Por Zoila Antonio
Su vida estuvo marcada de casualidades y atrevimientos, pero, sobre todo, de salsa. Angelina Medina (Lima,1973) no fue una niña que siguió la música que estaba de moda entre sus amigos: con tan sólo tres años, este movimiento musical – como ella lo define – la atrapó a poco de irse a dormir. A los seis empezó a descubrir más del género que su papá rechazaba y a los trece años fue a cuatro de las cinco noches de concierto que Héctor Lavoe, ‘El cantante de los cantantes’, dio en Lima. Ahora, entre su negocio de vinilos, una radio web propia y su investigación sobre ‘La tigresa de la salsa’, Lita Branda, Angelina recuerda los sucesos que la identifican como historiadora de la salsa en el Perú entre una gran cantidad de hombres que lo investigan y difunden. Nadie le quita lo bailado.
“Fue un flechazo”, así define Angelina su encuentro con la salsa. En Jirón Antonio Raimondi, entre los distritos limeños de Cercado de Lima y La Victoria, 1976, las fiestas eran recurrentes, así como la música a todo volumen, el baile y el alcohol. El Gran Combo de Puerto Rico, la Sonora Matancera y Dimensión Latina eran grupos que sonaban en los parlantes de los vecinos.
El ritmo también llegaba a las ventanas de la habitación de Angelina. El sonido se hacía más claro de madrugada, cuando estaba a punto de descansar, lo que no pasó desapercibido. “Estaban escuchando un tema de Dimensión Latina con Óscar D’León. Me llamó la atención el sabor y el swing del tema. Hubo química. Yo estaba descansando, era muy pequeña. Esa fue la primera vez que escuché salsa”, afirma. Descubrirla fue muy casual.
De ti depende
Su mamá prefería música criolla y su papá la folklórica y las cumbias. La música la rodeaba, pero no con aquellos géneros con los que simpatiza. No conoció los gustos musicales de sus abuelos. Ambos migraron a Lima. Su abuelo, proveniente del norte del Perú, falleció en un accidente cuando su mamá tenía 15 años, mientras que su abuela, nacida en Tarapacá, antes de pasar a territorio chileno debido a la guerra que hubo con el país vecino, falleció de diabetes meses antes de que Angelina naciera. Pero no es hija única. Tiempo después llega su hermano. Al ser una persona con habilidades diferentes, su mamá decide pasar más tiempo con él.
Tocaba ir con ellos a reuniones de amistades o familiares. Es ahí donde, además de los grupos que constantemente escuchaban sus vecinos, se suma un artista que también marcaría su vida y su interés por la salsa: Héctor Lavoe. Allí también descubre un elemento que la conecta con el mundo salsero: los vinilos. Angelina ya empezaba a leer, lo que le permitió conocer más. “Iba asociando entre el ritmo y la melodía, memorizaba los nombres, asociaba canciones, el nombre del disco o del músico. Empiezo a buscar más”, señala.
La vida le seguía dando sorpresas. “Pedro Navaja”, canción incluida en el álbum Siembra (1978) fue una de ellas. Los gestores de esta producción, el dúo conformado por Willie Colón y Rubén Blades, habían impresionado a Angelina de cinco años de edad. “Se me quedó grabado el disco y las canciones. Fui teniendo una playlist en mi mente”, asegura.
Otro tema que le impactó fue “Plástico”. “Me estaba acercando más por el gusto hacia el arreglo musical. Para mí era muy elaborado. No era algo simple, yo lo percibía así”. Angelina empieza a buscar más. Comenzaba a asociar con otras producciones. “Ah este disco con este artista. Ya sabía leer. Tenía 5 años”.
A los seis, se preguntaba qué otros artistas había por descubrir. La radio de la casa pasó a ser suya: a buscar, buscar, buscar. Un día la prendió, sin saber que su conexión con este aparato sería para siempre.
Maestra vida
El contador y abogado Luis Delgado Aparicio (1940-2015), más conocido como ‘Saravá’ es quien nos daba la bienvenida a uno de los programas que fue uno de los más populares en la onda radial: Maestra Vida. A los ocho años, la casualidad, nuevamente, permitió que este programa, transmitido primero por Radio Miraflores y luego por Radiomar, se convierta en la escuela musical de Angelina.
Sonido Latino del productor radial y empresario Hugo Abele (1964-2014) fue otro programa radial importante para Angelina. Fue transmitido por Radio América. “Lo escuché a mis 10 años. Me marcó musicalmente y para siempre. Como sea escuchaba su programa. Era mágico. Hugo tenía la particularidad de poner grabaciones en vivo de presentaciones de las orquestas. En ese tiempo era un lujo. Escuchar a Héctor Lavoe con su orquesta en una presentación de meses o semanas antes era, wow, actualizarme”, indicó.
El programa daba los días de semana, luego pasó a un horario que se convirtió en un clásico: los sábados desde las 11 hasta las 2 de la mañana. No obstante, esto no le gustó a su padre. “No quería que escuchara. ‘¿Qué haces escuchando esto?’, me decía. Yo tenía que escaparme a una parte de la casa para atender el programa. Son sus errores, no tenía por qué afectarme. Mi mamá sí me entendía”, indicó. Ya en la secundaria, Angelina era la salsera. “Era el ‘bicho raro’: las chicas estaban en el rock en español, Madonna o Michael Jackson”, señala.
A los 13 años llegaría su primer concierto. Fueron cinco en total para ver a “El Jibarito de Ponce”: Héctor Lavoe. Este se realizaría en La Feria Del Hogar. Era 1986. “Acompañado de su orquesta, dirigida por el pianista Joe Torres, tuvo seis presentaciones en El Gran Estelar, donde encandiló al público con temas como La fama, Periódico de ayer, Rompe Saraguey, El rey de la puntualidad, entre otros”. Lavoe se había convertido en su ídolo.
“Ya habían llegado a Lima Celia Cruz, Oscar D’León, Cheo Feliciano e Ismael Miranda, pero faltaba el más representativo de todos, el más popular: Héctor Lavoe. No fue fácil traerlo. Dije ‘Voy a verlo, quiero verlo’. Juntando mis propinas, le dije a mi mamá: ‘Te ruego, acompáñame, no puedo ir sola, no me van a dejar entrar’. Al final me acompañó con mi hermano”, afirma. Llegó a ir a partir del segundo día. “Me las ingenié. Mi mamá me acompañó una vez, a la otra fui con otro familiar y así. Como eran varias entradas, y ya no tenía de propina, me hice pasar por un año menos y entré. Lo vi y fue increíble. Todos cantando, viendo a Héctor. Fue una impresión fuerte”, declara.
Al año siguiente, 1987, ella vuelve a La feria del hogar para ver a Celia Cruz con Tito Puente. “Fue el lugar donde se presentaban los grupos no sólo de salsa, sino de merengue, rock en español hasta de pop. Fue el centro de atracciones más importante de Lima y el país, en esa época”, recuerda. En 1990 pudo ver a Eddie Palmieri, su otro gran ídolo. Para ello, tuvo que escapar de casa. Su papá no quería. Angelina tenía 17 años. “Es una oportunidad que no quería perder”, asegura. Por otro lado, su mamá era más condescendiente. “Ya estaba empezando a coleccionar (vinilos) y ella me ayudaba a conseguir contactos por mi barrio para comprarlos”. Inclusive, la acompañaba a las disco tiendas, donde pudo encontrar y comprar sus primeros vinilos de 45 RPM, LPs y cassettes.
Salsa picante
“Este es un nuevo ciclo. Es un programa que va a llenar mis expectativas musicales”, comenta Angelina. Era 1989. En la radio, la salsa sensual comenzaba a sonar, así como el programa del difusor del latin jazz y salsa Roy Rivasplata, llamado Salsa Picante. “Ponía latin jazz, salsa tradicional, todo lo que a mi me gustaba”, comenta Angelina. Ese mismo año, escucha a otro gran difusor de la salsa en el Perú: Walter Rentería. Su programa Pueblo Latino también marcaba la pauta en la radio y en la salsa peruana. “Le envío una carta. Él la leyó en Pueblo Latino. Saliendo del colegio me atrevo a ir a su programa y agradecerle. Es la primera vez que conozco a un difusor directamente y a melómanos”.
Uno de estos amigos le menciona sobre Roy. “‘¿Lo conoces? ¿Y no te atreves a llamarlo?’, me dicen. Me dan su número. Después de un tiempo pensándolo, me atrevo a llamarlo. Él me escuchó y se sorprendió, pensó que era una broma”, cuenta. Ella le hablaba sobre lo que sabía de salsa. Poco tiempo después, Angelina decide ir a la estación donde se graba Salsa Picante. Ahí se encuentra cara a cara con Roy. “Se mató de la risa, nunca me voy a olvidar. Me dijo: ¿Qué hace una chica hablándome todo esto?”. Ahí hago amistad con él”, recuerda. De 1991 a 1994, la presencia de Angelina en la radio fue constante. En esa cabina, pudo interactuar con melómanos que también iban a la radio. Uno de ellos se convertiría en su esposo, Roosevelt Carpio.
Fue ahí donde, también, conoció a Luis Delgado Aparicio en persona. “Yo gano (un concurso de Salsa Picante) y mando una lista de 10 canciones para programar una hora. Llamé al programa para agradecerle. Hablé como lora sobre la música. A los días, Roy me dice ‘Angelina, el doctor Luis Delgado Aparicio te quiere conocer, le ha gustado como has hablado”, comenta. Roy invita a ‘Savará’ a realizar un especial con la música que ponía en Maestra Vida. Ese fue el día en que se vieron.
Qué viva la música: Roy Rivasplata (saco gris) con Angelina de 19 años y el doctor Luis Delgado Aparicio ‘Saravá’ (de blanco) en la cabina de Radio Antena Uno, 1992
El respeto y agradecimiento fue mutuo. “Siempre hablaba algo de mí que me quedaba sorprendida. Es mi maestro, es muy especial. Igual con Hugo (Abele). Me impulsaron mucho, me abrieron todo un mundo, a conocer el ambiente, crecer y visibilizarme”, menciona. Asimismo, entre asistencias a conversatorios, recortes de periódicos y apuntes, fue su manera empírica de ir empezando en la investigación.
También conoció a los músicos de los que había leído, escuchado y hablado. Inclusive, entabló amistad. Roosevelt se convierte en el nexo. “Ahí es cuando conozco personalmente a Tito Puente, Larry Harlow y otros músicos que se vuelven amigos nuestros. Cuando teníamos una grabadora, registramos conversaciones y hacíamos preguntas. Incluso, uno de ellos, el bajista de Hector Lavoe y director musical de Gilberto Santarrosa, Johnny Torres, es padrino de nuestro hijo”, afirma.
En 1998 Angelina decide dejar por un tiempo la salsa. Nace su hijo. Debido a tener habilidades diferentes, ella se dedica a brindarle los cuidados requeridos. No obstante, sí había ocasiones especiales, como El festival del Callao, donde acudía en familia. “Desde 1999 hasta 2004 íbamos a saludar a los músicos o por un autógrafo o conversación”. Allí fue donde conoció y habló con Cheo Feliciano. Para ella y su familia es innato hablar de salsa, mientras que la investigación, implícitamente, seguía. “Yo vuelvo con fuerza (a la investigación) el 2003. Lo extrañaba. Además estaba más preparada, porque constantemente leía y me informaba”, indica. Se acercaba una invitación que no podía rechazar.
Herencia rumbera
Con más disponibilidad, Angelina y Roosevelt van nuevamente a las radios para reencontrarse con músicos, melómanos y, ahora, amigos. Asimismo, Luis Delgado Aparicio les pide que lo visiten en su programa para proponerle a Angelina un gran reto. “Tuvo la idea de presentar mensualmente a un melómano. Me convoca. Iba a hablar tres horas de música con él, a presentar canciones y dar información, que es vital. Ahí empieza una interacción más profesional con la música”, apunta. Se preparó con meses de anticipación. No podía dejar pasar la oportunidad.
Así fue consiguiendo más libros, publicaciones y CD ‘s. Además, durante esos años acudía a conciertos, reuniones de colectivos de salsa y de melómanos, donde presentaciones y música inédita alimentaban su saber. Internet también ayudó mucho. Era asidua usuaria de páginas de salsa y música del caribe, así como lectora de artículos de gente de otros países. Su aprendizaje crecía.
Ahora vengo yo: Angelina poniendo un LP durante un encuentro de coleccionistas de la salsa, 2014
En 2013, el dueño de una radio web y también amigo le invita a tener su propio programa. “Yo sentía que no era el momento. Me fue insistiendo y acepté”, revela. Otro amigo, esta vez de Colombia, le invita a tener otro programa de radio. También estaba dubitativa, pero asumió el reto. “Dije voy a aprender con todos los años de haber escuchado a maestros”, comenta. Para Lima estuvo más de un año en la radio Salseros y punto, y en Bogotá, por siete años, para la radio Ciudad Salsera.
En octubre del 2015, su esposo y un amigo la animan a hacer una radio propia. Roosevelt y ella codirigen la emisora hasta la actualidad. Sus compañeros melómanos también la complementan. El nombre: Herencia rumbera. “La radio tiene un concepto de difundir música que no se escucha en medios masivos peruanos y difundir la historia de los artistas y grabaciones. Lo hemos complementado con la página web”, apunta.
Definitivamente, una cosa es ser melómana y coleccionista, y otra es manejar una radio y sitio web. Hay amor por la música, pero los ingresos no son seguros. Asimismo, colabora una vez al mes para La Troja Radio de Barranquilla, Colombia, y para Radio Gladys Palmera de España. Ahora también se encarga de la venta de CD’s y vinilos sobre salsa dura y música cubana. Es su emprendimiento. “Yo soy maestra de educación inicial, pero desde hace tiempo no lo ejerzo, me quedo en casa por mi hijo. Mi esposo trabaja”, comenta. En casa, la investigación sigue, aunque es consciente de que, dentro de la historiografía y melomanía salsera peruana, las mujeres se cuentan con los dedos. “Tuve que lidiar mucho, porque no encontraba compañeras. La mayoría son varones”, indica.
Actualmente también se encuentra estudiando y buscando sobre el impacto de la cantante Lita Branda, “La tigresa de la salsa”, en el país. A Lita se le conoce por ser la hermana de Pablo Villanueva, ‘Melcochita’ un cómico vigente hasta el día de hoy. Pero ella es más que eso. “Ella viene de los 50. Se inició como percusionista. Estaba en una agrupación sólo de mujeres llamada Daniela y sus magníficas. Duró poco tiempo porque no estaba bien visto que mujeres jóvenes toquen. Luego viaja a Estados Unidos”. Ahí, Lita se junta con la crema innata de la salsa de Nueva York. “Graba (tres producciones) con músicos neoyorquinos, puertorriqueños y cubanos. A mí parecer, no tengo conocimiento de otra cantante peruana que haya hecho eso”, señala Angelina.
Ella está convencida de que la salsa no es un ritmo o género musical. “La salsa se gesta en Nueva York, pero tiene todo un proceso que se forma en la década de los 70. Los músicos de Cuba, que van llegando a Estados Unidos interactúan con sus pares puertorriqueños, latinos y judíos, van conociendo y fusionando con el jazz, la música afroamericana, puertorriqueña y brasileña. No es un ritmo creado, no tiene una estructura propia. Rápidamente se va masificando en otras partes del mundo como Venezuela, Perú, Colombia y obviamente Puerto Rico. Por eso se le dice un movimiento”, asegura. “Las letras hablan del barrio, de la calle, de la realidad, de los inmigrantes, así se va forjando”, afirma. Lo tiene claro: en la salsa se mezclan vivencias, culturas y sonidos. Ella sigue bailando y aprendiendo. La salsa ya no se escucha a escondidas o a través de la ventana y por los vecinos. Ahora es la maestra.