Ada Huaroto. Cosmetóloga de profesión. 50 años.
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Hace nueve años decidí dejar de trabajar en las peluquerías de mis amigas para inaugurar la mía. Nunca pensé que una pandemia arruinaría mis sueños y me obligaría a cambiar mi salón de belleza por una frutería.
Todos los días me levantaba a las siete de la mañana para hacer mis quehaceres y estar a tiempo a las nueve para abrir mi salón en el distrito de San Luis Ahora las cosas han cambiado: me levanto a las cinco de la mañana para ir al mercado Mayorista de Frutas y comprar cajones de manzanas, mandarinas, papayas y paltas.
No es fácil salir adelante en mi situación, pues tengo dos hijos pequeños que aún están en el colegio y una deuda por vivir en una casa alquilada. Aún así, la necesidad te obliga a accionar rápido, más si no cuentas con el dinero para adaptar tu negocio al nuevo protocolo de salubridad.
Esta situación de crisis por el COVID-19 me ha llevado a reflexionar y valorar las cosas. Antes mis clientas me llamaban para programar citas en mi salón. Hoy me llaman para que les lleve fruta a la puerta de su casa.
No me avergüenzo de vender fruta porque es un trabajo digno. Yo me siento tranquila porque mis rejas están cerradas, nadie ingresa, no me expongo al contagio. Además lo que más importa es el bienestar de mi familia.
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