Por Josselyn Lopez
Informalidad en Honduras. FOTO: Articulo66
Desde hace mucho tiempo en Honduras la economía informal ha jugado un papel importante en el desarrollo del país. Según datos del Banco Mundial, desde el 2003 hasta el 2013, el empleo creció con una tasa anual del 5.1%. Si bien la cifra aumentó más rápido que en otras economías centroamericanas, estos empleos fueron en el sector informal.
En el año 2016, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares de Propósitos Múltiples (EPHPM), el 62% de los empleos estaban categorizados como “empleo informal”, el 24.1% se encontraban en el rubro de la agricultura y el 11.6%, en el rubro del comercio. Estas cifras representan unos de los niveles más altos de empleos informales en América Latina y el Caribe.
Los datos del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS) y el Instituto Nacional de Estadísticas revelan que el 78% de los empleos estaban en la economía informal en 2023, la cual contribuye al 46% del Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, no existen estadísticas hondureñas oficiales que midan exclusivamente el avance del empleo informal, lo que significa que posiblemente haya empleadores y empleados en condiciones de informalidad que no se pueden identificar y cuantificar.
Los empleos informales son categorizados como “empleos de baja calidad”, lo que impide a los empleados cotizar un sistema de seguridad social y, por lo tanto, acceder a beneficios de protección social. Los trabajos se dan en condiciones de inseguridad y salarios más bajos del promedio, lo que tiene consecuencias negativas a largo plazo para las mujeres, quienes, incluso en economías desarrolladas, reciben menos pensiones que los hombres.
En el sector del comercio, las mujeres trabajan en la informalidad de manera más frecuente que los hombres. Ese es el caso de Yamileth Martínez, criada en una familia que se ha dedicado a la economía informal. Su tía Emperatriz Martínez es la matriarca de la familia, quien no fue reconocida por su padre, ya que este no deseaba tener hijas mujeres. Ella asumió un rol materno y de proveedora para el resto de sus hermanas menores.
Desde pequeña tuvo que velar por cubrir con las necesidades básicas de sus hermanas. Entonces, empezó a vender productos como frutas y verduras. Iba de casa en casa, esperando al final del día ver la recompensa de su esfuerzo para poder llevar un sustento a su familia.
Mientras crecía, también crecía su deseo por seguir ganando dinero, así que a los 14 años empieza a vender tortillas en el mercado, lugares de vulnerabilidad y violencia que forman parte de la cotidianidad y el desarrollo de la vida. En ese momento se “enamoró” y conoció a quien sería el padre de uno de sus hijos e hijas, un hombre que pensó que era su salvador. Sin embargo, este hombre se convirtió en su opresor. Después de 2 años de sufrir múltiples violencias, tomó la valiente decisión de romper vínculo con su agresor.
A los 16 años, con un hijo y con toda la responsabilidad económica en sus hombros, nuevamente se dedicó a vender tortillas, luego empezó a vender desayunos: pan con café, panqueques, osmil, etc. Se levantaba a las tres de la mañana todos los días. Su jornada era larga y cansada, pero sus esfuerzos demostraron su tenacidad, pues después de tiempo ahorrando pudo comprar un terreno donde había una construcción básica de madera. Este lugar le permitió tener una vivienda propia, un lugar que le pertenecía, que había logrado con su esfuerzo y dedicación, un lugar que representaba seguridad.
Con sus ahorros tuvo la oportunidad de ser prestamista no bancaria. Poco a poco fue siendo reconocida y muchas otras personas se fueron acercando a ella para solicitar sus servicios. Sus ingresos fueron creciendo y pudo hacer inversiones en otros rubros, compró un carro, el cual empleó como taxi y generó más ingresos.
Los años pasaron y Emperatriz tuvo dos hijas más, atravesó muchas dificultades, que parecían hacer las cosas cuesta arriba. Ahora, a sus 50 años, puede ver todo el cosecho de su siembra. No solo fue valiente, sino que también pudo tomar decisiones financieras favorables que le permitieron lograr lo que deseaba.
Yamileth, admira todo lo logrado por la matriarca de su familia, quien ha sido un pilar fundamental en su vida y para sus familiares. Recuerda con mucho cariño y fascinación el trabajo realizado por su tía, pero sus sueños están lejos del mercado, lugar que describe como violento para todos, pero principalmente para las niñas y mujeres. Los mercados han sido lugares de disputa de territorios entre maras y pandillas, lugares para ejercer la prostitución y lugares llenos de mucha delincuencia.
La economía informal existe por la incapacidad del sector formal para generar empleos; pues incluso empresas bien establecidas en el mercado generan empleos informales, los cuales carecen de cualquier garantía de condiciones favorables para los empleados. En la última década, el PIB en Honduras ha crecido solamente un 3.3% de manera anual, lo que es insuficiente para mejorar el bienestar de la población.
El país hondureño necesita una administración de las finanzas públicas de manera eficiente para poder disminuir los índices de pobreza, desigualdad y falta de empleos. A esto se suma la violencia de género, que afecta principalmente a niñas y mujeres, quienes al quedar atrapadas en la informalidad no solo enfrentan inseguridad financiera, sino también una mayor exposición al abuso físico y sexual. Esto perpetúa un círculo vicioso de precariedad y violencia del cual es difícil escapar.