Por Diandra García
Al principio, es difícil ubicar al grupo en la plazuela El Recreo de Trujillo. Cae la tarde del sábado 27 de noviembre. Se realiza, a nivel nacional, la marcha conmemorativa por el 25N (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer). Este año, se cumplen cuatro décadas desde que oficialmente se declarase una fecha por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Junny Ynoquio, activista de la Colectiva Feminista 8 de Marzo, fue tajante sobre ello: “Hoy no celebramos, conmemoramos”, señaló con firmeza a través del megáfono, ya en la Plaza de Armas de la ciudad. Esta historia, sin embargo, tiene un mayor trasfondo.
La dificultad de hallarlas estriba en el ruido. Hoy, en la plazuela, además de los asistentes de la marcha, conviven una agrupación religiosa y tres jóvenes exigiendo una nueva Constitución. Cada quien tiene una forma particular de manifestarse. Los religiosos predican, los jóvenes reproducen himnos de freestyle, las colectivas usan pañuelos, camisetas, pancartas, arengas… Quizá lo más impactante sean las dos banderolas sobre el suelo. Son largas extensiones de tela, que traen bordados, dibujados o pintados nombres de compañeras que no podrían usar este tipo de prendas. No podrían, porque ya no están aquí.
Ellas sí. Adultas mayores, adultas, jóvenes e incluso una niña rodean las banderolas. Vienen de distintas organizaciones: la Colectiva 8 de Marzo, la Defensoría de la Mujer de Alto Trujillo (DMAT), el INADIS (Instituto de Apoyo a la Diversidad Sexual), entre otros. También están los transeúntes que se detienen –como yo–, o los fotógrafos que registran el acto. La mayoría lleva en mano una hoja de papel con consignas numeradas. Encuentro el punto de reunión mientras repiten a una sola voz:
“Mujeres contra la guerra. Mujeres contra el capital. Mujeres contra el machismo, contra la violencia neoliberal”.
De un lado al otro, dos compañeras de la colectiva dirigen las consignas para que las demás acompañen en un único pedido. Más personas están llegando. Junny Ynoquio, que media hora después ofrecería palabras sobre el 25N en la Plaza de Armas, pide que se cante Canción Sin Miedo. El himno feminista compuesto por Vivir Quintana es lo último que se enuncia antes de comenzar la ruta.
La marcha está encabezada por una representante del INADIS, quien viste una falda de la bandera LGBTQ+. Es una imagen poderosa. Camina con confianza por el Jirón Pizarro, seguida por más mujeres en su diversidad que sostienen las banderolas. Minutos previos a la salida, Eliana Pérez –perteneciente a la Colectiva 8 de Marzo–, advirtió sobre la presencia de grupos “fundamentalistas” que podrían buscar discusiones. No se equivocó. El movimiento antivacunas, escoltado por la policía, emprendía una trayectoria opuesta, simultánea a la del 25N.
“¡No se vacunen, no permitan que las esterilicen!”, demanda un hombre con micrófono. La afirmación es por completo infundada. No existen motivos de sospecha de que la vacuna contra la COVID-19 cause infertilidad u otro perjuicio para las mujeres. Así que ellas responden, en medio del bullicio de la calle, bailando. “Abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer…”, inician, bajando las caderas casi al ras del piso. “Arriba el feminismo, ¡que va a vencer, que va a vencer!”, finalizan, ahora saltando con un puño en alto. Ningún enfrentamiento ocurre. La marcha continúa a lo largo del paseo peatonal.
La Plaza de Armas de Trujillo recibe más visitas los fines de semana. Al arribar, las colectivas se dirigen a las escaleras de la Estatua de La Libertad, justo frente a la municipalidad. Acomodan sus banderas representativas, posicionan las banderolas en el centro y se acomodan para pronunciar más arengas. Esta vez, sin embargo, alguien interrumpe.
Se trata de un pastor. Apenas nota la vestimenta de la representante de INADIS, su rostro se encrespa. Desorbitado, comienza a interpelar a los participantes de la marcha, que no se inmuta ante la cámara de uno de los fotógrafos a menos de diez centímetros de él. Aunque la policía se percata, al comprobar que no incurre en violencia física, no interviene. Permite que el pastor atribuya demonios a los presentes y acalle las consignas de las manifestantes.
Aun así, estas persisten. “¡Señor!, ¡señora!, no sea indiferente. Se mata a las mujeres en la cara de la gente”. “¡Tocan a una, tocan a todas!”. “¡La policía no me cuida, me cuidan mis hermanas!”. Pasado las seis, el pastor se retira, las velas en memoria de las mujeres violentadas se encienden y Junny Ynoquio habla. “Nos llamarán histéricas, locas (…), ¡pero oigan las cifras!”, reclama con fuerza.
En lo que va de 2021, Perú ha registrado 132 feminicidios, más de 3 mil 400 niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas y 117 mil 414 mujeres atendidas por casos de violencia. La Libertad, de hecho, es la región norteña con mayor incidencia de feminicidios y tentativa de feminicidios en todo el país.
Los números son claros, como el canto de las manifestantes. “Soy Eivy, soy Rocío y soy Roxy. Soy María, Solsiret y soy Jimena”, claman al unísono, honrando a quienes no pueden estar presentes. La marcha conmemorativa del 25N en Trujillo, esta tarde, ha sido eco de ese respeto y resistencia, presente en las banderolas, los afiches, las consignas… El grito común que resuena fuerte: “Nos queremos vivas”.