Por Renato Silva

Budismo

En el idioma español, existen tres definiciones para la palabra felicidad. La primera es “estado de grata satisfacción espiritual y física”; la segunda, “persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a ser feliz”; y la tercera, “ausencia de inconvenientes o tropiezos”. Aunque para la Real Academia Española estas frases sean suficientes para enmarcarla, la realidad es que para cada persona tendrá un significado diferente y único.

La búsqueda de este estado de “plenitud” ha inspirado películas, libros, talleres, conversatorios, conferencias internacionales, apariciones de falsos gurús de la autorrealización, “ideas millonarias”, entre otros productos y acciones que lo enfocan como la meta al final de un largo camino de sacrificios. Bajo este contexto, la felicidad solo podría ser alcanzada por aquellas personas que tienen los medios suficientes para poder satisfacer sus necesidades y sus sueños.

Para sus practicantes, como Juan José Bustamante, quien es el director del Instituto Peruano de Estudios Budistas, el objetivo principal de esta religión es liberarse del sufrimiento y, aunque pueda parecer difícil de creer, despertar el potencial oculto dentro de cada una de las personas para alcanzar la plenitud.

Pero ¿cómo una religión originada hace más de 2,500 años y que se practica principalmente en países asiáticos llega al Perú y construye una comunidad?

Los primeros monjes

En un artículo publicado por el periodista Daniel Goya Callirgos en la revista Kaikan, de la Asociación Peruano Japonesa del Perú, se indica que la historia del budismo en el Perú inició en 1903, hace casi 120 años, con la llegada de la segunda embarcación de migrantes provenientes desde Japón. En ella llegó Taian Ueno, quien unos años después, en 1907, inauguraría el primer templo budista en la provincia de Cañete.

El último censo nacional realizado en 2017 registró a un total de 1 ‘115,872 ciudadanos que profesaban religiones agrupadas dentro de la categoría de “otras”, entre las cuales está incluida el budismo. Aunque no se tienen datos fiables sobre la cantidad total de practicantes de esta religión, en el 2013 la BBC indicó que el número era de 365 millones de seguidores a nivel mundial.

Una religión sin dios…

Pese a que muchas religiones sostienen la existencia de una entidad superior responsable no solo de la creación del universo y la vida, el budismo no considera que la presencia de un dios sea relevante para sus enseñanzas. Según Juan José Bustamante, “el budismo no se basa en una creencia, no es una religión de fe. Podríamos decir que se basa en la experiencia”.

La filosofía del budismo sostiene que el debate sobre la existencia de dioses o un dios único no es un problema tan grande como sí lo es el resolver o liberarse del sufrimiento que aflige a las personas actualmente.

“Se respetan las creencias de otras vías espirituales, pero [el budismo] propone una experiencia profunda de serenidad y calma en la mente”, dice Bustamante. “Tengo que ser feliz hoy. Todos sentimos angustias, pero si uno tuviera una forma de manejarla, aliviarla y superarla, entonces ya no hay sufrimiento”.

Ni profetas, ni mandamientos

La divinidad tampoco está presente en el budismo y sus practicantes no persiguen la santidad o un estado superior luego de la muerte. Según la tradición budista, Buda es un simple ser humano que alcanzó la paz interior por medio de una profunda meditación. Su imagen es más cercana a la de un ejemplo o un maestro espiritual antes que a la de un profeta o un evangelizador. Ni siquiera podría decirse que es un líder o un jefe.

Para Juan José Bustamante, la idea de convertir a otros al budismo no es compatible con la filosofía de su religión, pues otro de los pilares de ella es que todas las personas son libres de seguir los consejos o guías de los maestros espirituales. La libertad de elegir qué camino seguir también forma parte de las ideas del budismo, por lo que el concepto de mandamientos tampoco es aplicable.

Karma y Dharma

El uso de la palabra “karma” en la cultura popular se ha tergiversado al grado de que se le ha dado una connotación negativa. Llamamos así a “lo malo” que le puede ocurrir a una persona que sabemos que actuó mal, pero es una idea incompleta.

En el budismo, el karma es una energía que se genera en base a las actitudes de las personas, ya sean buenas o malas, conscientes o inconscientes. Cada acción nuestra genera una reacción en cadena que, eventualmente, puede generar perjuicios o beneficios en esta vida o la siguiente.

“No hay un ser que diga ‘te voy a castigar’, no hay un castigo al final de la vida. Si hago algo en esta vida, la consecuencia, buena o mala, será hoy o mañana según sea el caso”, afirma Bustamante.

El Dharma, por su parte, es el conjunto de enseñanzas del budismo que aconsejan a las personas para que eviten los actos dañinos en perjuicio de nadie, pero cada quien puede elegir no seguir ese camino si así lo desea.

Para Bustamante: “Esta vida tiene una realidad, pero no es absoluta porque tú puedes cambiar de opinión, puedes cambiar de humor, de ideología, de parecer, puedes olvidar tu memoria, entonces nada es absoluto. Si tú crees que todo esto que te rodea es absolutamente real y que siempre va a ser así, es como si estuvieses confiando en la realidad de un sueño”.

Todos somos Budas

Profesar otra religión no es un obstáculo para seguir las enseñanzas del budismo. Juan José Bustamante sostiene que cada persona es libre de seguir cuáles tomar en cuenta según el tipo de vida que llevas.

La liberación del sufrimiento tampoco está destinada exclusivamente a quienes siguen a maestros budistas, pues es un estado mental al que todos pueden llegar si despiertan el potencial en su interior.

“Todos somos budas que ignoramos serlo. Dentro de nosotros existe una potencialidad de inteligencia de liberación, pero nosotros estamos oscurecidos por nuestras deseos, nuestras ansias, nuestras experiencias negativas de sufrimiento, entonces si todo eso se asienta y nos deja ver claro, todos tendríamos paz”, finaliza.