Por Leah Sacin @leahsacin

Historias de mujeres en defensa del territorio, machismo, discriminación y lucha. Criminalización, afectación de la familia y el tremendo esfuerzo de cumplir con las labores de cuidado y también representar a su comunidad.

En dieciocho años desde que empezó a funcionar el proyecto minero Las Bambas, mucho se ha escrito sobre los problemas ambientales y sociales que rodean al proyecto. Esta vez son las mujeres las que tienen la palabra para contar cómo una de las minas de cobre más grandes y productivas del Perú tiene un tremendo impacto en sus vidas.

En la primera parte de este reportaje, conocimos las historias de Virginia y Lizbeth, dos mujeres luchadoras que representan la fuerza y el liderazgo de la población femenina de Las Bambas. En esta segunda entrega, conoceremos más sobre aquellas mujeres que son el rostro de la protesta social alrededor del proyecto Minero Las Bambas. En los comités de defensa ambiental y en las comunidades, muchas mujeres dirigentes han cumplido un rol fundamental en la lucha.

Ellas cuentan su historia.

Madres en solitario: la viudez

Isaura, Agustina y Antonia son viudas del conflicto social. Sus esposos son los fallecidos que se cuentan en la historia del desarrollo del proyecto minero Las Bambas. Ellos murieron en enfrentamientos con la policía en las protestas que se desarrollaron luego de los cambios en los Estudios de Impacto Ambiental.

Isaura Soti tiene 29 años, su esposo murió en 2015. Cuando sucedió, ella tenía una hija pequeña y una en el vientre. Han pasado casi ocho años, pero el día en que la muerte partió su vida en dos, está marcado en su memoria de forma indeleble. “Mi esposo fue a la protesta, era en principio por el paso de los camiones. Yo estaba embarazada y él no me avisó. Yo me enteré porque mi papá había ido a la protesta y vino a las siete de la noche y, llorando, me dijo. Cuando regresé me sentía como borracha, no sabía lo que pasaba”. Fue como una de esas escenas del cine en las que la protagonista deambula y el entorno es borroso e inaudible. “Me quedé viuda, embarazada y mi hija mayor estaba bien chiquita. Fue mi mamá la que me tuvo que ayudar con todo”.

Con la muerte de su esposo Alberto, Isaura se enfrentó a la realidad. No sabía leer, ni escribir, ni conocía oficio que le permitiera trabajar para mantener a sus hijas: “Yo como mujer me dedicaba a la casa, a cuidar a los hijos, cuando él muere tuve que vender los animalitos que quedaban, mis suegros no me dieron nada, solo mis padres me ayudaron. Ser madre soltera en la comunidad es muy difícil, no sabía trabajar, no tenía dinero, la platita no alcanza, las niñas crecen y crecen, y no hay para comprarles nada”.

Isaura dice que lo principal que quiere para sus hijas es que no sean como ella, que como ya tiene experiencia sabe que es importante estudiar, que va tratar de siempre estar cerca de ellas. “Yo también me tengo que sacrificar por mis hijas”, aunque confiesa que su actual esposo no acepta vivir con sus hijas.

“Su esposo actual no acepta a las niñas, nosotros nos hemos hecho cargo de las pequeñitas, ¿con quién van a estar? con nosotros.  Ella no podía quedarse sola, es muy difícil estar sola en la comunidad”, relata el padre de Isaura y ella agrega: “Es muy triste que una mujer se quede solo con dos niñas, sin saber trabajar”.

Cuando fuimos a buscar a Agustina al distrito de Mara para concretar nuestra entrevista la encontramos en una actividad comunal del pueblo. Son esas actividades a las que se debe asistir de lo contrario pueden imponerles una multa. Con su bebé en la espalda pudo darnos unos minutos para contar su historia. Y aunque entiende y habla el español, es en su lengua materna -el quechua- en la que puede expresar sus emociones. Agustina prefiere darnos la entrevista en quechua. “Mi esposo fue a la protesta con los compañeros y regresó en un cajón. Él no estaba enfermo, no tenía nada, estaba sano y bueno ha ido y regresó así, en un cajón, yo no entiendo”. Agustina ya no llora, “seguro me olvidé cómo llorar ya”, reflexiona.

Cuando era niña Agustina tenía ilusión por ir al colegio pero su padre murió cuando era pequeña y eso nunca ocurrió. ”Mi mamá no sabía ni leer ni su nombre. Yo tenía que ayudarla, no había tiempo para el colegio tampoco”. No hubo tiempo para el colegio y tampoco para pensar en lo que querría hacer con su vida, Agustina se casó y tuvo hijos antes de ser mayor de edad. “Yo no he sabido cómo trabajar, me sentía perdida cuando me quedé viuda. Solo sabía cuidar a los animales y a los niños”

“Yo quiero que mis hijos estudien para que puedan tener mejores trabajos, yo no he sabido ni escribir, no quiero eso para ellos, quiero que sean mejores, ojalá sean profesionales”, dice mientras algo oscurece -sin remedio- su mirada. Ella añade “no quiero que sean como yo”, aunque ella sabe que todas esas cosas que no hizo fue porque estaban muy lejos de sus manos. Las enormes brechas de acceso a la educación que hay en el Perú, por ejemplo, se hacen infranqueables para las mujeres en casos como el suyo.

“Mi esposo me iba ayudar porque él sí sabía escribir y leer, yo ni eso, porque mi mamá me crió sola y ella tampoco sabía nada, y así yo no quiero que siga eso con mis hijos. Mi orgullo es que tres de mis hijos ya acabaron la secundaria y eso es un montón. Pero me falta su universidad, ojalá que se pueda”.

Antonia es quechuahablante, pero entiende el español perfectamente. Cuando llegamos a su casa la encontramos recortando la hierba con una hoz. La primera pregunta fue sobre su esposo y su rostro cambió de inmediato. “He sufrido mucho. Yo nunca pensé…Tampoco supe nunca lo que era estar sola, no entendía lo que era trabajar ni qué hacer,” recuerda.

Por sus hijos, Antonia se mantuvo en pie y aprendió a llevar sola su casa. Aunque poco a poco tuvo que ir vendiendo sus animales para cumplir con la más importante misión: educarlos. “Yo quería que mi hija estudie y por eso ha ido a Lima, aquí no ha podido entrar a la universidad.” Fue difícil entender que su hija había decidido irse lejos pero era una decisión, hacer lo necesario para que el camino de su pequeña fuera distinto al suyo. Las cifras del Ministerio de Educación indican que más del 5% de la población es analfabeta y según UNESCO más del 70% -de ese porcentaje- son mujeres. Por cada hombre analfabeto hay tres mujeres en nuestro país. “Cuando yo era niña casi ninguna chica iba al colegio. Yo ni un día he ido a la escuela. Me hubiera gustado estudiar”

La muerte de su esposo expuso a Antonia a percibir la realidad como nunca antes le había ocurrido. “Cuando yo me quedé viuda me di cuenta que no tratan bien a las mujeres, más cuando están solas. Siempre nos dejan atrás”. El Estado invisible y la comunidad muchas veces mirando con recelo a una viuda. Antonia decidió no volver a casarse, decidió resistir, decidió aprender a llevar su casa y encaminar a sus hijos para que estudien en la universidad. Reiteró que su “hija está en Lima y quiero que estudie, que gane su platita. Ya no va ser dominada por otros. Quiero que su vida sea diferente”.

Antonia nació en la década de 1970 y aunque sabe que la vida en el campo sigue siendo dura para las mujeres, también reconoce que algo está cambiando finalmente. “¿Ha cambiado en algo el machismo en la comunidad?” -se pregunta a ella misma- “Solo un poquito. Al menos un poquito. Los jóvenes han cambiado un poco y parece que si hay un poco más de respeto para las mujeres”.