Por Gabriel Vegas

Hungría Tovar (53) es una migrante venezolana en Perú. A propósito del Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, este es su testimonio como sobreviviente.

«Le dije a mi ginecóloga que tenía un bultico en el seno, que siempre me chequeaba. Me recomendó ir al mastólogo. Fui a la consulta con Ángel, mi pareja. Le expliqué al doctor lo que había pasado, le llevé todos mis papeles. Me hizo mi examen físico. Vi que puso una cara no muy agradable. 

¡Mira, tenemos que hacer una biopsia lo más pronto posible, rápido!, me dijo.

Buscamos el día para hacer la cirugía. Yo estaba un poquito asustada, por supuesto. Mi cuerpo rechazó la anestesia. Fue bastante doloroso. Ahora había que esperar los resultados.

Llegó el día. Mi hijo me acompañó. 

Salió positivo.

Fue uno de los peores momentos de mi vida. Terrible y devastador tanto para mí como para mi hijo. No sé qué pensaba. Mi mente estaba en blanco. El médico me dijo que la medicina ha avanzado, que hay mucha tecnología.

Fui a donde mi hermana para darle la noticia. Yo estaba en shock. Fueron horas muy duras. Todo estaba como en tinieblas. Lloré mucho, lloré muchísimo. Llegamos a la casa y nos abrazamos en familia. No sabía qué pasaría, no sabía qué hacer.

La recuperación de la operación fue larga y dolorosa. Mi seno, mi pecho, mi teta estaba muy adolorida. La herida se contaminó, el olor que salía de allí era horrible. Eran curas y curas. Sufrí muchísimo, demasiado.

A pesar que estaba muy confundida con el diagnóstico, más la recuperación, empecé a hablarle a mi cuerpo, a mis células y a pedirle perdón. Le pedí perdón todos los días. Yo practico Ho’oponopono, una técnica ancestral hawaiana de sanación a través de las palabras. Todos los días ponía mi mano en mi pecho y le decía: lo siento, perdón, te amo, gracias. Desde ese momento empecé a tomar conciencia. 

Acepté lo que estaba viviendo, asumí el resultado, asumí la recuperación, sin lamento, sin culpa. Le pedí a Dios que me ayudara y con mi fe en el Dr. José Gregorio Hernández, un beato venezolano, al que somos devotos gracias a mi abuela Felicia y a mi mamá.

Algo milagroso una noche sucedió. Yo llevaba días sin poder dormir, porque la anestesia me dejó con insomnio. Me quedé dormida y tuve un sueño. Sentí que mis senos se movían, como un remolino por dentro. 

A partir de ese día empecé a recuperarme. La fe mueve montañas, las ganas de recuperarme, el cariño de las personas que me cuidaron, todo eso se unió. El siguiente paso era ir al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN).

Los primeros días en el hospital fueron muy duros, ver tanta gente con el mismo padecimiento que yo, nada fácil. Mi mente se agotaba. Volví a asumir el nuevo reto. Cambié mi alimentación y vi todo con mayor responsabilidad y mucha valentía. Tomé las riendas de los días que estaba viviendo. Mi fe se hizo más intensa.

Tuve una segunda operación que gracias a Dios salió excelente. Mi hijo me cuidó por tres días, después seguí el reposo con Ivana, mi sobrina – hija. Me acompañó junto a sus dos pequeños, Fabián y Damián. Me abrazaban, me daban besos, el cariño de esos niños fue la recuperación completa. 

Luego fueron meses de citas y citas. Yo estaba preparando mi mente y mi cuerpo para el tratamiento que venía. Me corté el cabello cortico, para que no fuera tan traumático si perdía el pelo. Me dijeron que solo me iban a hacer 5 sesiones de radioterapia y que mis axilas estaban totalmente sanas, para mí fue un milagro. Yo estaba llorando de alegría. Sentía mucho miedo pero tenía muchas ganas de que me hicieran mi tratamiento. Esa es mi dosis de salud, tengo que entrar en la máquina. 

Después de haber terminado satisfactoriamente las radioterapias, quedé en mi chequeo mensual y tomando varias pastillas. Gracias a Dios ha salido todo bien.

Querida sé lo que siente tu corazón, puedo decirte que todo pasará y el tiempo todo lo cura. 

Soy Hungría Tovar, sobreviviente del cáncer de mama y ahora tengo una nueva oportunidad».