Por La Antígona

Rostros de los ciudadanos fallecidos durante las manifestaciones en Perú. FOTO: Arturo Gutarra.

Poco se ha escuchado y mucho se ha dispuesto.

En la víspera de Navidad, muchas familias esperaban las doce acompañados de sus seres queridos, amigos y familiares. En las casas peruanas, se observan mesas decoradas especialmente para la ocasión. Se agradeció a la vida y se habló, una vez más, de los buenos momentos, de los recuerdos, del amor, la tolerancia, la unidad y la empatía.

Sin embargo, 27 familias no tuvieron esa Navidad esperanzadora. En 27 casas hubo dolor inexplicable que deja una temporada de fiestas con sillas vacías, silencios incómodos y el duelo entre las paredes. 

Es imposible no pensar en ellos. En las familias de nuestros hermanos, tan peruanos como nosotros. Vidas que se apagaron, con sueños, metas y motivaciones. 

En Huamanga, Ayacucho, las heridas han sido reabiertas. Las confrontaciones que se vivieron el pasado 15 de diciembre -hace doce días- en el área que rodeaba el aeropuerto dejaron como consecuencia a diez personas sin vida. A pesar de que los militares dijeron haber actuado dentro del “respeto irrestricto de los derechos humanos”, medios nacionales e internacionales fueron alertados de que los ciudadanos estaban viviendo graves abusos contra su seguridad y libertad mediante videos grabados por los mismos ayacuchanos. 

Vía Twitter @Laantigona

Diez heridos mortales por arma de fuego y ocho hospitalizados por heridas disparadas por proyectiles. Ese fue el resumen de uno de los días más trágicos en la reciente historia de Ayacucho. A medida que pasaban los días, las cifras ascendían.

Esta respuesta militar durante las manifestaciones fue una de las más violentas a lo largo del país. Dichas protestas fueron iniciadas tras la destitución del expresidente Pedro Castillo luego de su intento de autogolpe. El profesor cajamarquino, desde entonces, se encuentra encarcelado en el penal de Barbadillo, en Lima.

No hay Gobierno que ayude mucho a resolver los problemas sociales y manifestaciones. Poco se ha escuchado y mucho se ha dispuesto. La actual presidenta Dina Boluarte, quién tomó el mando por ser Vicepresidenta de la República en el gobierno de Castillo, tuvo y tiene muchas decisiones cuestionables

En previas de la Navidad, Boluarte, dedicó unas palabras a todo el país pidiendo calma -nuevamente-, lamentando la muerte de los 27 ciudadanos y deseando haber evitado que sus protestas fueran terminadas con más violencia. Palabras que parecen tener cierto significado al ver lo sucedido en las últimas horas con los manifestantes que ocuparon la planta de gas en Kepashiato, en Cusco. Unas horas después, se recuperó el espacio sin dejar heridos por proyectiles de bala y sin contar ningún fallecimiento según lo expresado por la Gerencia Regional de Salud de Cusco. 

Eso es lo que esperamos de todas las intervenciones que se hagan en los futuros días, semanas o meses: control de la situación sin necesidad de abusos o de actos violentos e injustificados. Pedimos y deseamos un país sin violencia. No queremos más balas. No queremos oír más madres llorando la pérdida de sus hijos, muchos de ellos jóvenes, como el adolescente de 13 años, quien murió por el daño causado por una bala en la columna vertebral en los enfrentamientos en Ayacucho. No queremos más terruqueo -acusar a otra persona de estar a favor de agrupaciones terroristas, de «ser un abanderado del terrorismo», de hacer apología al terrorismo- pues es despojar de humanidad y de cerrar el diálogo entre nosotros.

Tampoco queremos más vidas de policías y militares apagadas porque valen y también deben ser respetadas.  Solo recordemos que estos hombres y mujeres son peruanos como todos. Hace una semana se registraba más de 300 policías heridos, muchos de ellos en estado grave, según el ahora primer ministro Alberto Otárola. Si bien es cierto, las muertes de nuestros hermanos manifestantes deben ser correctamente investigadas, no podemos cerrar los ojos ante las violentas acciones tomadas en contra de las fuerzas del orden, que se movilizan en el país cumpliendo ordenes e indicaciones de superiores que, según el historial que se tiene en el país, son poco doctas y represivas. Además, costosas y dolorosas de ejecutar para los inferiores, más aún, cuando es en contra de su propio pueblo o su propia gente.

Los medios de comunicación independientes debemos tener clara nuestra motivación profesional, bien plantada nuestra ética y la seguridad de no intimidarse ante la dolorosa realidad. Promovamos una comunicación participativa, reconozcamos la colaboración de la ciudadanía en estos tiempos de crisis -quienes reportan desde la calle registrando todo suceso-, prestemos atención a los medios regionales, hiperlocales, alternativos y comunitarios -los más subestimados en todo este tiempo por la prensa tradicional-, y abracemos que hoy más que nunca se pueda iniciar una discusión sobre el rol de la prensa, de la manipulación y el tratamiento informativo y de la responsabilidad social de los medios. Que siga esa discusión para tener una verdadera transformación. El periodismo peruano también debe reformarse y ser transparente al comunicar su línea editorial a la comunidad que nos elige para informarse.

Se viene un nuevo año y desde este medio, como periodistas y comunicadores, exigimos respuestas claras, transparentes y humanas. No ingresemos a una etapa más oscura, no caigamos en los mismos errores, ni hagamos una herida más profunda. No cerremos los ojos ante la pobreza, el racismo, la desigualdad y el sufrimiento. Ya no más.