante el crecimiento. 

Una canción hecha poema 

Sí. Me gusta que al ser una canción, su mismo lenguaje no es tan solemne. Incluso la última parte termina en “pa” —haciendo referencia a pa’ cantar— en lugar de “para cantar” y se anexa al significado de padre e infancia. 

Esta estrategía de convertir canciones en poemas es novedosa dentro de la poesía ¿tuviste otras técnicas originales para escribir?

En “Registros atávicos” hay de todo un poco. Tiene poemas —como el de Amy Winehouse— que son, básicamente, poemas tradicionales con rima consonante, métrica y deviene de las lecturas que tenía. El libro es un diario porque mis textos nacen de mis cuatro formas de escribir. La primera es a partir de la melodía; suelo tararear y decir frases; otra es más de escritura automática e ir puliendo; otra es más ritual, pues involucra el cuerpo como expresión, es decir, selecciono canciones y empiezo a moverme pensando en elementos —tierra, agua, fuego y aire— y empiezo a escribir. Suelo usar mucho esta forma. Por último, está la de expresar con mi voz lo que quiero decir. El poema, para mí, es una construcción que se lee. Sé que hay escritores que se quedan con lo que redactan en el papel. Yo necesito que el poema tenga una lectura. Escribo pensando en cómo va a sonar cuando lo recite. 

Tus formas de escribir son muy honestas

Sí, y a veces me generan situaciones con las personas que me rodean. Una vez escribí un cuento desde la perturbación de ver una herida grande en el cráneo de un amigo. Por este sentimiento que me producía ver esa lesión empecé a escribir un cuento en plena universidad. 

Tu escritura se volvió una manera de lenguaje tuyo

Sí. Esa técnica está más presente en narrativa que en poesía. Yo soy mucho de tomar algo pequeño y llevarlo hasta sus últimas instancias, hasta casi la exageración para ver qué sucede. En la poesía suele pasar pero menos frecuente. Hace poco escribí un poema “Dos veces narciso”, en el que busqué llevar la decepción amorosa hasta la última consecuencia, la idea de no me amabas. Eso no pasa en la vida real pero la literatura te permite ficcionalizar algo y que de alguna manera, eso sea más honesto de lo que pasó. 

Cuéntanos sobre los eventos de presentación y firmas que tendrá “Registros atávicos”

Personalmente, me gusta estar involucrada en la realización de estos eventos y estar acompañada de más artistas y en general de mucho arte, es por ello que contacté —en enero— con Cindy Muñoz, poeta trujillana y Lizeth Agüero, artista; y ambas aceptaron estar este 23 de marzo en la presentación de “Registros atávicos” en Trujillo que se llevará a cabo en la Alianza Francesa (Jirón San Martín 858) a las 7pm. También estarán grandes músicas y cantantes que sigo desde muy jóven.

En Lima, también habrá una presentación para la cual invité a dos amigas: Leslie Baltazar, literata que tiene poemas musicalizados que me agradan muchísimo, y Ari Enero, actriz, performer y clown. Este evento se dará el 06 de abril en la librería Placeres compulsivos (Jirón Sucre 407, Barranco) también a las 7pm. 


♦ Nació en Trujillo, Perú, en 2000.

♦ Es escritora y estudiante de literatura.

♦ Ha publicado poemas en la Revista Bohemia Liberteña y es redactora de La Antígona.

♦Obtuvo una mención honrosa en el III Concurso de Cuentos de Amor Universitario.

♦ Publicó el libro “Nombres para un desamor” y ahora, “Registros atávicos”.


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Contrahemisferios: nace una poeta trujillana

Contrahemisferios: nace una poeta trujillana

Por Diandra García

“Siento que aquí nazco”.

Christina Castillo (Trujillo, 1990), escritora, editora y abogada trujillana que acaba de publicar su primer poemario. 

Lo tengo entre mis manos. Sofá largo, taza de café, cuchara grande para el azúcar (no de postre, curiosamente), galletas Cream Cracker en un plato tendido. Christina Castillo (Trujillo, 1990) desapareció por varios minutos mientras yo espiaba su librero a la distancia. Es tres veces el mío. No se me ocurrió buscar Contrahemisferios allí. 

Es el primer poemario de Christina (escritora, editora, abogada) aunque lleva escribiendo desde adolescente. Un libro maduro. Tapa violeta, rostro clásico (griego) con el cerebro abierto, círculo ámbar detrás de líneas diagonales. Estilo entre minimalista y cyber (diría yo). La solapa está casi vacía. Christina la diseñó “como su nacimiento”: nombre, lugar y año, nada más. Es la autora más inédita posible. Sin embargo, los libros no son, de ningún modo, inéditos para ella.

–Mi mamá nos compraba revistas muy antiguas llamadas Veoveo, con pequeñas historias ilustradas. Fue lo primero que yo de verdad leí, o sea, con gusto.

Asiento. Christina luce el cabello ondulado suelto, lentes negros, expresión amable. En sus gestos, reconozco una predilección agradable que no sé definir. ¿Cuidado? ¿Amabilidad? ¿Decisión? Ahora mismo, son palabras lejanas entre sí, armonizando en su manera de ofrecerme el café con una larga cuchara dorada, como si fuera sopa…

La biblioteca de su infancia pertenecía a su madre. 

Sus primeros libros leídos fueron La cabaña del tío Tom y las novelas policiales de Agatha Christie.

Al egresar de la secundaria, se matriculó en la facultad de Derecho.

–Pensé postular a literatura en la UNT, pero hubo huelga, no se pudo. Entonces fui con mi mamá a la UPAO. Me gustaba la idea de ser abogada, quería comprender lo que decían las noticias.

Antes, en quinto año de secundaria, Christina había formado parte del proyecto Poesía Joven del profesor Manuel Medina. Fue en esos años que su escritura migró de lo que ella considera una imitación de Góngora (“muchos adornos, poemas redondos, poemas perfectos…”) a un espacio diferente. 

–Podías escribir sobre peleas con una enamorada, o con tu familia, y Manuel te escuchaba. No tienes idea de la experiencia que es leer ese poema para un niño.

Su primer recital fue en el Integral Class, colegio conocido por su preparación académica para quienes deseaban ingresar a universidades de escasas plazas disponibles, como la Universidad Nacional de Trujillo (UNT). Eran ocho jóvenes participantes. (contándola a ella). Christina los recuerda como un “grupo de niños poetas”, en medio de los alumnos genios. No fue su única vez como infiltrada. El proyecto de Manuel Medina continuó con universitarios, en la Universidad César Vallejo (UCV), conformando el Círculo de Poetas Jóvenes. Para aparecer en la antología, Christina tuvo que matricularse en la UCV por un ciclo. 

El Círculo es el escenario seguro donde Christina aprendió a sentirse poeta. Hasta la fecha, mantiene el contacto con su maestro, Manuel Medina, y otros miembros. Uno de ellos fue quien realizó la ilustración de Contrahemisferios.

–Hemos sido (el Círculo) parte de la escena cultural trujillana (…) Hubo un evento, Poesía cruzada, en el que intercambiamos poemas con poetas mayores. Preparé mi primer grupo de tres poemas, que han ido mutando hasta encontrarse acá –indica Christina.

Está señalando los hemisferios en mi regazo.

El poemario ya se estaba gestando desde 2018. En un principio, iba a titularse Los hemisferios reales, pero tanto el ritmo de edición como los planes acerca del contenido hicieron a Christina cambiar de idea. Decidió autogestionarse. 

–Es caro publicar. Es difícil para un joven escritor: las librerías se quedan con bastante porcentaje de las ventas, las editoriales grandes no apuestan por ti… Es complicado. 

Inició la casa editora Mireya, cuyo nombre es un tributo a su madre, recientemente fallecida. Es como si, en Contrahemisferios, Christina volviera a nacer de ella, de Mireya, atravesada por la poesía. Por eso la biodata le resulta innecesaria.

–Lo pensé mucho. Se suelen poner premios, yo no he ganado ninguno, o que han participado en eventos…

–Eso sí has hecho.

–Sí, eso he hecho –reflexiona–. Siento que aquí nazco, en todo caso.

Su nacimiento se abre con una sección dedicada al hemisferio izquierdo del cerebro. El lado racional. Los genios del Integral Class en la punta del lápiz de Christina, aproximándose al poema, al papel. Son 8 composiciones que ella define como “intentos de arte poética”, y a las que guarda mayor cariño, por haber consistido un “esfuerzo constructivo más grande”. La segunda sección, más extensa, es el hemisferio derecho. Contiene poemas más antiguos e íntimos. El lado emocional. Allí están, también, los poemas del Círculo y de Poesía cruzada

Pregunto a Christina si cree que el poemario está impregnado de un discurso científico.

–A mí Mme interesa qué parte de nosotros construye poesía. ¿Qué parte de tu mano te hace crear? Por ahí va el juego del libro.

–¿Eso nos ayuda a responder qué es la poesía?

–Ojalá, ¿no? 

–¿Por qué quisiste comenzar desde allí? 

–Porque crecí como un ser humano normal, pero una parte de mí quiere escribir poesía, una parte que busca crear belleza. La otra solo quiere vivir, equivocarse, derramarlo todo, tratar de repararlo. La vida y la muerte, más o menos. Esas son las dos caras del libro.

(…)todo este poema es un ovillo de codicia incesante
un manojo de lluvia que empapa de deseo
la mente de su creador
y nos quema a pesar del sonido
de la rabia que nos mantiene tibios e inmóviles
como esos monstruos
y estas garras que no se detienen                                                           no se detienen

Fragmento de el anticuerpo / la poesía 
(…)el futuro es una lágrima que sin querer mis ojoscontinúan alimentandoesta casa es la tinieblaes el techo que se cierra y la desventura de conseguirseuna verdad que oculte a mis paredes para siemprecomo estos párpados que solo           
 te escuchan




Fragmento de El ojo de Edelmira
hemisferio izquierdo: muerte y poesíahemisferio derecho: vida y razón
Fragmento del poema

Más adelante, hablando sobre música, Christina confesará que escribir un poema es “como una canción feliz”. Yo diréYo me diré que eso es, quizá, su equilibrio entre ambos hemisferios.

Christina ama los libros. Auténticamente. Es incapaz de ofrecer una contestación sencilla a la pregunta: “¿qué estás leyendo?”. Uno en la cartera, uno en el pie de cama, uno para cuando se alargan las colas… Más re-lectora que lectora: repasa sus textos subrayados con frecuencia. De hecho, repasa su propia vida.

–Ahora que lo pienso, medio que sí gané algo.

En 2019, Rafa, su esposo, envió dos cuentos al concurso de narrativa A todo papel de El Cultural (Trujillo). Solo se permitía una postulación por persona, así que inscribió el nombre de Christina para el segundo. Ese resultó ganador.

Christina asistió a la premiación, otorgó entrevistas, fue fotografiada, y recibió el cartón y las felicitaciones con humildad culpableculpable humildad. Lo cuenta riendo, aun si no es una burla. Hay algo gracioso, tierno incluso, en su forma de hacer memoria. El diploma parece más un símbolo de su complicidad con Rafa que de excelencia literaria. Eso me hace sonreír, como una canción feliz lo haría.

–Si este es tu nacimiento, ¿cuál es tu primera palabra? –interrumpo de repente, con una curiosidad ya lejana de mi labor de entrevistadora.

Esta vez, Christina no tarda demora ni dos segundos en contestar. 

–Palabra. 

Esa sola presencia sonora, en el aire, me lanza de nuevo a la sonrisa. Detengo la grabación de voz. Agradezco a Christina. Guardo mi ejemplar de Contrahemisferios en la mochila, sin haberlo ojeado a consciencia. Desde el café y las Cream Crackers, han pasado veinte makis, una Sprite y dos taquitos de atún entre nosotras. No me preocupa definir la predilección agradable de los gestos de Christina Castillo. Al menos, no tanto como abrazarla antes de despedirme.

No lo he mencionado antes, pero Christina Castillo, como yo, se mudó de Trujillo a Lima al culminar la universidad. En la actualidad, vive con Rafa, Brausen (su perro) y un roomie, en un departamento de Miraflores. Conocerla fueron los movimientos de Brausen dándome la bienvenida, un saludo alegre, el librero que habló en la entrevista a través de ella. Todo eso apenas crucé la puerta, sin necesidad de biografía.

“Podría ser el archivo más grande de una mujer en el Perú”: revelar la fotografía de Julia Chambi

“Podría ser el archivo más grande de una mujer en el Perú”: revelar la fotografía de Julia Chambi

Por Diandra García @DiandraGarcía

Curaduría de fotografías Claudia Holgado.

Nos adentrábamos en la oscuridad. A los diecisiete años, tras tomar fotografías en las calles de Huanchaco, los estudiantes de Ciencias de la Comunicación retornábamos al laboratorio para el revelado. Recuerdo las tenazas entre mis dedos, el olor de los químicos en las bandejas, la lenta aparición de una imagen sobre el papel. En el cordel, nuestra visión del balneario: nuestro balneario. Pasajes cuesta arriba a la iglesia, playa, surfistas inadvertidamente capturados, a blanco y negro. Revelar nuestras fotos en la universidad era un proceso lento, pero emocionante.

La historia de Claudia Holgado y Andrea Quiroz posee algo de aquello. Se remonta también a las aulas, a la facultad de Comunicaciones en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ingresaron juntas. Llevaron cursos juntas. Luego de egresar, trabajaron en talleres de fotografía, juntas. Este año, difundirán su primer proyecto cinematográfico en conjunto: Julia se revela, cortometraje documental acerca de Julia Chambi, importante fotógrafa peruana. 

Julia nació un 27 de mayo de 1919, en Cusco. Fue hija del reconocido fotógrafo Martín Chambi. Dentro de una familia de artistas, resaltó por su ímpetu en la gestión cultural, la fotografía de paisajes, los retratos de estudio que ella misma coloreaba y la conservación del archivo de su padre: Cine Club Cusco, Asociación de Artistas Plásticos del Cusco, Instituto Americano de Arte del Cusco, Centro Qosqo de Arte nativo, Concejo Municipal de Cusco; por todos ellos pasó Julia, dejando huella en su país, región y, sobre todo, sus conocidos. 

“La recuerdan con muchísimo cariño, como hablando de una persona que significó bastante, más que una colega o tía lejana”, comenta Andrea. Claudia asiente. Julia Chambi es su tía abuela. Cuando falleció, se dijo a sí misma que había una historia que contar. “Era diferente a las mujeres de su época”, añade. Una visionaria. Una revelación. “Había una historia que contar, el documental es una forma de hacerlo”. 

Esta que escribo representa otra forma: la nota periodística. Imposible atrapar con mi voz lo que cuentan Claudia y Andrea. Su amistad tiene historia. La grabación de Julia se revela tiene historia. Julia, protagonista en el corazón del corto, tiene historias, acogidas con cariño por la memoria de quienes la conocieron. Esta que escribo representa otra forma: un relato análogo al de Julia, Claudia y Andrea. Pedazos de una fotografía que van apareciendo, hasta proyectarse completamente.

El proceso de revelado

Primero hay que saber qué tipo de carrete vamos a utilizar. Esto permite conocer qué tanque revelador utilizar y qué formato se va a revelar. 

CH: En el 2020, escribí una columna sobre fotógrafos que no eran de Lima. Mi primer artículo fue sobre Julia. Llamé a mamá, a mi abuela. Fue un ejercicio para recolectar los recuerdos comunes. Me hizo pensar que debía hacer algo más… Llamé a Andrea. Le dije: “Tengo este proyecto, ¿lo hacemos juntas?”. Es algo muy íntimo, porque son historias familiares. Tenía que ser alguien en quien yo tenga plena confianza.

Necesitas estar en un cuarto oscuro. El espacio puede adaptarse: podría ser cualquiera que tengas en casa. Solo hay que tapar toda fuente de iluminación, evitar que ingrese la luz. No permitir que se vele tu imagen.

AQ: Yo había hecho algunos proyectos documentales, también de carácter muy íntimo. Siempre con un equipo pequeño. Fue muy importante conversar sobre la visión de lo que Claudia quería contar. Finalmente, es la historia de Julia desde la voz de su sobrina nieta, familia, amigos. Es una visión muy personal. Mi rol estaba afuera: debía encontrar nuevas cosas que ver y proponer. Conectamos muy bien, todo el equipo. Somos todas mujeres.

Es muy íntimo. En el cuarto oscuro, entras en contacto con el nacimiento de la imagen. 

CH: Hemos estado en espacios de mujeres del audiovisual y la fotografía. Siempre se cuestiona la brecha laboral, los obstáculos para dedicarse como mujer a este rubro en Perú. Es súper difícil encontrar trabajo, hay prejuicios: no vas a poder cargar el boom, no manejas el equipo de sonido, no tienes fuerza. Julia fue una de las pocas mujeres de su época inmersa en el mundo artístico. ¿Cómo es que, después de casi 80 años, la falta de oportunidades se mantiene?

Tú sabías que esa imagen existía, pero estaba latente. No la ves hasta el momento en que se revela. Entonces ocurre el inicio y el final de la fotografía. Es la creación, es ver cómo se crean las imágenes.

AQ: Yo no la conocía. Cuando iniciamos la investigación, pude familiarizarme con su línea de tiempo. Si le preguntas a alguien en Cusco por Julia Chambi, no es que te sepa dar datos acerca de ella. Hizo muchísimas cosas que se ignoran: por ejemplo, fue guía turística, además de fotógrafa. Los hijos hombres de Martín Chambi son más conocidos, en parte por eso había que contar esta historia.

Requieres de herramientas. Tijeras, tanque revelador, película, un espiral donde colocar la película. Vas a cortar su comienzo y su fin y, luego de ubicar la película dentro del espiral, introducirlo en el tanque revelador. También taparlo, para poder encender las luces.

CH: Julia fue la encargada económicamente del estudio fotográfico, ya desde la vejez de Martín Chambi. En realidad, tampoco él es muy conocido en Cusco. Ese es un cuestionamiento que afrontamos: el problema de la sistematización de las artes en el Perú, el trabajo de literatura del arte, la digitalización de documentos. Muchas obras se pierden por falta de acceso digital, muchos nombres se pierden.

Necesitas agua y químicos: el fijador y el revelador. Es importante tener consciencia de tus tiempos entre revelado y fijado. Mejor si tienes al alcance un temporizador, un cronómetro, para verificar cuándo ya es hora.

AQ: Sin embargo, todos la mencionan con tanto cariño, admiración y respeto, que es como si la conociera. A la vez, es como hablar sobre una celebridad. Nadie tiene un mal recuerdo, abundan las anécdotas con Julia: sus bromas, su manera de motivar a los otros, lo bailarina que era, lo libre que era. Era una mujer adelantada. Ella simplemente hacía las cosas que sentía que tenía que hacer. Eso está presente cuando la gente habla de ella.

Mueves el revelador en el tanque, con las manos, de forma circular, suavemente. Después de 45 segundos, lo dejas reposar. Le das golpecitos al tanque, para evitar burbujas y daños.

CH: Este podría ser el archivo fotográfico más grande de una mujer en el Perú. Lo primero fue hacer un inventario, rescatar su historia. Hemos dedicado fondos propios para preservar su obra, por amor a Julia. Para ella, fotografiar no era tener una cámara: era crear comunidad. Sus fotos conectan con Cusco desde lo paisajístico, lo social, lo documental, incluso el foto-arte. 

Vuelves a agitar y voltear el tanque, 5 segundos por minuto. Sigue el baño de paro, que dura 1 minuto. Tienes que voltear el tanque constantemente. Pasado el minuto, lo vacías y echas el siguiente químico: el fijador. 

CH: Cerramos un duelo abierto por mucho tiempo. Mi abuela estuvo viva durante la parte más importante del documental, pudimos hablar sobre Julia. Fue complejo. Se acordaba de su hermana, la lloraba. La tía Julia fue como su mamá. También fue quien me inspiró a ser fotógrafa. Siempre sentimos que merecía más reconocimiento. Es injusto que el nombre de Julia no sea recordado. Era necesaria una especie de reparación.

El fijador se emplea durante 5 o 6 minutos, agitando 45 segundos por minuto. Tras eso, lavas y secas los negativos. Esto implica, fundamentalmente, hacer cambios de agua por 10 o 15 minutos. 

AQ: No puedes predecir lo que va a pasar. Retrasamos el rodaje por los acontecimientos nacionales de febrero. No teníamos certeza de si cumpliríamos el cronograma, pero nuestro equipo fue increíble. Hemos parado un poco por el fallecimiento de la abuela de Claudia. Calculamos que serán unos tres meses de post-producción. Vamos a ver cómo fluyen las cosas y en qué fecha aterriza todo. Para mí, construir la historia en base a lo que se presenta es un reto enriquecedor y adrenalínico.

Al terminar, sigue el secado. Sacas la película del espiral, la colocas en pinzas, para estirarla. Es importante usar un área cerrada, nada que sea ventilado. De otro modo, se perjudica la película. Quizá un armario, un espacio donde no haya corrientes. 

CH: Todo ha sido grabado en Cusco, salvo algunas entrevistas. Las calles de Cusco son centrales en la vida de Julia, son un personaje más: lugares turísticos, campo, ciudad, cafeterías, centros culturales. Este documental se diferencia porque, si bien nos basamos en una investigación, la fuente de memoria principal viene de mi mamá y mi abuela, de la familia. La historia de Julia no podría contarse sin Cusco. 

El tiempo total depende de la época del año. Hay que esperar para cortar los negativos, y archivar en fundas protectoras. 

CH: Todos los proyectos siempre son personales, hay una transversalidad de lo personal, consciente o inconsciente. Yo diría que la palabra clave en Julia se revela es reparación. Siento que estoy reparando mi historia familiar, pero también la colectiva: la de las mujeres, la de Cusco. Es un acto político vivir aquí. A veces las oportunidades no se abren para nosotros, hay menos acceso. Pero es el espacio de mi familia. Ellos me enseñaron a amar la fotografía, me enseñó Julia. 

De esta manera, consigues el revelado… Sí, ese sería tu proceso.

AQ: Sorprende. Pensar que una mujer pudo hacer lo que Julia en esa época. Es la feminidad como fuerza, no fragilidad. Lo otro, creo que lo más importante, es que (las audiencias) recuerden a sus abuelas. A los sueños que ellas quisieron lograr y no pudieron. Julia lo consiguió enfrentándose a prejuicios, decidiendo autónomamente. Sobre el papel de la mujer en el arte, la cultura y el trabajo en general, ¿cuánto ha cambiado? ¿Cuánto sigue igual? Después de ver el documental, espero que la gente salga con ganas de responder esa pregunta, que haya más Julias que se revelen.

Los pasos del revelado analógico son contribución de la fotógrafa talareña Lucía Torre.

Carmen Vásquez Uriol: “Las mujeres (cineastas) tenemos una mirada en primera persona”

Carmen Vásquez Uriol: “Las mujeres (cineastas) tenemos una mirada en primera persona”

Por Diandra García

Carmen Vásquez Uriol es una realizadora audiovisual trujillana y cajamarquina, fundadora del Festival Itinerante de Cine Latinoamericano Atemporal. A sus 25 años, ha sido jurada del Festival Render trabajado como asistente de investigación, realización y producción junto a directores como Omar Forero. Actualmente desarrolla su primer largometraje, tras muchos cortometrajes publicados, un año de estudios en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, 3 ediciones de Atemporal y nuevas preguntas y respuestas acerca de la familia, la identidad y la mirada.

«Mi familia es de Cajamarca, pero nací en Trujillo, un 24 de mayo de 1998, y pasé la infancia en Chimbote. Nunca me sentí por completo costeña. De joven, me gustaba la literatura. Leía a Vallejo, Borges, Cortázar; el libro Templado de Jorge Eslava. Leía, leía y leía. Quería ser escritora. Aún quiero. Un amigo me sugirió periodismo. Yo recordé las crónicas de Vallejo. Él no fue un periodista de calle, fue un periodista de letras. A mí siempre me apasionó contar historias, así que tomé el consejo.

Fue durante la universidad que me acerqué al cine, a un tipo de cine que no conocía. Una película me marcó mucho: Del Verbo Amar. Es hermosa, justo la vamos a proyectar en el festival. (Cuando la vi), me dije: “esto es lo que quiero hacer con mi vida”. Porque, para mí, literatura y cine están vinculados. Siempre he realizado video-ensayos. Lo del largometraje es nuevo, está aún en etapa de desarrollo. Trata sobre una búsqueda en el pueblo de mi madre, Contumazá (Cajamarca), para descubrir un misterio familiar: el asesinato de mi bisabuelo. En verdad, es un pretexto para retornar a mis raíces. Mi familia jamás terminó de entender lo que hago. Creo que con este proyecto quizá lo hagan. 

Yo quería que mi tesis sea un festival. No fue posible. A dos meses de terminar la carrera, me dije: “Trujillo necesita nuevos rostros audiovisuales”. Ese fue el nacimiento de Atemporal. Recibí ayuda, claro, eso es lo bonito. Juntos hemos crecido. Nos reconocen, no solo en el país, también en otros lugares. No se creen que estemos en la tercera edición, que seamos tan nuevos. Este tipo de cosas te motivan, porque trabajar en cultura es complicado en el Perú. El Ministerio hace esfuerzos, hay que reconocerlo. El problema es que las convocatorias suelen ser para la categoría de ficción y aquí las mujeres tendemos a ser documentalistas, o realizadoras de video-poesía o de cine experimental. Para estas producciones solamente hay un estímulo a nivel nacional. El Estado tendría que investigar qué cine estamos haciendo las peruanas. Las mujeres tenemos una mirada en primera persona (pienso en Mary Jiménez, Marianela Vega, María Barea). A través de nuestras historias nos reivindicamos a nosotras mismas.

Creo que la identidad está en el cine, vigente y en cuestionamiento. Todos hablamos de identidades, vamos transmutando, narrando nuestras mutaciones en el tiempo. Desde Atemporal, nos interesa mucho difundir películas que vayan por esa ruta. La temática de esta edición es identidad y migración. Trujillo es una ciudad de migrantes, muchos provenimos de la Sierra. Por eso es importante observarnos desde nuestros territorios. Somos una generación postrauma, desde las dictaduras militares. El cine nos ayuda a crear memoria, es un registro. Así entendemos que no estamos solos. En lo personal, me he sentido muy acompañada en estos proyectos (el máster, Visiones Andinas, el festival…). Es más una reivindicación que una reconciliación.

Viajé para estudiar en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña el 31 de diciembre de 2021. Volví al año siguiente. Mi padre murió mientras estuve en España. Yo no podía regresar. A la distancia, se me aparecía su ausencia y, a la vez, la cuestión de si estuvo presente alguna vez. Jamás descubrí quién fue, más allá de un padre. Sé que discutía muy fuertemente con mi mamá.  Me gustaría acercarme a esos errores, conocerlo como hombre. Ya en Trujillo, limpié su biblioteca. Revisé sus diarios, poemas y cuentos, que datan de 1975. Me preguntaba: “¿Quién eres? ¿Quién fuiste?”. Sé que en el futuro publicaré sus textos, cumpliré su sueño. Por ahora, los guardo en un cofre. Los releo, los releo. Son lo más preciado para mí.

Si hablara conmigo misma de pequeña, le diría “has sanado, te has reconciliado con quien eres”. Estás orgullosa de tu origen serrano, tu origen costeño. Eres muy trujillana y muy cajamarquina. Eso me diría, porque soy un poco de ambos. Esa fusión hace rica mi identidad. Esa fusión es mi mirada del mundo».

Prohibido llorar: Un requisito para recobrar la libertad 

Prohibido llorar: Un requisito para recobrar la libertad 

Por Nancy García

“Por eso me digo, me convenzo, me obligo a que este texto – esta especie de bitácora del viaje de regreso – tiene que ser escrito en primera persona. Porque el dolor solo se puede contar así. El dolor, el desgarro, la huida, el partirse en mil pedazos que nunca volverán a unirse, la mirada lejana, el abandono, el abandonarse, las cicatrices, solo se pueden narrar en primera persona.” 
Una suerte pequeña, Claudia Piñeiro.

Escrito y narrado por Nancy García @NancyCG22

***

«Dieciocho días se hacen cortos cuando se toman de la mano con la rutina, pero al estar en un hospital psiquiátrico las horas son eternas y los días interminables. Días en que un cartel invisible te dice: «prohibido llorar, si querés sentir la libertad«. 

Hace un año la depresión me tumbó. Internarme, fue una alternativa a la enfermedad. Sabía que no sería fácil pero nunca imaginé que en el encierro se censuraban las lágrimas. 

Me desperté temprano el 24 de mayo de 2022. Una de mis mejores amigas y mi compañero de caminos, me llevaron al Hospital Psiquiátrico Mario Mendoza en Honduras. Ya había «recibido» atención psiquiátrica en ese lugar por una especialista poco empática.

Al llegar, explicamos la situación que la psiquiatra ya conocía y comenzaron las preguntas y los trámites burocráticos para el ingreso. Fueron horas para darles un abrazo de despedida.

Mi amiga se hizo responsable del encierro y firmó la posibilidad de practicarme electroshock, en caso de ser necesario. 

Recuerdo que el celular no tenía mucha carga. Llamé a dos personas y le pedí a mi compañero que se encargará de avisarles a las personas más cercanas en ese momento. 

Y llegó el abrazo con sabor a pronto nos veremos. Me despedí. Me subieron a una camilla y me inyectaron. Caminé hasta ingresar a la sala de mujeres de ese hospital donde por suerte encontré a otras mujeres».

Las miradas y las preguntas 

«Al ingresar a la sala me sujetaron de brazos y piernas. Me colocaron un pañal y las demás internas tenían casi restringido el habla con la nueva, o sea, conmigo.

Me dormí. No sé cuánto tiempo. Solo sé que al despertar no podía orinar en el pañal y le pedía a las enfermeras me permitirían usar el baño. Una, dos, cinco, muchas veces se negaron; hasta que accedieron.

Caminé con ellas al baño con dudas. Habían pasado unas horas y el encierro ya estaba haciéndome dudar de si debía estar en ese lugar. Oriné y fui feliz.

Volví a la cama y de nuevo me sujetaron. Llegó la noche, la comida, las miradas y el silencio. Un silencio casi irrompible. 

Cuando una paciente ingresa al Mario Mendoza pasa primero por un sitio llamado Aislamiento. Es un lugar con seis camas y pacientes en observación por el personal del hospital. Creo que estuve cinco días. 

En aislamiento no se puede salir a los demás espacios destinados para las internas. Hasta que pase a la siguiente sala.

Las internas me explicaban la dinámica del lugar y nos alegrabamos cuando llegaba una paciente nueva porque significaba que nos moverian a otra sala y existía la posibilidad de salir antes del encierro.

Uno de esos días, llegó una interna que era de la policía. Como estaba medicada no escuchaba o no entendía las palabras, pero nosotras sí. Una de las enfermeras comenzó a hablar de ella. Decía que se las iba a desquitar por una esquela. La enfermera no la conocía, solo quería hacerla sufrir por ser de la policía. Me pareció aterrador e inhumano ese trato».

Entre el agua fría, los baños sin privacidad y el diagnóstico 

«Después de permanecer mis primeras horas internas, sonó la radio a las cinco de la mañana y las luces de aquel lugar se encendieron. 

Me indicaron que debía pasar a bañarme. No esperaba el espacio condicionado pero si un poco de privacidad. Nos daban un pedazo de jabón a veces shampoo y crema. Una de las enfermeras me dijo que debía pasar a ducharme a la vista de todas. Yo sentía pena que me vieran, dejar mi cuerpo frente a ojos de extrañas me causaba intriga, pena y dolor. Quería llorar y volver a casa. 

Después de bañarme y no tener ropa interior, llegó un doctor y comenzaron de nuevo las preguntas. Preguntas y preguntas. 

Ese día si mal no recuerdo me tocó ingresar a la sala con la psiquiatra. Otra mujer sin empatía. Cuando ingresé a la sala habían varias personas: una trabajadora social, el doctor, practicantes nutricionista, una psicóloga y una enfermera. 

Me hizo ruido tanta gente. Era exponerme ante otras personas a las que quizás solo les movía la obligación de su trabajo y no la vocación.

La psiquiatra preguntó cómo me sentía y dije que bien. Su respuesta: «todas dicen lo mismo al siguiente día». «Acá te vas a quedar otra semana más». Eso fue todo. 

Al salir lloré. Ya no quería estar interna. Ya no quería ser paciente.

Me tomaron varios exámenes. Ingresé dos veces con la psicóloga durante mi estadía y nadie daba razón de mi diagnóstico. La enferma desconocía su enfermedad. ¡Irónico no!

Antes de salir del encierro supe que me diagnosticaron con un trastorno bipolar y una depresión severa. Para la bipolaridad, Litio; para la depresión Fluoxetina y para la noche, Lorazepam».

Las mujeres que conocí

«Podría alargar el texto y detallar distintos abusos pero me detendré un poco a recordar la convivencia y el amor que recibí por mis compañeras, algunas hoy amigas.

Pasé de Aislamiento a Cuidados Intermedios. Nunca estuve en Ambiente, la última instancia. En Cuidamos Intermedios se vigilan a las personas que han intentado suicidarse. Ese era mi caso y aunque no tomé una cantidad exagerada de pastillas ya existían antecedentes y la acción era un detonante del por qué había llegado a ese lugar.

Cuando me trasladaron a la otra sala, tenía la posibilidad de salir al patio después de almuerzo. Desde las doce hasta las cinco con una pausa a las dos en punto para tomar el medicamento.

Caminábamos alrededor del lugar. Hablabamos de nuestras vidas afuera y la urgencia de recobrar la libertad. Jugábamos pelota, cantabamos y bailabamos.

Había una interna con una voz hermosa. Nos cantaba y nos alegraba el día. Otra interna tenía unas manos mágicas y nos hacía trenzas. Se hacían unas filas para que nos peinara y ella lo hacía con dedicación. Otra nos maquillaba. Sí, a veces nos prestaban maquillaje que pasaba de boca en boca y de rostro en rostro. Otra interna nos hacía reír con sus ocurrencias. Y así, cada una tenía una pincelada de alegría que aportar en aquel encierro.

Yo me había llevado dos libros: Elena Sabe de Claudia Piñeiro y La Peste de Albert Camus. El último casi tan prohibido como las lágrimas. Los leía en los tiempos permitidos.

A las cinco mirábamos novelas. Ese momento era nuestro. Gozamos con Betty versión mexicana, la Rosa de Guadalupe y otra novela que no recuerdo su nombre. 

Sabiamos que en un momento, la despedida llegaría. Entonces nos pusimos creativas y compartimos nuestros números. Al salir, nos contactamos y algunas amistades hoy se mantienen. Es bueno reconocerlas y tenerlas cerca.

A todas nos pareció un poco extraño que nuestro diagnóstico fuera el trastorno bipolar. Nos preguntábamos si en realidad esa era nuestra enfermedad porque no había un abordaje profundo individual».

La salida

«Cuando ingresé por segunda vez con la psiquiatra me dijo que debía seguir una semana más. Volví a llorar pero solo a los ojos de las otras internas. Si nos veían con lágrimas era un retroceso y no parte del proceso. 

Habían días que me preguntaba cómo seguía la vida afuera. No sé permitían visitas. A veces llamaban preguntando por mí pero casi nunca me enteraba. 

Escuché, observé y sentí malos tratos. También miré la bondad de cuatro o cinco enfermeras. Hay una de ellas que siempre la recuerdo con cariño. Fue muy especial con todas. 

El día 18 me abrazó. Entré a la sala, la psiquiatra habló y preguntó que había aprendido. Contesté que reconocía ser mi propia planta y que debo cuidarme. Quizás fue un discurso del momento. El cuidado personal no solo pasa por lo individual hay diversos factores que nos atraviesan.

Las otras internas me abrazaron; fue un abrazo sincero. Algunas se quedaron más tiempos, otras salieron el mismo día. Lo que puedo asegurar es que ninguna desea volver a ese lugar. 

Aquel lugar significó algo. Aún sigo preguntandome qué.

Aquel lugar necesita presupuesto, necesita cambios en su manera de operar y tratar a las internas.

Aquel lugar no puede seguir siendo ese lugar. 

Ese lugar llamado hospital psiquiátrico no debe condicionar el llanto, no puede censurar las emociones, no debe sujetarte. Debe ser un lugar para hablar, soltar y abordar las enfermedades de una manera integral. No puede ser un espacio que produce miedo y al que no querés volver en las crisis. No puede ser ese lugar«.