Giovanna Lizarbe. Contadora. 47 años

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Soy contadora, hago trabajos de asesoría externa y tuve en mi casa un negocio de cabinas de internet por 11 años. Mi cabina era un ‘Lan Center’ en El Agustino: es decir, un espacio interactivo y enfocado a los gamers, donde la prioridad era el entretenimiento. Tenía 50 máquinas. Pero con la llegada de la pandemia por el COVID-19, mi familia y yo nos vimos obligados a cambiar de negocio porque el Internet tuvo que parar.

Al día siguiente del mensaje del presidente, cuando decretó en estado de emergencia al Perú por la pandemia del coronavirus, agarré un dinero que tenía ahorrado y junto a mi hermano mayor fuimos a La Parada: compramos arroz, leche, aceite y menestras para vender a puertas cerradas. 

El primer día que empecé el negocio tenía miedo pues vivo cerca de un mercado en El Agustino, que es un distrito en el que hay mucha gente infectada de COVID-19 y dónde los muertos ya son demasiados. Muchas veces no quería abrir, por temor a contagiarme,  a contagiar a mi padre de 82 años o a mi hijo. Pero siempre sacaba fuerza y le pedía a Dios que me ayude para subsistir con mi familia. 

Mi hijo cumplió 11 años en plena cuarentena. Hablé con su papá para que se lo lleve a vivir con él. Era muy peligroso que siga conmigo pues yo tenía que salir a hacer compras y tenía contacto con las personas. Ese fue el sacrificio más grande: separarme de mi hijo por esta pandemia. Además, tuve que trasladarlo a un colegio nacional.

En el negocio de abarrotes, aunque la ganancia es mínima, la idea es tener de todo y vender día a día. Durante estos tres meses de cuarentena, a pesar de todo, me di cuenta que me gusta manejar un negocio de venta de abarrotes. En mis próximos planes está hacer un minimarket. 

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