Por Héctor Villa
Frente a la violencia, la falta de políticas de asistencia por parte del Estado y de redes de apoyo familiar, las mujeres migrantes venezolanas crean y promueven sus propios espacios seguros. Ahí no solo intercambian alimentos o medicinas, también comparten sus pérdidas y celebran sus progresos.
Yuletsy Torrealba salió de Venezuela porque quería tener una familia. En enero de 2018 quedó embarazada, pero su parto se adelantó. Recorrió dos centros de salud en Caracas: el Hospital Pérez Carreño y la maternidad Santa Ana y en los dos le cerraron las puertas porque no había incubadoras ni anestesiólogos. “Yo trabajaba para el IVSS (Instituto Venezolano de los Seguros Sociales) y tuve que llamar a mi jefa, que también era directora de la maternidad, y pedirle que me ayudara para que me atendieran”.
Logró ingresar a la Santa Ana, pero dos semanas después su bebé había muerto. Tras la pérdida de su hijo, decidió salir del país. La decisión la tomó con su esposo, Darwin Alonso. Aunque su situación económica no era tan precaria, no quería arriesgar otra vida en Venezuela. “Fue horrible lo que me tocó vivir”, recuerda.
Al Perú llegó el 1 de mayo de 2019. La recibieron su cuñada y su suegra, que ya estaban establecidas en el país, y la ayudarían a iniciar su nueva vida.
Un año antes, Yosgreis Novelli, en el mes de enero, se asentaba en Lima. El 15 de marzo de 2018 recibió la noticia de que estaba embarazada. Aunque se sintió emocionada, también tuvo miedo: su familia estaba lejos, en Venezuela, y su esposo trabajaba todo el día.
En medio de su soledad comenzó a encontrar apoyo en las mujeres que, al igual que ella, gestaban una vida y con las que se cruzaba en el Hospital de San Juan de Miraflores, donde se realizaba sus chequeos frecuentes, o en sus vecinas con las que compartía en su comunidad. Empezó a recopilar sus teléfonos con la pretensión inicial de crear un espacio en el que pudieran ser escuchadas, de ahí nació Mamitas Venezolanas. “Yo dije ‘si me siento de esta forma, ¿cuántas mujeres no estarían igual? ‘“, expresa. Poco a poco el grupo de WhatsApp se fue expandiendo.
“Para mí fue fuerte porque tenía un embarazo de alto riesgo y estaba sola. Pero en medio de mi necesidad, en un proceso tan importante como la maternidad, me di cuenta de lo que podía hacer”, cuenta Yosgreis.
En Perú hay una “feminización de la migración”, así lo denomina Amnistía Internacional que estima que el número de mujeres migrantes en este país creció de 47% a 58%, entre 2017 y 2019, en su informe Desprotegidas: Violencia de Género Contra Mujeres Venezolanas refugiadas en Colombia y Perú.
Tal como lo define Amnistía y CARE Perú, “la feminización del flujo migratorio obedece a varios factores, entre ellos la reunificación familiar o la búsqueda de oportunidades en salud, educación y alimentación para sus hijos, hijas o personas mayores a su cuidado que no encuentran accesibles en Venezuela”.
Yuletsy llegó a Mamitas en mayo de 2020. Su bebita Sofía Victoria había nacido un mes antes de que se decretara la cuarentena, en el Perú y el mundo entero, a causa del COVID-19. Cumplía el anhelo de tener una familia en medio de la incertidumbre de aquellos días. “Me emocioné porque la razón por la que habíamos salido de Venezuela se estaba materializando”, expresa, pero también estaba preocupada.
Llegó al grupo de apoyo a través de Alfredo, quien es amigo de su esposo y conocía a Yosgreis. Sabía de su precaria condición económica, así que le habló de Mamitas y le preguntó si quería ser parte. “Yo me encontraba en casa, ¿qué podía perder?”, dice Yuletsy.
Cuando ingresó al grupo de WhatsApp vio una comunidad que se mantenía en constante comunicación, a pesar de la distancia. “Siempre hablaban, y comentaban las necesidades que tenía cada una. A mí, particularmente, me daba pena porque había otras que tenían una situación más complicada que la mía”, cuenta.
En medio de la pandemia, Yuletsy no tenía trabajo, se dedicaba a cuidar a su hija de apenas meses de nacida. Su esposo también había quedado desempleado.
En esos días “tan oscuros”, como los llama Yuletsy, recibió el apoyo de este grupo de desconocidas a las que se había vuelto tan cercana. “Yosgreis había escrito que tenía unos alimentos para donar. Yo no le dije nada porque tenía pena, pero me escribió y me dijo que me los iba a dar”.
Ambas viven en distritos lejanos el uno del otro. Yuletsy está en Rimac y Yosgreis en Chorrillos, más de 20 kilómetros las separan. “Como estaban las restricciones, mi esposo pidió una bicicleta y salió a buscar la comida. Por Mamitas tuvimos que comer esos días”, afirma.
Mamitas Venezolanas ha sido un espacio en el que las mujeres han encontrado y fortalecido lazos de amistad y apoyo con otras venezolanas y peruanas en el país. Su propósito es ayudar a las migrantes que atraviesan un proceso de gestación, requieren ayuda o simplemente un espacio seguro para escuchar y brindar apoyo.
“En todo mi proceso yo he comprendido muchas cosas. Ser parte de este grupo de apoyo y recibir herramientas de estas mujeres es algo que agradezco porque puedo reconocerme. También es un espacio donde las mujeres podemos compartir nuestras pérdidas. Muchas ahí nos hemos reconocido en la misma condición, somos madres en duelo, pero nos apoyamos”, dice Yuletsy.
Boss Women
“Muchas veces las mujeres migrantes y refugiadas que llegan a Perú no saben que son víctimas de violencia”, dice Martha Fernández, presidenta de la Asociación Protección Poblaciones Vulnerables (APPV).
La violencia puede ser interseccional y ocurrir incluso cuando no se generan oportunidades de integración adecuadas para las mujeres como le pasó a Marianella Merlo.
Pese a tener una preparación universitaria como técnico en informática, Marianella no ha podido ejercer su carrera en el Perú. “Yo nunca conseguí un trabajo formal, pero creo que es más que todo por la edad. Con lo que puedo hacer por mi cuenta, cubro algunos gastos pequeños en casa”, expresa.
De acuerdo con el estudio del BBVA Research: El impacto económico de la migración venezolana en la economía peruana, el 90% de las personas que llegaron al Perú se encontraban laborando en el sector informal. Esto quiere decir que no tenían un contrato de trabajo ni prestaciones o seguro médico. A Marianella le afecta esta realidad con mayor peso por ser mujer y migrante y por tener 50 años, una razón por la que siente que es discriminada.
“Yo había dicho que al llegar empezaríamos con nuestra vida desde cero, pero con oportunidades. Tendríamos más trabajo y que íbamos a progresar(…) Pero ha sido bastante duro porque no es así”, lamenta.
Salió de Venezuela, el 20 de enero de 2018, aunque recomenzar en otro país no era una opción para ella. “Yo no quería venirme. Pero las condiciones eran difíciles. Yo fui una de las despedidas de PDVSA (la empresa estatal petrolera). No estaban las condiciones para quedarnos”, dice.
Junto a sus tres hijos Sebastián (22 años), Diego (15 años) y Marcela (12 años) y su esposo, Aarón Sinue Álvarez (51 años), emprendieron el viaje que duró siete días.
Más tarde, en ese mismo año, Marianella tuvo que vivir el duelo a distancia: “No teníamos ni un año aquí en Perú cuando murió mi suegra y no pudimos ir a despedirla, ni siquiera mi esposo. Con los cambios en la economía y la inestabilidad laboral no pudimos hacer nada”.
Dos años después, atravesó un nuevo dolor, esta vez por la muerte de su padre. “Cuando migras debes vencer miedos, porque cuando tú vienes hay miedos, dices ‘esto no va a pasar, esto no va a pasar’, pero pasa”, dice.
Su esposo había sido su soporte y apoyo emocional principal. Sin embargo, por el contexto laboral que atravesaba Aarón, decidió buscar nuevas oportunidades en otros países. Por ello tomó la decisión de emprender una nueva migración, esta vez hacia Estados Unidos.
Unos meses más tarde, su hijo Sebastián seguiría los pasos de su papá. Marianella tuvo que afrontar un nuevo proceso migratorio, pero esta vez con ella despidiendo a su esposo y a su hijo.
A raíz de esto, empezó a padecer de ansiedad, depresión e insomnio. “Yo no dormía”, cuenta. Pero a través del grupo de Boss Women le brindaron atención psicológica y medicamentos para que pudiera descansar.
Su hijo menor había sido miembro de la brigada de la Asociación Protección Poblaciones Vulnerables y un día le extendieron la invitación para que formara parte del programa de empoderamiento de mujeres, denominado Boss Women, y que ahora se encuentra en su segunda etapa. El objetivo era motivar a las participantes a través de grupos de apoyo y conversatorios y trabajar su autoestima.
“Queremos que las mujeres que forman parte de Boss Women tengan seguridad, que conozcan cuáles son sus derechos aquí. Y que se conviertan en voceras. Este es un programa de empoderamiento femenino, trabajamos con las mujeres para prevenir que sean víctimas de violencia, nos enfocamos en ellas para que no sean una cifra más. Este grupo de mujeres sirve al mismo tiempo como una red de apoyo para quienes participan”, cuenta Fernández, presidenta de APPV.
Marianella forma parte de la red de voluntarias que crean espacios seguros para otras migrantes. A través de la APPV, y otras ONG en el Perú. “Era no solo un espacio, era un espacio para las migrantes venezolanas y compartían, traían comida, se abrazaban, lloraban y levantaban el ánimo”, explica la presidenta de la asociación. En las jornadas no solo dan kits de alimentos o aseo para las personas migrantes y refugiadas, también realizan un registro para que las mujeres tengan acceso a la regularización migratoria, a través del Carnet de Permiso Temporal de Permanencia (CPP), y brindan información sobre qué hacer frente a casos de violencia, en las que Marianella participa.
Durante el trayecto de su hijo hacia los Estados Unidos, cuando se encontraba en México lo detuvo la policía que le exigía permisos de tránsito en el país. “No le hicieron nada físicamente, pero si era psicológico. Además, estuvo preso con gente de otros países y tuvo que pagar casi $400 para que lo soltaran y pudiera seguir”, dice. Ese impacto también afectó a Marianella.
“Para mí el grupo de mujeres fue de mucho apoyo. No solo los días jueves, cuando nos reunimos, sino que era una constante. No me sentía sola, sentía que podía compartir lo que me ocurría sin sentirme juzgada. Además, me hacen sentir que soy parte del grupo, me siento querida”, manifiesta.
Marianella contó que aún tiene momentos en los que se ha sentido triste, pero que ahora cuenta con herramientas que la ayudan en su proceso:“Estoy un poco más tranquila. Ser parte del grupo me hace sentir útil, estás participando y luchando desde aquí. Además, en el proceso aprendes que no eres la única que está en este rollo, que hay otras mujeres, y compartes con ellas, haces amistades, creas alianzas, y lo que comenzó los jueves ha trascendido ahora a mi vida cotidiana”.
Iniciativas como Boss Women o Mamitas Venezolanas han servido de plataforma para que mujeres venezolanas y peruanas se reencuentren, tengan herramientas e información para saber cuáles son sus derechos y eviten ser víctimas de violencia.
Producción realizada en el marco de la Sala de Formación y Redacción Puentes de Comunicación III, de Escuela Cocuyo y El Faro. Proyecto apoyado por DW Akademie y el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania.