Por Ana Pieters
Podemos recordar que desde hace dos décadas comenzamos a experimentar un auge en el reconocimiento de los derechos e igualdad. Cambios que generaban gran expectativa alrededor del mundo y que por fin volteaban la mirada hacia diferentes espectros de la sociedad. Sin embargo, aún queda mucho por hacer y que deben llevarnos a preguntar ¿aún tenemos libertades?
Vimos cómo el movimiento LGBTQI+ lograba obtener, luego de una ardua lucha, parte de los derechos esenciales de todo individuo, como casarse, adoptar, legalizar su cambio de identidad, conseguir la despenalización de la homosexualidad, entre algunas otras poquísimas cosas.
También vimos una lucha más fuerte en contra del racismo, el nacimiento de movimientos como el “#MeToo” para dar voz a las mujeres abusadas y la despenalización del aborto en algunos países de Latinoamérica.
Parecía que, a pesar de todo lo que faltaba por avanzar, se había comenzado a transitar por un camino de tolerancia, en parte, gracias a las democracias jóvenes, gobiernos de centro y movimientos sociales. Sin embargo, en algún momento de toda esta historia, comenzamos a retroceder.
Datos alarmantes
Hoy en día, estamos ante una cifra alarmante que arrojan los estudios sobre autocracias electivas.
“El 68% de la población mundial vive hoy bajo una autocracia. Diez años antes era el 48%”
Este dato nos aporta luces sobre lo que sucede actualmente, y lo más escalofriante es que son los mismos ciudadanos los que han elegido este sistema de gobierno. Las denominadas autocracias electivas están, como era de esperarse, en los extremos del espectro político. Muy hacia la derecha o muy hacia la izquierda, cercenando los derechos y las libertades de las minorías.
Otro dato muy desalentador es que solamente hay 16 países en transición a la democracia, mientras que, hace una década, la cifra se duplicaba.
Hay que remontarse hasta la caída del muro de Berlín para, quizás, comprender este fenómeno, pues luego de desaparecida la URSS, surgieron las naciones libres, independientes y democráticas bajo el modelo de éxito conocido, el modelo de occidente.
Lamentablemente, el modelo de libertades personales e individuales no funcionó fuera de América del Norte y Europa, debido al componente cultural, histórico y religioso de las naciones. Entonces, ante el fracaso, años más tarde los ciudadanos cayeron en la ilusión que les venden estos autócratas, siempre representado por ese hombre fuerte, con desparpajo y profundamente nacionalista. Que siempre promete “volver a la esencia” y utiliza la palabra pueblo en cada frase.
Sin embargo, aquí cabe una pregunta, ¿y si no había que imitar el modelo de occidente y solo era tomar las cosas buenas? Igual, ya es un poco tarde para esa reflexión.
El mundo en peligro
Quizás ya conocemos a algunos regímenes que visiblemente socavan las libertades y amenazan a las minorías. Rusia, Venezuela, China… y la lista podría seguir. Pero hay algunos otros, que por su ubicación geográfica y vecinos, no pensaríamos que están retrocediendo vertiginosamente.
Es el caso de Hungría, Polonia y la India. Los dos primeros tienen a la Unión Europea en jaque con sus leyes antiinmigrantes y la criminalización de personas LGBTIQ+. Además de un ascenso precipitado de los grupos de extrema derecha. Pero en el caso de la India, cuna de Mahatma Gandhi, ahora el primer ministro, elegido democráticamente, da pasos agigantados para hacerse con todo el control y condenar a la minoría musulmana.
En esos tres ejemplos, hay puntos en común. Estos mandatarios gozan de gran popularidad, tienen discursos populistas e incendiarios y logran todo de forma “democrática”, aunque truculenta, pero sin llegar a parecer tiranos.
Lamentablemente, han llegado a ser un gran dolor de cabeza para la Unión Europea, puesto que Polonia y Hungría son de sus miembros activos y cada paso que dan va en contra de sus estatutos. En contra de las libertades y no pareciera cambiar. Día tras día, se mina más el camino y se replican estos personajes en otras naciones.
Latinoamérica no es la excepción
En el otro lado del charco, no nos quedamos atrás, porque si en algo son buenos nuestros políticos, es en imitar lo malo. Hemos visto en diferentes países de la región a muchos lobos disfrazados de ovejas y algunos otros que se muestran tal y como son, aplicando la misma receta que en Hungría.
Y si acá las libertades ya estaban melladas, con la pandemia, las teorías conspirativas y la campaña presidencial del 2021, las minorías han quedado relegadas. Tanto por la derecha como la izquierda cavernícola y reaccionaria que nos ha tocado.
Para ganarse a las masas, los candidatos optaron por un discurso convulsivo, hacia los extremos y sin ningún tipo de remordimiento esgrimieron calificativos despectivos, sobre todo, en contra de la comunidad LGBTIQ+, que ha sido la más golpeada.
No es fácil digerir la realidad en la que estamos, pero podemos seguir luchando, creando espacios para el diálogo y concientizar, principalmente, porque a pesar de todas sus imperfecciones, es a través de la democracia que hemos ganado espacios.