Martha Carchery, trabajadora de limpieza en hospital de Essalud. 56 años
“Me levanto a las 4:30 de la mañana para ir caminando y llegar a las 6:00 a.m al hospital Alberto Leonardo Barton Thompson, en el Callao. Hace cinco años soy operaria de limpieza para la empresa SELIM. Empecé limpiando las áreas de emergencia y hospitalización. Pero hace tres años me pasaron a Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), área al que ahora tengo miedo limpiar porque todos los pacientes instalados tienen el COVID-19. Hasta el momento han fallecido dos pacientes de UCI y la situación cada vez empeora.
A pesar que contamos con la protección necesaria, este nuevo “disfraz” es incómodo y doloroso, pero lo tengo que usar por 12 horas diarias. Nos dan el uniforme de limpieza -uno tradicional-, tres mascarillas, seis guantes quirúrgicos, tres mandiles quirúrgicos, tres gorros quirúrgicos, tres botas quirúrgicas, guantes de limpieza, zapatos con punta de acero y lentes.
Los doctores son buenos y ya no nos permiten quedarnos tanto tiempo en el área. Solo limpiamos lo que necesitan y cada vez que salimos de ese espacio nos bañamos y nos volvemos a cambiar. Es decir, si yo ingreso a UCI cuatro o cinco veces, yo me baño las cuatro o cinco veces. Por ese lado me siento protegida, pero por otro lado me siento desamparada. Mi empresa no nos quiere aumentar la remuneración, a pesar de que nos exponemos día a día. Su respuesta es “si te quejas, te vas”. Y yo no me puedo ir. Tengo dos hijos: uno de treintaiún años sin trabajo y uno de quince en el colegio. Si yo renuncio nos quedamos sin comer. Solo me queda trabajar y no puedo darme ese lujo a estas alturas.
Somos 25 personas, todas tenemos entre 30 a 50 años. Cada día trato de animar a mis compañeras a seguir laborando y agradecer que aún tenemos trabajo. Al regresar a casa, el cual dura dos horas y media, pienso mucho en mi familia y en mí. Solo pido a Dios que me dé coraje y valentía para seguir adelante y hacerle frente a este virus.
© 2021 La Antígona