ARTÍCULO PERIODÍSTICO
Por Stefany Flores
Archivo: Juan José Cabezudo y amigo
El desarrollo de una subjetividad heteronormativa ha sido importante para sedimentar la idea de una nación fuerte, tanto a nivel económico como a nivel afectivo. La construcción de individuos viriles que sean capaces de luchar valientemente contra los enemigos de la patria se convirtió en parte de un discurso que abarcaría todos los campos de poder, llegando a penetrar finalmente en el naciente campo literario peruano del siglo xix. Ya Manuel Gonzáles Prada, en su poema “Guerra contra el menguado sentimiento”, plantea la existencia de ciertas emociones que pertenecen al ámbito de lo masculino y otras emociones que eran inherentemente femeninas. Entonces, lo afectivo está ligado a un estatuto de género valorizado en lo biológico, es decir, las emociones se estructuran de acuerdo al sexo del individuo. Ahora bien, si estas nociones eran bastante conservadoras y deterministas, ¿Qué pasaba cuando aparecía un “otro” que excedía estos límites de la normatividad del género?
El objetivo de este artículo es analizar las representaciones de sujetos no heteronormativos (afeminado y marimacho) dentro del contexto urbano limeño y como participaron en la construcción de una identidad nacional basada en la reorganización de las emociones viriles y femeninas pre-guerra del pacífico. En ambas obras, la literatura funcionó como un tipo de tecnología del género que sirvió para darse cuenta de la alteridad del otro y como su existencia en el contexto urbano hacía peligrar el desarrollo de la nación peruana decimonónica. Primero se analizará brevemente la situación general de las personas queer en el Perú del siglo XIX y su performance dentro dispositivos de control del poder como la medicina y la prensa. En un segundo plano, se compararán dos cuentos que muestran dos tipos de sujetos “disidentes” en dos textos decimonónicos: Lorencita de Manuel Atanasio Fuentes y Juana La Marimacho de Ricardo Palma. En el primer texto se argumenta que la aparición de estos otros nacionales y especialmente su corporalidad no sólo es antinatural, sino también fuente de contagio para los otros “normales”. Finalmente, en el segundo texto se estudiará al sujeto femenino “marimacho” y su vinculación con el tema de la raza y la imagen de ángel del hogar.
Los sujetos queer en el Perú decimonónico
(Michel Eugène Courret)
En el siglo xix existió el curioso caso de un sujeto mulato llamado Juan José Cabezudo quien acostumbraba repartir sus comidas durante los festivales en las plazas de toda la ciudad y llamaba la atención de las personas por sus chistes picantes y su forma de vestir un tanto femenina lo cual le valió el apodo “El Maricón”. Pese a que no hay muchos registros históricos acerca de su vida, sí contamos con un material literario de Ricardo Palma, quien nombró a Juan José como uno de los mejores cocineros de Lima. Tal era su poder que logró amasar una pequeña fortuna que le permitió darse ciertos lujos, como, por ejemplo, ser retratado por el mismísimo Eugene Courret (Arcos 23). Juan José fue uno de los pocos sujetos no heteronormativos -al menos documentado- que lograron hacerse un espacio en esa conservadora sociedad limeña; sin embargo, no por ello dejó ser considerado un sujeto subalterno.
El sujeto travesti, homosexual o “marimacho” siempre ha existido dentro de la sociedad y su desarrollo ha variado dentro de las distintas culturas. En imperios como el romano o el griego estaba permitido mantener relaciones “homoeróticas” entre el discípulo y su maestro pues se complementaban de manera simbiótica: mientras que el discípulo contribuía con su belleza y juventud; el maestro brinda sabiduría a su pupilo. Por el contrario, este tipo de relaciones estaban prohibidas para las mujeres pues eran consideradas, según la doctrina aristotélica, como sujetos imperfectos tanto mentalmente como físicamente. Dentro del contexto peruano, si hablamos de la aparición del sujeto afeminado, en las cartas de Colón se describe a los indios como jóvenes lampiños y de apariencia delicada. Esta referencia de afeminamiento por parte de los indígenas era algo que se quedaría en el inconsciente de la intelectualidad peruana, incluso hasta en la república. En el “Discurso en el Politeama” Manuel Gonzales Prada sería enfático al afirmar que se debía enseñar al indígena a tener emociones útiles pues si no sabe amar, por ende, no puede amar ni pertenecer a su patria .
Aunque la práctica homosexual se pierde en los inicios de la humanidad, es durante el siglo XVII Y XVIII cuando los médicos son consultados debido a ciertos percances en los comportamientos de algunos individuos. Desde ahí, la homosexualidad pasaría a ser considerada como una enfermedad, una desviación de la naturaleza que debía ser medicalizada y curada. Entonces, desde un aspecto nominal los “otros” eran tratados como monstruos o con apelativos bastante peyorativos como marica, maricón, afeminado, etc. En 1869, Károly Mária Kertbeny, escritor húngaro y reivindicador de los derechos de los homosexuales, utiliza por primera vez el término homosexual para mencionar lo qué hasta ese momento solo había tenido denominaciones genéricas. (Peluffo 31).
Ahora bien, durante el siglo xix, después de un largo proceso de desarrollo social, económico y político, esto se dio en un contexto caracterizado por una burguesía creciente y el posicionamiento de la revolución industrial que la convirtió en clase dominante. Así, se consolidó la construcción de la categoría de desviado sexual como un mecanismo funcional más para el ejercicio del poder de la clase dominante. La medicina se erigió en sucesora de la religión cristiana y la desviación fue explicada en términos médicos, lo que a su vez confirió poder político a la clase médica. En 1792, es famosa la conferencia del profesor de cirugía José Torpas de Ganarilla en la que discute si una mujer podría convertirse en varón pues corría el rumor de que una monja se había convertido en hombre en extrañas circunstancias. Concluye su disertación hablando de que pueden existir mujeres con atributos varoniles, pero que esto es parte, obviamente, de “un irregular desvío de la naturaleza” (Cuder 128).
Con respecto a Perú y la presencia de los “otros”, como ya hemos mencionado en el caso de Juan José Cabezudo, su comportamiento lo hacía “diferente” a los demás, pero no llegaba al punto de ser acusado de sodomía. En estos casos, las penas eran bastante graves pues se comprendía qué estos hombres estaban violando las reglas de Dios al hacer un uso antinatural de su sexo, recordemos qué en esta época esta atracción de los sexos opuestos estaba basados en fines reproductivos (Cuder 32).
Esta idea religiosa preconcebida en los cuerpos y en los géneros, continuaría en los siglos restantes, especialmente en el siglo xix, en donde se comenzará a enfatizar la relación entre cuerpo, patria y sexualidad. Para ello, no sólo se debía ubicar a los individuos que vivirían en ese nuevo Perú, sino también a los cuerpos que la pusieran en peligro. Los sujetos no heteronormativos ocupaban ese lugar, sus cuerpos y comportamiento desviado desorganizan la estructura misma de las leyes genéricas, religiosas y sociales.
Para poder propagar sus ideas, las élites dominantes utilizaron varios mecanismos, lo que Foucault llamaría dispositivos de poder del género. Uno de ellos, además de la medicina y el arte, fue la literatura. En “La vida de los hombres infames”, Foucault menciona que los sistemas literarios de representación realista y naturalista en Hispanoamérica favorecen la aparición de ciertos personajes “infames” cada vez más alejados de la heteronorma.
Los textos, por lo mismo, se convertirán en el espacio ficticio ideal para la revelación del transgresor secreto de la diferencia sexual. En otras palabras, los textos literarios se convierten en una forma de control para poder tipificar y darle una forma concreta a los llamados desviados de manera que no puedan pasar desapercibidos. Este reconocimiento de la alteridad del otro se escribirá en límites bastantes conservadores; rozando lo homofóbico y misógino; y siempre intentando homogeneizarlos sobre las bases de cierta heteronormatividad asociada a lo viril o a lo femenino. Por ejemplo, en el texto anónimo “El Paseo de Amancaes y Prisión de los maricones” (1825), los travestis son retratados como seres ridículos que se visten de manera estrepitosa y cuyo alboroto antinatural ocasiona qué la policía -otro dispositivo de poder- los encarcelen. Así, la literatura atacará, ya sea en sátira o drama, aquellas desviaciones que suponen una incomodidad casi sacrílega para los valores y la moral.
Al analizar estos dos textos ya mencionados, notaremos que la descripción de los cuerpos, a detalle, es importante para la construcción del “personaje” no heteronormativo. Ya sea en forma negativa o positiva, el cuerpo se convertirá en la prueba de futuras desviaciones que deben ser prevenidas. En esta nueva física del poder el cuerpo del individuo se instaura como un objeto de conocimiento e intervención predilecto a partir de la demostración, según Foucault de una óptica especial que permitirá el ejercicio de vigilancia sistemática y ubicua de una utilización de los individuos mediante un control perpetuo (46). Lo que pretenden instituciones culturales como la prensa, seminarios o libros es atrapar o tejer una red de relaciones de poder para poder configurar al sujeto y convertirlo en un cuerpo productivo, paralelamente también sometido y formado alrededor a los conceptos de utilidad, es decir, ser útil para su familia (producir sujetos viriles) y su nación, defender al país en caso de guerra). Ello se acentuará en los discursos bélicos revanchistas ocasionados por la Guerra del Pacífico.
En el caso de la mujer “marimacho” (la mujer-hombre), se exigiría una docilidad frente a la figura paterna que en un primer momento será el padre y que después de su matrimonio será recuperada por el esposo. Las exigencias de la nueva madre republicana serán casi similares a la de su contraparte masculina: producir sujetos viriles para la patria y ayudarlos dentro del ámbito del hogar. Debido a ello, gran revuelo causaría la creciente aparición de mujeres escritoras en este siglo, algunos intelectuales reaccionaron con gran violencia ante la presencia de estos “monstruos” que no son ni hombres ni mujeres.
Es en esta época en donde también la prensa (primer medio de difusión de la literatura en el siglo xix), y en alianza con las elites del poder, empiezan a desarrollar una postura bastante agresiva en contra de lo que la investigadora Magally Alegre Henderson llamaría masculinidades disidentes. Periódicos como El Mercurio Peruano o El Cometa serían conscientes de su función educadora y establecerán normas de género con respecto a la lectura de los artículos: secciones específicamente masculinas y otras femeninas (Campuzano 12). Un ejemplo de obras publicadas en los periódicos de la época es “La Carta sobre los maricones” publicada en el Mercurio Peruano y escrita para un tal Leandro y cuyo autor utiliza el seudónimo de Filaletes. En esta epístola tenemos a una Lima llamada Androginópolis en donde hay presencia de ciertos individuos que pretenden imitar ridículamente a las mujeres tanto en sus actos como en sus maneras de vestir. El ya mencionado “Paseo de Amancaes” también fue publicado en el diario El Mercurio Peruano. Manuel Atanasio Fuentes perteneció a esa red de escritores que constantemente publicaba en diarios y seminarios. Como sabemos, el escribir un artículo o un texto más que querer narrar una historia buscaba formar no solo una opinión sobre un tema polémico, también se mostraba la opinión del autor. En este caso, Fuentes Delgado, a través de esta historia llamada “Lorenzita” buscó mantener la correspondencia con los autores de su época sobre este tema tan delicado que afectaba directamente la honra de la nación peruana sobretodo en un contexto político tan convulso como los últimos años en Lima previos a la Guerra del Pacífico.
Lorenzita en el Seminario La Broma
Manuel Atanasio Fuentes Delgado (1820-1889), conocido por el apodo del “El Murciélago”, fue un escritor peruano, venerador del género histórico y la sátira política. Además, fue también periodista, juez supremo en la ciudad de Huánuco y catedrático de medicina legal. Por otra parte, La Broma (1877-1878) fue un semanario limeño exclusivamente ligado a lo literario en el que publicaron algunos de los más renombrados escritores de la época como Ricardo Palma, el mismo Manuel Atanasio Fuentes, el potosino Julio Lucas Jaimes y Ascisclo Villarán, por aquel entonces presidente del Club Literario (1875). En sus secciones circularon las primeras versiones de numerosas tradiciones de Ricardo Palma, así como también un repertorio muy variado de poesías satíricas y parodias festivas (Soto 234). Es precisamente en el año de 1878 donde Lorenzita haría su primera y única aparición.
Para comenzar a analizar el texto, primero es necesario enfocarse en sus elementos paratextuales. En este caso, el título es lo que más resalta: Lorenzita. En una primera lectura y sin alguna noción previa de su contexto podríamos decir que la historia trata sobre una niña pequeña, pues el diminutivo invoca cierta dulzura, inocencia o cierto cariño hacia el personaje principal; sin embargo, es en medio de este juego paratextual donde se notará que no es así. Conforme avanzamos, el uso del diminutivo cambia de un tono cariñoso, a un tono de burla -a veces violenta- hacia un niño con comportamientos “afeminados”. Esta mirada es compartida tanto por el narrador como por los otros personajes de la trama:
Mientras todos los diablillos estudiantes del Nebrija se desayunaban con leche vinagre o bizcochos con queso, el joven melifluo tomaba orchata o fresco de piña, y mientras los cuartillos y medios iban a parar a la pulpería de D. Pascual en cambio de galletas, huesillos y orejones, los medios de la niña, como lo llamaban sus condiscípulos, iban a manos de la misturera en cambio de azahares y claveles.
En este pequeño fragmento se nota como el desarrollo de las actividades de Lorenzo involucran un nivel de masculinidad “anormal” en un niño de su edad. La asociación de ciertos alimentos como contribuyentes de virilidad están definidos por la forma, textura y sabor de estos. La leche con vinagre, por ejemplo, es una bebida de un color blancuzco que tiene un sabor ciertamente ácido, por el contrario, la horchata está hecha a base de almendras y otro tipo de frutas dulces. Además, la flor según la historia literaria pertenece al campo de los sentimientos, y, por ende, a la esfera de lo femenino. El autor tipifica ciertos alimentos y les otorga una categoría de género, en otras palabras, el cuerpo del hombre si es asociado con lo fuerte y con lo no emocional, debe consumir ciertos alimentos y debe comprar ciertos objetos que simbólicamente le ayuden a reconocer y fortalecer su masculinidad frente a otros. Esto también le ocurre a las mujeres, como veremos en “Juana La Marimacho”, su elección de trabajo y gustos generará escándalo, pues no corresponde al género ni a los afectos que le han sido asignados biológicamente. Dentro del universo narrativo del texto, así como en la sociedad peruana, esto no se cuestionaba, es más, estaba completamente naturalizado. Ahí recabe la fuerza de los dispositivos de control de género, los cuales logran pasar sigilosamente como algo neutral y natural. La fuerza del orden masculino, en especial, se manifiesta en el hecho de que precisamente no necesita de alguna justificación pues el orden social y sus grandes dispositivos simbólicos le ayudan a masificar la dominación en la que se sostiene: espacios, instrumentos, lugares (Bourdieu 11). Estos dispositivos de control del género, buscarán penetrar al cuerpo y convertirlo en otra fuente de poder que debe ser regularizada o censurada según los beneficios del sistema. Por eso la aparición del cuerpo extraño de Lorencita causa “pánico” a los alumnos, miedo demostrado a través de la ofensa y el ostracismo al que será condenado.
El cuerpo, espacio aparentemente neutro, se llena de cargas simbólicas que se materializan en una performance adecuada. El hombre o la mujer debe adoptar un rol dentro del espacio urbano, el colegio y el hogar son centros tempranos de generación de roles y sus primeras performances guiadas por el orden social. La representación teatral de los demás niños entra en juego con la performance de Lorencita pues él no es capaz de entender el papel que representa en esta pésima escenografía. Prontamente, sufrirá el rechazo de sus compañeros y esto solo será una pequeña muestra de lo que la sociedad le hará en un futuro. Más adelante, Lorenzo adopta las sagradas vestiduras y se convierte en cura, sin embargo, otra vez su conducta “afeminada” le generará problemas dentro del espacio religioso. A lo largo de su vida, tratará de buscar trabajos como establecer una pulpería en donde se reunirá con ciertos jóvenes que comparten sus aficiones. El énfasis con que el autor se refiere a la juventud y al espacio de aprendizaje o el colegio no es en vano. Como ya mencionamos, la prensa se tomaba muy en serio su papel de educadora y concordaba claramente con el Estado. Quizá el autor en esta parte quiere preguntarnos, ¿Qué hubiera pasado si Lorenzita hubiera tenido una educación más estricta? o si su núcleo familiar no hubiera permitido sus conductas desviadas, quizá la educación, así como se proponía a los indígenas, hubiera vencido su naturaleza.
La degradación del cuerpo de Lorenzita es presentada con cierta burla por parte del narrador y su cuerpo llega a ser tan traslúcido que los médicos querían utilizarlo de modelo para sus exámenes médicos. Otra vez, el lector decimonónico está ante un dispositivo de género cuya consecuencia es el descubrimiento de “otro” anómalo. Siguiendo la tradición gótica, Lorenzita representa a ese cuerpo degradado por los pecados y los vicios; se ha convertido en un tipo de vampiro que buscará alimentarse y contagiar sus males hacia los otros: los sanos o decentes. De hecho, cuando Lorencita recibe la visita de los jóvenes en su pulpería, no se puede dejar de notar cierta censura burlona por parte del autor:
La pulpería hacía negocio durante el día, pero la trastienda consumía las ganancias del negocio durante la noche. Varios jóvenes decentes, amigos del negociante, lo honraban nocturnamente con sus visitas; formaban en la trastienda unas francachelas y unas remoliendas de hacerse agua la boca; corrían las mistelas fabricadas en la casa por el gaznate de los amigos, como el agua en Matucana ahora dos meses; pasaban por el mismo túnel el pan, queso, aceitunas y plátanos, como si los propietarios de tales conductos hubieran pasado una cuaresma entera a pan y agua; y por último… por último, ¡qué diablos!, ¡¡quebró el pulpero!!Otro paréntesis en la vida pública de Lorenzito (Fuentes, Caníbales).
El cuerpo enfermo entonces, desde el contexto de las emociones, simboliza la repugnancia y el contagio en una nación. Males como el miedo, la lujuria o la avaricia – por desear género ajeno- son marcados en un cuerpo que finalmente servirá para marcar a un tipo específico de población (Ahmed 34).
¡Juana, no te metas a hombre!: El ángel del hogar en las “Tradiciones en salsa verde”
Ricardo Palma publicó sus Tradiciones peruanas desde 1860, tanto en periódicos como en revistas. Luego las publicaría en una colección de volúmenes desde 1872 hasta 1915. Sin embargo, tal como destaca el prólogo de Alberto Rodríguez Carucchi, hubo un pequeño libro que eligió no editar: “Tradiciones en Salsa Verde”. Este texto, escrito entre 1901 y 1904 fue pensado como un regalo para su amigo Carlos Basadre a quien escribió una dedicatoria muy interesante, en la que le mencionaba que aquel texto no estaba hecho para publicarse, pues podía lastimar los afectos de algunas personas mojigatas (Palma 15). La reticencia a publicarlo sería entendible pues la censura de la época podía descalificar su imagen como autor.
El título del texto ya indica que el lector está ante un material un tanto polémico. Salsa verde invita a pensar estas pequeñas tradiciones condimentadas con un tipo de aderezo picante y chispeante que le da cierto color subido de tono en donde los temas serán crudos, atrevidos e incluso obscenos. Las épocas en la que se narran estas tradiciones van desde el periodo colonial (“La pinga del libertador”, “El clavel disciplinado”) hasta la vida republicana. Aquí, la mayoría de las tramas se centran en personas jóvenes cuyas vidas están en constante tensión con la educación, el trabajo, el hogar. Asimismo, hace énfasis en que la sociedad debe asumir una postura pedagógica intensiva para que estos casos de desviación pueden ser reformados y/o reconocidos desde el colegio (Palma 23). Tradiciones como Muchachos del colegio y Juanita La Marimacho presentan otra vez el espacio público y educativo como centro temprano de la performatividad de género pues ahí se espera criar a los futuros héroes de la patria.
Según el Diccionario de autoridades, marimacho es aquella mujer cuyo cuerpo es fornido y cuyas acciones parecen de hombre. En el caso de Juanita La Marimacho, no tiene el cuerpo de fornido de un hombre, pero si se desempeña en un trabajo “raro” para su género: es torero. Asimismo, Juana ha logrado penetrar en el espacio de lo político pues se narra que cuenta con auspiciadores para sus corridas de toro.
El narrador describe la bravura con la que Juana se enfrenta al toro durante las corridas, pero sin dejar de lado su carácter sensual y voluptuoso de mulata. Esta categorización racial la coloca aún más en los márgenes de la otredad y la hace doblemente subalterna (Cuder 130). Pese a que es un sujeto antinatural, los hombres alaban su gallardía, a la vez que también tienen ansias por “repararla”. Para ellos, Juanita es un sujeto femenino defectuoso que debe ser reparado mediante el acto sexual lo cual marca para ellos la diferencia radical que hay en ambos sexos. De esto se sobreentiende de que el placer obtenido por la protagonista (enfrentarse al toro) es antinatural, por lo que la relación sexual heteronormativa la colocaría en el camino de la rectitud. Asimismo, es curioso que las mujeres son las que le darán la categoría de marimacho, estas la colocan en una posición de paria. Con esto se cumpliría con lo que Bourdieu menciona acerca del cuerpo femenino como espacio también adherido a las fuerzas de dominación masculina: Es a través de su mirada androgénica que el sujeto femenino reconoce a sus congéneres (Bourdieu 23). Entonces, el cuerpo de Juana es sexualizado doblemente, primero porque no corresponde a los afectos naturales de los hombres, y segundo por qué no pertenece al estereotipo de ángel del hogar pues la protagonista no responde a la figura materna. No es dócil ni es frágil, ella es capaz de enfrentarse a la muerte. Eso es lo que en el fondo asusta a los hombres, la afrenta indirecta de la superioridad de la mujer en los espacios masculinos.
Cuando muchas de las mujeres escritoras comienzan a aparecer en el naciente campo literario, la prensa se burla de ella. La satiriza con lo cual le niega la posibilidad de tener una agencia, un poder. Por otra parte, se le empieza a llamar monstruo. A lo largo de la historia, la mujer que tiene voz ha sido prejuzgada por la sociedad, cualquier intento que tenga de hablar será asimilado como una especie de chillido o grito. No es que no se le puede entender; ella no sabe hablar. Juanita, el marimacho, al igual que Lorencita, no habla en todo el texto. Quizá esto simboliza aún más su carácter subalterno, pues los demás personajes, en su mayoría hombres, sí pueden dar una opinión acerca de ella, pero ella no. Juanita solo actúa. Y qué pasa si habla, bueno, ya sabemos las consecuencias: terminará violentamente asesinada por el sujeto varonil. Finalmente, Juanita se enfrentará a un toro, símbolo de virilidad y poder masculino contra el cual finalmente perderá. La infeliz, así lo describe el texto, se refugiará en la religión para poder salvarse. El cuento entonces es una demostración del poder de la religión frente a los avances de la naturaleza fallida. Juanita regresará a su estatus de feminidad y subalternidad permitida: se convertirá en carnicera.
En conclusión, en el Perú decimonónico, la literatura servía para nombrar los cuerpos dentro de un orden de género que pretendía exorcizar lo que se oponía a él, es decir, expulsar a los sujetos disidentes. Asimismo, como vemos en los cuentos, solo había dos formas en las que estos sujetos podían vivir en la comunidad: integrarse, en el caso de Juana (quizás aparentemente) o morir como es el caso de Lorencita a manos de un sujeto viril. Por otro lado, la presencia de la mujer, ya materializada en ciertos ámbitos de poder, generará un temor de la feminización de la patria. La generación de un discurso femenino radicalizará su forma corporal y será analizada como un monstruo.
FUENTES REVISADAS:
Ahmed, Sara. La política cultural de las emociones. D.F: Universidad Nacional Autónoma de México, 2015. Impreso.
Arcos, Carol. “Maternidad y travestismo: cuerpos de mujeres en el Mercurio Peruano de historia, literatura y noticias públicas (1791-1795)”. Revista Arenal (2008): 298-322. Impreso.
Bourdieu, Pierre. La Dominación Masculina. Barcelona: Anagrama, 1999. Impreso.
Campuzano, Giuseppe. “Andróginos, hombres vestidos de mujer, maricones… el Museo Travesti del Perú”, Bagoas 4: s/p. 2009
Cuder, Primavera. “La representación del otro en el siglo xix: Ricardo Palma”. Florida International University. Departamento de Filosofía, 2017. Impreso.
El Caníbal inconsecuente. Lorenzita”, en: La Broma, 13 de abril de 1878 Manuel Atanasio Fuentes. 25 dic. 2020. Web. http://elcanibal-inconsecuente.com/pag/lorenzita.html
Foucault, Michel. Historia de la sexualidad. Tomo 1. Barcelona: Siglo XXI Editores, 2012.
Palma, Ricardo. Tradiciones en salsa verde. Barcelona: Montaner y Simón Ediciones. 1983. Impreso.
Peluffo, Ana. Entre hombres: Masculinidades del siglo xx en América Latina. Madrid: Nexos. 2010.