Por Diandra García

Perla Núñez es una joven mexicana de 32 años, con diagnóstico de bipolaridad tipo II. A través de su cuenta de Instagram (@babademolusco), ella sensibiliza acerca de lo que significa ser bipolar día a día.

Mi nombre es Perla Marisol. Me diagnosticaron con trastorno bipolar (PMD) hace 5 años. Yo tenía 27. Presenté síntomas antes, desde los 19 o 20, pero no tenía idea de que se trataba de un trastorno. Era muy malo. Encuentro que los episodios depresivos, al menos a mí, eran lo que más me afectaba. Eran el infierno. Mezclados con las hipomanías…Fue terrible vivir así por tanto tiempo.

El tratamiento es complejo. No son analgésicos que tomas e impactan a la media hora. Tiene un efecto a largo plazo, requiere de mucha paciencia. Además, es individualizado, es como crear un cóctel para cada quien: el mío no necesariamente le va a funcionar a los demás. En cuanto al precio, es costoso. Vivo en un pueblo pequeño. Tengo que trasladarme a ciudades más grandes para atenderme. La salud mental sale cara.

De hecho, luego de que me diagnosticaron, no cambió mucho la forma en que me relacionaba con los otros. No le di la importancia debida a mi enfermedad… como que la minimicé. Me responsabilicé en serio cuando la gente a mi alrededor se puso más culera. Cuando comenzaron a decirme: “estás loca”, «no te pasa nada» o «tú te lo inventas«. Era difícil, porque en verdad tenía mucho miedo de hablar. No salía a la calle. A parte de que estaba sedada, porque me había medicado mal, me asustaba oír comentarios malintencionados.

El principal era el de la flojera. Que yo era una floja, que decía lo del PMD para no hacer nada. Para no continuar con mi vida laboral o con mi vida en sí. ¡Eran muy hirientes! Por eso, conversar con las personas me fue paulatino. Al principio me escondía. No iba ni a la puerta de mi casa. Me dañaron mucho con los estigmas. También con la otra cara de la moneda, el estereotipo de las hipomanías. Te conviertes en una persona ‘demasiado extrovertida’. Porque sientes que puedes hacer cosas sin pena. Cosas que tú… o sea, que yo jamás haría. Eres la loca, la irresponsable, la niña rebelde, la egoísta, la que hace todo para llamar la atención. Eso eres para el mundo, un prototipo tipiquísimo, como el de floja. Lo peor es que esto lo comentan también tus allegados. Familiares, vecinos, amigos. Repito, mi pueblo es pequeño. Aquí, todos se enteran de todo. Yo recibí opiniones por todos lados, pero a mí nadie me escuchaba.

 

Estaba harta de eso. De que me ignoraran, de que me minimizaran. Necesitaba que me oigan, que me lean. Por eso creé la cuenta en Instagram con un nombre anónimo (@babademolusco). Decidí no mostrar mi cara, solo compartir lo que siento. «Si alguien me lee, bueno. Si no, pues ya lo saqué«, me dije. Así inicié. Para mi sorpresa, la gente respondió entusiasmada. «No manches, me pasa lo mismo«. No sé por qué, hasta entonces, no se me había ocurrido que había más pacientes con el mismo diagnóstico, con trastorno bipolar. Fue un grandísimo apoyo, porque conocí mejor la enfermedad. 

 

He tenido muchas recaídas, ¿sabes? El hecho de obtener ese feedback y pues, ¡platicar!… Compartir experiencias es algo que me ayudó a cambiar para bien. La red de apoyo es necesaria. Si vas al psicólogo o al psiquiatra y regresas a una casa en la que recibes malos tratos, pues de nada te va a servir la terapia. O, bueno, vas a retrasar la mejoría.

 

Estoy inmensamente agradecida con mis seguidores. Siempre me agradecen por compartir, pero en realidad, soy yo quien debe dar las gracias a ellos, por leer. Eso es algo que me ha ayudado mucho: sentirme leída. Es algo así como: «Güey, al fin me escucha alguien que no es ni el psicólogo ni el psiquiatra. ¡Y se siente muy chido!».