Por Renato Silva

Por años, la discriminación hacia personas que forman parte de la comunidad LGBTIQ+, tanto en el Perú como en otros países, se ha normalizado. Bromas, insultos, prejuicios, acoso, sexualización, agresión y hasta ataques que acaban con la vida de personas, se han convertido en actos que son rechazados, pero contra los que no se han desarrollado o ejecutado políticas que las sancionen por parte de autoridades y representantes electos por la misma ciudadanía, una ciudadanía en la que hay personas cuya identidad sexual difiere de lo socialmente aceptado como “normal”.

Educado en un colegio estrictamente evangélico en el que se enseñaba que sentir atracción por una persona del mismo sexo era un pecado, Josué Parodi, un hombre de 28 años con raíces afroperuanas maternas, se aceptó como homosexual a sus 22 años luego de una larga lucha interna por abrazar su sexualidad. “Ha sido un viaje largo. Me he ido conociendo poco a poco. ¿Quién soy? ¿Quién me gusta? La sexualidad es un espectro que uno va explorando y conociendo”, dijo durante su entrevista con La Antígona.

Sin embargo, pese a que fue educado para rechazar lo que era, llegar a la universidad fue una oportunidad para conocer diferentes puntos de vista al respecto y, finalmente, decidir dar un paso adelante fuera del clóset que aprisionaba su identidad. Aunque lo hizo fuera del Perú, cuando viajó por trabajo a Estados Unidos, fue allí que optó por ignorar los prejuicios del país en el que nació y aceptar “eso que no puedes parar, que no puedes frenar, que está aquí, que vive contigo y que es difícil de ajustar solo para caer bien”.

Y aunque actualmente se siente cómodo con la forma que tiene de expresar su sexualidad de forma libre, entiende que sus privilegios por “no ser tan negro” o por haber haber tenido la oportunidad de acceder a una educación lo privan de tener un punto de vista más amplio. Parodi también es consciente de que su aceptación dentro de su círculo familiar es un caso poco común en otros distritos de Lima, o en provincias al interior del Perú.

“Siempre lo he visto desde: ‘Es que yo tengo este privilegio de vivir con muchísimas oportunidades que no muchas personas tienen’. Tener un acceso a una educación, que mi familia me acepte o poder estudiar la carrera que quise estudiar ya me pone en ventaja por sobre otras personas”, reflexiona Josué. “Nadie te habla de colorismo en el Perú, nadie te habla del prejuicio, del racismo o del clasicismo”, enfatiza.

Una deuda pendiente y un grito no escuchado

Aunque en la actualidad se vienen incrementando los espacios donde se condena la homofobia y las personas son más conscientes de los comentarios normalizados que agreden a la comunidad LGBTIQ+, a nivel de políticas públicas, el Perú tiene una deuda con esta parte de la población. Incluso dentro del gran conjunto de autoridades electas, se encuentran personas que están en contra del acceso a derechos básicos para la comunidad.

Por ejemplo, en el 2014, el congresista fujimorista Julio Rosas declaró en una entrevista: “En todas las iglesias cristianas se acogen a todas las personas sin discriminación: ya sean homosexuales, lesbianas. Todos son bienvenidos porque Jesús vino para salvar y buscar al pecador”. En 2016, este mismo parlamentario fue denunciado ante la Comisión de Ética del Congreso por organizar un evento llamado “Ciencia y género” en el que invitó a un psicólogo mexicano que se autoproclamaba experto en el “desarrollo de la heterosexualidad”, un término “científico” que se refiere a terapias de reorientación sexual, que fueron calificadas como tortura en 2020 por un experto de la  Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Según se indica en el Informe Anual de Derechos Humanos de Personas GBTI 2020, “en 2015 se presentó por primera vez en nuestro país una demanda de reconocimiento de unión de hecho de una pareja homosexual […] Luego de tres años y dos declaraciones de improcedencia de la demanda, el Primer Juzgado de Familia de Lima admitió a trámite la demanda”. Sin embargo, se solicitó que los demandantes pasen por una evaluación psiquiátrica, a pesar a que la homosexualidad dejó de aparecer en el manual de diagnóstico de los trastornos mentales en 1973 por decisión de la Asociación Americana de Psiquiatría.

Josué, quien a sus 28 años acepta con normalidad su homosexualidad, considera que el solo hecho de poder amar a otro hombre es un desafío al sistema que ignora e invisibiliza a la comunidad de la que él es parte.

“Es, sin duda, marchar todos los días sin dudar, salir, caminar y decir: ‘Oye, soy tan humano como tú, solo que me gusta más la escarcha o me gusta menos la escarcha’, y ya. En este país, se están haciendo pasos muy, muy pequeños para acercarnos hacia una igualdad. Se puede ver, pero en espacio es muy privilegiado. Se celebra todavía a los hombres gays blancos o los hombres gays”.

En Chile, por ejemplo, una mujer trans llamada Emilia Schneider fue elegida como diputada, mientras que Camila Musante y Marcela Riquelme Aliaga fueron electas también en ese cargo y son abiertamente bisexuales.

Aunque en Perú todavía hay mucho trabajo por delante, Josué mira hacia el futuro con optimismo y un espíritu desafiante al sistema actual: “Yo creo que va a resistir unos cuantos años más, pero es inevitable el cambio. Absolutamente inevitable. Pasó con las mujeres votando y con las personas negras votando. Tiene que llegar efectivamente.”

Para conocer más sobre la historia de Josué, cómo fue su primera Marcha del Orgullo, saber los detalles sobre su programa Calla Cabro y su charla TEDx, escucha nuestro podcast.