Por Marcela Cossíos

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Un acuerdo internacional celebra la liberación de casi 2000 rehenes, mientras sobre el terreno se impone el exilio forzado y se relatan historias de tortura, dificultando el camino hacia la paz.

En el marco de un alto el fuego firmado ayer, 13 de octubre de 2025, Israel y Hamas liberaron a los últimos 20 rehenes israelíes vivos a cambio de 1960 rehenes palestinos, en una operación supervisada por la Cruz Roja. Este canje, que eleva el total de palestinos liberados a aproximadamente 2000, fue la piedra angular de una cumbre internacional por la paz en Egipto, copresidida por los presidentes Abdel Fattah al-Sissi y Donald Trump y en presencia de más de 20 líderes mundiales y el secretario general de la ONU. Sin embargo, la declaración resultante omitió cualquier mención al derecho a un Estado palestino. Ni el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ni representantes de Hamas estuvieron presentes.

Mientras los líderes celebraban, la realidad en el terreno palestino era distinta. Por un lado, cientos de palestinos fueron liberados en Cisjordania, donde sus testimonios comenzaron a revelar el horror de torturas y condiciones inhumanas en prisiones israelíes. Por otro, una decisión de última hora de Israel alteró la suerte de más de 154 presos, que fueron exiliados a Egipto en lugar de ser devueltos a sus familias, convirtiendo la esperanza de centenares de personas en una decepción desgarradora y revelando que para muchos la libertad llegaba lejos de su tierra, en un destierro sin garantías.

La frágil tregua se ve amenazada apenas un día después del canje. El ejército israelí ha asesinado al menos a cinco palestinos en Gaza, bajo el pretexto de que se acercaron a sus posiciones y “cruzado la línea amarilla”. Simultáneamente, el gobierno de Netanyahu ha implementado represalias colectivas, posponiendo la apertura del crucial cruce de Rafah y limitando la ayuda humanitaria a 300 camiones diarios, la mitad de lo acordado.

Estas medidas, justificadas por la demora en la devolución de cadáveres de rehenes, chocan con la advertencia de la Cruz Roja: localizar los cuerpos, muchos bajo escombros de bombardeos israelíes, requiere semanas. Esta disputa evidencia cómo el castigo colectivo se impone a las necesidades de una población al borde de la inanición.

En definitiva, la constante violación de los acuerdos por parte de Israel —con exilios forzados, bombardeos continuados y el estrangulamiento de la ayuda humanitaria— revela a un participante en el que es imposible confiar. Estos actos socavan cualquier esfuerzo de paz, perpetúan la injusticia contra el pueblo palestino y condenan a la región a un ciclo de inestabilidad recurrente. El camino hacia una solución duradera se ve así minado, demostrando que sin el cumplimiento de los compromisos y el fin de la impunidad, cualquier tregua será solo un frágil interludio entre una guerra y la siguiente.