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Soy contadora, hago trabajos de asesoría externa y tuve en mi casa un negocio de cabinas de internet por 11 años. Mi cabina era un ‘Lan Center’ en El Agustino: es decir, un espacio interactivo y enfocado a los gamers, donde la prioridad era el entretenimiento. Tenía 50 máquinas. Pero con la llegada de la pandemia por el COVID-19, mi familia y yo nos vimos obligados a cambiar de negocio porque el Internet tuvo que parar.
Al día siguiente del mensaje del presidente, cuando decretó en estado de emergencia al Perú por la pandemia del coronavirus, agarré un dinero que tenía ahorrado y junto a mi hermano mayor fuimos a La Parada: compramos arroz, leche, aceite y menestras para vender a puertas cerradas.
El primer día que empecé el negocio tenía miedo pues vivo cerca de un mercado en El Agustino, que es un distrito en el que hay mucha gente infectada de COVID-19 y dónde los muertos ya son demasiados. Muchas veces no quería abrir, por temor a contagiarme, a contagiar a mi padre de 82 años o a mi hijo. Pero siempre sacaba fuerza y le pedía a Dios que me ayude para subsistir con mi familia.
Mi hijo cumplió 11 años en plena cuarentena. Hablé con su papá para que se lo lleve a vivir con él. Era muy peligroso que siga conmigo pues yo tenía que salir a hacer compras y tenía contacto con las personas. Ese fue el sacrificio más grande: separarme de mi hijo por esta pandemia. Además, tuve que trasladarlo a un colegio nacional.
En el negocio de abarrotes, aunque la ganancia es mínima, la idea es tener de todo y vender día a día. Durante estos tres meses de cuarentena, a pesar de todo, me di cuenta que me gusta manejar un negocio de venta de abarrotes. En mis próximos planes está hacer un minimarket.
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Mi meta para el 2020 era estudiar administración de hotelería y turismo en la universidad. Pero, al saber lo que pasaba en el país, decidí regresar al Ejército para batallar contra la COVID-19. Ningún esfuerzo es poco para evitar que más peruanos se contagien. Sólo debemos acatar las reglas.
Tengo 19 años y me encuentro en el grado de cabo del Ejército del Perú. De lunes a viernes, mis compañeros y yo salimos a patrullar las calles de Lima desde las cinco de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Estamos en constante capacitación para protegernos y cumplir con todas las medidas de salubridad.
Lo más difícil de esta situación es alejarte de tus seres queridos. Yo no veo a mi familia desde que empezó la cuarentena. Ellos están preocupados, pero saben que debo ayudar a mi patria. Nuestra comunicación es frecuente; sin embargo, nadie me quita la preocupación de que mi mamá contraiga el virus porque cuenta con un puesto de verduras en el mercado Unicachi.
Lamentablemente, no puedo ayudar económicamente a mi familia y exigirles que dejen de trabajar. No recibo ninguna remuneración en el ejército, pero sí nos dan una canasta con productos de primera necesidad como agua, atún, galletas, entre otras cosas que puedo enviar a mi familia. Solo sé que regresaré al ejército cada vez que el Perú necesite ayuda. Con disciplina, trabajo y decisión saldremos adelante.
Natalia Sánchez, profesora de Español en la Universidad de Nueva York (NYU), 29 años
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Vine a Estados Unidos hace más de dos años para estudiar mi máster de escritura creativa en la Universidad de Nueva York. En marzo aún estaba estudiando y al mismo tiempo enseñaba español. A diferencia de Perú, donde recién estaban por iniciar las clases cuando ordenaron la cuarentena, aquí ya habían empezado y estábamos en el tercer mes. Los casos se incrementaron en Nueva York y se volvió el epicentro mundial de COVID-19. Comenzaron a cerrar todos los establecimientos públicos en la ciudad. Llegaban alertas al teléfono, eran de terror. Después de las vacaciones, no volvimos a clases presenciales. Fue un problema muy grande sobre todo para los estudiantes que se fueron de viaje porque no había la seguridad de retorno al país. Terminé el máster en medio de todo eso. Ahora dicto clases de español de manera virtual.
En cuanto a casos de COVID-19, la mayoría de los infectados fueron de la comunidad latina y afroamericana. Para muchos de ellos era una batalla día a día. No pertenecía al grupo de latinos que necesitaban salir a trabajar. Yo tuve la suerte de venir por estudios. Debido a esa brecha de educación y privilegios en la que me encuentro, no conocí a alguien que hubiera sido infectado en esas circunstancias. Mis estudiantes sí tuvieron experiencias difíciles. La tía de una de mis alumnas falleció por el virus; y la mamá de otro, se contagió. Era un tema de conversación que hablábamos diariamente.
Cuando la ciudad empezó a mejorar, veía cómo Perú empeoraba. Es muy difícil estar lejos de mi familia y mis amigos que siguen allá. Vivo con el desgaste emocional de pensar “qué pasa si…”. Eso y el desgaste físico.
En mayo, los casos estaban bajando aquí pero sucedió el lamentable asesinato de George Floyd. La pandemia hace que los problemas que ya existen se agraven, como en este caso acerca del racismo, el que definitivamente existe en este país y en Perú. En Estados Unidos es particularmente cruel y sanguinario. Recuerdo que la gente estaba muy molesta y harta de la situación. Hay más problemas como el desempleo, algo que nunca había experimentado esta ciudad. Sin embargo, lo sucedido con Floyd fue el colmo. Era lo único que veías en las noticias aparte del virus y fue la primera vez en 70 años que decretaron un toque de queda. Para los estadounidenses fue algo fuera de lo común. La gente empezó a protestar y los helicópteros no dejaban de sonar hasta las 3, 4 de la mañana por semanas. El presidente es un desastre y su administración es terrible.
Tengo un pasaje para Perú, pero está en pausa. Espero utilizarlo en algún momento ya que extraño a mi familia. Muero por ver a mi mamá, mis abuelos, primos, primas, tíos y amigas. No sé si volvería para quedarme. Pero de que quiero volver, quiero volver.
Natalia Vajda, profesora de música y directora de Warmi Rock Camp
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* Warmi Rock Camp es un campamento realizado anualmente en colegios de Lima, donde niñas y adolescentes exploran sus potenciales musicales
Tuvimos suerte de que Warmi Rock Camp fuese en enero del 2020, así que pudimos hacer la edición de este año con normalidad. El campamento dura una semana, pero queríamos tener ciclos de cuatro meses. Pero el estado de emergencia paralizó el plan. Se iba alargando y era muy incierto. Fue repensar todo.
Con Warmi Rock Camp creamos espíritu de comunidad. Mientras más personas estemos ahí, es más rica la experiencia y aprendizaje. Este año llegamos a 60 campistas. La idea era que el 2021 llegáramos a 80. Ahora es imposible tener un espacio de más de 100 personas, sobre todo porque nuestro programa no creo que vaya a ser prioridad en ningún colegio.
Estamos pensando en virtualizar el campamento. Tiene sus pros y sus contras. Un contra es no poder estar juntas, que es parte fundamental de la experiencia porque nos vemos cara a cara, interactuamos y podemos palpar nuestras diferencias, abrazarlas y aprender de eso. En físico vas entendiendo también a la persona por cómo se comporta, sus gestos, su entorno. Ahora la gente está muy pegada a la máquina. Yo en la pantalla proyecto lo que quiero proyectar. Puedo obviar ciertas cosas, pero cuando estás cara a cara, no.
El campamento en los colegios es otra experiencia porque hay mucho movimiento, actividad física, juegos, difícil replicarlo en una plataforma virtual. Hay varias herramientas que te permiten separar grupos con el que puedes hacer más actividades para romper el hielo, pero no hay esta relación física de otros juegos. Es necesaria. Te cambia el esquema.
El 2021 será diferente para todos. Las escolares van a salir de unas vacaciones donde no sé qué tan dispuestas van a estar de seguir en la computadora. Nuestras campistas tienen entre 8 a 17 años. Ellas pasan muchas horas en la computadora, sobre todo las más grandes que están en la secundaria. Me queda evaluar que sea después del verano. A pesar de que nos hemos acostumbrado a hacer una rutina de nuevo, no sabemos qué esperar del verano ni del 2021.
“Cuando culminé la universidad decidí emprender y crear mi propia empresa audiovisual. Mi objetivo era formar una productora que brinde el servicio de fotografía, spot publicitario, diseño gráfico, etc. Asimismo, integrar en este proyecto a los jóvenes estudiantes sin experiencia para que tengan la oportunidad de aprender y desarrollar sus ideas, el único requisito era tener actitud y ganas de salir adelante.
En diciembre del 2019 logre legalizar mi empresa gracias al apoyo de mi novio Luis Fernández, quien se encarga de la parte administrativa, y decidimos llamarla Meilu Producciones, nombre que empieza con nuestras iniciales.
Nunca pensé que la alegría de cumplir una meta se apagaría en tres meses, tras la aparición de la pandemia me vi obligada a paralizar mis proyectos.
Esta situación de crisis económica me ha llevado a buscar la forma de reiventarme y crear contenido desde casa. Sin embargo, una nueva noticia inesperada, la pérdida de un ser querido, me desestabilizó emocionalmente.
El padre de mi novio fue víctima del Covid-19 y falleció por falta de oxígeno. Esto sucedió en la primera ola cuando todo era tan caro, escaso y las clínicas implantaron precios absurdos para la atención de estos casos. A raíz de ese episodio, mi novio y yo, decidimos enfocarnos en un nuevo rubro: Meilu Medical. Su finalidad es principalmente ayudar y brindar a las personas implementos médicos necesarios a un precio accesible y real.
Hoy seguimos con esta lucha constante de sacar adelante a nuestras dos empresas. A pesar de las adversidades económicas seguimos creyendo que nuestra mayor garantía es el compromiso y la perseverancia que nos mantiene firmes para hacer frente a esta pandemia”.
Ivette Yomira, bombera voluntaria en Cusco y estudiante de Ingeniería Ambiental.
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“Desde muy pequeña supe que quería ser bombera. Siempre tuve el sueño de vestir un uniforme que me represente y también sentía la vocación de servir a la ciudadanía. Un día hubo un accidente por mi calle y pude ver que quienes acudieron a atender esa emergencia fueron hombres y mujeres bomberos. Observé cómo cumplian su labor y decidí ser una de ellos. Días después fui a averiguar cómo ingresar al cuerpo de Bomberos Voluntarios de Cusco. En ese momento no habían convocatorias abiertas, pero meses después se abrieron. Sin pensarlo dos veces me inscribí y pasé todos los exámenes que debía dar.
Tenía 18 años cuando me inscribí, postulé entre enero y febrero del 2017. Luego, durante un año y medio llevé el curso de ESBAS, que todo bombero debe saber para ejercer. Luego de ese tiempo nos graduamos para ascender al grado de seccionario.
Desde que llegué a la compañía nunca noté que se hiciera una diferencia entre mujeres y hombres. En el momento que entramos nos dijeron que tanto varones y mujeres cumplen la misma función aquí. Cuando hay una emergencia todos trabajamos de la misma forma. Nunca sufrimos discriminación por género. Siempre nos hacen sentir como en casa.
Antes de la pandemia, cumplíamos horarios flexibles, uno podía ir en las horas que le sea posible pero ahora, para protegernos de los contagios y del virus, tenemos una nueva modalidad de atención: por grupos. Esta modalidad nos permite evitar enfermarnos ya que tenemos cierto número de bomberos (10 personas por día). Si alguien se contagia se le aísla a él o ella y a su grupo. Así la compañía permanece operativa y segura. Aún cuando hemos tenido contagios todos se han recuperado de manera satisfactoria.
Actualmente, nosotros no atendemos emergencias médicas pues en muchos casos, las llamadas que hace la gente es información falsa. Llaman y dicen que alguien se resbaló pero lo cierto es que están infectados con Covid. Es por eso que no atendemos esas emergencias. No se han estado detectando accidentes vehiculares pues Cusco estaba en cuarentena. Lo que sí incrementó fueron las llamadas por fuga de gas y los incendios forestales ya que no ha estado lloviendo. Desde que se inició el incendio de Tambomachay no han parado. Hace poco hubo uno en Yanahuara en Urubamba. Ayer controlaron uno en Poroy y hoy están en Ccorca.
A pesar de que algunos chicos trabajan aparte, en nuestra compañía siempre tratamos de estar listos para atender cualquier emergencia. Aún así,necesitamos implementos como mangas o hasta el mismo combustible para llegar a esas zonas. Hoy en día con la pandemia y con estas emergencias, hemos recibido algunas donaciones. Hay empresas anónimas que donan y también la población que han sido quienes más nos ayudaron con hidratantes y víveres. Es muy útil para nosotros que nos colaboren y podamos seguir con nuestra labor”.