Por Zoila Antonio
Kathryn Coccia es musicoterapista. Tiene 31 años y ayuda a muchas personas a sentirse mejor y controlar sus emociones tocando su guitarra u otros instrumentos. Conoce aquí lo fantástica que es su labor.
«Soy estudiante PHD en Social Working y musicoterapeuta desde hace cinco años. Actualmente trabajo con cuidado de hospicio, en el cual la mayoría de gente está en su casa. Uso una guitarra, algunas veces otros instrumentos, para ayudar a los pacientes a sentirse mejor. Trabajamos con la música y así expresamos emociones, rememoramos o miramos atrás en sus vidas, ya que la mayoría de estas personas son pacientes terminales. Ellos fallecen después de seis meses o menos. En su familia es emocionalmente difícil, porque su cuerpo también pasa por cambios, hay mucho dolor. Entonces la música allí es usada como un mecanismo de sanación para hacerlos sentir mejor de todas las formas posibles
La primera vez como musicoterapeuta fue shockeante al ver a gente que estaba en una situación difícil o muy enferma. Pero a medida que pasaba el tiempo, fue siendo una parte normal de mi vida. Ver a la gente así puede ser muy triste, pero también aprendí que es parte de la experiencia de ser humano.
Lo bonito de la musicoterapia es que está especialmente diseñada para reducir el dolor e incrementar el confort en la gente. También hay medicación que ayuda y tienen una cama de hospital dentro de su casa que los mantiene en una óptima situación.
La dinámica es de persona a persona. Los pacientes tienen diferentes diagnósticos como demencia, cáncer, entre otros. Es por ello que hay diversos grados de dinámicas, depende del proceso de la enfermedad. Además, influye mucho si la familia está presente con esa persona. Así se genera un ambiente colaborativo.
En algunos casos soy sólo yo, sentada a un lado de la cama de una persona con los ojos cerrados, que no responde, pero la ciencia te dice que la gente escucha y realmente lo creo. Usamos música que es importante para el paciente, que le gusta. Si la persona es de una cierta religión, le tocamos música religiosa, o rock’n’roll o country. Tenemos que ser capaces de hacerlo de acuerdo a la situación. Pongo mucha atención en la persona, en su respiración, si hace algún sonido o dice algo, el lenguaje de su cuerpo, que me diga que el paciente y yo estamos en sintonía.
Durante la pandemia estuvimos realizando algunas visitas virtuales, pero generalmente no lo hago. Vuelvo al trabajo presencial en noviembre. Ahora será diferente: trabajaré una vez por semana y será igual que un hospital. Hay 60 camas donde la gente puede ir con síntomas que ellos ya no puedan manejar. Tengo que llevar lentes protectores, mameluco y estar con todas las medidas de seguridad para estar protegida, pese a que estoy vacunada. Suelo tomar de la mano a mis pacientes, como una acción humana e íntima entre paciente y musicoterapeuta, pero ya no lo puedo hacer. También tengo compañeros que se detuvieron de hacer musicoterapia, ahora están en otros trabajos, otros todavía no encuentran. Son tiempos realmente retadores como profesional, debo admitirlo».