Por Yahir Campos
Mural de Micaela, por un nuevo amanecer ubicado en Barrios Altos. Por: SOL DE MARIA SILVA LINARES.
El discurso histórico popular del Perú fue escrito por personajes que temían la degeneración de roles de género sostenidos desde la formación social virreinal. Aquella sociedad que abusaba de las diferencias de clases silenció a los más débiles y en esa categoría, lamentablemente, estaba la mujer. Esa, y la falta de documentación, sería una razón ‘aparentemente’ justificada para no reconocer las acciones tuvo Micaela Bastidas como mujer precursora de la independencia.
La reconocida esposa de Tupac Amaru, quien fuese el líder de la mayor rebelión indígena durante el virreinato, fue mucho más que una acompañante o colaboradora, como muchos documentos desfasados lo señalan. Su vida es un fiel retrato de la feroz heroicidad femenina.
Sara Beatriz Guardia, directora del Centro de Estudios de La mujer en la Historia de América Latina (CEHMAL), en su libro Micaela Bastidas y las heroínas de la independencia, resalta como principal característica su temperamento y capacidad estratégica militar, comparada a un general de alto rango. Es necesario reconocer que la idiosincrasia de la época opacaba al género femenino. Pese a ello, luego del triunfo de la batalla de Sangarará, su nombre cogió más relevancia para el enemigo. Esta gran gesta se debió en gran medida a que Micaela Bastidas lideró el reclutamiento y la distribución de soldados en el pueblo.
UNA LÍDER FUERA DE ÉPOCA
Desconocer acciones como estas se debe a la falta de divulgación, debido a que los historiadores, al documentar los hechos, registran su visión, muchas veces sesgada por una valoración colectiva que está inmersa en el machismo colonial que no aceptó figuras del grueso de Micaela Bastidas. No aceptaron que una mujer mestiza, huérfana, analfabeta y esposa de un arriero tuviera protagonismo en la derrota del ejército realista.
Su inmolación no es expuesta como el salto del morro de Arica de Alfonso Ugarte, o admirada como la resistencia de nado del emisario y pescador José Olaya, y, mucho menos, sus palabras no han sido inmortalizadas como la frase célebre “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho” del coronel Francisco Bolognesi. Imposible, ella no dominaba el español y, por supuesto, no sabía leer ni escribir.
Micaela Bastidas es la heroína nacional por excelencia y representa el símbolo peruano máximo de lo que abarca el empoderamiento femenino, porque rompe los roles tradicionales y pasivos comúnmente asignados a la mujer en tiempos de guerra —tejer y cocinar, divulgado por varios cronistas. Algo impensable, ya que recién en el siglo XX se permitió a la mujer a ocupar cargos castrenses y políticos. Sin embargo, en el presente hay poca identidad con este personaje y eso se refleja en la falta de recogimiento cívico.
Su papel en las rebeliones fue similar al de Tupac Amaru, hay quienes la calificaban como el complemento ideal para el líder rebelde, pues, dominaba las reglas del poder y el mando, algo que quizás a José Gabriel Cóndor le faltaba. Tuvo facultades administrativas y políticas en la resistencia. Todo eso se conoce gracias a las cartas que se enviaron entre 23 de noviembre de 1870 al 23 de marzo de1781, donde ambos se comunican para conocer los pormenores de su situación.
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CARTAS DE AUTORIDAD Y GUERRA
Resulta conmovedor el cariño y respeto fraternal que se tenían. En las misivas ambos se llamaban; Chepe, hijo Pepe, Chepe mío, hijo Chepe mío, Chepe de mi corazón; firma: tu Mica; e hija mía, hija Mica; firma: Tu chepe. Respectivamente.
En una carta, Micaela envía un reporte de acciones cometidas en Carabaya, Caylloma y Arequipa, donde informa que están esperando el avance hacia el Cuzco; sin embargo, Tupac Amaru intentaba ampliar el radio de acción de su tropa para después emboscarlos y cortarle el suministro a la Ciudad Imperial antes del ataque. Micaela, astuta y curtida de la dinámica de la conquista Inca, sospechaba la traición de sus hombres frente a un contraataque realista, como lo expresan las palabras escritas por su traductor, de quien se sabe que podría haber sido un miembro de sus tropas, el 6 de diciembre de (AÑO):
“Harto, te he encargado que no te demores…; pero tú te ocupas en pasear sin traer a consideración que los soldados carecen de mantenimiento… ellos solamente van al interés y a sacarnos los ojos de la cara mientras más tiempo pase se han de amilanar y se perderá toda la gente que tengo prevenida para la bajada al Cusco”
Luego de enviar la amarga carta, Micaela decide marchar a Cuzco de Tungasuca por su cuenta, aun teniendo opositores y con la amenaza latente de ser emboscada por el enemigo. Al regresar del sur, Tupac Amaru se comunica con Micaela, quien fue primero a Pomacanchi a reunir indios. A partir de allí, los líderes no volvieron a reunirse físicamente y comenzaron a aunar fuerzas para vencer a las fuerzas del virrey Agustín de Jáuregui, quien, enterado de las revueltas, organizó dos destacamentos compuestos de 1,846 hombres, 6 cañones y municiones ubicados con la táctica de ser acorralados por todos los frentes.
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GRITOS EN SILENCIO
El 12 de abril de 1781 fueron apresados y, en el proceso de ser juzgados, Micaela Bastidas toma una postura absoluta de ignorancia y desconocimiento, alegando, incluso, a su falta de educación. Esta decisión la descalifica, para algunos historiadores, al reconocimiento de héroe, omitiendo la salvedad de que esta posición fue para no delatar a su esposo y compañero, y para salvar a sus hijos. Sin embargo, no logró su cometido, ya que los corregidores señalaron que tuvo igual o mayor injerencia, arrogancia y soberanía que Tupac Amaru. Dicho y hecho, la mujer nunca se quebró en el proceso ni al final de su sentencia.
Por supuesto que hay más personajes femeninos en esta etapa de la historia del Perú, Francisco Martínez Hoyos, periodista, reúne en su texto llamado Heroínas Incómodas, a mujeres que debieron marcar un hito social en su comunidad, pero que no tienen la visibilidad ponderada por ser del “género sensible”. El caso más ilustre es Manuela Sáenz, quien tuvo la etiqueta de amante de Simón Bolívar, pero poco se le recuerda por su carácter imponente que la catalogó con el apelativo de “la gobernadora del gobernador”.
EL VALOR DE UNA CULTURA
La participación de Micaela Bastidas es el ejemplo más claro los sentimientos ambivalentes que produce la inclusión femenina en el proceso emancipador. En la actualidad persiste esa etiqueta social religiosa de que la mujer es un ser frágil. Las maneras podrán haber cambiado, pero aún está el comentario de “cómo debe comportarse una chica” para calificarla.
Esto tiene un nombre y es “violencia simbólica”, un concepto acuñado por Pierre Bourdieu, sociólogo francés, que describe como la relación social naturalizada ejerce un dominio físico indirecto por repetición. Si este es desvirtuado, pues, te tachan con prejuicios. En ese análisis se puede colegir que una dama no puede ser ruda o tenaz porque deja de ser vista como mujer y queda desprovista de su dócil sensibilidad.
Personalidades guerreras y atrevidas aparecen cada cierto tiempo, por lo que me parecería impropio no fomentar la figura de Micaela Bastidas en colectivos o agrupaciones feministas. Todas las mujeres que el movimiento acoge alrededor del mundo toman consciencia de la transformación social que requerimos para tentar la igualdad y erradicar la violencia contra la mujer, pero hace falta sentirla cercana. Imitando o difundiendo valores como los de Micaela, pertenecientes a nuestra identidad cultural, probablemente podemos construir un lazo étnico, no sanguíneo, para dejar de seguir solo símbolos extranjeros. Se puede encontrar una consciencia feminista de la que todos seamos parte.