Fotos y texto por Miguel Vásquez

Hace casi un mes, el distrito de Ventanilla fue testigo del mayor desastre ecológico en la historia reciente del Perú. Según cifras oficiales, el derrame de crudo alcanzó los siete millones de metros cuadrados de mar, y contaminó casi dos millones de metros cuadrados de arena, lo que comprometió la integridad de 24 playas del litoral peruano. 

Para la mañana del 16 de enero del 2022, cormoranes, pingüinos y gaviotas se vieron envueltos en brazos negros y oleosos, mientras que en la orilla, el manto oscuro alcanzaba a incautos negociantes, cuya economía gira en torno al mar. A pesar de que hace unos días Repsol comunicó que los trabajos de limpieza en mar y playas tuvieron un avance superior al 56%, no es necesario adentrarse en el océano para verificar que el petróleo sigue azotando la vida a su alrededor. Un grupo específico notoriamente afectado fueron las mujeres comerciantes, que poco o nada tuvieron que ver con el origen de este desastre, y quienes vienen manchándose de problemas económicos producto de la negligencia de una empresa internacional de hidrocarburos.

“Antes del derrame, yo ganaba diariamente entre 100 a 120 soles, ahora gano entre 30 a 40 soles diarios. Eso no compensa para un almuerzo, y menos para pagar la luz y el agua. Yo no puedo ir a limpiar, porque las rodillas las tengo hinchadas, y no puedo caminar mucho. Ese es mi problema, porque sino yo me hubiera ido a trabajar extrayendo el petróleo de la arena, porque están pagando bien, no estuviera acá vendiendo chocolates”, indicó Vilma Milla Rojas, vendedora de chocotejas.
Ruma de barcos de uso recreativo vacíos, en la orilla del mar de Ancón. En un día normal, gran parte de ellos estarían navegando sobre el agua salada.
Vilma Rojas no es un caso aislado. Marina Obregón, otra vendedora de golosinas, también se ha visto afectada en sus inversiones.

“Yo tengo 35 años trabajando acá, y en este negocio he invertido, he sacado préstamos. Un domingo se sacaba entre 1000 a 1200 soles. Ahora estamos sacando por día entre 20 a 30 soles, y eso que hay días en los que no se saca absolutamente nada. Si salgo a vender es porque tengo esa necesidad económica, y también porque de alguna u otra manera tengo que vender mi mercadería, porque los productos se van a vencer, y voy a perder aún más”

El balneario de Ancón luce deshabitado. La pandemia y el derrame de crudo por parte de Repsol se perfilan como principales responsables de este panorama.
“Nosotros teníamos esperanzas de que este año fuera mejor, ya que el año pasado las playas han estado cerradas por el motivo de la pandemia. Nos hemos alistado con tanto esmero, con tanta ilusión. Ahora hemos mandado nuestros documentos a Repsol, y nos han dado un bono de 500 soles a todos los asociados, pero eso no es suficiente para todos nosotros que ganamos mucho más. Los comerciantes trabajamos para sobrevivir todo el invierno, educar a nuestros hijos y comprar algo para casa, pero lamentablemente no creo que todo esto se vaya a concretar”, menciona Maritza Cueto Carbajal, vendedora de raspadillas y presidenta de la Asociación de Comerciantes del Balneario de Ancón.

Un solitario salvavidas descansando bajo una torre de vigía, en uno de los principales puntos del balneario.
Así como Vilma, Marina y Maritza, Brenda Yarelin, una vendedora de yuquitas fritas, comenta que antes del desastre ella ganaba diariamente entre 300 a 700 soles. Luego de que el mar se tiñiera de negro, ella vio reducido su ingreso diario entre 60 y 120 soles, casi la mitad. 
Los intentos de Repsol por mitigar los daños causados al ecosistema producto del vertimiento de crudo, continúan. Según expertos de Markleen, empresa noruega dedicada a la fabricación de productos contra derrames de petróleo o hidrocarburos, el tiempo que  tarda en recuperarse un ecosistema afectado por derrame de petróleo es de aproximadamente 15 años.