REGISTROS ATÁVICOS: POEMAS QUE SE MECEN ENTRE LA HIEL Y EL AMOR

REGISTROS ATÁVICOS: POEMAS QUE SE MECEN ENTRE LA HIEL Y EL AMOR

Por Johanna Gallegos @Johanna_Gallegos_a

Diandra García, escritora trujillana, firmando su libro «Nombres para un desamor». Imagen: Savia Casa

La escritora trujillana Diandra García presenta su primer libro de poesía titulado “Registros atávicos” (Alastor Editores, 2024) y conversa con Johanna Gallegos para La Antígona. Este libro es el debút poético de la joven escritora y a su vez, un trabajo impecable de más de tres años de registros escritos con pensamientos, vivencias y sentimientos que marcaron su vida. Un diario íntimo, un registro de historias, una “habitación propia”.

Diandra García Rouillon es una de las brillantes promesas de la literatura liberteña y peruana. Es Bachiller en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Antenor Orrego y estudiante de la carrera de Lengua y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha sido redactora de las revistas Taquicardia, Cadá y La Antígona. Desde muy joven se vio inundada de literatura y descubrió su gran talento al ganar el primer puesto en el concurso de Cuentos de Amor Universitario (UNFV, 2021) y al ser finalista del Festival de Poetas Inéditas de La Libertad (Alianza Francesa). Hace poco presentó su primer libro “Nombres para un desamor” (Dentro, 2023), un conjunto de cinco cuentos donde explora la temática del amor y las relaciones desde una mirada fresca y experimental. 

En esta entrevista, Diandra conversa sobre su primer libro de poemas “Registros atávicos”, la experiencia de registrar cada pensamiento y vivencia a lo largo de tres años para dar como producto una obra poética conformada por cuatro secciones: hiel, herencias, retorno y amor.

Diandra, quisiéramos saber más sobre tus primeros acercamientos a la poesía; conocíamos tu gran talento con la narrativa, sin embargo, este es tu primer libro de poemas y nos encantaría saber ¿por qué elegir la poética?

La historia es larga pues lo primero que escribí fue poesía. El 2019 escribí mi primer poema, lo recité en el 2020 para un público y desde ahí no paré de ir a recitales e involucrarme. Es por eso que este libro, “Registros atávicos”, contiene poemas que escribí durante el 2019, 2020, hasta el 2023; es un libro que se desarrolló en esos años. El primer manuscrito que hice fue el 2022, fue revisado y aceptado a finales de ese mismo año y el 2023 ha estado en ediciones. 

Este libro fue escrito antes que “Nombres para un desamor”, sin embargo, por distintos procesos que he vivido, tuvo un proceso más lento. 

¿Y esto porqué sucede?

Me pasa que en la poesía —más que en la narrativa— el proceso de pulir es mucho más intenso y colaborativo. Me gusta involucrar, no solo al editor, si no a compañeros y amigos. A ellos les envío mis escritos preguntándoles sobre sus pensamientos y opiniones. Además, hubo un proceso de maduración personal. No soy la misma persona de hace tres años; en esa época tenía menos seguridad, y es más, sé que en algunos poemas se podrá entrever ese “manotazo” a un estilo ajeno. Poco a poco pude asegurar mi voz, aunque sigo haciéndolo hasta ahora, como todos, creo. 

Definitivamente fue un proceso de creación largo y seguramente hubo muchas fuentes de inspiración, cuéntanos ¿qué podemos encontrar en “Registros atávicos”?

En primera instancia, “Registros atávicos”, tiene un concepto interesante pues es de una persona que va escribiendo como un diario. Por eso la portada es una especie de “diario personal”.

Una bitácora con estilo “girly”…

Claro, algo similar. Yo quería que se sienta eso, como algo que escribió alguien y que fue creciendo. Y, por ello, también se divide en cuatro secciones. Estas están asociadas a un año.

Siempre he escuchado que las personas que escriben poesía empiezan desde su familia. A mí me pasó eso. Inicié como una especie de “13 Reasons Why”, dirigiéndome a todas esas personas a las que, yo sentía, que no les había dicho algo y que restaba un mensaje dentro de la herida que yo tenía. En eso encaja la primera sección del libro. Son como poemas con mensajes de rencores, de temas agudos y punzantes; se titula “hiel” por esos motivos. Dentro también hay dedicatorias a personas pero siempre partiendo desde ese sentimiento de rencor. Son los poemas más antiguos.

Luego de ello, pasa el año 2021 y en este año gira la sección de “herencias” dónde abarco a mi familia. Hay un puente entre esta sección y “hiel” porque la voz poética tiene un rencor más familiar y sobre todo con el padre y otras figuras como la madre, la abuela, entre otras. “Herencias” es justo eso y hace alusión al nombre del poemario pues atávicos es justo eso, algo ancestral. 

“Retornos” regresa al rencor, pero esta vez no está dirigido hacia una persona sino a uno mismo. Es como volver a uno mismo; una suerte de vómito.

Una introspección de uno mismo atada al sentimiento de rencor…

Sí, no es para nada una mirada compasiva. En “retorno” hay más juicio y una sensación de insuficiencia. 

La última sección es “amor”. Es mi favorita porque son los pocos poemas que escribí durante mi adolescencia y temprana juventud que parten justamente del amor, y no necesariamente desde una idea romántica. Sí tiene poemas de amor romántico como uno que me encanta titulado “AMOR” pero también hay otros como “Ciudad amarilla” que es sobre el amor a una ciudad, en este caso Trujillo pues yo quería que este poemario esté bien relacionado a esta ciudad. Hay menciones de Trujillo a través de descripciones que para mí son notorias y espero que lo sean para el lector. Incluso, hay menciones a personas relacionadas a este espacio como un artista trujillano que falleció. 

¿Fue escritor? ¿Dirías que te inspiró?

No fue escritor, él era artista. Su nombre era Diego Zeta. Fue miembro de la comunidad y estuvo encargado de muchas ilustraciones para la Alianza Francesa de Trujillo. Tenía un gran talento. Tuve la oportunidad de trabajar con él y durante ese tiempo conecté con su manera de percibir la vida y su filosofía. Su muerte fue impactante para mí y quería escribir sobre él pero al no ser tan íntima tenía ciertas dudas si hacerlo. Al final y con el pasó del tiempo, decidí hacerlo y ahora está incluido en el poemario. 

¿Está en la sección amor? 

No, está en “retornos” porque justamente es parte de volver al pasado, ver atrás y recordar a alguien que ha fallecido; es una vuelta atrás. Y de hecho en esta sección hay una parte que tiene dedicados. Hay uno para Zeta, uno para Amy Winehouse, uno para Gabriela Mistral. Solamente en esa sección hay dedicatorias para personas específicas. 

¿Tienes una sección favorita? 

Es complicado. Yo diría “amor” pero es más que nada porque fue como una antesala de hacia donde miró mi literatura después de mudarme a Lima. Las fechas de cada sección no son del todo fidedignas, hay una carga ficcionalizada. La mayoría de poemas sí pertenecen al año en el que están asignados pero otros han sido cambiados por cercanía de tema. 

Siento que en el caso del 2023 o “amor”, hay mucho de Lima. Quizá no aparece tan descriptivamente pero fue parte de mi experiencia al mudarme, fue en una etapa transicional y así la siento…como una transición a dónde estoy ahora. Yo quise aproximarse a la temática del amor pero me frenaba porque sentía que era un tema manoseado, tan sucio que no quería mancharlo más. 

Mi otra sección favorita fue “hiel”, la primera. Actualmente no me siento tan representada por esos poemas pero siento que funcionan bien juntos, especialmente al ser recitados. Al presentarlos al público rinden bien como puesta escénica. Su presentación la siento más teatral que las demás y su carga performativa es alta. 

Es un contraste interesante… ir desde la hiel al amor; es como ir desde un polo al otro, ¿al escribir el poemario, lo imaginaste así? 

No, vengo dándome cuenta ahora (risas). Ahora que lo pienso, el primer poema tiene la palabra odio. Así que se podría decir que sí, que va del odio al amor. 

Exactamente ¿Sientes que quieres quedarte en esta etapa de “amor” o piensas en explorar aún más? 

Estoy explorando. El año pasado escribí dos poemas que son completamente lejanos a lo que suelo escribir. Uno se titula “Ha pasado el tiempo, ¿y?”, es de temática política y parte de la liberación de Alberto Fujimori. Nunca antes me había expresado políticamente pero me resultó indignante la situación, sobre todo por el enfrentamiento que hubo en redes sociales y hasta en cenas familiares. Se daban polémicas y debates para saber qué lado era el más villano. Yo considero que fue una falta de respeto a las personas que fallecieron asesinadas. Desde esa mirada fue que me animé a escribir y me expresé a través de la ironía. Anteriormente había escrito sólo una vez sobre el fallecimiento de un manifestante en la sierra de La Libertad, pero ese poema aún lo reservo. 

Con respecto a mis exploraciones, la mayoría han sido desde el amor, la ausencia, la sencillez. De eso se trató mi experiencia creativa estos últimos meses. Pienso que no todos los escritores parten desde sus evoluciones personales, algunos sí tienen pinceladas de sus vidas en sus escritos pero para mí no es así. Creo que es más una carga privada. Un espacio íntimo que se va ficcionalizando. 

¿Eso te pasó con ambos libros?

Sí. El primero no es autobiográfico pero sí hay una carga íntima. Muchas personas que me conocen me preguntan si va dedicado a ciertas personas pero no siempre es así. Entiendo por qué lo hacen pues hay mucho de mí en ellos.

¿Has pensado en escribir más de tus pensamientos en temática política? 

He pensado en cómo articular más mis nuevos intereses. Me preguntaba cómo juntar poesía política con poesía de amor, pero por lo pronto y como es un proceso muy espontáneo, creo que los productos que vienen van a ser iguales. Voy a seguir escribiendo hasta que sienta que he compuesto un cuerpo y que por sí mismo puede andar bajo un título. Mientras tanto iré recitando pues sirve mucho. Enfrentas a un público y ves cómo la reciben y entienden, si sienten algo. 

¿Y con respecto a los cuentos? 

Yo creo que me sería más fácil escribir un libro de cuentos porque tengo ya escritos algunos y considero que podría crear más desde otros lugares. De hecho, con los cuentos agarré dos vertientes —como con la poesía—, un lado que parte desde el horror, una carga de suspenso y que tiene ciertas referencias al futuro (de manera tecnológica incluso) por ejemplo hablando de compuestos químicos —que desconozco por supuesto— (risas) y de enfermedades incluso; y también tengo esta otra vertiente que mirá hacia el amor que pregunta por las relaciones extrañas, que no sobreviven al tiempo o que son más de dos personas participando en la relación. Siento que debo articularlas para tener un producto pero no me estreso porque mi escritura es un proceso espontáneo. 

¿Es un ejercicio muy propio tuyo? 

Es más como un impulso sistemático. Constantemente tengo ese impulso por registrar algo y a veces me voy al vertedero de la poesía, a veces al de la narrativa. Nunca traté con novelas pero no las excluyo. Solo sé que para mí la escritura es una necesidad, un imperativo diario. 

¿Lo consideras un hábito?

Sí, definitivamente. Es un hábito ritualizado. Yo le otorgó una suerte de sacralidad. Tanto es así que a veces es incómodo cuando alguien entra a ese espacio sagrado e interrumpe de alguna manera.

¿Cómo fue tu camino para contactar con la editorial actual con la que estás publicando? ¿Fue un proceso complicado?

Fue un proceso en el que fui intentando muchas veces. Yo tenía mi manuscrito como un bebé, totalmente nuevo. Un amigo me recomendó una editorial a la cuál envié este manuscrito pero ellos me dieron la sugerencia de imitar a otros poetas porque aún no veían en mí, una voz madura. Eso me desanimó muchísimo pues yo consideraba que sí había una personalidad en esos textos. Anteriormente, ya había enviado ese manuscrito a dos editoriales: Dendro y Alastor. La primera la conocía por amigos y la segunda, yo la conocía desde antes y la admiraba pues en ella habían publicado poetas que me gustaban como Denisse Vega y Victoria Mayorga. Era un sueño publicar en el mismo espacio pues había mucha literatura de mujeres. 

Mi primer contacto fue en marzo del 2023 y recibí respuesta en diciembre. Yo creía que era un tema muerto, no tenía planes de publicar. Jamás pensé en dejar de escribir aún cuando en ese tiempo trabajaba como community manager. Sabía que seguiría escribiendo. Era algo que haría toda mi vida pero no creía recibir respuestas para publicar hasta que un día recibí un mail (en el trabajo) de la editorial. Cuando leí me puse a llorar en el baño, llamé a mi mamá y le conté. También intenté llamar a un amigo que era mi lector beta, la persona que leía todo lo que escribía y me daba una mirada crítica pero por temas personales no fue posible hablar con él por lo que sentí que no podía contarlo, no se lo dije a nadie más. Ya con el tiempo fui revelando a las otras personas. Un tiempo después, Dendro me contactó disculpándose por la demora en responder, así que les pedí que tuvieran en consideración mis cuentos, los leyeron y les gustó. Esa es la razón por la que “Nombres para un desamor” salen antes que “Registros atávicos”, a pesar que fueron escritos después que los poemas. 

Alastor Editores nos ha dado una pincelada de lo que contiene “Registros atávicos” pues en redes sociales publicaron el poema “Balada”; en tus propias palabras ¿qué significado tiene para ti esta pieza que justamente suena como una canción? 

“Balada”, para mí, es un poema muy dulce acerca de la pérdida, la ausencia paterna. La dulzura de no tener al padre a pesar de sí tenerlo. Este poema tiene una historia bonita pues su proceso de creación contiene una trayectoria. Era una canción. No soy música pero me gusta cantar y suelo crear. “Balada” nace en la ducha. Empecé a cantar, luego caminé hacía mi cuarto, caminé por todo el departamento en Trujillo y finalmente tomé posición en la sala y empecé a escribir en un cuaderno. Quería aproximarme al origen de ese ritmo y por mi autopercepción, muchas veces siento una sensación de que “hay algo malo en mí”, y mis dolores han nacido de ahí y persisten. Es una insistencia entre el pensamiento y la sensación. Entonces en el poema, hay una búsqueda de ese malestar en el padre. Quizá lo que esté mal nace desde ese padre que nunca apareció y que representó una especie de cárcel durante el crecimiento. 

Una canción hecha poema 

Sí. Me gusta que al ser una canción, su mismo lenguaje no es tan solemne. Incluso la última parte termina en “pa” —haciendo referencia a pa’ cantar— en lugar de “para cantar” y se anexa al significado de padre e infancia. 

Esta estrategía de convertir canciones en poemas es novedosa dentro de la poesía ¿tuviste otras técnicas originales para escribir?

En “Registros atávicos” hay de todo un poco. Tiene poemas —como el de Amy Winehouse— que son, básicamente, poemas tradicionales con rima consonante, métrica y deviene de las lecturas que tenía. El libro es un diario porque mis textos nacen de mis cuatro formas de escribir. La primera es a partir de la melodía; suelo tararear y decir frases; otra es más de escritura automática e ir puliendo; otra es más ritual, pues involucra el cuerpo como expresión, es decir, selecciono canciones y empiezo a moverme pensando en elementos —tierra, agua, fuego y aire— y empiezo a escribir. Suelo usar mucho esta forma. Por último, está la de expresar con mi voz lo que quiero decir. El poema, para mí, es una construcción que se lee. Sé que hay escritores que se quedan con lo que redactan en el papel. Yo necesito que el poema tenga una lectura. Escribo pensando en cómo va a sonar cuando lo recite. 

Tus formas de escribir son muy honestas

Sí, y a veces me generan situaciones con las personas que me rodean. Una vez escribí un cuento desde la perturbación de ver una herida grande en el cráneo de un amigo. Por este sentimiento que me producía ver esa lesión empecé a escribir un cuento en plena universidad. 

Tu escritura se volvió una manera de lenguaje tuyo

Sí. Esa técnica está más presente en narrativa que en poesía. Yo soy mucho de tomar algo pequeño y llevarlo hasta sus últimas instancias, hasta casi la exageración para ver qué sucede. En la poesía suele pasar pero menos frecuente. Hace poco escribí un poema “Dos veces narciso”, en el que busqué llevar la decepción amorosa hasta la última consecuencia, la idea de no me amabas. Eso no pasa en la vida real pero la literatura te permite ficcionalizar algo y que de alguna manera, eso sea más honesto de lo que pasó. 

Cuéntanos sobre los eventos de presentación y firmas que tendrá “Registros atávicos”

Personalmente, me gusta estar involucrada en la realización de estos eventos y estar acompañada de más artistas y en general de mucho arte, es por ello que contacté —en enero— con Cindy Muñoz, poeta trujillana y Lizeth Agüero, artista; y ambas aceptaron estar este 23 de marzo en la presentación de “Registros atávicos” en Trujillo que se llevará a cabo en la Alianza Francesa (Jirón San Martín 858) a las 7pm. También estarán grandes músicas y cantantes que sigo desde muy jóven.

En Lima, también habrá una presentación para la cual invité a dos amigas: Leslie Baltazar, literata que tiene poemas musicalizados que me agradan muchísimo, y Ari Enero, actriz, performer y clown. Este evento se dará el 06 de abril en la librería Placeres compulsivos (Jirón Sucre 407, Barranco) también a las 7pm. 


♦ Nació en Trujillo, Perú, en 2000.

♦ Es escritora y estudiante de literatura.

♦ Ha publicado poemas en la Revista Bohemia Liberteña y es redactora de La Antígona.

♦Obtuvo una mención honrosa en el III Concurso de Cuentos de Amor Universitario.

♦ Publicó el libro “Nombres para un desamor” y ahora, “Registros atávicos”.


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Contrahemisferios: nace una poeta trujillana

Contrahemisferios: nace una poeta trujillana

Por Diandra García

“Siento que aquí nazco”.

Christina Castillo (Trujillo, 1990), escritora, editora y abogada trujillana que acaba de publicar su primer poemario. 

Lo tengo entre mis manos. Sofá largo, taza de café, cuchara grande para el azúcar (no de postre, curiosamente), galletas Cream Cracker en un plato tendido. Christina Castillo (Trujillo, 1990) desapareció por varios minutos mientras yo espiaba su librero a la distancia. Es tres veces el mío. No se me ocurrió buscar Contrahemisferios allí. 

Es el primer poemario de Christina (escritora, editora, abogada) aunque lleva escribiendo desde adolescente. Un libro maduro. Tapa violeta, rostro clásico (griego) con el cerebro abierto, círculo ámbar detrás de líneas diagonales. Estilo entre minimalista y cyber (diría yo). La solapa está casi vacía. Christina la diseñó “como su nacimiento”: nombre, lugar y año, nada más. Es la autora más inédita posible. Sin embargo, los libros no son, de ningún modo, inéditos para ella.

–Mi mamá nos compraba revistas muy antiguas llamadas Veoveo, con pequeñas historias ilustradas. Fue lo primero que yo de verdad leí, o sea, con gusto.

Asiento. Christina luce el cabello ondulado suelto, lentes negros, expresión amable. En sus gestos, reconozco una predilección agradable que no sé definir. ¿Cuidado? ¿Amabilidad? ¿Decisión? Ahora mismo, son palabras lejanas entre sí, armonizando en su manera de ofrecerme el café con una larga cuchara dorada, como si fuera sopa…

La biblioteca de su infancia pertenecía a su madre. 

Sus primeros libros leídos fueron La cabaña del tío Tom y las novelas policiales de Agatha Christie.

Al egresar de la secundaria, se matriculó en la facultad de Derecho.

–Pensé postular a literatura en la UNT, pero hubo huelga, no se pudo. Entonces fui con mi mamá a la UPAO. Me gustaba la idea de ser abogada, quería comprender lo que decían las noticias.

Antes, en quinto año de secundaria, Christina había formado parte del proyecto Poesía Joven del profesor Manuel Medina. Fue en esos años que su escritura migró de lo que ella considera una imitación de Góngora (“muchos adornos, poemas redondos, poemas perfectos…”) a un espacio diferente. 

–Podías escribir sobre peleas con una enamorada, o con tu familia, y Manuel te escuchaba. No tienes idea de la experiencia que es leer ese poema para un niño.

Su primer recital fue en el Integral Class, colegio conocido por su preparación académica para quienes deseaban ingresar a universidades de escasas plazas disponibles, como la Universidad Nacional de Trujillo (UNT). Eran ocho jóvenes participantes. (contándola a ella). Christina los recuerda como un “grupo de niños poetas”, en medio de los alumnos genios. No fue su única vez como infiltrada. El proyecto de Manuel Medina continuó con universitarios, en la Universidad César Vallejo (UCV), conformando el Círculo de Poetas Jóvenes. Para aparecer en la antología, Christina tuvo que matricularse en la UCV por un ciclo. 

El Círculo es el escenario seguro donde Christina aprendió a sentirse poeta. Hasta la fecha, mantiene el contacto con su maestro, Manuel Medina, y otros miembros. Uno de ellos fue quien realizó la ilustración de Contrahemisferios.

–Hemos sido (el Círculo) parte de la escena cultural trujillana (…) Hubo un evento, Poesía cruzada, en el que intercambiamos poemas con poetas mayores. Preparé mi primer grupo de tres poemas, que han ido mutando hasta encontrarse acá –indica Christina.

Está señalando los hemisferios en mi regazo.

El poemario ya se estaba gestando desde 2018. En un principio, iba a titularse Los hemisferios reales, pero tanto el ritmo de edición como los planes acerca del contenido hicieron a Christina cambiar de idea. Decidió autogestionarse. 

–Es caro publicar. Es difícil para un joven escritor: las librerías se quedan con bastante porcentaje de las ventas, las editoriales grandes no apuestan por ti… Es complicado. 

Inició la casa editora Mireya, cuyo nombre es un tributo a su madre, recientemente fallecida. Es como si, en Contrahemisferios, Christina volviera a nacer de ella, de Mireya, atravesada por la poesía. Por eso la biodata le resulta innecesaria.

–Lo pensé mucho. Se suelen poner premios, yo no he ganado ninguno, o que han participado en eventos…

–Eso sí has hecho.

–Sí, eso he hecho –reflexiona–. Siento que aquí nazco, en todo caso.

Su nacimiento se abre con una sección dedicada al hemisferio izquierdo del cerebro. El lado racional. Los genios del Integral Class en la punta del lápiz de Christina, aproximándose al poema, al papel. Son 8 composiciones que ella define como “intentos de arte poética”, y a las que guarda mayor cariño, por haber consistido un “esfuerzo constructivo más grande”. La segunda sección, más extensa, es el hemisferio derecho. Contiene poemas más antiguos e íntimos. El lado emocional. Allí están, también, los poemas del Círculo y de Poesía cruzada

Pregunto a Christina si cree que el poemario está impregnado de un discurso científico.

–A mí Mme interesa qué parte de nosotros construye poesía. ¿Qué parte de tu mano te hace crear? Por ahí va el juego del libro.

–¿Eso nos ayuda a responder qué es la poesía?

–Ojalá, ¿no? 

–¿Por qué quisiste comenzar desde allí? 

–Porque crecí como un ser humano normal, pero una parte de mí quiere escribir poesía, una parte que busca crear belleza. La otra solo quiere vivir, equivocarse, derramarlo todo, tratar de repararlo. La vida y la muerte, más o menos. Esas son las dos caras del libro.

(…)todo este poema es un ovillo de codicia incesante
un manojo de lluvia que empapa de deseo
la mente de su creador
y nos quema a pesar del sonido
de la rabia que nos mantiene tibios e inmóviles
como esos monstruos
y estas garras que no se detienen                                                           no se detienen

Fragmento de el anticuerpo / la poesía 
(…)el futuro es una lágrima que sin querer mis ojoscontinúan alimentandoesta casa es la tinieblaes el techo que se cierra y la desventura de conseguirseuna verdad que oculte a mis paredes para siemprecomo estos párpados que solo           
 te escuchan




Fragmento de El ojo de Edelmira
hemisferio izquierdo: muerte y poesíahemisferio derecho: vida y razón
Fragmento del poema

Más adelante, hablando sobre música, Christina confesará que escribir un poema es “como una canción feliz”. Yo diréYo me diré que eso es, quizá, su equilibrio entre ambos hemisferios.

Christina ama los libros. Auténticamente. Es incapaz de ofrecer una contestación sencilla a la pregunta: “¿qué estás leyendo?”. Uno en la cartera, uno en el pie de cama, uno para cuando se alargan las colas… Más re-lectora que lectora: repasa sus textos subrayados con frecuencia. De hecho, repasa su propia vida.

–Ahora que lo pienso, medio que sí gané algo.

En 2019, Rafa, su esposo, envió dos cuentos al concurso de narrativa A todo papel de El Cultural (Trujillo). Solo se permitía una postulación por persona, así que inscribió el nombre de Christina para el segundo. Ese resultó ganador.

Christina asistió a la premiación, otorgó entrevistas, fue fotografiada, y recibió el cartón y las felicitaciones con humildad culpableculpable humildad. Lo cuenta riendo, aun si no es una burla. Hay algo gracioso, tierno incluso, en su forma de hacer memoria. El diploma parece más un símbolo de su complicidad con Rafa que de excelencia literaria. Eso me hace sonreír, como una canción feliz lo haría.

–Si este es tu nacimiento, ¿cuál es tu primera palabra? –interrumpo de repente, con una curiosidad ya lejana de mi labor de entrevistadora.

Esta vez, Christina no tarda demora ni dos segundos en contestar. 

–Palabra. 

Esa sola presencia sonora, en el aire, me lanza de nuevo a la sonrisa. Detengo la grabación de voz. Agradezco a Christina. Guardo mi ejemplar de Contrahemisferios en la mochila, sin haberlo ojeado a consciencia. Desde el café y las Cream Crackers, han pasado veinte makis, una Sprite y dos taquitos de atún entre nosotras. No me preocupa definir la predilección agradable de los gestos de Christina Castillo. Al menos, no tanto como abrazarla antes de despedirme.

No lo he mencionado antes, pero Christina Castillo, como yo, se mudó de Trujillo a Lima al culminar la universidad. En la actualidad, vive con Rafa, Brausen (su perro) y un roomie, en un departamento de Miraflores. Conocerla fueron los movimientos de Brausen dándome la bienvenida, un saludo alegre, el librero que habló en la entrevista a través de ella. Todo eso apenas crucé la puerta, sin necesidad de biografía.

“Podría ser el archivo más grande de una mujer en el Perú”: revelar la fotografía de Julia Chambi

“Podría ser el archivo más grande de una mujer en el Perú”: revelar la fotografía de Julia Chambi

Por Diandra García @DiandraGarcía

Curaduría de fotografías Claudia Holgado.

Nos adentrábamos en la oscuridad. A los diecisiete años, tras tomar fotografías en las calles de Huanchaco, los estudiantes de Ciencias de la Comunicación retornábamos al laboratorio para el revelado. Recuerdo las tenazas entre mis dedos, el olor de los químicos en las bandejas, la lenta aparición de una imagen sobre el papel. En el cordel, nuestra visión del balneario: nuestro balneario. Pasajes cuesta arriba a la iglesia, playa, surfistas inadvertidamente capturados, a blanco y negro. Revelar nuestras fotos en la universidad era un proceso lento, pero emocionante.

La historia de Claudia Holgado y Andrea Quiroz posee algo de aquello. Se remonta también a las aulas, a la facultad de Comunicaciones en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ingresaron juntas. Llevaron cursos juntas. Luego de egresar, trabajaron en talleres de fotografía, juntas. Este año, difundirán su primer proyecto cinematográfico en conjunto: Julia se revela, cortometraje documental acerca de Julia Chambi, importante fotógrafa peruana. 

Julia nació un 27 de mayo de 1919, en Cusco. Fue hija del reconocido fotógrafo Martín Chambi. Dentro de una familia de artistas, resaltó por su ímpetu en la gestión cultural, la fotografía de paisajes, los retratos de estudio que ella misma coloreaba y la conservación del archivo de su padre: Cine Club Cusco, Asociación de Artistas Plásticos del Cusco, Instituto Americano de Arte del Cusco, Centro Qosqo de Arte nativo, Concejo Municipal de Cusco; por todos ellos pasó Julia, dejando huella en su país, región y, sobre todo, sus conocidos. 

“La recuerdan con muchísimo cariño, como hablando de una persona que significó bastante, más que una colega o tía lejana”, comenta Andrea. Claudia asiente. Julia Chambi es su tía abuela. Cuando falleció, se dijo a sí misma que había una historia que contar. “Era diferente a las mujeres de su época”, añade. Una visionaria. Una revelación. “Había una historia que contar, el documental es una forma de hacerlo”. 

Esta que escribo representa otra forma: la nota periodística. Imposible atrapar con mi voz lo que cuentan Claudia y Andrea. Su amistad tiene historia. La grabación de Julia se revela tiene historia. Julia, protagonista en el corazón del corto, tiene historias, acogidas con cariño por la memoria de quienes la conocieron. Esta que escribo representa otra forma: un relato análogo al de Julia, Claudia y Andrea. Pedazos de una fotografía que van apareciendo, hasta proyectarse completamente.

El proceso de revelado

Primero hay que saber qué tipo de carrete vamos a utilizar. Esto permite conocer qué tanque revelador utilizar y qué formato se va a revelar. 

CH: En el 2020, escribí una columna sobre fotógrafos que no eran de Lima. Mi primer artículo fue sobre Julia. Llamé a mamá, a mi abuela. Fue un ejercicio para recolectar los recuerdos comunes. Me hizo pensar que debía hacer algo más… Llamé a Andrea. Le dije: “Tengo este proyecto, ¿lo hacemos juntas?”. Es algo muy íntimo, porque son historias familiares. Tenía que ser alguien en quien yo tenga plena confianza.

Necesitas estar en un cuarto oscuro. El espacio puede adaptarse: podría ser cualquiera que tengas en casa. Solo hay que tapar toda fuente de iluminación, evitar que ingrese la luz. No permitir que se vele tu imagen.

AQ: Yo había hecho algunos proyectos documentales, también de carácter muy íntimo. Siempre con un equipo pequeño. Fue muy importante conversar sobre la visión de lo que Claudia quería contar. Finalmente, es la historia de Julia desde la voz de su sobrina nieta, familia, amigos. Es una visión muy personal. Mi rol estaba afuera: debía encontrar nuevas cosas que ver y proponer. Conectamos muy bien, todo el equipo. Somos todas mujeres.

Es muy íntimo. En el cuarto oscuro, entras en contacto con el nacimiento de la imagen. 

CH: Hemos estado en espacios de mujeres del audiovisual y la fotografía. Siempre se cuestiona la brecha laboral, los obstáculos para dedicarse como mujer a este rubro en Perú. Es súper difícil encontrar trabajo, hay prejuicios: no vas a poder cargar el boom, no manejas el equipo de sonido, no tienes fuerza. Julia fue una de las pocas mujeres de su época inmersa en el mundo artístico. ¿Cómo es que, después de casi 80 años, la falta de oportunidades se mantiene?

Tú sabías que esa imagen existía, pero estaba latente. No la ves hasta el momento en que se revela. Entonces ocurre el inicio y el final de la fotografía. Es la creación, es ver cómo se crean las imágenes.

AQ: Yo no la conocía. Cuando iniciamos la investigación, pude familiarizarme con su línea de tiempo. Si le preguntas a alguien en Cusco por Julia Chambi, no es que te sepa dar datos acerca de ella. Hizo muchísimas cosas que se ignoran: por ejemplo, fue guía turística, además de fotógrafa. Los hijos hombres de Martín Chambi son más conocidos, en parte por eso había que contar esta historia.

Requieres de herramientas. Tijeras, tanque revelador, película, un espiral donde colocar la película. Vas a cortar su comienzo y su fin y, luego de ubicar la película dentro del espiral, introducirlo en el tanque revelador. También taparlo, para poder encender las luces.

CH: Julia fue la encargada económicamente del estudio fotográfico, ya desde la vejez de Martín Chambi. En realidad, tampoco él es muy conocido en Cusco. Ese es un cuestionamiento que afrontamos: el problema de la sistematización de las artes en el Perú, el trabajo de literatura del arte, la digitalización de documentos. Muchas obras se pierden por falta de acceso digital, muchos nombres se pierden.

Necesitas agua y químicos: el fijador y el revelador. Es importante tener consciencia de tus tiempos entre revelado y fijado. Mejor si tienes al alcance un temporizador, un cronómetro, para verificar cuándo ya es hora.

AQ: Sin embargo, todos la mencionan con tanto cariño, admiración y respeto, que es como si la conociera. A la vez, es como hablar sobre una celebridad. Nadie tiene un mal recuerdo, abundan las anécdotas con Julia: sus bromas, su manera de motivar a los otros, lo bailarina que era, lo libre que era. Era una mujer adelantada. Ella simplemente hacía las cosas que sentía que tenía que hacer. Eso está presente cuando la gente habla de ella.

Mueves el revelador en el tanque, con las manos, de forma circular, suavemente. Después de 45 segundos, lo dejas reposar. Le das golpecitos al tanque, para evitar burbujas y daños.

CH: Este podría ser el archivo fotográfico más grande de una mujer en el Perú. Lo primero fue hacer un inventario, rescatar su historia. Hemos dedicado fondos propios para preservar su obra, por amor a Julia. Para ella, fotografiar no era tener una cámara: era crear comunidad. Sus fotos conectan con Cusco desde lo paisajístico, lo social, lo documental, incluso el foto-arte. 

Vuelves a agitar y voltear el tanque, 5 segundos por minuto. Sigue el baño de paro, que dura 1 minuto. Tienes que voltear el tanque constantemente. Pasado el minuto, lo vacías y echas el siguiente químico: el fijador. 

CH: Cerramos un duelo abierto por mucho tiempo. Mi abuela estuvo viva durante la parte más importante del documental, pudimos hablar sobre Julia. Fue complejo. Se acordaba de su hermana, la lloraba. La tía Julia fue como su mamá. También fue quien me inspiró a ser fotógrafa. Siempre sentimos que merecía más reconocimiento. Es injusto que el nombre de Julia no sea recordado. Era necesaria una especie de reparación.

El fijador se emplea durante 5 o 6 minutos, agitando 45 segundos por minuto. Tras eso, lavas y secas los negativos. Esto implica, fundamentalmente, hacer cambios de agua por 10 o 15 minutos. 

AQ: No puedes predecir lo que va a pasar. Retrasamos el rodaje por los acontecimientos nacionales de febrero. No teníamos certeza de si cumpliríamos el cronograma, pero nuestro equipo fue increíble. Hemos parado un poco por el fallecimiento de la abuela de Claudia. Calculamos que serán unos tres meses de post-producción. Vamos a ver cómo fluyen las cosas y en qué fecha aterriza todo. Para mí, construir la historia en base a lo que se presenta es un reto enriquecedor y adrenalínico.

Al terminar, sigue el secado. Sacas la película del espiral, la colocas en pinzas, para estirarla. Es importante usar un área cerrada, nada que sea ventilado. De otro modo, se perjudica la película. Quizá un armario, un espacio donde no haya corrientes. 

CH: Todo ha sido grabado en Cusco, salvo algunas entrevistas. Las calles de Cusco son centrales en la vida de Julia, son un personaje más: lugares turísticos, campo, ciudad, cafeterías, centros culturales. Este documental se diferencia porque, si bien nos basamos en una investigación, la fuente de memoria principal viene de mi mamá y mi abuela, de la familia. La historia de Julia no podría contarse sin Cusco. 

El tiempo total depende de la época del año. Hay que esperar para cortar los negativos, y archivar en fundas protectoras. 

CH: Todos los proyectos siempre son personales, hay una transversalidad de lo personal, consciente o inconsciente. Yo diría que la palabra clave en Julia se revela es reparación. Siento que estoy reparando mi historia familiar, pero también la colectiva: la de las mujeres, la de Cusco. Es un acto político vivir aquí. A veces las oportunidades no se abren para nosotros, hay menos acceso. Pero es el espacio de mi familia. Ellos me enseñaron a amar la fotografía, me enseñó Julia. 

De esta manera, consigues el revelado… Sí, ese sería tu proceso.

AQ: Sorprende. Pensar que una mujer pudo hacer lo que Julia en esa época. Es la feminidad como fuerza, no fragilidad. Lo otro, creo que lo más importante, es que (las audiencias) recuerden a sus abuelas. A los sueños que ellas quisieron lograr y no pudieron. Julia lo consiguió enfrentándose a prejuicios, decidiendo autónomamente. Sobre el papel de la mujer en el arte, la cultura y el trabajo en general, ¿cuánto ha cambiado? ¿Cuánto sigue igual? Después de ver el documental, espero que la gente salga con ganas de responder esa pregunta, que haya más Julias que se revelen.

Los pasos del revelado analógico son contribución de la fotógrafa talareña Lucía Torre.

Carmen Vásquez Uriol: “Las mujeres (cineastas) tenemos una mirada en primera persona”

Carmen Vásquez Uriol: “Las mujeres (cineastas) tenemos una mirada en primera persona”

Por Diandra García

Carmen Vásquez Uriol es una realizadora audiovisual trujillana y cajamarquina, fundadora del Festival Itinerante de Cine Latinoamericano Atemporal. A sus 25 años, ha sido jurada del Festival Render trabajado como asistente de investigación, realización y producción junto a directores como Omar Forero. Actualmente desarrolla su primer largometraje, tras muchos cortometrajes publicados, un año de estudios en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, 3 ediciones de Atemporal y nuevas preguntas y respuestas acerca de la familia, la identidad y la mirada.

«Mi familia es de Cajamarca, pero nací en Trujillo, un 24 de mayo de 1998, y pasé la infancia en Chimbote. Nunca me sentí por completo costeña. De joven, me gustaba la literatura. Leía a Vallejo, Borges, Cortázar; el libro Templado de Jorge Eslava. Leía, leía y leía. Quería ser escritora. Aún quiero. Un amigo me sugirió periodismo. Yo recordé las crónicas de Vallejo. Él no fue un periodista de calle, fue un periodista de letras. A mí siempre me apasionó contar historias, así que tomé el consejo.

Fue durante la universidad que me acerqué al cine, a un tipo de cine que no conocía. Una película me marcó mucho: Del Verbo Amar. Es hermosa, justo la vamos a proyectar en el festival. (Cuando la vi), me dije: “esto es lo que quiero hacer con mi vida”. Porque, para mí, literatura y cine están vinculados. Siempre he realizado video-ensayos. Lo del largometraje es nuevo, está aún en etapa de desarrollo. Trata sobre una búsqueda en el pueblo de mi madre, Contumazá (Cajamarca), para descubrir un misterio familiar: el asesinato de mi bisabuelo. En verdad, es un pretexto para retornar a mis raíces. Mi familia jamás terminó de entender lo que hago. Creo que con este proyecto quizá lo hagan. 

Yo quería que mi tesis sea un festival. No fue posible. A dos meses de terminar la carrera, me dije: “Trujillo necesita nuevos rostros audiovisuales”. Ese fue el nacimiento de Atemporal. Recibí ayuda, claro, eso es lo bonito. Juntos hemos crecido. Nos reconocen, no solo en el país, también en otros lugares. No se creen que estemos en la tercera edición, que seamos tan nuevos. Este tipo de cosas te motivan, porque trabajar en cultura es complicado en el Perú. El Ministerio hace esfuerzos, hay que reconocerlo. El problema es que las convocatorias suelen ser para la categoría de ficción y aquí las mujeres tendemos a ser documentalistas, o realizadoras de video-poesía o de cine experimental. Para estas producciones solamente hay un estímulo a nivel nacional. El Estado tendría que investigar qué cine estamos haciendo las peruanas. Las mujeres tenemos una mirada en primera persona (pienso en Mary Jiménez, Marianela Vega, María Barea). A través de nuestras historias nos reivindicamos a nosotras mismas.

Creo que la identidad está en el cine, vigente y en cuestionamiento. Todos hablamos de identidades, vamos transmutando, narrando nuestras mutaciones en el tiempo. Desde Atemporal, nos interesa mucho difundir películas que vayan por esa ruta. La temática de esta edición es identidad y migración. Trujillo es una ciudad de migrantes, muchos provenimos de la Sierra. Por eso es importante observarnos desde nuestros territorios. Somos una generación postrauma, desde las dictaduras militares. El cine nos ayuda a crear memoria, es un registro. Así entendemos que no estamos solos. En lo personal, me he sentido muy acompañada en estos proyectos (el máster, Visiones Andinas, el festival…). Es más una reivindicación que una reconciliación.

Viajé para estudiar en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña el 31 de diciembre de 2021. Volví al año siguiente. Mi padre murió mientras estuve en España. Yo no podía regresar. A la distancia, se me aparecía su ausencia y, a la vez, la cuestión de si estuvo presente alguna vez. Jamás descubrí quién fue, más allá de un padre. Sé que discutía muy fuertemente con mi mamá.  Me gustaría acercarme a esos errores, conocerlo como hombre. Ya en Trujillo, limpié su biblioteca. Revisé sus diarios, poemas y cuentos, que datan de 1975. Me preguntaba: “¿Quién eres? ¿Quién fuiste?”. Sé que en el futuro publicaré sus textos, cumpliré su sueño. Por ahora, los guardo en un cofre. Los releo, los releo. Son lo más preciado para mí.

Si hablara conmigo misma de pequeña, le diría “has sanado, te has reconciliado con quien eres”. Estás orgullosa de tu origen serrano, tu origen costeño. Eres muy trujillana y muy cajamarquina. Eso me diría, porque soy un poco de ambos. Esa fusión hace rica mi identidad. Esa fusión es mi mirada del mundo».

Prohibido llorar: Un requisito para recobrar la libertad 

Prohibido llorar: Un requisito para recobrar la libertad 

Por Nancy García

“Por eso me digo, me convenzo, me obligo a que este texto – esta especie de bitácora del viaje de regreso – tiene que ser escrito en primera persona. Porque el dolor solo se puede contar así. El dolor, el desgarro, la huida, el partirse en mil pedazos que nunca volverán a unirse, la mirada lejana, el abandono, el abandonarse, las cicatrices, solo se pueden narrar en primera persona.” 
Una suerte pequeña, Claudia Piñeiro.

Escrito y narrado por Nancy García @NancyCG22

***

«Dieciocho días se hacen cortos cuando se toman de la mano con la rutina, pero al estar en un hospital psiquiátrico las horas son eternas y los días interminables. Días en que un cartel invisible te dice: «prohibido llorar, si querés sentir la libertad«. 

Hace un año la depresión me tumbó. Internarme, fue una alternativa a la enfermedad. Sabía que no sería fácil pero nunca imaginé que en el encierro se censuraban las lágrimas. 

Me desperté temprano el 24 de mayo de 2022. Una de mis mejores amigas y mi compañero de caminos, me llevaron al Hospital Psiquiátrico Mario Mendoza en Honduras. Ya había «recibido» atención psiquiátrica en ese lugar por una especialista poco empática.

Al llegar, explicamos la situación que la psiquiatra ya conocía y comenzaron las preguntas y los trámites burocráticos para el ingreso. Fueron horas para darles un abrazo de despedida.

Mi amiga se hizo responsable del encierro y firmó la posibilidad de practicarme electroshock, en caso de ser necesario. 

Recuerdo que el celular no tenía mucha carga. Llamé a dos personas y le pedí a mi compañero que se encargará de avisarles a las personas más cercanas en ese momento. 

Y llegó el abrazo con sabor a pronto nos veremos. Me despedí. Me subieron a una camilla y me inyectaron. Caminé hasta ingresar a la sala de mujeres de ese hospital donde por suerte encontré a otras mujeres».

Las miradas y las preguntas 

«Al ingresar a la sala me sujetaron de brazos y piernas. Me colocaron un pañal y las demás internas tenían casi restringido el habla con la nueva, o sea, conmigo.

Me dormí. No sé cuánto tiempo. Solo sé que al despertar no podía orinar en el pañal y le pedía a las enfermeras me permitirían usar el baño. Una, dos, cinco, muchas veces se negaron; hasta que accedieron.

Caminé con ellas al baño con dudas. Habían pasado unas horas y el encierro ya estaba haciéndome dudar de si debía estar en ese lugar. Oriné y fui feliz.

Volví a la cama y de nuevo me sujetaron. Llegó la noche, la comida, las miradas y el silencio. Un silencio casi irrompible. 

Cuando una paciente ingresa al Mario Mendoza pasa primero por un sitio llamado Aislamiento. Es un lugar con seis camas y pacientes en observación por el personal del hospital. Creo que estuve cinco días. 

En aislamiento no se puede salir a los demás espacios destinados para las internas. Hasta que pase a la siguiente sala.

Las internas me explicaban la dinámica del lugar y nos alegrabamos cuando llegaba una paciente nueva porque significaba que nos moverian a otra sala y existía la posibilidad de salir antes del encierro.

Uno de esos días, llegó una interna que era de la policía. Como estaba medicada no escuchaba o no entendía las palabras, pero nosotras sí. Una de las enfermeras comenzó a hablar de ella. Decía que se las iba a desquitar por una esquela. La enfermera no la conocía, solo quería hacerla sufrir por ser de la policía. Me pareció aterrador e inhumano ese trato».

Entre el agua fría, los baños sin privacidad y el diagnóstico 

«Después de permanecer mis primeras horas internas, sonó la radio a las cinco de la mañana y las luces de aquel lugar se encendieron. 

Me indicaron que debía pasar a bañarme. No esperaba el espacio condicionado pero si un poco de privacidad. Nos daban un pedazo de jabón a veces shampoo y crema. Una de las enfermeras me dijo que debía pasar a ducharme a la vista de todas. Yo sentía pena que me vieran, dejar mi cuerpo frente a ojos de extrañas me causaba intriga, pena y dolor. Quería llorar y volver a casa. 

Después de bañarme y no tener ropa interior, llegó un doctor y comenzaron de nuevo las preguntas. Preguntas y preguntas. 

Ese día si mal no recuerdo me tocó ingresar a la sala con la psiquiatra. Otra mujer sin empatía. Cuando ingresé a la sala habían varias personas: una trabajadora social, el doctor, practicantes nutricionista, una psicóloga y una enfermera. 

Me hizo ruido tanta gente. Era exponerme ante otras personas a las que quizás solo les movía la obligación de su trabajo y no la vocación.

La psiquiatra preguntó cómo me sentía y dije que bien. Su respuesta: «todas dicen lo mismo al siguiente día». «Acá te vas a quedar otra semana más». Eso fue todo. 

Al salir lloré. Ya no quería estar interna. Ya no quería ser paciente.

Me tomaron varios exámenes. Ingresé dos veces con la psicóloga durante mi estadía y nadie daba razón de mi diagnóstico. La enferma desconocía su enfermedad. ¡Irónico no!

Antes de salir del encierro supe que me diagnosticaron con un trastorno bipolar y una depresión severa. Para la bipolaridad, Litio; para la depresión Fluoxetina y para la noche, Lorazepam».

Las mujeres que conocí

«Podría alargar el texto y detallar distintos abusos pero me detendré un poco a recordar la convivencia y el amor que recibí por mis compañeras, algunas hoy amigas.

Pasé de Aislamiento a Cuidados Intermedios. Nunca estuve en Ambiente, la última instancia. En Cuidamos Intermedios se vigilan a las personas que han intentado suicidarse. Ese era mi caso y aunque no tomé una cantidad exagerada de pastillas ya existían antecedentes y la acción era un detonante del por qué había llegado a ese lugar.

Cuando me trasladaron a la otra sala, tenía la posibilidad de salir al patio después de almuerzo. Desde las doce hasta las cinco con una pausa a las dos en punto para tomar el medicamento.

Caminábamos alrededor del lugar. Hablabamos de nuestras vidas afuera y la urgencia de recobrar la libertad. Jugábamos pelota, cantabamos y bailabamos.

Había una interna con una voz hermosa. Nos cantaba y nos alegraba el día. Otra interna tenía unas manos mágicas y nos hacía trenzas. Se hacían unas filas para que nos peinara y ella lo hacía con dedicación. Otra nos maquillaba. Sí, a veces nos prestaban maquillaje que pasaba de boca en boca y de rostro en rostro. Otra interna nos hacía reír con sus ocurrencias. Y así, cada una tenía una pincelada de alegría que aportar en aquel encierro.

Yo me había llevado dos libros: Elena Sabe de Claudia Piñeiro y La Peste de Albert Camus. El último casi tan prohibido como las lágrimas. Los leía en los tiempos permitidos.

A las cinco mirábamos novelas. Ese momento era nuestro. Gozamos con Betty versión mexicana, la Rosa de Guadalupe y otra novela que no recuerdo su nombre. 

Sabiamos que en un momento, la despedida llegaría. Entonces nos pusimos creativas y compartimos nuestros números. Al salir, nos contactamos y algunas amistades hoy se mantienen. Es bueno reconocerlas y tenerlas cerca.

A todas nos pareció un poco extraño que nuestro diagnóstico fuera el trastorno bipolar. Nos preguntábamos si en realidad esa era nuestra enfermedad porque no había un abordaje profundo individual».

La salida

«Cuando ingresé por segunda vez con la psiquiatra me dijo que debía seguir una semana más. Volví a llorar pero solo a los ojos de las otras internas. Si nos veían con lágrimas era un retroceso y no parte del proceso. 

Habían días que me preguntaba cómo seguía la vida afuera. No sé permitían visitas. A veces llamaban preguntando por mí pero casi nunca me enteraba. 

Escuché, observé y sentí malos tratos. También miré la bondad de cuatro o cinco enfermeras. Hay una de ellas que siempre la recuerdo con cariño. Fue muy especial con todas. 

El día 18 me abrazó. Entré a la sala, la psiquiatra habló y preguntó que había aprendido. Contesté que reconocía ser mi propia planta y que debo cuidarme. Quizás fue un discurso del momento. El cuidado personal no solo pasa por lo individual hay diversos factores que nos atraviesan.

Las otras internas me abrazaron; fue un abrazo sincero. Algunas se quedaron más tiempos, otras salieron el mismo día. Lo que puedo asegurar es que ninguna desea volver a ese lugar. 

Aquel lugar significó algo. Aún sigo preguntandome qué.

Aquel lugar necesita presupuesto, necesita cambios en su manera de operar y tratar a las internas.

Aquel lugar no puede seguir siendo ese lugar. 

Ese lugar llamado hospital psiquiátrico no debe condicionar el llanto, no puede censurar las emociones, no debe sujetarte. Debe ser un lugar para hablar, soltar y abordar las enfermedades de una manera integral. No puede ser un espacio que produce miedo y al que no querés volver en las crisis. No puede ser ese lugar«.

Mariela Noles, con el alma en el escenario

Mariela Noles, con el alma en el escenario

Por Leah Sacín Gavancho @leahsacin

El tránsito de la academia, las aulas y las conferencias hasta las tablas. En esta entrevista, la también activista por los derechos de grupos y poblaciones vulnerabilizadas, nos abre la puerta a sus reflexiones y sentires como una joven mujer afroperuana que decide expresarse a través del teatro como una continuación de su búsqueda por espacios para su voz. De abogada a maestra transitando la investigación y arribando a la dramaturgia. Ella es Mariela Noles Cotito, siempre con sus dos apellidos bien puestos.

A tan solo unas horas de estrenar en Lima su obra “Recuerdos de Octubre” en las sedes de Auditorios Británico en Lima, Mariela Noles Cotito reflexiona sobre su rol en la academia peruana y los espacios en los que, muchas veces, ha caminado en solitario. Ha editado dos libros, escrito dos obras de teatro y dictado innumerables conferencias y ya puede decir que varios egresados de la UP han pasado por sus cursos.

Estudió Derecho pero para sus estudios de postgrado migró y se sumergió de lleno en las ciencias sociales. Mariela es una extraña mixtura entre el pensar y el hacer, una mujer con una poderosa energía que a primera impresión parece seria pero que tiene una chispa de humor que se percibe una vez que deja ver su cálida sonrisa. Si le piden que se describa dice: “Soy una persona curiosa en continua búsqueda de vivir una vida plena, intencional y en voz alta.”

¿Qué te motivó a pasar de la academia, un espacio más cerrado, a comunicar en medios de comunicación con columnas, entrevistas y en redes sociales siendo este un espacio más abierto y con mayor interacción?

Si partimos de la idea tradicional de la academia, entiendo que estos dos puedan parecer dos espacios desconectados. La idea del estudioso o académico tradicional efectivamente nos remite a un trabajo muy solitario; de bibliotecas, blocks llenos de notas, y muchos libros de pasta dura. Creo que, en estos tiempos, aun cuando esa academia sigue existiendo, no es la más prevalente. La academia el día de hoy es mucho más colaborativa, de intercambio y construcción de conocimiento colectivo, además de más abierta a encontrar nuevas formas de comunicar sus hallazgos; sobre todo los que tienen implicancia en la vida social de las personas.

La academia jurídica peruana en la que me formé se parece más al primer modelo descrito, pero mi formación más reciente en la academia crítica social está más alineada a este último ejemplo. Desde ese espacio, mi labor académica no puede estar desconectada del sujeto de a pie; mucho menos cuando este es, o debe ser un actor relevante en el debate que propongo 

En la construcción de tu voz en el debate público ¿cuánto viene de tu experiencia familiar, cuánto de la académica y cuándo de la vivencia como mujer peruana en el día a día?

Llegar a este momento ha sido una transición interesante. Soy consciente que la forma en que enfoco mi carrera académica es poco tradicional en nuestro medio y tiene que ver con múltiples factores. La búsqueda del uso de diversas plataformas para prestar mi voz al debate tiene que ver, o se alinea, a un proceso personal de empoderamiento y autoconfianza en mis propias capacidades y la fuerza de mi mensaje que empieza mucho mas tarde de lo que quisiera admitir. Mis mentores en el último programa (2015-2018) son realmente centrales en este proceso académico y personal.

De pronto mi vida familiar y su apoyo está mucho más relacionado a los procesos de preparación previa rigurosa, más que de la parte pública del uso de la voz, reforzado por las expectativas y cargas que nos pone la sociedad como mujeres, y en mi caso como una mujer racializada. Ciertamente ser la única mujer afro en ciertos espacios todavía es una carga importante. Mi juventud y/o jovialidad es todavía un elemento delicado el día de hoy. Si bien ya tengo una estatura cimentada en mi entorno, muchas personas en espacios académicos y profesionales, todavía se refieren a mí como Marielita. El cariño sincero se aprecia, obviamente, pero también es verdad que hay ciertas familiaridades o presunción de intimidad que suele colocarse únicamente sobre las mujeres y que no deberían tener lugar en ciertos espacios.

Entre el pensar y el hacer, Mariela se da espacio también para observar. Su aporte en el análisis de las profundas desigualdades de nuestro país y su mirada desde la historia pero también desde la vivencia cotidiana la hacen una voz de referencia en temas de lo que llaman “sistema racial” incluyendo siempre el enfoque de género.

¿Siendo una joven mujer afroperuana cómo te sientes en el rol docente y qué significa para ti estar en este espacio puntualmente en las aulas de la UP?

Llevo en la Universidad del Pacífico casi 5 años. Esto es algo que me sorprende cada vez que me detengo a pensar en mi presencia en esta universidad por todo lo que significa, implica y ha causado. En mi primer ciclo algún vigilante de la puerta de la Universidad me preguntó si trabajaba en la cafetería. En ese momento, y aún hoy, soy la segunda persona docente visiblemente afrodescendiente en el campus. Hoy trabajo con un promedio de 120 estudiantes por semestre (suelo dictar 4 cursos por ciclo). Para muchos de ellos y ellas, yo soy su primera profesora afroperuana. Esto es algo que no se puede tomar a la ligera. En una sociedad como la nuestra, la forma en que ellos me vean tiene la posibilidad de impactar su narrativa sobre todas las demás personas afroperuanas con las que tengan contacto en el futuro en los ambientes profesionales a los que lleguen. Lo mismo con los colegas docentes, tal vez más jóvenes.

Por otro lado, en todos los lugares públicos o de divulgación en que se menciona mi nombre, se le suele añadir el “profesora de la Universidad del Pacifico” o “Investigadora de la Universidad del Pacifico” lo cual tiene dos efectos. Amplía en el imaginario colectivo la imagen de quien es o puede ser un profesor o profesora de la universidad y fuerza a la sociedad a reimaginar a una persona afrodescendiente en un contexto académico o de intelectualidad. 

Uno de mis más grandes orgullos personales está también relacionado a los aportes que he podido hacer al acervo académico de la universidad y de la academia peruana, a través del apoyo constante de la UP. He editado dos libros de reflexiones sobre el país, donde he podido convocar y trabajar con académicos jóvenes, por ejemplo. También edité un número especial de la revista de ciencias sociales de la UP en el que nos concentramos en los afrodescendientes en América Latina, que es un tema de interés para la academia social en general pero que todavía es tímido en Perú. De la misma manera, estoy trabajando ya en un texto sobre afroperuanos, y estos son materiales que requieren un compromiso efectivo de la universidad por seguir explorando estos temas. Compromiso que se ha dado y se viene dando hasta ahora. 

Entonces este rol es grande, importante y no es algo que me tomo a la ligera. Lo honro y lo aprecio mucho mientras agradezco todo lo que aporta a mi propio desarrollo personal y profesional, a pesar del costo eventual que tiene también. A la postre, estoy en un constante estado de invisibilidad/hipervisibilidad que debo manejar con cuidado.

¿Por qué crees que hay tanta negación, en ciertos sectores, sobre la existencia del racismo?

Creo que todo lo que cuestione el status quo va a ser atacado, sobre todo cuando hay un sector social que tiene una profunda inversión personal en que las cosas se mantengan como están o en que el “orden natural” de las cosas no se modifique. Lo que sí me parece problemático es que aun cuando el día de hoy hay mucho más acceso a información, fuentes y datos, estas olas negacionistas más bien son más recurrentes y cerradas a la información. 

Por otro lado hay una insistencia en la existencia del racismo inverso ¿es posible explicar brevemente si ese fenómeno existe?

A grandes rasgos podríamos afirmar que el racismo es una presunción generalizada de desigualdad de las personas basada en su color de piel, en sus rasgos fenotípicos, o sus características étnicas. Esta desigualdad además incluiría que lo más valorado en nuestra sociedad este asociado a las personas más claras (personas blancas y blanco-mestizas) mientras que las acciones, valores y disvalores menos apreciados en nuestra sociedad se asocie con las personas de tez más oscura (afrodescendientes e indígenas). Este “orden” ha devenido en que las personas más claras tengan un mayor capital social, político y económico en nuestra sociedad. En efecto, las personas blancas y blanco-mestizas son el sujeto político por defecto. Si pensamos en el estándar de éxito, el estándar de belleza, el sujeto cuya voz es válida y escuchada, esta persona suele ser una persona clara. 

En este contexto, las acciones de las personas que están colocadas en lo alto de la pirámide social en nuestra sociedad tienen la capacidad para alterar, limitar, y vulnerar la calidad de vida de las personas en la base de la pirámide. Las acciones de las personas de abajo hacia arriba pueden ser injuriosas, altamente prejuiciosas, increíblemente molestas pero muy rara vez tendrán el poder de afectar el ejercicio o disfrute de derechos de las personas que están arriba. Más aún, poco pueden hacer para cambiar la distribución social del poder. Desde esta mirada es que afirmamos que el racismo “inverso” no existe. 

¿Pasa lo mismo con el machismo?

¿Que las personas lo niegan y que responden “no todos los hombres”? Si, es un poco el mismo fenómeno. Es curioso como la respuesta a la denuncia del racismo, del machismo, del sexismo, de la homofobia y nuestras demás taras es rara vez, ¿de qué manera lo que me acaban de decir podría ser cierto? y más bien la mayoría de las veces es a la defensiva y con la “defensa” de una ofensa contraria. Eso dice mucho de nuestra sociedad y las múltiples maneras en que activamente preferimos la ignorancia a la evaluación crítica de nuestra realidad y nuestros propios comportamientos. 

¿Cómo podría definir ser mujer afroperuana en un país como el nuestro?

Esa es una pregunta compleja. Por un lado porque mi experiencia es bastante particular y no representativa de la situación regular y cotidiana de otras mujeres afroperuanas en el país. Lo que te puedo decir, en todo caso, de las existencias y experiencias de las mujeres negras en un país como el nuestro es que todavía estamos expuestas a un nivel alarmante de violencia y discriminación, como todas las mujeres en el país, que se tiñe de aspectos racistas que complejizan la experiencia. Que nuestras economías, por lo general, aún no son del todo autónomas o suficientes para construir una plataforma de oportunidades que nos permitan desarrollarnos plenamente y que los mandatos y estereotipos sobre qué roles debemos cumplir, que espacios debemos habitar y de qué manera, aun es una constante.

Su obra Recuerdos de Octubre fue estrenada en enero de este año en el Festival Mujeres Afro en Escena en Ciudad de México. Para el estreno en el Perú, Mariela preparó algo hermoso: una función gratuita en el Centro Cultural Amador Ballumbrosio en El Carmen, Chincha. En una van familiares y amigos amenizaron el camino contando historias sobre “Marielita”, describiendo a una mujer valiente, perseverante y disciplinada. Y aunque su padre y su tía hablaban en diminutivo se percibía el enorme orgullo y respeto por esta mujer que ha arrancado parte de su alma y volcado la historia vivida a través de generaciones de mujeres afroperuanas en la puesta en escena de una obra escrita desde las entrañas. 

¿Cómo se inicia tu conexión con el mundo del teatro?

Mi acercamiento al teatro en los últimos tiempos se da de la mano de Luis Alberto León y el equipo del teatro La Plaza. Me contactan para consultar en algunos textos y proyectos y poco a poco empiezo a participar en otros espacios de diálogo dentro del teatro. Un tiempo después me embarco en un proyecto de dramaturgia con Luis Alberto y esto me da la confianza para generar algunos textos sola. Entre esto y la constante interpelación de Alicia Olivares, productora teatral y fundadora de Ébano Teatro, es que me animo a escribir un texto para el Festival de Mujeres Afro en Escena de 2023.

¿Qué significó para ti estrenar una obra tan personal como Recuerdo de Octubre en México en el Festival Mujeres Afro en Escena?

Fue un momento muy especial. Siempre me ha gustado el teatro y eventualmente he tomado alguna clase o taller hace muchos años, pero hace parte mucho más activa de mi vida hace poco y hasta cierto punto a causa de la serendipia. Por otro lado, Recuerdos de Octubre es una obra que, hasta cierto punto, me desnuda completamente. Entonces fue un reto gigante, pero por otro lado, también, alineado a esta idea que mencionaba antes de vivir en voz alta. De poner sobre la mesa o traer al escenario absolutamente todos los aspectos de mí, mi vida y mi experiencia, que pueda compartir; sobre todo si en ese proceso puedo contribuir a procesos de otras personas.

¿Cuál era la importancia de llevar la obra a El Carmen, Chincha?

¡Era fundamental! Y se volvió un tema curioso. Tuve la fortuna de que mi primer montaje fuera en México, lejos de Perú. ¿Dónde entonces poner la obra cuando el equipo volviera al país? Obviamente pensamos en las múltiples y muy buenas salas de teatro que tenemos en Lima, pero Recuerdos no es una obra comercial, propiamente, y tenía una lógica específica y particular desde el inicio. Es un ofrecimiento extremadamente íntimo al público que la vea. En ese sentido, y habiendo sido escrita pensando en un festival de y para mujeres negras, hacía sentido que su primer público en el Perú sea ese. Por otro lado, la obra está musicalizada en vivo por una hija de El Carmen, Alma Morón Ballumbrosio.

¿Cómo te sentiste al compartir esta obra tan íntima con tu familia y amigos más cercanos?

Ese fue otro reto porque desnudarse ante un extraño es quizás más fácil que mostrarle tus heridas y cicatrices a las personas a quienes técnicamente se las ocultaste porque siempre estuvieron ahí. Una de mis mejores amigas por ejemplo compartió conmigo su paquete de sentimientos encontrados luego de la función que hicimos en El Carmen. Por un lado, le gustó mucho la obra como producto artístico y disfrutó mucho de la historia como narrativa pero le causó culpa el no haber visto o notado algunas de mis tristezas fundamentales a causa de los hechos que narra la obra, mientras sentía frustración por no poder defender a esa niña que fue su amiga. En suma, causé algunas explosiones internas a mis amigos. 

En cualquier caso creo que era necesario para mi soltar varias cosas, varios aprendizajes personales, muchos dolores y ofrecerlos a la audiencia. En el camino algunas personas cercanas se me van a acercar con un “no sabía que esto era así” o inclusive tal vez con un “pobrecita” y mi respuesta siempre va a ser: gracias, pero aprovecha y utiliza el texto para más bien evaluar tus propias emociones y tus conexiones, dinámicas y relaciones con las mujeres en tu vida. Eso es precisamente lo que ha venido haciendo la audiencia general de la obra y los comentarios que recibimos son muy reflexivos y personales. Esta obra genera muchas emociones. 

Hay muchas frases del monólogo que quedan resonando al terminar de ver la obra ¿cuáles son las que más te conmueven a ti misma al volver a oírlas?

Esta es una obra, porque creo que hasta ahora no la he descrito, sobre las violencias intergeneracionales que experimentan las mujeres en una familia. Es una mujer en el escenario pensándose como hija y nieta y repensándose como madre en base a los recuerdos de la violencia experimentada sobre su cuerpo cuando era niña, y la remembranza de todas esas formas en que los adultos de su familia la dejaron sola. En este sentido, una de las frases que más me mueve del texto es: “tus recuerdos son ciertos”. Muchas veces luego de años de la ocurrencia de procesos traumáticos empezamos a generar dudas respecto de nuestros propios recuerdos o aspectos de los mismos. Que olvidamos, que recordamos y cómo. Si a lo mejor resaltamos algo más que otra cosa. Ese es un viaje doloroso en sí mismo, pero nuestros recuerdos son ciertos, sobre todo si aun los sentimos. Es nuestra experiencia. 

Una segunda idea que no está en el texto pero que ciertamente ha hecho parte del proceso de montaje de esta obra, desde su concepción, y que lo ha sostenido, es un proverbio africano que dice, más o menos, así: “El niño que no sea abrazado por su comunidad, cuando sea adulto quemará la aldea para sentir su calor”. Yo sabía cuándo escribí este texto que montarlo me exponía no solamente a mí, sino que podía tener algún tipo de consecuencia respecto de mi familia, o las mujeres en mi familia. Que alguna podría sentirse ofendida o más bien que no quisiera que un texto así se exponga por algún temor al qué dirán; temores que no son los míos. Pero aun así, tenía que hacerlo. Tenía que quemar mi aldea. Y efectivamente, ha sido y viene siendo un proceso sanador.

¿Cómo fue el proceso creativo de esta obra? ¿Cómo elegiste a la protagonista, el director, la música y la puesta en escena?

Yo tengo una vinculación muy cercana con mi trabajo. Este siempre es extremadamente importante para mí, pero esta vinculación está más relacionada al servicio que al ego. En este sentido, yo sabía que era un buen texto. Que es una historia y palabra con el potencial de conectar con las personas y ayudarles a mirar hacia adentro y resolver algunos nudos personales. Pero también tenía super claro que yo no soy directora de teatro. Que lo que toma llevar un texto del papel al escenario excede o excedía mis capacidades en ese momento. Cuando voy terminando el texto voy a ver El Cuaderno Negro de Almada en el Teatro de la Alianza Francesa de Miraflores. En este montaje Caro Black Tam utiliza recursos escénicos que envuelven casi todos tus sentidos y te inserta en la historia. Esto era exactamente lo que quería para el texto. Hablé con Caro, le ofrecí mi texto y afortunadamente aceptó. A partir de ahí, el montaje es su visión y sensibilidad creativa. Él ha llevado el texto a lo que es hoy. Una obra que mueve, conmueve, confronta e interpela. Yo escribí las palabras en el papel nomas, pero él es quien las lleva a la vida. 

La elección de la actriz fue una conversación entre ambos en base a lo que queríamos lograr y la música en vivo es algo que desde nuestras vivencias y sensibilidades personales, no podía faltar. Las notas específicas y las melodías son la creación, nueva cada vez, de Alma. Ella entrega su arte en cada función en base a cómo el texto la va moviendo así que al final el proceso creativo es algo que no se acaba sino que se renueva en cada puesta. Y mientras tanto, los miembros del equipo nos seguimos eligiendo unos a otros.

¿Cómo describirías tu voz como dramaturga?

Creo que mis textos, en realidad, siguen la misma línea de agenda de investigación y de mis columnas de opinión y de las demás plataformas en las que comunico ideas. Se que parece que escribir obras es una actividad desconectada de todo lo demás, pero en realidad, para mí, el teatro es una plataforma más para explorar los mismos temas de siempre: nuestras diferencias y similitudes, nuestras desigualdades, lo que mueve a la sociedad, quienes somos como nación, hacia donde estamos yendo, que significa ser un ciudadano, y otros.

¿Tienes en proceso o en planes escribir una siguiente obra teatral? 

Tengo una obra a medio terminar que me atormenta desde mi cajón. Es un texto en el que se explora la historia, la situación y la existencia de las mujeres afroperuanas a través de la historia republicana, pero todavía están macerándose algunos elementos. Lo más cercano para mi es el estreno de Recuerdos de Octubre en este mes de mayo durante 3 fechas en los auditorios del Británico Cultural, y la obra que estaré dirigiendo el próximo año. InBestia será mi debut directorial con una obra que escribí ya hace algunos años con Luis Alberto León. Esta, está programada para junio del 2024 en el teatro de la Universidad del Pacifico así que los ensayos empiezan en enero pero el proceso creativo ya está en giro. ¡Les espero en el teatro! 

OBRA: RECUERDOS DE OCTUBRE

Auditorios Británico

Jueves 11 Mayo Sede Camacho

Martes 16 Mayo Sede Los Jardines (SMP)

Jueves 18 Sede Pueblo Libre

Hora: 7:30 p.m – Ingreso gratuito – capacidad limitada

Sinopsis 

Recuerdos de Octubre es un monólogo en acto único. A través de las palabras de la actriz, el uso de su cuerpo, ritmo y su acción en el escenario, exploramos las complejidades de las relaciones intergeneracionales entre las mujeres de una misma familia. La violencia experimentada en su cuerpo respecto de su madre y su abuela, y la esperanza o desolación que le causa la relación con su hija. En este proceso además, ella misma cuestiona la necesidad de maternar a su niña interna y de olvidar el pasado o superarlo. María Beatriz, el personaje principal, es una sola mujer, y a la vez somos todas. 

Créditos

Dramaturgia: Mariela Noles Cotito 

Dirección: Caro Black Tam 

Actuación: Tatiana Espinoza 

Composición musical y musicalización en vivo: Alma Morón Ballumbrosio