¿Cómo viven las mujeres al lado de una de las minas más grandes del Perú?

FOTO: Juan Marin

Por Leah Sacín @leahsacin

Historias de mujeres en defensa del territorio, machismo, discriminación y lucha. Criminalización, afectación de la familia y el tremendo esfuerzo de cumplir con las labores de cuidado y también representar a su comunidad.

En dieciocho años desde que empezó a funcionar el proyecto minero Las Bambas, mucho se ha escrito sobre los problemas ambientales y sociales que rodean al proyecto. Esta vez son las mujeres las que tienen la palabra para contar cómo una de las minas de cobre más grandes y productivas del Perú tiene un tremendo impacto en sus vidas.

El rubro de las empresas extractivas es uno de los más difíciles para las mujeres profesionales. Según el «Informe de Empleo Minero 2019: Panorama y tendencias en el Perú», que realiza el Ministerio de Energía y Minas, habían 14,442 mujeres trabajando en el sector minero. Lo que significaba 8,360 más que en el 2009.

En 2020 la Consultora Igualab calculaba que las mujeres dedicadas a la minería en Perú representaban 6.87% en la mediana y gran minería, 7.17% en la pequeña minería y 9.62% en la minería artesanal. Además, las mujeres en minería representan 21.6% en la administración, 12.1% en gerencia, 5.1% en operaciones generales y 3.3% en planta.

No hay cifras específicas respecto a la participación de mujeres en los Frentes de Defensa o en las juntas directivas y organizaciones  comunales, pero hay algunas respecto a representación política que reflejan la magnitud del problema: no hay ninguna mujer al frente de un gobierno regional y solo 2% de las alcaldías a nivel nacional son lideradas por una mujer.

La protesta social alrededor del proyecto Minero Las Bambas también ha tenido rostro de mujer. En los comités de defensa ambiental y en las comunidades, muchas mujeres dirigentes han cumplido un rol fundamental en la lucha.

La vicepresidenta: Virginia

FOTO: Juan Marin

Llegamos hasta Haquira, provincia de Cotabambas, Región Apurímac, para entrevistar a Virginia Pinares. Ella fue vicepresidenta del Frente de Defensa de los Intereses de la Provincia de Cotabambas en los momentos más duros de la protesta social de Las Bambas. Estuvo allí en 2015 y 2016, los dos hitos más trágicos, pues fue cuando murieron sus compañeros. Las mujeres estuvieron en primera línea de defensa del territorio y el medio ambiente pero también al lado de las que más sufrieron.

“Como dirigente yo siempre he participado, desde antes incluso de la minería porque es importante que estemos organizados y reclamemos por nuestros derechos como mujeres porque siempre nos discriminaban y siempre había vulneración de derechos, no educaban a las mujeres, no tenían DNI, siempre había machismo”, evoca con esa actitud rebelde que siempre la ha llevado a no quedarse de brazos cruzados ante aquello que considera injusto.

“Un pequeño grupo de mujeres aquí, en el distrito de Haquira, nos hemos organizado. Primero tuvimos un Congreso con políticos y teníamos, poco a poco, que organizarnos, nada de “dedocracia” todo por democracia para que también podamos ser elegidas”, relata.

En ese trajinar dentro de las organizaciones es imposible no detectar el machismo que atraviesa a las comunidades, pero también a las organizaciones sociales “Las mujeres como dirigentes siempre tienen problemas para representar, sobre todo con la familia, pero hay que organizarse cuando se está planificado todo y hay que hablar con la familia, con el esposo, con los hijos para asistir a capacitaciones y reuniones, una siempre sale adelante”, pero para salir adelante Virginia sabe muy bien que a las mujeres les cuesta el doble. Las labores de cuidado son la prioridad y para tener tiempo de involucrarse en la comunidad debe primero cumplir con ellas. Es por eso que muchas veces van con sus hijos a las jornadas, a los talleres, a las reuniones de la comunidad. Cuesta el doble, pero para Virginia no hay barrera infranqueable.

Ser dirigente y defensora del medio ambiente le ha traído problemas incluso con la justicia. No solo hay un estigma social, especialmente hacia las mujeres, sino también la criminalización de la protesta.

“Mi hijo estaba estudiando y por los problemas que yo tenía de denuncias jaló el curso. Él es ingeniero ambiental, pero recién terminó este año y ha tenido problemas para encontrar trabajo. Hay una discriminación con mis hijos por ser yo dirigente. Nosotras no estamos en contra de la minería, pero queremos minería responsable, que cumpla con el medio ambiente. Que quede algo para ellos y que quede algo para la comunidad también”, dice Virginia.

“- ¿Tus hijos te han pedido que dejes la dirigencia?- le pregunto: “Sí, me dicen ¿qué sacas tú? Al contrario, te hacen visible y no consigues trabajo, nos discriminan, es peor que te hagas visible. Los que nos quejamos luego tenemos a las autoridades en la mira”, responde con cierto sinsabor.

La profesora: Lizbeht

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Lizbeht Abarca es docente de educación primaria y luchadora social en un pueblo conservador como es Tambobamba. Ella se refiere a las denuncias que le han interpuesto, como diplomas. Llega a la entrevista con un folder donde sus “diplomas” están organizados por etapas, hay denuncias de su vida sindical y otras de la lucha por el territorio y el medio ambiente.

“Tenemos que buscar nuestros espacios para poder también representar a nuestro pueblo, llevar los destinos del país. Siempre pienso en las mujeres que asumen cargos de autoridad que nos representan a todas. En mi pueblo nunca hemos tenido una mujer de autoridad”. Lo que cuenta Lizbeht es una constante en la región Apurímac en donde nunca una mujer ha ocupado el cargo de Gobernador Regional. En las Elecciones Regionales y Municipales 2018 el porcentaje de mujeres elegidas en su región fue alrededor de 1% según información de IDEA Internacional.

A sus 42 años esta maestra con espíritu transformador tiene muy claro quién es y a dónde se dirige con cada paso que da. “Yo me considero una defensora del Medio Ambiente y en defensa de los compañeros, de la población, siempre he actuado. Desde joven he sido dirigente, en mi barrio, en mi comunidad y también en el SUTEP. El 2014 entré como Presidenta del barrio Huancallo y me uní a los frentes de defensa distrital, provincial, y hemos hecho un reclamo justo defendiendo el medio ambiente. Estaban haciendo muchos atropellos desde la empresa”, cuenta con convicción.

La vida de Lizbeht ha transcurrido entre las aulas, las calles y los juzgados. Sin embargo no se arrepiente del camino elegido. “Sí, he sentido alguna vez que me han tratado de menos por ser mujer. Me he cruzado con maltratadores de mujeres, pero a mi no me amedrenta eso”, nos cuenta mientras reafirma que haber decidido permanecer soltera -y no tener hijos- fue una decisión coherente con su esencia como mujer”. Afirmó también que “cuando comentan por qué no me casé, por qué no tengo hijos, yo lo tomo como de quien viene. Pero, yo me he dedicado a ser dirigente, esa ha sido mi pasión y me dediqué netamente a eso. Mis papás siempre me han apoyado, nunca me han criticado por no casarme y tener hijos. Yo les agradezco a ellos y a mi hermana. Ella también ha sido siempre una líder”.

Lizbeht lleva un sombrero al estilo de Tambobamba, son días de carnaval, pero ella nos dedica su tiempo porque le da muchísima importancia a su voz como mujer en el espacio público. “Yo no he sabido lo que es maltrato de pareja, pero muchas veces si menosprecio de los dirigentes y algunas autoridades locales. Muchas veces han querido que deje los cargos que he tenido, pero yo no soy así. Yo veo bastante machismo -lamentablemente- en mi distrito, yo soy tambobambina. A veces si tengo temor por todo lo que se ve de los crímenes. Pero no voy a dejar mi labor, miedo finalmente, solo a Dios”.

En la siguiente entrega, Leah Sacín nos relatará la historia de Isaura, Agustina y Antonia, viudas del conflicto social.