Por Mya Sánchez

Indagar en sus raíces fue suficiente para que la cantante peruana Andre tomara la decisión: pasar de la música clásica a la música fusión. Con un primer álbum en proceso, la intérprete conversó con La Antígona sobre su romance con el folclor peruano, el uso del quechua en sus canciones y por qué se considera una músico/exploradora.

Cuando la maestra de canto de Andre la acompañaba cada clase en su camino a alcanzar la excelencia dentro de la música clásica, no se imaginó que la intérprete soñaba despierta con una carrera en la música fusión. Y es que las presentaciones en imponentes teatros como el Carnegie Hall o el Liceo, su concluida carrera en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY, por sus siglas en inglés), la trayectoria de más de 8 años y el éxito que le auguraba ese género parecían indicar que Andre estaba hecha para la ópera. Pero su profesora sabía que no iba a poder detenerla y ella no se lo iba a perdonar si no lo intentaba, así que sacarse el clavo parecía ser la única opción.

Revisar su historia es reconocer que la fusión estuvo siempre presente en su vida. Durante la década de los 90, su padre locutaba en un programa de boleros y música romántica en Radio Unión, mientras en su casa reproducía a Celia Cruz, Calixto Leicea, Benny Moré, Carlos Argentino y la Sonora Matancera. Por otro lado, su madre, de orígenes norteños, fue su primer acercamiento a los valses, zamacuecas y la música criolla. Y mientras una de sus hermanas estaba afanada con el grunge, rock noventero y el pop, la otra se inclinaba hacia las melodías asiáticas.

Pero fue cuando un día vio en la televisión el concierto de Los Tres Tenores (Luciano Pavarotti, Plácido Domingo y José Carreras), que las posibilidades en su mente se multiplicaron. “Hay algo que no se está escuchando en mi casa. ¿Qué es esto? Quiero oír más”, pensó en ese momento. Si bien no pudo explorar el mundo de la música clásica durante su vida escolar, era un hecho que lo haría en la posteridad.

A los 14 años, formó parte de un elenco de teatro junto a otros estudiantes del ICPNA, y cuando les tocó presentar la obra musical Grease, convocaron a la maestra de canto Rosa Echevarría, quien a punta de ejercicio físico y entrenamiento riguroso supo sacar lo mejor de Andre. Pero Rosa resultó ser también directora del coro de la Universidad Nacional de Ingeniería, a donde introdujo a la joven cantante.

Andre pasó luego al Conservatorio Nacional de Música (ahora Universidad Nacional de Música) y fue parte de la segunda promoción ingresante a la carrera de Música en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Durante esos años conoció al productor y sonidista Rafael de la Lama, quien la convocó para el Proyecto de la Lama, cuyo concepto era de rock sinfónico lírico. Con esta agrupación no solo grabó un disco, titulado Vi una Estrella Venir, sino que llegaron a abrir el concierto de Evanescence en Lima, allá por el 2012.

No obstante, Andre tenía hambre de más. Fue por ello que, en un acto que califica como “de locura”, audicionó a la Escuela Juilliard, donde la admitieron e incluso estudió becada. Y tras cumplir un año, finalmente, se trasladó a la Universidad de la Ciudad de Nueva York, que le atrajo particularmente por su programa de ópera. En el 2016, complementó sus estudios con clases en técnica vocal clásica en el Conservatorio del Liceo, en Barcelona, donde ahora radica.

El otro despertar

Su reencuentro con sus raíces estuvo siempre más cerca de lo que ella podía imaginar. Como parte de sus estudios profesionales, llevó un curso de Música Peruana dictado por Rafael Santa Cruz, quien como trabajo final les asignó investigar sobre las expresiones musicales en distintas regiones del país. A ella le tocó la sierra, así que entre caminatas y viajes en la ‘Chama’ recorrió distintos puestos de música folclórica a lo largo y ancho de la capital. 

“Yo estaba feliz yendo de un lado para el otro. Terminé recopilando en una tabla de excel de 20 o 30 hojas datos sobre canciones, los discos a los que corresponden y sus intérpretes”, cuenta emocionada. Su curiosidad ya había sido estimulada, y bastó la retroalimentación positiva que le dio su maestro para que decida seguir indagando. “Quería saber más, por qué suena así, por qué el sombrero de las personas que tocan chinlili, del subgénero de Pumpin en Sarhua, Ayacucho tienen una flor adelante y otra atrás. El porqué de nuestras tradiciones”, precisa.

En el 2019 Andre volvió a Ayacucho a resolver sus dudas, y la pasión que le despertaba la música peruana fue más grande que cualquiera de sus miedos. No fue una decisión fácil, admite, irse de un género en el que ya tenía terreno ganado a otro en el que no sabía si le iría bien. Había cantado con sinfónicas en Estados Unidos, Canadá, España. “Me encantan las partituras, me duermo solfeando. Me apasiona encontrar en la ópera historias de pasión, coraje, envidia, celos, amor litúrgico. Aún me gusta ir y en el intermezzo conversar con mis amigas sobre qué nos ha parecido la aria”, comenta entusiasmada.

Pero haber explorado el mundo le había generado aún más ideas locas y ganas de ponerlas en práctica fuera de la música clásica. “No voy a ser más joven de lo que soy ahora, me lo debo a mí misma”, pensó cuando, a pesar de la incertidumbre sobre el futuro, decidió finalmente empezar su proyecto en la música fusión. Así como muchos otros artistas y creadores, la pandemia le puso las cosas en perspectiva y se atrevió a concretar lo que solo había imaginado antes. 

Vientos de cambio

La transición musical impactó incluso en su forma de hablar. “Yo venía del clásico y las sopranos hablamos “bostezadito” y tuve que acostumbrarme a la fuerza a hacerlo con voz de garganta y de pecho”, explica. Pero así como había muchas cosas por adaptar, había otras también que le sirvieron de base para no empezar de cero, como la memoria muscular que tiene su cuerpo y la consiguiente técnica vocal que ya había aprendido y puesto en práctica.

Su clara dicción, que en la música clásica permitía que se le entienda aún cuando cantaba las notas más agudas, es un legado también útil en la actualidad. Asimismo, su vasto conocimiento del lenguaje musical le permite hoy por hoy hacer arreglos de instrumentos varios como trombones e incluso cuartetos de violines. Pero la responsabilidad que como músico clásica desarrolló es quizá la enseñanza más importante que adquirió.

“Para ella una limonadita” es una frase ya común en sus reuniones de amigas. No tomar alcohol para evitar inflamar sus cuerdas vocales, dejar de ingerir comida chatarra, usar mascarilla (incluso antes de pandemia) durante cambios de clima o al pasar cerca de árboles que expulsen polen, quedarse máximo una hora las raras veces que va a discotecas y regular el uso de audífonos son solo algunos de los cuidados que toma con su voz. Además, actitudes como el buen compañerismo y ser puntual han sido claves durante toda su trayectoria. Finalmente, ser músico es un estilo de vida.

Todos vuelven

En mayo del 2020 Andre trabajó en conjunto con Kayfex, Jorge Flores y Wari Willka en la traducción, para lanzar Tukuy Tuta, una versión reimaginada de la canción ‘All Night’ de Beyoncé con partes de la letra en quechua. Este tema resultó ser una continuación artística del proceso que empezó hace 11 años en Estados Unidos. Andre tuvo que experimentar lo que cualquier peruano siente lejos de casa para empezar a indagar en sus raíces con efervescencia. Fue así que a los 19 años, tras mudarse sola a otro país, llegó al Colectivo Quechua de Nueva York

Aparte de aprender un poco del idioma de la mano de la directora Elva Ambía, Andre pudo rodearse de otros compatriotas en su misma situación y participar de los eventos culturales organizados por la organización, y la Embajada, como los Raymis. Aparte de eso, reconoció que el motivo por el que sus abuelos de Áncash y Huancavelica no transmitieron su idioma nativo a su padre fue la discriminación que aquello les hubiese supuesto.

“Es importante para mí usar este idioma en mi música porque de alguna manera es también tener presente a mis ancestros. Así que con el quechua este romance no ha acabado”, manifesta determinada. Y es imposible no creerle cuando se evidencia en su entusiasmo la pasión que siente por nuestras tradiciones y nuestra música. Al respecto, la cantante explica que no ha encontrado en ningún otro género lo que ha oído en nuestro folclor.

“La música peruana te transmite un sentimiento desde el estilo de canto, como el lamento en el harawi, que a la vez te cuenta una actividad tradicional de la comunidad. Y al mismo tiempo expresa una conexión espiritual con elementos naturales. Es como un círculo en el que una cosa está conectada a otra y la primera no podría estar despegada de la última. No solo me cuenta algo, sino que intenta transmitirme un mensaje. Y eso hacen las grandes canciones. Básicamente me cantan un poema”, concluye.

El proyecto de Andre recién ha empezado. Su constante intento de retarse la lleva a no conformarse con lo mucho que ya ha logrado, sino pensar en todo aquello que podría conseguir. Susana Baca, Renata Flores y Cecilia Barraza están entre sus colaboraciones soñadas, pero le cuesta escoger debido a la admiración que siente por todos los artistas de la escena peruana y latinoamericana.

Además de distintos proyectos musicales con compañeros como Erkki Nylund y el percusionista peruano Mario Cubillas, con quienes el año pasado grabó un cover de Cardo o Ceniza, Andre está trabajando en la producción de su primer álbum, que se gestó en Ayacucho. Por ahora, adelanta, sus seguidores tendrán una sorpresa de su parte este año. 

Y quién sabe, quizá en el futuro pueda volcar en una publicación la investigación sobre la música peruana que durante estos años ha realizado. “Me gustaría aliarme con otros colegas investigadores. Ese es uno de mis objetivos como artista, porque yo siento que soy una músico/exploradora. Ojalá podamos poner esa información al servicio de la comunidad”, finaliza.