Por Mya Sánchez

Foto: Prensa Internacional

Los pasados Juegos Olímpicos Tokio 2020 fueron escenario de eventos históricos. Uno de ellos se desencadenó a partir de que Simone Biles, la gimnasta afroamericana, se retirara de cuatro competencias y pusiera sobre la mesa el tema de la salud mental. ¿Qué nos dice aquello sobre las expectativas que ponemos sobre las deportistas afrodescendientes?

“Soy un ser humano antes que Simone Biles, la superestrella”, declaraba allá por el 2019 la deportista estadounidense luego de que el equipo de gimnastas que lideraba ganara el oro en el Mundial de Gimnasia Artística de Stuttgart, Alemania. Casi dos años después, aquellas palabras cobraban aún más sentido cuando desencadenaron un hecho histórico: Biles se retiró de la competencia general por equipos femeninos y de las finales de caballete, ejercicio en suelo y barras asimétricas de los Juegos Olímpicos Tokio 2020 pues, en sus palabras, “estaba luchando contra sus demonios”.

Para Carla Tristán, ex voleibolista y entrenadora afroperuana, esta situación no es ajena. “Entrena, aguanta y compite”, es la mentalidad que en sus épocas predominaba y la consigna que justificaba que las deportistas llevaran sus cuerpos al límite sin un correcto acompañamiento físico ni emocional. Y es también la postura de algunos deportistas en la actualidad. Los que se lo pueden permitir, claro. 

Foto: Columna Digital

A propósito de la decisión de Biles, el tenista serbio Novak Djokovic afirmó con dureza que la presión es un privilegio y que si el objetivo de un deportista es triunfar debe aprender a lidiar con ella. Fuera de las particularidades de las disciplinas en las que ambos atletas se desenvuelven, hay factores que marcan una gran distancia entre sus experiencias. ¿Podría entender un hombre blanco la presión que hay sobre la gimnasta afroamericana? ¿Qué tanto influyen factores como el género y la identidad étnico-racial en las expectativas que se colocan sobre los deportistas?

Doble baremo

Como es bien sabido, los estereotipos de género son expectativas respecto de las cualidades, labores e ideas que socialmente se ha impuesto sobre hombres y mujeres. En ese sentido, explica la psicóloga feminista antirracista Jazmín Reyes, ellas suelen ser asociadas a roles de cuidado, en los que deben “nutrir, alimentar o atender las necesidades de los demás”, explica. 

Este tipo de labores se personifica, por ejemplo, en la figura de la madre, “que es el símbolo de la integridad desde la abnegación, que pone a todo el mundo antes que ella y que tiene una moral particular”, añade la Magíster en Derecho, Ciencia Política y consultora de agencias gubernamentales en temas de género e interculturalidad Mariela Noles.

Figura de la madre, “que es el símbolo de la integridad desde la abnegación». Foto: Wix

No obstante, las identidades étnico-raciales de las mujeres han sido un factor clave para que no todas experimentemos el sexismo de la misma forma. Así, mientras se espera que las mujeres blancas sean delicadas y frágiles, los estereotipos en torno a las mujeres racializadas indican todo lo contrario. Como explica la periodista y activista antirracista Sofía Carrillo, fue en la segunda ola del feminismo que los colectivos afro empezaron a cuestionar esto.

“Ser una mujer negra te colocaba en una posición de ser fuerte e independiente, entonces el reconocimiento de derechos de las mujeres afrodescendientes no buscaba que se las vea como fuertes. El feminismo liderado por mujeres blancas desconocía la situación de las mujeres afrodescendientes, por lo que aparece la necesidad de hablar de nuestras particularidades”, explica. 

Así, el factor común ha sido demandar a las mujeres anteponer las necesidades de los demás a las propias, pero, como afirma Sharún Gonzáles, docente, periodista e investigadora afroperuana, “las expectativas sobre un cuerpo feminizado y racializado negro son ilimitadas”.

Cuando la fortaleza no es un halago

Desde la “Jezebel” hasta la “mammy”. Los arquetipos racistas que a lo largo de los años se ha difundido a través de los medios de comunicación suelen estereotipar a las mujeres afrodescendientes como hipersexualizadas e insaciables, irritables y destructivas o cuidadoras de moral perfecta. En su libro Sister Citizen, la socióloga Melissa Harris-Perry narra cómo en la década de los 50 y 60, las mujeres afrodescendientes construyeron el esquema de strong black woman en un intento de escapar de los roles negativos antes mencionados.

Todos estos personajes son vistos como Mammies. Con tres de cinco de estos roles, se han ganando premios a pesar de ser una representación esteriotipada.  Imágen: Lauhrinse Greeeen

A pesar de parecer lo opuesto y colocarlas en un lugar de superioridad física, este arquetipo terminó siendo igual de dañino. De acuerdo a Sharún Gonzáles, este se refería a que “las mujeres racializadas negras afrontan circunstancias de vida tan duras que se endurecen”, y la sociedad lo interpreta como que siempre son fuertes, luchadoras y se sobreponen a las condiciones. “En realidad estamos sobreviviendo”, añade.

Así, el mito del strong black woman ha normalizado que las mujeres afrodescendientes presenten ciertas características que bordean lo sobrehumano. “Su masculinización, por ejemplo. Una mayor resistencia al dolor, un grado más alto de resistencia física. Eso incluye que la vulnerabilidad sea castigada”, precisa Noles. Es así que, mientras que en otros contextos la resiliencia o la integridad moral son positivas, en  este caso se convierten en la expectativa normativa. “Ahí vale la pena mirar cuál es la sanción social si es que nos desviamos del camino”, agrega la docente.

Y es ahí donde radica el riesgo de los estereotipos. Reyes argumenta que cuando estas creencias se convierten en verdades absolutas, se encasilla a las personas en un lugar y forma de actuar específicos. “Entonces si no cumples con ellos, no eres una mujer negra. Al final pierdes libertad”. Carrillo concuerda con que son peligrosos pues “se toma una porción de la realidad y, por ejemplo, no manifestar sensibilidad se empieza a plantear como una condición natural”. 

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Serena Williams (derecha) consuela a la ganadora del US Open, Naomi Osaka, entre los abucheos del público. Foto: Reuters

Cabe destacar que estas categorías implican un costo social importante también. Como explica Noles, no nos permiten establecer relaciones personales auténticas donde valoramos las diversidades, privando así a la sociedad de muchos aportes individuales importantes. No obstante, para Sofía Carrillo la deshumanización es la consecuencia más dura. “Si eres una mujer fuerte, ¿cómo manifiestas tu fuerza? ¿Evitando que un insulto racista te afecte? ¿Criando a tus hijos sin ningún apoyo?”, reflexiona.

Mirar hacia atrás

Vale la pena echar un vistazo al pasado para evaluar las raíces de este mito. La respuesta está en el origen esclavista de nuestras repúblicas. Lo explicaba ya el sociólogo Aníbal Quijano cuando detalló cómo el proyecto de colonización en nuestro continente se estructuró sobre la jerarquización de los seres humanos bajo la idea de razas, en un intento de legitimar las relaciones de dominación impuestas por la conquista y controlar la fuerza de trabajo a partir de la explotación y esclavización de los pueblos africanos e indígenas.

“Históricamente y a través del proceso de esclavización, los cuerpos racializados negros, tanto de hombres como mujeres, han sido descritos como inagotables, hechos para el trabajo”, explica Gonzáles. En ese contexto, las mujeres afrodescendientes ocupaban funciones en relación a su cuerpo, como siervas sexuales, amas de leche o vientres de reproducción. 

Históricamente se considera a los cuerpos racializados negros, tanto de hombres como mujeres, como inagotables, hechos para el trabajo. Foto: (Marc Ferrez/Acervo Instituto Moreira Salles)

“No es casualidad que en la actualidad se espere que tengamos un gran desempeño sexual o debamos mostrar esa fortaleza siempre. Lo que no nos cuentan es qué es lo que nuestros ancestros han tenido que soportar: violencia física, sexual, psicológica. Entonces se crea este mito de que como son mujeres negras tiene que ser fuertes y eso realmente daña demasiado la salud mental”, agrega la psicóloga Reyes.

Estas premisas que sostenían el sistema esclavista han calado de tal manera que al día de hoy constituyen un trauma intergeneracional. La especialista en salud mental, relata cómo algunas de sus compañeras activistas racializadas sienten constantemente que no pueden parar porque si lo hacen, todo se cae. “Creo que está relacionado con el sentimiento de que el éxito o incluso las mentes que podemos cambiar dependen solo de una persona. Entonces se comienza a legitimar este mito en el mundo académico, laboral, familiar”, concluye.

La alta competencia

Cuando Camila Mendoza decidió cruzar las fronteras para jugar vóley, no imaginó que le sería tan difícil seguir jugando por placer. Pese a que el colorismo permitió que sus rasgos étnico-raciales no fueran mayor obstáculo cuando jugó en nuestro país, en Argentina se topó con exigencias que constantemente dañaban su salud mental. “Cuando era un partido difícil, el entrenador le decía a la armadora que me arme todas las bolas a mí”.

La situación se volvió crítica cuando salía de los partidos llorando, así su equipo haya ganado. Incluso en una ocasión, cuando se lesionó, el doctor le advirtió que si jugaba se rompería el tobillo. Sin embargo, eso no pareció importarle a su entrenador. “Esos tres días no fui a entrenar, quería caminar y no podía, y lloraba porque sabía que el equipo dependía de mí”. Cuando el día llegó, le dijeron que se vende el tobillo y llegó a jugar hasta dos partidos.

Camila es solo un ejemplo de cómo los mitos sobre las mujeres racializadas impactan en sus vidas personales. En el caso de las deportistas, el riesgo es particular por el protagonismo que toman sus cuerpos. “Trazas un paralelo entre las características que se le adjudican al cuerpo del deportista negro y al cuerpo esclavizado negro y hay varias coincidencias. La industria del deporte, que se sienta sobre la base de los cuerpos racializados negros, continúa tratando estos cuerpos como descartables”, explica la investigadora Gonzáles.

Carla Tristán, por otro lado, jugaba a los 15 años en menores, juveniles y mayores paralelamente. Pese a los años que separan a sus historias, ella también podía identificar la presión de las miradas ajenas. Todas, exigiéndole ser más fuerte, rápida y soportar una mayor carga de trabajo. Pero en ella, las consecuencias fueron aún más duras. “Fui mal llevada físicamente. Desde muy chica quemaron etapas en mí. Acabé con muchas lesiones y cirugías”, las que finalmente la llevaron a dejar el voley.

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Carla Tristan, voleibolista. Foto: FIVB

Camila narra cómo tanto en Argentina como en Perú ha podido percibir que los entrenadores suelen buscar a voleibolistas racializadas, con determinada altura y contextura, pues se cree que van a tener mayor fuerza, agilidad y rendimiento. En otras palabras, se considera que los cuerpos racializados son hiperdotados para el deporte. “Al mismo tiempo es importante ver el estereotipo paralelo, que es que son cuerpos menos capacitados para habilidades intelectuales”, precisa Gonzáles. 

Al respecto, Carla cuenta cómo en repetidas ocasiones cuando se ha subido a taxis le han preguntado automáticamente si jugaba basquet o voley. “¿Porque soy negra tengo que hacer deporte? ¿No puedo hacer otra cosa?”, respondía. “No es común que a una chica blanca o mestiza le digan eso”, añade.

En ese sentido, Gonzáles explica que constantemente se piensa que los cuerpos racializados están más capacitados para desempeñarse deportivamente. “Incluso cuando ves cómo los medios describen sus cuerpos hablan de, por ejemplo, el largo de sus extremidades”. Además, en muchos casos son al mismo tiempo empobrecidos, por lo que los deportes populares aparecen como posibilidades de escapar por lo menos circunstancialmente de la pobreza, explica. Aquello puede constituir un estresor aún mayor.

Eso, sumado al hecho de que, de acuerdo con Gonzáles, hay un nivel de explotación en el fútbol o en el voleibol que no se da en los deportes elitistas. Todo esto, termina configurando un sistema tortuoso que reduce las posibilidades de que las deportistas afrodescendientes conecten con sus disciplinas desde el placer. Además, tiene impactos fuertes en su autoestima y salud emocional, al colocar su valor en el cumplimiento o no de los estándares.

Un mito interiorizado

No es de extrañar entonces que la salud mental de gran parte de las deportistas racializadas esté tan deteriorada. Tristán lo cuenta desde su experiencia: uno de sus entrenadores le repetía constantemente que “los negros debían ser buenos en el deporte”. En ese entonces ella no sabía que eso era racismo. “Si me volviera pasar lo haría público o le diría algo”, expresa con un poco de pesar pero con el orgullo que siente hoy de poder identificarlo como tal.

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Aauri Bokesa, atleta. Foto: SoyDe

Asimismo, relata que en su época pasaban por mil pruebas psicológicas pero que jamás les dieron los resultados. “Nunca sentí que se preocuparon realmente por nuestra salud emocional. Es más, creces con esta idea de que tienes que aguantar y eso lo llevas a tu vida diaria. Si te lesionabas nadie te llamaba, tenías que recuperarte y volver al campo. Tienes que ser una mujer súper fuerte porque tu equipo te necesita, porque el Perú te necesita”.

Noles lo explica desde el racismo endémico, término que da cuenta de la manera en que las personas racializadas interiorizan el mensaje que está alrededor suyo. Reyes, por otro lado, considera que “incluso a las mujeres que nos cuestionamos eso nos queda en el subconsciente y aparece como un mecanismo de protección». Y añade: «Por eso es que nos mostramos fuertes».

Y no es para menos, pues estamos hablando de un trauma racial donde además se intersectan el género y la identidad étnico-racial. “Muchas veces somos la primera generación que rompe con patrones familiares y es duro porque es una gran carga”, detalla Reyes, incluso a título personal.

Un acto político de amor propio

Finalmente, aunque el mito del strong black woman no se limita al deporte, lo que tiene en común con todos los demás ámbitos en los que impacta es que no deja mucho espacio para el autocuidado, pues se espera que las mujeres afrodescendientes se mantengan fuertes y, en consecuencia, sostengan al sistema que aún recae en su mano de obra, explica Gonzáles. “Aún esclaviza, solo que de formas más naturalizadas”.

Lo que hizo Simone Biles al decir “no” fue intentar recuperar su humanidad. “Puedes decir que eso nos pasa a todas y todos, pero en el caso de las mujeres racializadas negras estas expectativas están ligadas a procesos de deshumanización de nuestros cuerpos. Biles generó disonancia a todo el sistema porque estamos acostumbrados a que estos cuerpos sean hiperdotados. Humanizarse a sí misma defrauda estas expectativas”, agrega la especialista.

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Simone Biles. Foto: La Vanguardia

Si en algo concuerdan todas las entrevistadas, es en que cuidarse a sí mismas es un acto de rebeldía. Principalmente, porque rompe con los estereotipos de estar siempre a la expectativa de las necesidades de los demás. Sobre todo de las mujeres racializadas. “El antirracismo es saber elegir qué espacios van a ser sanos para ti porque históricamente no nos han dejado elegir. Haber oído lo que hizo Simone a los 15 años hubiera cambiado muchas cosas en mi vida”, expresa Reyes.

Mendoza, que estuvo a punto de dejar el vóley,  hoy puede contar feliz que está aprendiendo a manejar el peso de intentar ser perfecta gracias a su psicólogo deportivo. Esto, en una sociedad que, en general, desalienta el cuidado de la salud mental, es aún más destacable. “Muchas veces se puede sentir que estás traicionando a tu país o comunidad, pero no se entiende que para crear sanas colectividades tenemos que crear sanas individualidades”, comenta al respecto Reyes.

Al final del día, como expone Noles, lo que hizo la gimnasta fue una decisión individual como cualquier elección de cualquier otra mujer racializada en el mundo, con la diferencia del nivel de exposición. “Vivir de acuerdo a tus propias reglas en lugar de las expectativas de los demás es un acto político de resistencia”, agrega.

Carrillo destaca el autocuidado especialmente cuando viene de mujeres afrodescendientes de piel oscura. “Cuanto más oscura eres más deshumanizada eres y más se espera que complazcas al otro. Ahora estamos diciendo que no, no lo vamos a seguir aceptando”, concluye.