Por Karien Díaz

Asociación Warmikuna Awakun Shumaqta. Foto: Joao Soccola

El pueblo Kañaris es uno de los tantos pueblos originarios y ancestrales de nuestro país. Su tradición es transmitida por ellos mismos a través de su tejido, sus danzas y su lengua. Todos ellos son unidos; tanto, que han creado un vínculo entre la comunidad campesina, el trabajo en el campo y el medio ambiente. Es por todo ello que, resisten como uno de los últimos pueblos quechua hablantes del norte del Perú, a pesar del riesgo de la explotación minera y las debilidades de la globalización. Conoce sobre ellos en este reportaje.

Justino Huamán Rinza sonríe. Su rostro guarda muchos años dentro y él lo resume en una oración: “Es que nosotros los Kañaris no fuimos conquistados: Por eso todavía hablamos el quechua y por eso en celebración, danzamos”. Luego de eso, toma la caja y el pingullo. Inmediatamente, los apoya en su poncho rojo, e inhala hondo para comenzar a tocar un ritmo. Ese mismo que se aloja en la memoria de todos aquellos que visitamos Kañaris.

La Comunidad Campesina San Juan de Cañaris

Cañaris, -también escrito como Kañaris-, es un pueblo religioso, agricultor y ligado a su historia, que recibe visitas en sus fiestas de aniversario. Su nombre entero es “Comunidad Campesina San Juan Bautista de Kañaris”, ancestral y originario por derecho propio, donde todos sus integrantes se reconocen en el quechua norteño o linwaras, en su vínculo con su comunidad, con el trabajo en el campo y con el medio ambiente.

Territorialmente, Cañaris es un distrito ubicado en Ferreñafe, en la serranía de Lambayeque. Como explica el investigador Pedro Alva, este distrito presenta dos áreas históricamente diferenciadas: la Comunidad Campesina San Juan de Cañaris, en la zona oriental (tradicionalmente conocida como común de indios, comunidad de indígenas y ahora pueblo originario) y, en la zona occidental, una área que fue haciendas y al presente es la Comunidad Túpac Amaru II

En la presentación del libro “Los Cañaris de Lambayeque y sus títulos coloniales” el autor señala que Kañaris es una comunidad prehispánica que creció en paralelo a Lambayeque y casi en desconección con ella, debido a lo difícil que era (y sigue siendo) el acceso. Es en 1956, que recibe un reconocimiento gubernamental, como “Comunidad de Indígenas”, que en 1970 sería obligada a llamarse “comunidad campesina” por el gobierno de Velasco y se apega a las leyes específicas dictadas para comunidades campesinas como son la Ley N°24656. En distrito limita con Jaén, Cutervo, Incahuasi y Lambayeque y al 2017 contaba con más de 11 mil habitantes.

Cabe señalar que en la actualidad, Kañaris tiene una difícil conección con Lambayeque, debido a lo accidentado de la carretera y es aún más difícil su conección con Incahuasi, la otra comunidad quechua hablante de la región, como han resaltado sus autoridades locales. Cada vez que las lluvias retumban en los cerros, dejando sordos por unas horas a los comuneros, temen quedar aislados por el derrumbe de los cerros sobre la vía que los conecta a Pucará, el pueblo más cercano para el comercio.

La tradición viva y bosques montanos en la Comunidad Kañaris

En Kañaris se habla el quechua norteño como idioma principal, salpicado de palabras en español. Los hombres visten punchus, ponchos rojos o blancos tejidos en lana de oveja, llankis, sandalias tradicionalmente hechas de cuero y sumrus o sombreros de paja. Las mujeres, anuku o pollera de color negra, amplia y tradicionalmente tejida en lana de oveja y sobre la pollera una wacuku o faja. Llevan una blusa de colores cubierta por una pullu o manta de abrigo en el cotidiano o por una liklla o manta de fiesta, con colores vivos. Sobre la cabeza un qatapañu o pañuelo debajo del sombrero y se adornan con collares y pulseras. 

En contraste al verde del campo o el negro de la montaña, la ropa de las mujeres resalta en tonalidades rosadas, amarillas, azules o rojas. Las casas, principalmente de adobe robusto, tienen una sala grande, donde se reúnen las familias. La salud se cura gracias a las mujeres que saben de hierbas, curanderos y al seguro integral de salud. Tanto hombres, mujeres y niños trabajan en la siembra, recogiendo legumbres, tubérculos y frutas.

Kañaris alberga tanto identidad cotidiana, como valor natural: Los Bosques Montanos o Bosques de Neblina, estudiados por César Lucero Rinza, son particulares a Kañaris. Estos, tienen un clima húmedo y lluvioso, y se sitúan en la cuenca Chamaya – microcuenca Kañaryaku. En ellos destaca el árbol de la quina -o cascarilla-, las orquídeas y la catarata El Chorro, una de las más grandes de Lambayeque

Conservan entre la fauna y flora relevante al cóndor, tucán y al puma, así como el helecho arbóreo y el saucecillo. Las fuentes de agua nacen en los páramos de Qiwamarka y generan microcuencas con diversidad biológica en todo su recorrido hacia el mar. La zona abarca tanto bosque seco como bosque húmedo según la altura y relieve del territorio, y guarda en ella flora y fauna relevante. 

En el 2017 se llevó a cabo un programa de restauración del ecosistema, mediante la siembra de quina, sauco y cedro, con la intención de mejorar la calidad de vida y acceso al agua, así como brindar sostenibilidad a futuro mediante el comercio de la quina. Esta zona se encuentra en amenaza debido tanto a la degradación antrópica (Cambio de usos de suelo y contaminación con residuos sólidos), así como por grandes cantidades de pérdida de bosque en la cabecera de Kañaryaku, acción del proyecto minero Candente Cooper.

Kañaris y el derecho a la Consulta Previa

Una voz en off, con el acento dulce del quechua que repite las palabras como si fueran versos, resuena en el documental Cañari Amaru, de Tomate Colectivo: “Nosotros queremos aire puro, para nuestros hijos. Queremos que nuestra agua sea limpia y natural, para el futuro de nuestros hijos. Natural, sin abono, sembramos nosotros”. Roberto Rodolfo Reyes Rinza, ex presidente de la Comunidad Campesina, señala que la comunidad apuesta por la conservación del bosque y el agua, así como la alimentación natural. Esto se hizo evidente en el 2010, con el caso Kañaris frente a Candente Cooper.

Protestas frente al proyecto Cañariaco. Foto: Servindi

El Abogado Luis Hallazi resume el caso de la Comunidad de Cañaris y la vulneración al derecho a la consulta previa para SERVINDI. Hace presente que en los años 2010 – 2013 retumbó en Lambayeque el caso de Cañaris frente al proyecto Cañariaco Norte de la minera Candente Cooper, que desarrolló estudios de factibilidad para extraer cobre y oro. 

A medida de que la empresa iba logrando sus objetivos, se iba desconociendo a la comunidad. No respetaban los procesos de esta, pues se había realizado una consulta comunal en septiembre del 2010. Esta misma, reflejó un 95% de desaprobación de los y las comuneras frente al avance de la mina. Frente a esto, la empresa Candente Cooper rechazó el resultado, alegando que esta no se hizo de acuerdo a la Ley 24656, por lo que no era vinculante. Sin embargo, esta fue realizada por la comunidad, en su derecho de autonomía organizativa y con presencia estatal. 

La invisibilización de esta autonomía y de los estipulado por el Convenio 169 OIT sobre derecho a la Consulta Previa generó un levantamiento de la Comunidad Campesina de Kañaris. Los comuneros, intentaron tomar la carretera. Esta acción, fue reprimida por la policía de forma desproporcionada, llegando -incluso-a insultar a los y las personas que reclamaban. Cabe señalar que, como indica SERVINDI, a diciembre del 2012 según el Gerente General de Energía y Minas de Lambayeque, se registraron 459 concesiones mineras y otras 173 en trámite, concentradas en Kañaris, Incahuasi, Olmos y Oyotún, sin profundizar en la comunicación con las comunidades o en la sostenibilidad de estos proyectos extractivos.

En el documental “Cañaris no está sola”, de Martín Lopez, se puede escuchar a las ronderas sobre los riesgos de la contaminación que este avance en las concesiones significaría. Otro rondero expone que un 96,16% de Cañaris está concesionado por 18 empresas mineras para una futura exploración y el riesgo de la comunidad en en desaparecer o apagarse bajo la mina.

Documental Kañaris no estás sola

Las mujeres Kañaris tejen sueños nuevos

Las mamitas de Kañaris son agricultoras, ronderas y artesanas. Sus tejidos visten y abrigan en el cotidiano a las familias, pero también recogen las tradiciones e historias del pueblo. Su labor en telar ha reunido a quince artesanas en la asociación Warmikuna Awakun Shumaqta (“Las mujeres Kañaris tejen sueños nuevos”), desde el año 2019 presididas por la Sra Lucila Bernilla Gaspar. 

En el año 2020 las artesanas ganaron el fondo de Estímulos Económicos para las Artes Escénicas, las Artes Visuales y la Música 2020 – Artes Visuales, del Ministerio de Cultura, con el proyecto “Mujeres tejiendo identidad” (“Warmikuna Awakun Chaynillata”). Esta propuesta de la asociación, coordinada por Rosa Sara Huamán Rinza, tiene como objetivo visibilizar la tradición Kañaris reflejada en la artesanía textil, y así motivar a que las mujeres jóvenes de la comunidad sigan conservando este arte. 

En el proyecto “Mujeres tejiendo identidad” las artesanas de la asociación tejerán prendas representativas de la tradición Kañaris que serán presentadas en una exposición abierta al público en Kañaris (octubre) y Chiclayo (noviembre) y también compartidas en su inaugurada cuenta en instagram. Esta experiencia fortalece las técnicas tradicionales, para evitar que la lana industrial o las telas sintéticas ganen a la siempre cómoda e impermeable lana de oveja en la montaña.

Cada prenda tiene un significado y cada color una historia, que se remonta a la época incaica. En las fajas se reflejan |los caminos tradicionales con forma ondulada, el árbol de la quina y las manitos de los cuyes. Las artesanas cuentan qué materiales han usado para que los tintes naturales lleguen a la lana. Ellas, se guían por los ciclos lunares para elegir el mejor momento de corte de lana de oveja, que luego procederán a lavar e hilar. 

Mujer, tejedora Kañaris sostiene un telar. FOTO: Harold Espinoza

Sus manos siempre están ocupadas. Como cuenta la Sra Rosa Sara, ella aprendió a tejer muy niña. Recuerda que lo hizo, haciendo mantas gruesas, donde el hilado podía ser tosco y tener errores. Con el tiempo y la práctica, su técnica se iba perfeccionando, para llegar a lograr las fajas labradas o los ponchos finísimos. 

“Tejemos porque es algo nuestro. Las prendas que nosotros aprendemos a hacer desde los cinco años por la enseñanza de nuestras abuelitas, son abrigos, mantas y polleras. Es lo que vestimos. Antes de 1970 aquí no conocíamos lanas sintéticas. Si queríamos colores, recurríamos a los bosques para pintar en combinaciones de varias plantas, como la andanga y otras flores”, recuerda Rosa. También dice, “cuando éramos mujeres jóvenes, después de la pedida de mano, a nuestro compañero le regalábamos obligadamente una alforja y un poncho. Esto, para ser el orgullo de nuestras mamás. Por eso ellas nos enseñaban desde muy niñas”

Los Guerreros Cascabeleros

Justino Huamán es docente y director de la Danza de Guerreros Cascabeleros. “Esta danza tiene más de doscientos años. Ya se estaba perdiendo y nosotros lo hemos rescatado para conservar a los danzantes de cascabel”, señala. Esta danza es símbolo de la resistencia de la comunidad Kañaris. Júbilo por no ser conquistados y por conservarse libres y victoriosos. 

Los Guerreros Cascabeleros son doce bailarines, vestidos con un pantalón negro de luto, una camisa blanca de paz y un poncho rojo, de la sangre de los caídos durante las guerras. En las manos llevan un pallio, similar a una espada pulida en madera, y una corona de color, en la que traen la victoria. El Sr. Justino toca la música con la que los Guerreros danzan, usando un pingullo y una caja (equivalentes a una flauta dulce y un tambor). 

Guerreros Cascabeleros. FOTO: MINCUL

Es tradición ver danzar a los Guerreros Cascabeleros en la fiesta de San Juan Bautista. Como señala Benito Lucero Rinza, mientras ellos se presentan, las señoras visten al Santo y adornan su portal con palmas y flores. Los danzantes ofrecen varias piezas como el Golpe, el palio, el cascabeleado, el gavilán, la casaca, el borracho, entre otros. Cada una dura de 5 a 8 minutos, y su sonido resuena en todo el pueblo.

En el año 2019, gracias a la labor de docentes y líderes locales, la Danza de los Guerreros Cascabeleros fue reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación por la UNESCO. En el aniversario de la Comunidad, recibieron la declaratoria de manos de la entonces ministra Ulla Holmquist.

Otro caso relevante en la comunidad son las y los maestros, que reciben a sus estudiantes con su ropa tradicional y se cercioran de hacer al menos 8 horas a la semana en quechua linwaras. Buscan formar infancias en ambos idiomas. Estos maestros parten desde la identidad. Por ejemplo, Eloy Reyes, quien se especializa en educación intercultural bilingüe en quechua norteño y ha sido Premio Nacional de Innovación Educativa 2019.

La cultura viva en la comunidad

Cañaris es una comunidad abierta y amigable, que recibe con cariño a quienes les visitan de buena fe. En el año 2016 se promovió el proyecto de turismo vivencial “Déjate adoptar por Cañaris”, donde las familias abrieron sus puertas a los turistas, “hijos adoptivos”, para integrarlos a las costumbres del pueblo, así como a la alimentación y las conmemoraciones de Semana Santa. “Y para que así entiendan por qué nosotras defendemos nuestra comunidad», agrega Rosa Sara cuando recuerda esta actividad.

Tras el COVID-19 el pueblo ya no recibe visitas hace un buen tiempo. Las celebraciones de San Juan Bautista se detuvieron también, pero esperan iniciarlas pronto, para volver a bailar en la plaza, el taqui (en grupos de hombres y mujeres, que giran en un gran círculo), o la cashua, danzada en parejas. Los carnavales bailando alrededor de la unsha (o árbol cubierto de regalos, conocido en otros lugares como la yunza), esperan también una próxima celebración.

Almuerzo tradicional de Kañaris. FOTO: Joao Socola

Cañaris se recuerda como un pueblo valiente que viste los colores de su memoria. Sin embargo, no es su única cualidad. También, dicen ser amorosos y unidos. Sus tradiciones así lo comprueban: ellos chacchan coca para tener energía en el campo y en las fiestas juntan la comida de todas las familias sobre una manta. Inician el brindis con guarapo y comen juntos la gallina, el mote, el dulce de cipchi (o chiuche) y el agüita. Siempre dulce y siempre limpia, de la acequia más cercana. Finalmente, agradecen estar juntos y son felices por tener tanta tradición. Así son los Cañaris.