Por Josselyn López

En palabras de Fátima Martínez, vivir con depresión es desesperanza, es como caminar sin un lugar al cual llegar y todo está oscuro. 

El trastorno depresivo es un trastorno del estado de ánimo, uno de sus principales síntomas es la tristeza y la pérdida de interés para la realización de actividades rutinarias. 

Según la Organización Mundial de la Salud, el 3.8% de la población mundial se ve afectada por la depresión. 

Las mujeres tienen el doble de probabilidades de ser diagnosticadas con un trastorno de depresión en comparación a los hombres, esto puede deberse a varios factores, biológicos, hereditarios y circunstanciales. 

Los casos de mujeres cuyo diagnóstico ha indicado depresiones generalizadas, son bastantes. Fátima, es una de ellas. Fue diagnosticada con depresión este año. Menciona que recibir la noticia fue un balde de agua fría, muy fría. Y la primera pregunta en su mente era: “¿Qué va a pensar la gente de mí?”, “Van a decir que estoy loca”. 

Actualmente se estigmatiza a las personas diagnosticadas con algún trastorno, comentarios como “Ya se te va a pasar”, “Estás demente”, “No aguantas nada”, “Necesitas buscar de Dios”, “Eso te pasa por…”, entre otros, son comunes en una sociedad fracturada y donde la salud mental no es una prioridad. 

Honduras no cuenta con datos estadísticos nacionales sobre la población diagnosticada con trastornos mentales, pero se estima que el 50% padece alguna enfermedad mental. Esta cifra puede ir en aumento y sumado a esto se halla la carencia de la atención integral en el área de salud mental. 

Fátima tiene empleo, comenta que es complicado asistir a sus labores, estar concentrada en sus funciones cuando se está sintiendo vacía y con ganas de rendirse. No puede tomarse el día porque la depresión no es excusa para hacerlo, debe de mantenerse de pie, sin tambalearse, aunque sienta que el mundo se le viene encima.

Desde su diagnóstico, se encuentra esperando cita para iniciar con un proceso psiquiátrico y psicoterapéutico, la espera se ha vuelto muy larga y siente que los días pasan más lentos; ha perdido el apetito, no puede conciliar el sueño, está cansada física y mentalmente. 

El país hondureño solo cuenta con dos hospitales públicos que atienden problemas de salud mental; esos mismos no dan abasto para la demanda existente. Y desde hace más de cinco años el abastecimiento de medicamentos ha sido insuficiente. 

Fátima no solo lidia con una enfermedad mental, si no con la precarización del sistema de salud público en el país que vive. 

La salud mental es un derecho fundamental, por lo que el Estado tiene la obligación de garantizar la atención, prevención y promoción. Debe de ofrecer servicios de calidad y satisfacer las necesidades de la población que se encuentra diagnosticada con un trastorno mental. 

Lamentablemente, así como Fátima existen muchas otras personas que se encuentran en situaciones similares y nuestro deber es exigir una atención integral, una correcta garantía de medicamentos y abastecimiento de personal especializado en salud mental en los hospitales públicos y privados.