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Lissette Acosta, trabajadora del hogar venezolana. 44 años

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Desde el 16 de marzo, cuando empezó el estado de emergencia por el coronavirus, no pude salir más. Mis jefes me han dicho que así levanten la cuarentena, no podré salir a reencontrarme con mis dos hijos por mi seguridad y por la de ellos mismos. Dicen que si lo hago ya no podré regresar a trabajar porque me despedirán. ¡Qué más quisiera estar junto a mis hijos! Ahora solo los veo cada noche por video llamada. Ellos están en mi casa, en Los Olivos. 

Estoy resignada a no verlos  hasta diciembre porque lo único que tengo para solventar mis gastos es mi trabajo y tengo que cuidarlo. Prefiero pasar la cuarentena trabajando porque, además, envío dinero a mi familia en Venezuela. Tengo a mis padres, a mi hijo mayor y a mi nieto que dependen de mí allá.

Mi viaje de Venezuela a Perú fue espantoso. En el camino, me estaba desangrando por la fibromatosis que me aqueja cada mes. Hasta ahora no he logrado operarme por falta de dinero. Fue un viaje de siete días junto a mi hija y una sola maleta. 

Estoy viva de milagro. Mi salud en mi país no era buena. Con cuatro puntos de hemoglobina, tenían que hacerme transfusiones de sangre.  La doctora me dijo que en cualquier momento ya no iba a despertar porque mi corazón se estaba quedando sin sangre para bombear.

Aquí en Perú, durante la cuarentena en casa de mis jefes, me puse bastante débil.  Estuve cinco días sangrando y tuve que quedarme callada porque cuando me hicieron la entrevista para trabajar yo dije que era una persona sana para que me aceptaran. Tengo que quedarme callada para conservar el trabajo. Solo me queda comprar mis pastillas que cuestan 5 soles cada una. Aquí soy solo la empleada.

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