Nos adentrábamos en la oscuridad. A los diecisiete años, tras tomar fotografías en las calles de Huanchaco, los estudiantes de Ciencias de la Comunicación retornábamos al laboratorio para el revelado. Recuerdo las tenazas entre mis dedos, el olor de los químicos en las bandejas, la lenta aparición de una imagen sobre el papel. En el cordel, nuestra visión del balneario: nuestro balneario. Pasajes cuesta arriba a la iglesia, playa, surfistas inadvertidamente capturados, a blanco y negro. Revelar nuestras fotos en la universidad era un proceso lento, pero emocionante.
La historia de Claudia Holgado y Andrea Quirozposee algo de aquello. Se remonta también a las aulas, a la facultad de Comunicaciones en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ingresaron juntas. Llevaron cursos juntas. Luego de egresar, trabajaron en talleres de fotografía, juntas. Este año, difundirán su primer proyecto cinematográfico en conjunto: Julia se revela, cortometraje documental acerca de Julia Chambi, importante fotógrafa peruana.
Julia nació un 27 de mayo de 1919, en Cusco. Fue hija del reconocido fotógrafo Martín Chambi. Dentro de una familia de artistas, resaltó por su ímpetu en la gestión cultural, la fotografía de paisajes, los retratos de estudio que ella misma coloreaba y la conservación del archivo de su padre: Cine Club Cusco, Asociación de Artistas Plásticos del Cusco, Instituto Americano de Arte del Cusco, Centro Qosqo de Arte nativo, Concejo Municipal de Cusco; por todos ellos pasó Julia, dejando huella en su país, región y, sobre todo, sus conocidos.
“La recuerdan con muchísimo cariño, como hablando de una persona que significó bastante, más que una colega o tía lejana”, comenta Andrea. Claudia asiente. Julia Chambi es su tía abuela. Cuando falleció, se dijo a sí misma que había una historia que contar. “Era diferente a las mujeres de su época”, añade. Una visionaria. Una revelación. “Había una historia que contar, el documental es una forma de hacerlo”.
Esta que escribo representa otra forma: la nota periodística. Imposible atrapar con mi voz lo que cuentan Claudia y Andrea. Su amistad tiene historia. La grabación de Julia se revela tiene historia. Julia, protagonista en el corazón del corto, tiene historias, acogidas con cariño por la memoria de quienes la conocieron. Esta que escribo representa otra forma: un relato análogo al de Julia, Claudia y Andrea. Pedazos de una fotografía que van apareciendo, hasta proyectarse completamente.
El proceso de revelado
Primero hay que saber qué tipo de carrete vamos a utilizar. Esto permite conocer qué tanque revelador utilizar y qué formato se va a revelar.
CH: En el 2020, escribí una columna sobre fotógrafos que no eran de Lima. Mi primer artículo fue sobre Julia. Llamé a mamá, a mi abuela. Fue un ejercicio para recolectar los recuerdos comunes. Me hizo pensar que debía hacer algo más… Llamé a Andrea. Le dije: “Tengo este proyecto, ¿lo hacemos juntas?”. Es algo muy íntimo, porque son historias familiares. Tenía que ser alguien en quien yo tenga plena confianza.
Necesitas estar en un cuarto oscuro. El espacio puede adaptarse: podría ser cualquiera que tengas en casa. Solo hay que tapar toda fuente de iluminación, evitar que ingrese la luz. No permitir que se vele tu imagen.
AQ: Yo había hecho algunos proyectos documentales, también de carácter muy íntimo. Siempre con un equipo pequeño. Fue muy importante conversar sobre la visión de lo que Claudia quería contar. Finalmente, es la historia de Julia desde la voz de su sobrina nieta, familia, amigos. Es una visión muy personal. Mi rol estaba afuera: debía encontrar nuevas cosas que ver y proponer. Conectamos muy bien, todo el equipo. Somos todas mujeres.
Es muy íntimo. En el cuarto oscuro, entras en contacto con el nacimiento de la imagen.
CH: Hemos estado en espacios de mujeres del audiovisual y la fotografía. Siempre se cuestiona la brecha laboral, los obstáculos para dedicarse como mujer a este rubro en Perú. Es súper difícil encontrar trabajo, hay prejuicios: no vas a poder cargar el boom, no manejas el equipo de sonido, no tienes fuerza. Julia fue una de las pocas mujeres de su época inmersa en el mundo artístico. ¿Cómo es que, después de casi 80 años, la falta de oportunidades se mantiene?
Tú sabías que esa imagen existía, pero estaba latente. No la ves hasta el momento en que se revela. Entonces ocurre el inicio y el final de la fotografía. Es la creación, es ver cómo se crean las imágenes.
AQ: Yo no la conocía. Cuando iniciamos la investigación, pude familiarizarme con su línea de tiempo. Si le preguntas a alguien en Cusco por Julia Chambi, no es que te sepa dar datos acerca de ella. Hizo muchísimas cosas que se ignoran: por ejemplo, fue guía turística, además de fotógrafa. Los hijos hombres de Martín Chambi son más conocidos, en parte por eso había que contar esta historia.
Requieres de herramientas. Tijeras, tanque revelador, película, un espiral donde colocar la película. Vas a cortar su comienzo y su fin y, luego de ubicar la película dentro del espiral, introducirlo en el tanque revelador. También taparlo, para poder encender las luces.
CH: Julia fue la encargada económicamente del estudio fotográfico, ya desde la vejez de Martín Chambi. En realidad, tampoco él es muy conocido en Cusco. Ese es un cuestionamiento que afrontamos: el problema de la sistematización de las artes en el Perú, el trabajo de literatura del arte, la digitalización de documentos. Muchas obras se pierden por falta de acceso digital, muchos nombres se pierden.
Necesitas agua y químicos: el fijador y el revelador. Es importante tener consciencia de tus tiempos entre revelado y fijado. Mejor si tienes al alcance un temporizador, un cronómetro, para verificar cuándo ya es hora.
AQ: Sin embargo, todos la mencionan con tanto cariño, admiración y respeto, que es como si la conociera. A la vez, es como hablar sobre una celebridad. Nadie tiene un mal recuerdo, abundan las anécdotas con Julia: sus bromas, su manera de motivar a los otros, lo bailarina que era, lo libre que era. Era una mujer adelantada. Ella simplemente hacía las cosas que sentía que tenía que hacer. Eso está presente cuando la gente habla de ella.
Mueves el revelador en el tanque, con las manos, de forma circular, suavemente. Después de 45 segundos, lo dejas reposar. Le das golpecitos al tanque, para evitar burbujas y daños.
CH: Este podría ser el archivo fotográfico más grande de una mujer en el Perú. Lo primero fue hacer un inventario, rescatar su historia. Hemos dedicado fondos propios para preservar su obra, por amor a Julia. Para ella, fotografiar no era tener una cámara: era crear comunidad. Sus fotos conectan con Cusco desde lo paisajístico, lo social, lo documental, incluso el foto-arte.
Vuelves a agitar y voltear el tanque, 5 segundos por minuto. Sigue el baño de paro, que dura 1 minuto. Tienes que voltear el tanque constantemente. Pasado el minuto, lo vacías y echas el siguiente químico: el fijador.
CH: Cerramos un duelo abierto por mucho tiempo. Mi abuela estuvo viva durante la parte más importante del documental, pudimos hablar sobre Julia. Fue complejo. Se acordaba de su hermana, la lloraba. La tía Julia fue como su mamá. También fue quien me inspiró a ser fotógrafa. Siempre sentimos que merecía más reconocimiento. Es injusto que el nombre de Julia no sea recordado. Era necesaria una especie de reparación.
El fijador se emplea durante 5 o 6 minutos, agitando 45 segundos por minuto. Tras eso, lavas y secas los negativos. Esto implica, fundamentalmente, hacer cambios de agua por 10 o 15 minutos.
AQ: No puedes predecir lo que va a pasar. Retrasamos el rodaje por los acontecimientos nacionales de febrero. No teníamos certeza de si cumpliríamos el cronograma, pero nuestro equipo fue increíble. Hemos parado un poco por el fallecimiento de la abuela de Claudia. Calculamos que serán unos tres meses de post-producción. Vamos a ver cómo fluyen las cosas y en qué fecha aterriza todo. Para mí, construir la historia en base a lo que se presenta es un reto enriquecedor y adrenalínico.
Al terminar, sigue el secado. Sacas la película del espiral, la colocas en pinzas, para estirarla. Es importante usar un área cerrada, nada que sea ventilado. De otro modo, se perjudica la película. Quizá un armario, un espacio donde no haya corrientes.
CH: Todo ha sido grabado en Cusco, salvo algunas entrevistas. Las calles de Cusco son centrales en la vida de Julia, son un personaje más: lugares turísticos, campo, ciudad, cafeterías, centros culturales. Este documental se diferencia porque, si bien nos basamos en una investigación, la fuente de memoria principal viene de mi mamá y mi abuela, de la familia. La historia de Julia no podría contarse sin Cusco.
El tiempo total depende de la época del año. Hay que esperar para cortar los negativos, y archivar en fundas protectoras.
CH: Todos los proyectos siempre son personales, hay una transversalidad de lo personal, consciente o inconsciente. Yo diría que la palabra clave en Julia se revela es reparación. Siento que estoy reparando mi historia familiar, pero también la colectiva: la de las mujeres, la de Cusco. Es un acto político vivir aquí. A veces las oportunidades no se abren para nosotros, hay menos acceso. Pero es el espacio de mi familia. Ellos me enseñaron a amar la fotografía, me enseñó Julia.
De esta manera, consigues el revelado… Sí, ese sería tu proceso.
AQ: Sorprende. Pensar que una mujer pudo hacer lo que Julia en esa época. Es la feminidad como fuerza, no fragilidad. Lo otro, creo que lo más importante, es que (las audiencias) recuerden a sus abuelas. A los sueños que ellas quisieron lograr y no pudieron. Julia lo consiguió enfrentándose a prejuicios, decidiendo autónomamente. Sobre el papel de la mujer en el arte, la cultura y el trabajo en general, ¿cuánto ha cambiado? ¿Cuánto sigue igual? Después de ver el documental, espero que la gente salga con ganas de responder esa pregunta, que haya más Julias que se revelen.
Los pasos del revelado analógico son contribución de la fotógrafa talareña Lucía Torre.
Carmen Vásquez Uriol es una realizadora audiovisual trujillana y cajamarquina, fundadora del Festival Itinerante de Cine Latinoamericano Atemporal. A sus 25 años, ha sido jurada del Festival Render trabajado como asistente de investigación, realización y producción junto a directores como Omar Forero. Actualmente desarrolla su primer largometraje, tras muchos cortometrajes publicados, un año de estudios en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, 3 ediciones de Atemporal y nuevas preguntas y respuestas acerca de la familia, la identidad y la mirada.
«Mi familia es de Cajamarca, pero nací en Trujillo, un 24 de mayo de 1998, y pasé la infancia en Chimbote. Nunca me sentí por completo costeña. De joven, me gustaba la literatura. Leía a Vallejo, Borges, Cortázar; el libro Templado de Jorge Eslava. Leía, leía y leía. Quería ser escritora. Aún quiero. Un amigo me sugirió periodismo. Yo recordé las crónicas de Vallejo. Él no fue un periodista de calle, fue un periodista de letras. A mí siempre me apasionó contar historias, así que tomé el consejo.
Fue durante la universidad que me acerqué al cine, a un tipo de cine que no conocía. Una película me marcó mucho: Del Verbo Amar. Es hermosa, justo la vamos a proyectar en el festival. (Cuando la vi), me dije: “esto es lo que quiero hacer con mi vida”. Porque, para mí, literatura y cine están vinculados. Siempre he realizado video-ensayos. Lo del largometraje es nuevo, está aún en etapa de desarrollo. Trata sobre una búsqueda en el pueblo de mi madre, Contumazá (Cajamarca), para descubrir un misterio familiar: el asesinato de mi bisabuelo. En verdad, es un pretexto para retornar a mis raíces. Mi familia jamás terminó de entender lo que hago. Creo que con este proyecto quizá lo hagan.
Yo quería que mi tesis sea un festival. No fue posible. A dos meses de terminar la carrera, me dije: “Trujillo necesita nuevos rostros audiovisuales”. Ese fue el nacimiento de Atemporal. Recibí ayuda, claro, eso es lo bonito. Juntos hemos crecido. Nos reconocen, no solo en el país, también en otros lugares. No se creen que estemos en la tercera edición, que seamos tan nuevos. Este tipo de cosas te motivan, porque trabajar en cultura es complicado en el Perú. El Ministerio hace esfuerzos, hay que reconocerlo. El problema es que las convocatorias suelen ser para la categoría de ficción y aquí las mujeres tendemos a ser documentalistas, o realizadoras de video-poesía o de cine experimental. Para estas producciones solamente hay un estímulo a nivel nacional. El Estado tendría que investigar qué cine estamos haciendo las peruanas. Las mujeres tenemos una mirada en primera persona (pienso en Mary Jiménez, Marianela Vega, María Barea). A través de nuestras historias nos reivindicamos a nosotras mismas.
Creo que la identidad está en el cine, vigente y en cuestionamiento. Todos hablamos de identidades, vamos transmutando, narrando nuestras mutaciones en el tiempo. Desde Atemporal, nos interesa mucho difundir películas que vayan por esa ruta. La temática de esta edición es identidad y migración. Trujillo es una ciudad de migrantes, muchos provenimos de la Sierra. Por eso es importante observarnos desde nuestros territorios. Somos una generación postrauma, desde las dictaduras militares. El cine nos ayuda a crear memoria, es un registro. Así entendemos que no estamos solos. En lo personal, me he sentido muy acompañada en estos proyectos (el máster, Visiones Andinas, el festival…). Es más una reivindicación que una reconciliación.
Viajé para estudiar en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña el 31 de diciembre de 2021. Volví al año siguiente. Mi padre murió mientras estuve en España. Yo no podía regresar. A la distancia, se me aparecía su ausencia y, a la vez, la cuestión de si estuvo presente alguna vez. Jamás descubrí quién fue, más allá de un padre. Sé que discutía muy fuertemente con mi mamá. Me gustaría acercarme a esos errores, conocerlo como hombre. Ya en Trujillo, limpié su biblioteca. Revisé sus diarios, poemas y cuentos, que datan de 1975. Me preguntaba: “¿Quién eres? ¿Quién fuiste?”. Sé que en el futuro publicaré sus textos, cumpliré su sueño. Por ahora, los guardo en un cofre. Los releo, los releo. Son lo más preciado para mí.
Si hablara conmigo misma de pequeña, le diría “has sanado, te has reconciliado con quien eres”. Estás orgullosa de tu origen serrano, tu origen costeño. Eres muy trujillana y muy cajamarquina. Eso me diría, porque soy un poco de ambos. Esa fusión hace rica mi identidad. Esa fusión es mi mirada del mundo».
“Por eso me digo, me convenzo, me obligo a que este texto – esta especie de bitácora del viaje de regreso – tiene que ser escrito en primera persona. Porque el dolor solo se puede contar así. El dolor, el desgarro, la huida, el partirse en mil pedazos que nunca volverán a unirse, la mirada lejana, el abandono, el abandonarse, las cicatrices, solo se pueden narrar en primera persona.”
Una suerte pequeña, Claudia Piñeiro.
«Dieciocho días se hacen cortos cuando se toman de la mano con la rutina, pero al estar en un hospital psiquiátrico las horas son eternas y los días interminables. Días en que un cartel invisible te dice: «prohibido llorar, si querés sentir la libertad«.
Hace un año la depresión me tumbó. Internarme, fue una alternativa a la enfermedad. Sabía que no sería fácil pero nunca imaginé que en el encierro se censuraban las lágrimas.
Me desperté temprano el 24 de mayo de 2022. Una de mis mejores amigas y mi compañero de caminos, me llevaron al Hospital Psiquiátrico Mario Mendoza en Honduras. Ya había «recibido» atención psiquiátrica en ese lugar por una especialista poco empática.
Al llegar, explicamos la situación que la psiquiatra ya conocía y comenzaron las preguntas y los trámites burocráticos para el ingreso. Fueron horas para darles un abrazo de despedida.
Mi amiga se hizo responsable del encierro y firmó la posibilidad de practicarme electroshock, en caso de ser necesario.
Recuerdo que el celular no tenía mucha carga. Llamé a dos personas y le pedí a mi compañero que se encargará de avisarles a las personas más cercanas en ese momento.
Y llegó el abrazo con sabor a pronto nos veremos. Me despedí. Me subieron a una camilla y me inyectaron. Caminé hasta ingresar a la sala de mujeres de ese hospital donde por suerte encontré a otras mujeres».
Las miradas y las preguntas
«Al ingresar a la sala me sujetaron de brazos y piernas. Me colocaron un pañal y las demás internas tenían casi restringido el habla con la nueva, o sea, conmigo.
Me dormí. No sé cuánto tiempo. Solo sé que al despertar no podía orinar en el pañal y le pedía a las enfermeras me permitirían usar el baño. Una, dos, cinco, muchas veces se negaron; hasta que accedieron.
Caminé con ellas al baño con dudas. Habían pasado unas horas y el encierro ya estaba haciéndome dudar de si debía estar en ese lugar. Oriné y fui feliz.
Volví a la cama y de nuevo me sujetaron. Llegó la noche, la comida, las miradas y el silencio. Un silencio casi irrompible.
Cuando una paciente ingresa al Mario Mendoza pasa primero por un sitio llamado Aislamiento. Es un lugar con seis camas y pacientes en observación por el personal del hospital. Creo que estuve cinco días.
En aislamiento no se puede salir a los demás espacios destinados para las internas. Hasta que pase a la siguiente sala.
Las internas me explicaban la dinámica del lugar y nos alegrabamos cuando llegaba una paciente nueva porque significaba que nos moverian a otra sala y existía la posibilidad de salir antes del encierro.
Uno de esos días, llegó una interna que era de la policía. Como estaba medicada no escuchaba o no entendía las palabras, pero nosotras sí. Una de las enfermeras comenzó a hablar de ella. Decía que se las iba a desquitar por una esquela. La enfermera no la conocía, solo quería hacerla sufrir por ser de la policía. Me pareció aterrador e inhumano ese trato».
Entre el agua fría, los baños sin privacidad y el diagnóstico
«Después de permanecer mis primeras horas internas, sonó la radio a las cinco de la mañana y las luces de aquel lugar se encendieron.
Me indicaron que debía pasar a bañarme. No esperaba el espacio condicionado pero si un poco de privacidad. Nos daban un pedazo de jabón a veces shampoo y crema. Una de las enfermeras me dijo que debía pasar a ducharme a la vista de todas. Yo sentía pena que me vieran, dejar mi cuerpo frente a ojos de extrañas me causaba intriga, pena y dolor. Quería llorar y volver a casa.
Después de bañarme y no tener ropa interior, llegó un doctor y comenzaron de nuevo las preguntas. Preguntas y preguntas.
Ese día si mal no recuerdo me tocó ingresar a la sala con la psiquiatra. Otra mujer sin empatía. Cuando ingresé a la sala habían varias personas: una trabajadora social, el doctor, practicantes nutricionista, una psicóloga y una enfermera.
Me hizo ruido tanta gente. Era exponerme ante otras personas a las que quizás solo les movía la obligación de su trabajo y no la vocación.
La psiquiatra preguntó cómo me sentía y dije que bien. Su respuesta: «todas dicen lo mismo al siguiente día». «Acá te vas a quedar otra semana más». Eso fue todo.
Al salir lloré. Ya no quería estar interna. Ya no quería ser paciente.
Me tomaron varios exámenes. Ingresé dos veces con la psicóloga durante mi estadía y nadie daba razón de mi diagnóstico. La enferma desconocía su enfermedad. ¡Irónico no!
Antes de salir del encierro supe que me diagnosticaron con un trastorno bipolar y una depresión severa. Para la bipolaridad, Litio; para la depresión Fluoxetina y para la noche, Lorazepam».
Las mujeres que conocí
«Podría alargar el texto y detallar distintos abusos pero me detendré un poco a recordar la convivencia y el amor que recibí por mis compañeras, algunas hoy amigas.
Pasé de Aislamiento a Cuidados Intermedios. Nunca estuve en Ambiente, la última instancia. En Cuidamos Intermedios se vigilan a las personas que han intentado suicidarse. Ese era mi caso y aunque no tomé una cantidad exagerada de pastillas ya existían antecedentes y la acción era un detonante del por qué había llegado a ese lugar.
Cuando me trasladaron a la otra sala, tenía la posibilidad de salir al patio después de almuerzo. Desde las doce hasta las cinco con una pausa a las dos en punto para tomar el medicamento.
Caminábamos alrededor del lugar. Hablabamos de nuestras vidas afuera y la urgencia de recobrar la libertad. Jugábamos pelota, cantabamos y bailabamos.
Había una interna con una voz hermosa. Nos cantaba y nos alegraba el día. Otra interna tenía unas manos mágicas y nos hacía trenzas. Se hacían unas filas para que nos peinara y ella lo hacía con dedicación. Otra nos maquillaba. Sí, a veces nos prestaban maquillaje que pasaba de boca en boca y de rostro en rostro. Otra interna nos hacía reír con sus ocurrencias. Y así, cada una tenía una pincelada de alegría que aportar en aquel encierro.
Yo me había llevado dos libros: Elena Sabe de Claudia Piñeiro y La Peste de Albert Camus. El último casi tan prohibido como las lágrimas. Los leía en los tiempos permitidos.
A las cinco mirábamos novelas. Ese momento era nuestro. Gozamos con Betty versión mexicana, la Rosa de Guadalupe y otra novela que no recuerdo su nombre.
Sabiamos que en un momento, la despedida llegaría. Entonces nos pusimos creativas y compartimos nuestros números. Al salir, nos contactamos y algunas amistades hoy se mantienen. Es bueno reconocerlas y tenerlas cerca.
A todas nos pareció un poco extraño que nuestro diagnóstico fuera el trastorno bipolar. Nos preguntábamos si en realidad esa era nuestra enfermedad porque no había un abordaje profundo individual».
La salida
«Cuando ingresé por segunda vez con la psiquiatra me dijo que debía seguir una semana más. Volví a llorar pero solo a los ojos de las otras internas. Si nos veían con lágrimas era un retroceso y no parte del proceso.
Habían días que me preguntaba cómo seguía la vida afuera. No sé permitían visitas. A veces llamaban preguntando por mí pero casi nunca me enteraba.
Escuché, observé y sentí malos tratos. También miré la bondad de cuatro o cinco enfermeras. Hay una de ellas que siempre la recuerdo con cariño. Fue muy especial con todas.
El día 18 me abrazó. Entré a la sala, la psiquiatra habló y preguntó que había aprendido. Contesté que reconocía ser mi propia planta y que debo cuidarme. Quizás fue un discurso del momento. El cuidado personal no solo pasa por lo individual hay diversos factores que nos atraviesan.
Las otras internas me abrazaron; fue un abrazo sincero. Algunas se quedaron más tiempos, otras salieron el mismo día. Lo que puedo asegurar es que ninguna desea volver a ese lugar.
Aquel lugar significó algo. Aún sigo preguntandome qué.
Aquel lugar necesita presupuesto, necesita cambios en su manera de operar y tratar a las internas.
Aquel lugar no puede seguir siendo ese lugar.
Ese lugar llamado hospital psiquiátrico no debe condicionar el llanto, no puede censurar las emociones, no debe sujetarte. Debe ser un lugar para hablar, soltar y abordar las enfermedades de una manera integral. No puede ser un espacio que produce miedo y al que no querés volver en las crisis. No puede ser ese lugar«.
El tránsito de la academia, las aulas y las conferencias hasta las tablas. En esta entrevista, la también activista por los derechos de grupos y poblaciones vulnerabilizadas, nos abre la puerta a sus reflexiones y sentires como una joven mujer afroperuana que decide expresarse a través del teatro como una continuación de su búsqueda por espacios para su voz. De abogada a maestra transitando la investigación y arribando a la dramaturgia. Ella es Mariela Noles Cotito, siempre con sus dos apellidos bien puestos.
A tan solo unas horas de estrenar en Lima su obra “Recuerdos de Octubre” en las sedes de Auditorios Británico en Lima, Mariela Noles Cotito reflexiona sobre su rol en la academia peruana y los espacios en los que, muchas veces, ha caminado en solitario. Ha editado dos libros, escrito dos obras de teatro y dictado innumerables conferencias y ya puede decir que varios egresados de la UP han pasado por sus cursos.
Estudió Derecho pero para sus estudios de postgrado migró y se sumergió de lleno en las ciencias sociales. Mariela es una extraña mixtura entre el pensar y el hacer, una mujer con una poderosa energía que a primera impresión parece seria pero que tiene una chispa de humor que se percibe una vez que deja ver su cálida sonrisa. Si le piden que se describa dice: “Soy una persona curiosa en continua búsqueda de vivir una vida plena, intencional y en voz alta.”
¿Qué te motivó a pasar de la academia, un espacio más cerrado, a comunicar en medios de comunicación con columnas, entrevistas y en redes sociales siendo este un espacio más abierto y con mayor interacción?
Si partimos de la idea tradicional de la academia, entiendo que estos dos puedan parecer dos espacios desconectados. La idea del estudioso o académico tradicional efectivamente nos remite a un trabajo muy solitario; de bibliotecas, blocks llenos de notas, y muchos libros de pasta dura. Creo que, en estos tiempos, aun cuando esa academia sigue existiendo, no es la más prevalente. La academia el día de hoy es mucho más colaborativa, de intercambio y construcción de conocimiento colectivo, además de más abierta a encontrar nuevas formas de comunicar sus hallazgos; sobre todo los que tienen implicancia en la vida social de las personas.
La academia jurídica peruana en la que me formé se parece más al primer modelo descrito, pero mi formación más reciente en la academia crítica social está más alineada a este último ejemplo. Desde ese espacio, mi labor académica no puede estar desconectada del sujeto de a pie; mucho menos cuando este es, o debe ser un actor relevante en el debate que propongo
En la construcción de tu voz en el debate público ¿cuánto viene de tu experiencia familiar, cuánto de la académica y cuándo de la vivencia como mujer peruana en el día a día?
Llegar a este momento ha sido una transición interesante. Soy consciente que la forma en que enfoco mi carrera académica es poco tradicional en nuestro medio y tiene que ver con múltiples factores. La búsqueda del uso de diversas plataformas para prestar mi voz al debate tiene que ver, o se alinea, a un proceso personal de empoderamiento y autoconfianza en mis propias capacidades y la fuerza de mi mensaje que empieza mucho mas tarde de lo que quisiera admitir. Mis mentores en el último programa (2015-2018) son realmente centrales en este proceso académico y personal.
De pronto mi vida familiar y su apoyo está mucho más relacionado a los procesos de preparación previa rigurosa, más que de la parte pública del uso de la voz, reforzado por las expectativas y cargas que nos pone la sociedad como mujeres, y en mi caso como una mujer racializada. Ciertamente ser la única mujer afro en ciertos espacios todavía es una carga importante. Mi juventud y/o jovialidad es todavía un elemento delicado el día de hoy. Si bien ya tengo una estatura cimentada en mi entorno, muchas personas en espacios académicos y profesionales, todavía se refieren a mí como Marielita. El cariño sincero se aprecia, obviamente, pero también es verdad que hay ciertas familiaridades o presunción de intimidad que suele colocarse únicamente sobre las mujeres y que no deberían tener lugar en ciertos espacios.
Entre el pensar y el hacer, Mariela se da espacio también para observar. Su aporte en el análisis de las profundas desigualdades de nuestro país y su mirada desde la historia pero también desde la vivencia cotidiana la hacen una voz de referencia en temas de lo que llaman “sistema racial” incluyendo siempre el enfoque de género.
¿Siendo una joven mujer afroperuana cómo te sientes en el rol docente y qué significa para ti estar en este espacio puntualmente en las aulas de la UP?
Llevo en la Universidad del Pacífico casi 5 años. Esto es algo que me sorprende cada vez que me detengo a pensar en mi presencia en esta universidad por todo lo que significa, implica y ha causado. En mi primer ciclo algún vigilante de la puerta de la Universidad me preguntó si trabajaba en la cafetería. En ese momento, y aún hoy, soy la segunda persona docente visiblemente afrodescendiente en el campus. Hoy trabajo con un promedio de 120 estudiantes por semestre (suelo dictar 4 cursos por ciclo). Para muchos de ellos y ellas, yo soy su primera profesora afroperuana. Esto es algo que no se puede tomar a la ligera. En una sociedad como la nuestra, la forma en que ellos me vean tiene la posibilidad de impactar su narrativa sobre todas las demás personas afroperuanas con las que tengan contacto en el futuro en los ambientes profesionales a los que lleguen. Lo mismo con los colegas docentes, tal vez más jóvenes.
Por otro lado, en todos los lugares públicos o de divulgación en que se menciona mi nombre, se le suele añadir el “profesora de la Universidad del Pacifico” o “Investigadora de la Universidad del Pacifico” lo cual tiene dos efectos. Amplía en el imaginario colectivo la imagen de quien es o puede ser un profesor o profesora de la universidad y fuerza a la sociedad a reimaginar a una persona afrodescendiente en un contexto académico o de intelectualidad.
Uno de mis más grandes orgullos personales está también relacionado a los aportes que he podido hacer al acervo académico de la universidad y de la academia peruana, a través del apoyo constante de la UP. He editado dos libros de reflexiones sobre el país, donde he podido convocar y trabajar con académicos jóvenes, por ejemplo. También edité un número especial de la revista de ciencias sociales de la UP en el que nos concentramos en los afrodescendientes en América Latina, que es un tema de interés para la academia social en general pero que todavía es tímido en Perú. De la misma manera, estoy trabajando ya en un texto sobre afroperuanos, y estos son materiales que requieren un compromiso efectivo de la universidad por seguir explorando estos temas. Compromiso que se ha dado y se viene dando hasta ahora.
Entonces este rol es grande, importante y no es algo que me tomo a la ligera. Lo honro y lo aprecio mucho mientras agradezco todo lo que aporta a mi propio desarrollo personal y profesional, a pesar del costo eventual que tiene también. A la postre, estoy en un constante estado de invisibilidad/hipervisibilidad que debo manejar con cuidado.
¿Por qué crees que hay tanta negación, en ciertos sectores, sobre la existencia del racismo?
Creo que todo lo que cuestione el status quo va a ser atacado, sobre todo cuando hay un sector social que tiene una profunda inversión personal en que las cosas se mantengan como están o en que el “orden natural” de las cosas no se modifique. Lo que sí me parece problemático es que aun cuando el día de hoy hay mucho más acceso a información, fuentes y datos, estas olas negacionistas más bien son más recurrentes y cerradas a la información.
Por otro lado hay una insistencia en la existencia del racismo inverso ¿es posible explicar brevemente si ese fenómeno existe?
A grandes rasgos podríamos afirmar que el racismo es una presunción generalizada de desigualdad de las personas basada en su color de piel, en sus rasgos fenotípicos, o sus características étnicas. Esta desigualdad además incluiría que lo más valorado en nuestra sociedad este asociado a las personas más claras (personas blancas y blanco-mestizas) mientras que las acciones, valores y disvalores menos apreciados en nuestra sociedad se asocie con las personas de tez más oscura (afrodescendientes e indígenas). Este “orden” ha devenido en que las personas más claras tengan un mayor capital social, político y económico en nuestra sociedad. En efecto, las personas blancas y blanco-mestizas son el sujeto político por defecto. Si pensamos en el estándar de éxito, el estándar de belleza, el sujeto cuya voz es válida y escuchada, esta persona suele ser una persona clara.
En este contexto, las acciones de las personas que están colocadas en lo alto de la pirámide social en nuestra sociedad tienen la capacidad para alterar, limitar, y vulnerar la calidad de vida de las personas en la base de la pirámide. Las acciones de las personas de abajo hacia arriba pueden ser injuriosas, altamente prejuiciosas, increíblemente molestas pero muy rara vez tendrán el poder de afectar el ejercicio o disfrute de derechos de las personas que están arriba. Más aún, poco pueden hacer para cambiar la distribución social del poder. Desde esta mirada es que afirmamos que el racismo “inverso” no existe.
¿Pasa lo mismo con el machismo?
¿Que las personas lo niegan y que responden “no todos los hombres”? Si, es un poco el mismo fenómeno. Es curioso como la respuesta a la denuncia del racismo, del machismo, del sexismo, de la homofobia y nuestras demás taras es rara vez, ¿de qué manera lo que me acaban de decir podría ser cierto? y más bien la mayoría de las veces es a la defensiva y con la “defensa” de una ofensa contraria. Eso dice mucho de nuestra sociedad y las múltiples maneras en que activamente preferimos la ignorancia a la evaluación crítica de nuestra realidad y nuestros propios comportamientos.
¿Cómo podría definir ser mujer afroperuana en un país como el nuestro?
Esa es una pregunta compleja. Por un lado porque mi experiencia es bastante particular y no representativa de la situación regular y cotidiana de otras mujeres afroperuanas en el país. Lo que te puedo decir, en todo caso, de las existencias y experiencias de las mujeres negras en un país como el nuestro es que todavía estamos expuestas a un nivel alarmante de violencia y discriminación, como todas las mujeres en el país, que se tiñe de aspectos racistas que complejizan la experiencia. Que nuestras economías, por lo general, aún no son del todo autónomas o suficientes para construir una plataforma de oportunidades que nos permitan desarrollarnos plenamente y que los mandatos y estereotipos sobre qué roles debemos cumplir, que espacios debemos habitar y de qué manera, aun es una constante.
Su obra Recuerdos de Octubre fue estrenada en enero de este año en el Festival Mujeres Afro en Escena en Ciudad de México. Para el estreno en el Perú, Mariela preparó algo hermoso: una función gratuita en el Centro Cultural Amador Ballumbrosio en El Carmen, Chincha. En una van familiares y amigos amenizaron el camino contando historias sobre “Marielita”, describiendo a una mujer valiente, perseverante y disciplinada. Y aunque su padre y su tía hablaban en diminutivo se percibía el enorme orgullo y respeto por esta mujer que ha arrancado parte de su alma y volcado la historia vivida a través de generaciones de mujeres afroperuanas en la puesta en escena de una obra escrita desde las entrañas.
¿Cómo se inicia tu conexión con el mundo del teatro?
Mi acercamiento al teatro en los últimos tiempos se da de la mano de Luis Alberto León y el equipo del teatro La Plaza. Me contactan para consultar en algunos textos y proyectos y poco a poco empiezo a participar en otros espacios de diálogo dentro del teatro. Un tiempo después me embarco en un proyecto de dramaturgia con Luis Alberto y esto me da la confianza para generar algunos textos sola. Entre esto y la constante interpelación de Alicia Olivares, productora teatral y fundadora de Ébano Teatro, es que me animo a escribir un texto para el Festival de Mujeres Afro en Escena de 2023.
¿Qué significó para ti estrenar una obra tan personal como Recuerdo de Octubre en México en el Festival Mujeres Afro en Escena?
Fue un momento muy especial. Siempre me ha gustado el teatro y eventualmente he tomado alguna clase o taller hace muchos años, pero hace parte mucho más activa de mi vida hace poco y hasta cierto punto a causa de la serendipia. Por otro lado, Recuerdos de Octubre es una obra que, hasta cierto punto, me desnuda completamente. Entonces fue un reto gigante, pero por otro lado, también, alineado a esta idea que mencionaba antes de vivir en voz alta. De poner sobre la mesa o traer al escenario absolutamente todos los aspectos de mí, mi vida y mi experiencia, que pueda compartir; sobre todo si en ese proceso puedo contribuir a procesos de otras personas.
¿Cuál era la importancia de llevar la obra a El Carmen, Chincha?
¡Era fundamental! Y se volvió un tema curioso. Tuve la fortuna de que mi primer montaje fuera en México, lejos de Perú. ¿Dónde entonces poner la obra cuando el equipo volviera al país? Obviamente pensamos en las múltiples y muy buenas salas de teatro que tenemos en Lima, pero Recuerdos no es una obra comercial, propiamente, y tenía una lógica específica y particular desde el inicio. Es un ofrecimiento extremadamente íntimo al público que la vea. En ese sentido, y habiendo sido escrita pensando en un festival de y para mujeres negras, hacía sentido que su primer público en el Perú sea ese. Por otro lado, la obra está musicalizada en vivo por una hija de El Carmen, Alma Morón Ballumbrosio.
¿Cómo te sentiste al compartir esta obra tan íntima con tu familia y amigos más cercanos?
Ese fue otro reto porque desnudarse ante un extraño es quizás más fácil que mostrarle tus heridas y cicatrices a las personas a quienes técnicamente se las ocultaste porque siempre estuvieron ahí. Una de mis mejores amigas por ejemplo compartió conmigo su paquete de sentimientos encontrados luego de la función que hicimos en El Carmen. Por un lado, le gustó mucho la obra como producto artístico y disfrutó mucho de la historia como narrativa pero le causó culpa el no haber visto o notado algunas de mis tristezas fundamentales a causa de los hechos que narra la obra, mientras sentía frustración por no poder defender a esa niña que fue su amiga. En suma, causé algunas explosiones internas a mis amigos.
En cualquier caso creo que era necesario para mi soltar varias cosas, varios aprendizajes personales, muchos dolores y ofrecerlos a la audiencia. En el camino algunas personas cercanas se me van a acercar con un “no sabía que esto era así” o inclusive tal vez con un “pobrecita” y mi respuesta siempre va a ser: gracias, pero aprovecha y utiliza el texto para más bien evaluar tus propias emociones y tus conexiones, dinámicas y relaciones con las mujeres en tu vida. Eso es precisamente lo que ha venido haciendo la audiencia general de la obra y los comentarios que recibimos son muy reflexivos y personales. Esta obra genera muchas emociones.
Hay muchas frases del monólogo que quedan resonando al terminar de ver la obra ¿cuáles son las que más te conmueven a ti misma al volver a oírlas?
Esta es una obra, porque creo que hasta ahora no la he descrito, sobre las violencias intergeneracionales que experimentan las mujeres en una familia. Es una mujer en el escenario pensándose como hija y nieta y repensándose como madre en base a los recuerdos de la violencia experimentada sobre su cuerpo cuando era niña, y la remembranza de todas esas formas en que los adultos de su familia la dejaron sola. En este sentido, una de las frases que más me mueve del texto es: “tus recuerdos son ciertos”. Muchas veces luego de años de la ocurrencia de procesos traumáticos empezamos a generar dudas respecto de nuestros propios recuerdos o aspectos de los mismos. Que olvidamos, que recordamos y cómo. Si a lo mejor resaltamos algo más que otra cosa. Ese es un viaje doloroso en sí mismo, pero nuestros recuerdos son ciertos, sobre todo si aun los sentimos. Es nuestra experiencia.
Una segunda idea que no está en el texto pero que ciertamente ha hecho parte del proceso de montaje de esta obra, desde su concepción, y que lo ha sostenido, es un proverbio africano que dice, más o menos, así: “El niño que no sea abrazado por su comunidad, cuando sea adulto quemará la aldea para sentir su calor”. Yo sabía cuándo escribí este texto que montarlo me exponía no solamente a mí, sino que podía tener algún tipo de consecuencia respecto de mi familia, o las mujeres en mi familia. Que alguna podría sentirse ofendida o más bien que no quisiera que un texto así se exponga por algún temor al qué dirán; temores que no son los míos. Pero aun así, tenía que hacerlo. Tenía que quemar mi aldea. Y efectivamente, ha sido y viene siendo un proceso sanador.
¿Cómo fue el proceso creativo de esta obra? ¿Cómo elegiste a la protagonista, el director, la música y la puesta en escena?
Yo tengo una vinculación muy cercana con mi trabajo. Este siempre es extremadamente importante para mí, pero esta vinculación está más relacionada al servicio que al ego. En este sentido, yo sabía que era un buen texto. Que es una historia y palabra con el potencial de conectar con las personas y ayudarles a mirar hacia adentro y resolver algunos nudos personales. Pero también tenía super claro que yo no soy directora de teatro. Que lo que toma llevar un texto del papel al escenario excede o excedía mis capacidades en ese momento. Cuando voy terminando el texto voy a ver El Cuaderno Negro de Almada en el Teatro de la Alianza Francesa de Miraflores. En este montaje Caro Black Tam utiliza recursos escénicos que envuelven casi todos tus sentidos y te inserta en la historia. Esto era exactamente lo que quería para el texto. Hablé con Caro, le ofrecí mi texto y afortunadamente aceptó. A partir de ahí, el montaje es su visión y sensibilidad creativa. Él ha llevado el texto a lo que es hoy. Una obra que mueve, conmueve, confronta e interpela. Yo escribí las palabras en el papel nomas, pero él es quien las lleva a la vida.
La elección de la actriz fue una conversación entre ambos en base a lo que queríamos lograr y la música en vivo es algo que desde nuestras vivencias y sensibilidades personales, no podía faltar. Las notas específicas y las melodías son la creación, nueva cada vez, de Alma. Ella entrega su arte en cada función en base a cómo el texto la va moviendo así que al final el proceso creativo es algo que no se acaba sino que se renueva en cada puesta. Y mientras tanto, los miembros del equipo nos seguimos eligiendo unos a otros.
¿Cómo describirías tu voz como dramaturga?
Creo que mis textos, en realidad, siguen la misma línea de agenda de investigación y de mis columnas de opinión y de las demás plataformas en las que comunico ideas. Se que parece que escribir obras es una actividad desconectada de todo lo demás, pero en realidad, para mí, el teatro es una plataforma más para explorar los mismos temas de siempre: nuestras diferencias y similitudes, nuestras desigualdades, lo que mueve a la sociedad, quienes somos como nación, hacia donde estamos yendo, que significa ser un ciudadano, y otros.
¿Tienes en proceso o en planes escribir una siguiente obra teatral?
Tengo una obra a medio terminar que me atormenta desde mi cajón. Es un texto en el que se explora la historia, la situación y la existencia de las mujeres afroperuanas a través de la historia republicana, pero todavía están macerándose algunos elementos. Lo más cercano para mi es el estreno de Recuerdos de Octubre en este mes de mayo durante 3 fechas en los auditorios del Británico Cultural, y la obra que estaré dirigiendo el próximo año. InBestia será mi debut directorial con una obra que escribí ya hace algunos años con Luis Alberto León. Esta, está programada para junio del 2024 en el teatro de la Universidad del Pacifico así que los ensayos empiezan en enero pero el proceso creativo ya está en giro. ¡Les espero en el teatro!
Recuerdos de Octubre es un monólogo en acto único. A través de las palabras de la actriz, el uso de su cuerpo, ritmo y su acción en el escenario, exploramos las complejidades de las relaciones intergeneracionales entre las mujeres de una misma familia. La violencia experimentada en su cuerpo respecto de su madre y su abuela, y la esperanza o desolación que le causa la relación con su hija. En este proceso además, ella misma cuestiona la necesidad de maternar a su niña interna y de olvidar el pasado o superarlo. María Beatriz, el personaje principal, es una sola mujer, y a la vez somos todas.
Créditos
Dramaturgia: Mariela Noles Cotito
Dirección: Caro Black Tam
Actuación: Tatiana Espinoza
Composición musical y musicalización en vivo: Alma Morón Ballumbrosio
En su historia, el Perú ha sido cuna de grandes personalidades que aportaron al desarrollo de la cultura del país y cuyos nombres se mantienen vigentes hasta la actualidad como grandes literatos o poetas. César Vallejo, Blanca Varela, José María Arguedas, Victoria Santa Cruz, entre muchas otras personas forjaron con sus letras y su arte a la escena cultural. Sin embargo, con el tiempo, el interés por expresiones como la literatura y la poesía ha decaído y las personas que aún las practican son cada vez menos reconocidas.
Hacer poesía en Perú, en especial si se es mujer; no solo significa ingresar a un mundo en el que el reconocimiento será escaso, sino que una vez dentro se podrían presentar situaciones contra las que se debe luchar si se quiere surgir como una artista. Así fue el viaje de Paola Dávalos, una poeta de 31 años, para llegar a publicar su primer libro: “]de-lira[ hebra disonante”, una obra en la que expresa libremente su arte luego de haber superado las dificultades que rodean a la escena poética en Lima.
Según Paola, su interés por la poesía surgió desde pequeña, pero no es hasta los 11 años de edad que se conecta con esa expresión artística. A esa edad, escribir sus ideas era considerada una actividad privada y el contenido de sus textos no debía ser compartido con nadie. “En ese momento yo consideraba que escribir era algo malo, era algo sucio algo algo que estaba mal”, comenta.
No fue hasta que cumplió los 25 años que tomó la decisión de hacer que la poesía se convierta no sólo en un pasatiempo sino en una parte fundamental de su vida y como un medio de expresión al que dedicó tiempo para formar un estilo propio. Incluso a día de hoy, considera difícil referirse a sí misma como poeta. “Digamos que escribo poesía” es la frase que usa al momento de hablar sobre su talento con los versos.
“Yo sabía que quería publicar un libro. Me dije a mi misma que mi voz tiene algo que decir y no publiqué hasta que estuve totalmente segura de que así fuese […] Yo sabía que estaba en formación y todos los años en los que he hecho mi libro no han sido el final, sino el inicio de mi obra”, dice Paola sobre el trabajo que le tomó el crear ]de-lira[. “Por respeto a la poesía mi premisa es que si voy a decir algo, que sea bueno”.
Colectivos, machismo e inseguridad
Para llegar al punto en el que Paola se convirtió en la autora que es en la actualidad, tuvo que ingresar a la escena poética de Lima de alguna forma. Un colectivo de personas aficionadas a la poesía fue su puerta de entrada, aunque más que una experiencia constructiva, ella indica que fue desagradable debido a la cantidad de personas que usaban su afición como un medio para obtener algo más.
Lo que Paola encontró en ese grupo de personas fueron hombres que buscaron usar la poesía, el arte que ella producía, como una forma de generar interacciones de otro tipo pese a que su interés principal era el de conocer más y aprender a crear mejores poemas pese a que no tenía una formación que pudiera ayudarla a explotar su talento.
“Necesitaba aprender y una cosa era leer libros y otra era llevarla a la práctica […] lamentablemente me encontré con mucho machismo y mucha misoginia”. Según Paola, dentro de la escena pudo identificar a personas que usaban los recitales como un medio no para exponer contenido artístico y darle valor, sino para juntar amigos y beber licor o “ligar con una chica”, por lo que pudo notar de forma gradual.
Los recitales a los que asistía se producían principalmente en bares de diferentes distritos un fin de semana durante la noche. La idea de cada uno era sencilla: congregar a personas interesadas a la poesía para recitar frente a una audiencia que, en ocasiones, también se unía para leer algunos versos propios. Sin embargo, esto no era todo lo que ocurría en esas reuniones.
La experiencia de Paola fue negativa porque pudo notar el interés de hombres no por su trabajo, sino porque deseaban tener una interacción más íntima con ella. “La mayor parte de las veces ha sido más por un tema de “quiero salir contigo”, “dame tu teléfono”, “quiero una cita” o “te quiero invitar a un evento un festival, pero qué hay a cambio”, algo que desagradó a Paola quien luego de una experiencia tan negativa como esta, decidió alejarse de los colectivos de poesía.
Aunque los recitales como el descrito por Paola no representa a todos los que se organizan en la ciudad, pasar por la experiencia sí le ayudó a identificar señales que pueden indicar a una persona cuándo es que está asistiendo a un evento que podría ser el escenario de actos desagradables para las mujeres.
“La mayor parte de las veces han pensado que diría que sí, pero yo me indignaba y comenzaba a rechazarlas. Llegó un momento en el que también lo expuse”, afirmó la poeta a La Antígona. “Me puse a pensar en los chicos que hacen lo que quieren y tienen estas actitudes […] Algunas personas tienen estos comportamientos y lo usan como excusa para tomar licor. Conforme fui avanzando en este medio me di cuenta de que me hubiese gustado no conocerlo, pero me ha venido bien para saber en quién confiar ahora”.
Paola logró identificar algunas señales de que los espacios artísticos son usados como un medio para que algunos hombres puedan acercarse a mujeres con la excusa de las expresiones artísticas:
Demasiada atención: Si una chica nueva recibe demasiada atención por parte de los hombres que forman parte del grupo es un indicador de que podrían intentar algo con ella.
Invitaciones a tomar licor: Según Paola, los hombres interesados en interactuar de una forma más cercana por fuera de lo artístico se centran en que la mujer tome mucho.
Apañamiento: En ocasiones es posible que algunas personas que se encuentran en estos espacios artísticos ya tengan algún antecedente de haber acosado o tenido expresiones de violencia, pero que aún así se mantengan dentro de un conjunto de invitados recurrentes.
Erotismo y sexualidad aún son tabú
Paola se considera una mujer feminista y que está a favor de la libertad de las mujeres de explorar y expresar su sexualidad de la forma que deseen sin que eso lleve a que otras personas las traten como objetos. Estas ideas maduraron luego de que, durante el año 2020, ella y otras cuatro mujeres decidieron emprender un proyecto de poesía erótica llamado Verbo Húmedo.
El concepto de estas presentaciones era el de rendir tributo a otras mujeres que escribieron poesía erótica con una puesta en escena en la que cinco personas expresaban libremente su sexualidad y su individualidad como un acto político y personal sin que fueran sexualizadas.
La experiencia, que solo se produjo dos veces aquel año previo al inicio de la pandemia en Perú, fue lo que llegó a conectar a Paola aún más con un aspecto de su arte que hasta el momento se mantenía bajo un manto de inseguridades: la expresión corporal. “Para mí fue liberador, el comienzo de la exploración de mí misma en ese aspecto”, indicó a La Antígona.
Las puertas del erotismo no solo se abrieron para ella desde el momento en el que Verbo Húmedo se concibió y llegó a exhibirse, sino que se animó a escribir poesía erótica y a desarrollar ese aspecto artístico dentro de su repertorio literario. La exploración del erotismo también llegó a su primer libro y, junto a su visión del feminismo, tienen incidencia en algunos de sus poemas, aunque también reconoce que no es algo que haya desarrollado aún.
“Yo creo que sí debe haber mayor diálogo porque es lo que nos permite darle otra lectura a la obra que tenemos al frente […] Las personas se escandalizan todavía porque una mujer bese a otra o que se hable explícitamente sobre una relación entre ellas, cuando estamos en tiempos en los que eso debería normalizarse”, finalizó.
“]de-lira[ hebra disonante”, como primer poemario de Paola Dávalos no solo es la primera obra de una mujer que se ha dedicado a explorar de manera autodidacta distintas expresiones de su arte, sino que además ofrece un nombre más dentro de la limitada oferta de poetas que son capaces de enfrentarse a los prejuicios del género y a las dificultades.
Paola no es la siguiente Blanca Varela, como pudieron haberle dicho alguna noche en medio de una reunión de colectivo poético entre risas, licor y versos, pero con su llegada al público por medio de ]de-lira[ ha iniciado su camino para ser la primera Paola Dávalos de la escena.
Yndira Pereda es una mujer Chocoana, primera bailarina y co-fundadora de la compañía Sankofa Danza Afro y creadora de la compañía Wangari que empodera mujeres afrodescendientes a través de la danza.
Yndira llegó a Medellín a los 17 años con el sueño de convertirse en bailarina. Ese sueño se convirtió en una experiencia que la haría “volver a la raíz” con Sankofa, una compañía de Danza Afrocolombiana que, más que una palabra, es una filosofía africana que propone conocer el pasado como condición para comprender el presente y poder dimensionar el futuro.
Este pensamiento ha guiado el camino de la corporación fundada por Rafael Palacios en 1997, como espacio dedicado a la formación y la creación en danza entre las Comunidades Negras en Colombia y otras poblaciones vulneradas en sus derechos humanos.
Años después Yndira seguiría el ejemplo de su maestro Rafael al fundar su propia compañía de danza afrocolombiana llamada “Wangari” que busca empoderar a las mujeres, esto, porque según sus palabras: “Debemos empezar a contar nuestras propias historias y para que no venga otra persona a hablar de algo que no ha vivido. Es importante que la misma comunidad afrocolombiana pueda crear estos espacios”.
Como parte de las presentaciones que realizó la compañía “Sankofa” con motivo del Festival Danzatlán 2022 en diferentes Estados de México, pudimos conversar con Yndira sobre la importancia de transmitir por medio de la danza la falta de oportunidades para las personas afrodescendientes, así como la desigualdad social y racial que esto implica.
¡Yo quiero bailar!
Fotografía cortesía de Yndira Perea
¿Cómo llegaste a la danza?
Comencé en la danza desde que tenía cuatro años. La persona que me inspiró fue mi abuelita, Ramona García, una mujer a la que le tocó lucharse la vida, esto porque también existe el abandono de los hombres a las mujeres afro y entonces ellas tienen que seguir como guiando el camino en este caso sus hijas. Me inspiró esta mujer poderosa que logró sobrevivir y sacar adelante a sus a sus hijas sola.
¿Cuáles fueron los retos que enfrentaste para poder bailar?
Cuando me trasladé a la ciudad de Medellín para comenzar mis estudios profesionales fue un poco difícil porque yo lo que quería era danzar, pero claramente la sociedad no ve la danza como una profesión digna, sino como una afición. Fue complicado poder decirles a mis padres que quería danzar, o sea, que la carrera que quería hacer era Danza. También me gustaba la contabilidad. Entonces mis padres dijeron: “bueno, vete y estudias Contaduría Pública”. Ahora soy Auxiliar Contable y licenciada en Danza por la Universidad de Antioquia.
¿Cómo enfrentaste esos estigmas y miedos?
Siempre se nos recalcó nuestro papel en la sociedad. Se nos dijo que no sabíamos y que no podíamos hacer mucho por ser personas afrodescendientes. Me gradué con honores en la Universidad y para mí fue difícil creer siquiera que mi tesis había sido aprobada. Fue impactante ver que otras personas habían validado esto que yo había escrito y a la vez fue un recordatorio para mí Yndira, de lo que soy como mujer afrodescendiente. Pienso que a veces nosotras mismas no sabemos el potencial que tenemos dentro porque nos han educado para no confiar, no reconocernos y que, por desgracia, a veces lo sigo creyendo.
“Volver a la raíz”
Fotografía cortesía de Yndira Perea
¿Cómo llegaste a Sankofa?
Al maestro Rafael lo conozco en unas audiciones que presentó en Industrias Noel porque hacen unos espectáculos de Navidad. Me presenté, pasé y fue allá donde conocí al maestro como director coreógrafo de este proyecto que también fue importante para mí porque me ayudó a crecer como artista. Éramos diferentes bailarines de la ciudad y aprendí mucho de ellos. Allá estuvimos como cuatro años. Luego, el maestro crea Sankofa, es allí donde nos invita a cinco artistas y de ellos sólo quedo yo.
¿Cómo comenzó Sankofa?
Rafael Mario Palacios [quien la dirige] en su afán por reconocerse como un hombre afro busca estrategias para indagar acerca de quién es y qué es lo que quiere para su vida sabiendo que vive en una ciudad de población blanca mestiza como lo es Medellín, donde se crío y no había ninguna identificación como hombre afrocolombiano.
¿Qué es Sankofa para ti?
Sankofa ha sido un proyecto muy importante en el que he creído firmemente, así como de la guía del maestro. Creo que es difícil poder encontrar a un maestro como Rafael Palacios que te guía el camino, pero que también te ayuda a entender lo difícil de este y acompaña también tus pasos.
Poéticas que parten de la raíz de la Danza Afro
Fotografía cortesía de Yndira Perea
¿Qué ha implicado la Danza Afro en tu vida?
He tenido la formación en danzas afro contemporánea con mi maestro y también con la maestra de él, que es Ireneta Sambedo. Estuvimos en Burkina Faso, África, donde estudiamos por tres meses. Ahí entendí esas otras maneras y otras formas de trabajar el rigor, aprender cómo trabajan los africanos y la visión que tienen. Así como la importancia que tiene la tradición como su raíz y con la firmeza de la que parten para hacer su danza contemporánea.
De esa experiencia en Burkina Faso me vine con muchos aprendizajes, como su nombre lo dice, es una tierra digna me permitió llegar a un éxtasis en la danza y exigirle a mi cuerpo y a mi mente cierto. Porque a veces tenemos muchas trabas mentales y con la Danza Afro puedo romperlas y llevar mi cuerpo a otro nivel con una nueva mirada como mujer y como mujer afrodescendiente.
¿Cómo ha sido el proceso de politizar la danza?
Bueno, con la puesta en escena de “La ciudad de los otros” hemos recorrido el mundo hablando de cómo nosotros, jóvenes afrodescendientes en una ciudad que no es la nuestra y cómo vivimos esto, cómo se sigue perpetuando, las miradas exóticas eróticas y sobre el cuerpo racializado. Considero que Sakofa es una de las compañías más importantes de Colombia por su formación y técnica en danza, pero también por eso que queremos narrar desde nuestro cuerpo.
¿Cómo es danzar con un mensaje político?
Son movimientos que no son vacíos de contenido, sino que están llenos de historia y es así como consideramos nuestro cuerpo: como el primer territorio el que está lleno de historicidades que queremos contarle al mundo para concientizar a las personas. Me ha dado fuerza como mujer afrodescendiente para crear otros procesos, porque tienes que conocer tu realidad y estar atenta a lo que sucede en el territorio. Para nosotras [mujeres afrodescendientes] es importante protegernos porque nadie más lo va a hacer. Las personas no negras no van a hablar por nosotras. Son muy pocas las que acompañan este camino y que apoyan tus luchas.
Wangari: empoderar mujeres afrocolombianas a través de la danza
Fotografía cortesía por Yndira Perea
¿Qué mensaje quieres transmitir a las mujeres afrodescendientes con la danza?
Que somos una comunidad y tenemos una responsabilidad porque somos mujeres afrodescendientes, empobrecidas, y que además vivimos en una ciudad que no es la nuestra y que se nos sigue racializando y no se nos permite llegar a unos espacios importantes para nosotras como lo es quizás la educación, estar en esos espacios de poder desde donde podemos crear estrategias para para transformar una sociedad. Entonces, sin duda, la danza es importante para mí porque desde allí puedo crear espacios de transformación .
¿Qué espacios se pueden transformar con la danza?
Se puede invitar a jóvenes de la ciudad, niños, niñas, adolescentes y personas adultas que se permitan reflexionar acerca de lo que está sucediendo en nuestro territorio con la gente afro, con la gente indígena, con la gente LGTBTIQA+. Con esas poblaciones que han sido vulneradas. Siento que como artista afro tengo responsabilidades muy importantes y que no son fáciles.
La transformación social se va dando de a poco, pero por eso me permito brindar estos espacios [de danza o artísticos] que no se nos da en las instituciones educativas porque esa es otra cosa, las instituciones educativas no quieren que veamos lo que está sucediendo, no quiere que hablemos, no quiere que pensemos. También debemos reflexionar desde esta mirada para crear nuevas maneras de permitirnos transformar nuestra mente.
¿De allí es que surge la necesidad de hacer tu compañía de baile?
Sí, Wangari es este espacio donde puedo decirle al mundo sobre lo que está pasando con las con las mujeres afro en el territorio. Mi lugar de enunciación como mujer afrodescendiente me permite resaltar el valor y el poder de la mujer afro, en una sociedad donde tu color de piel es estigmatizado y nuestros cuerpos son territorio de guerra. Por eso, ha sido tan importante para mí producir estos espacios de danza porque es desde allí que se genera una conciencia crítica para combatir, desmontar y deconstruir estos lenguajes que perpetúan el racismo y la exclusión. Sobre todo, esa subordinación que nos trata de imponer el colonialismo.
Creo obras que van desde nuestra tradición y reflejan la importancia de nuestra tradición para, conservarla, valorarla y visibilizarla. Pero, también me permito crear obras con una reflexión crítica acerca de lo que está sucediendo, por ejemplo “Trenzadas” es una obra que se pregunta por la equidad de género y la violencia como factor resultante de imposiciones machistas y cómo se desarrollan estas opresiones sistemáticas, no solo en las mujeres, porque inicialmente analizamos lo que está ocurriendo con las mujeres, pero luego nos damos cuenta de que el hombre también está cayendo en estas en estas agresiones.
“Nunca olvides de dónde vienes y tu esencia, para poder construir tu futuro”
¿Qué le diría la Yndira de ahora a la que llegó a Medellín con el sueño de ser bailarina?
Bueno, que ha sido una mujer muy luchadora, muy poderosa y que siga sus sueños. Que nunca olvide su esencia y de dónde viene para poder construir su futuro, que, aunque se ve lejano, vas caminando hacia allá. Que siga construyendo estos espacios donde puede transmitir los conocimientos y más que transmitir los conocimientos es un lugar de respeto y de escuchar de las otras.
También decirles a las infancias que son el futuro de nuestro país [Colombia] que sigan su intuición, que sigan luchando por lo que en realidad desean ser en la vida y que lo más importante es poder construir en comunidad.