Por Mya sánchez
El arte será siempre resistencia. Aquel que es hecho por mujeres, mucho más. Y aquel creado por lesbianas rompe con todo lo que se nos ha dicho que debemos ser. En la semana de las Rebeldías Lésbicas Feministas, conversamos con tres autoras lesbianas peruanas sobre el importante rol que cumple la narrativa en la visibilización de sus realidades y existencias.
Cuando Blanca le contó a su mamá que le gustaba una niña a los 5 años, todo lo que recibió de ella fue un sacudón como prueba de su desaprobación. Aprendió entonces que lo que ella había procesado como algo natural, era en realidad extraño e incorrecto. En su familia católica y conservadora la palabra “homosexual” jamás había sido pronunciada y ella sentía que estaba enferma y sola pues no tenía idea de que, como ella, habían otras miles de personas sintiéndose igual.
Cuando creció, decidió que haría lo posible para evitar que algún niño se vuelva a sentir así. Bajo el nombre artístico de Lakita, decidió publicar en el 2016 a través de Facebook El Príncipe Carolina, cuento que había empezado a escribir un año antes y contaba la historia de un niño trans. Por la misma época escribió también Dorita y el Dragón, que tiene como protagonista a una niña lesbiana, y Claudio y el Tritón, sobre un niño gay. Pasaron algunos años hasta que consiguió publicarlos físicamente, en el 2017 y 2019 respectivamente.
Los cuentos de Lakita forman parte de la aún escasa, pero creciente, literatura LGTBIQ+ en Perú. Lo cierto es que dentro de este género, la literatura lésbica representa una subcategoría que durante mucho tiempo ha sido narrada desde el exotismo, ya que si ser mujer es, lamentablemente, un acto de resistencia constante en una cultura como la nuestra, ser lesbiana es un doble desafío al status quo y a lo que se espera de nuestra sexualidad.
La investigadora de narrativa contemporánea latinoamericana Carmen Tisnado lo describía ya en 1998. En su artículo “El personaje lesbiano en la narrativa peruana contemporánea”, explicó cómo hasta principios de los años 90 la homosexualidad femenina nunca fue presentada como un estilo de vida, sino como encuentros sexuales aislados entre personajes femeninos en los textos de autores hombres, o como producto de un desacato a la regla, como es el caso de Confesiones de Dorish Dam (1919).
En adelante, la narrativa peruana empezó a visibilizar los vínculos lésbicos, como en Ximena de dos caminos (1994), donde la tía de la protagonista tiene una relación con otra mujer; o Las dos caras del deseo (1994), en la que Ada muestra un constante desapego hacia los hombres y opta por el exilio para poder vivir su orientación sexual con libertad. No obstante, en la mayoría de historias de la época las amantes son separadas, lo que constituye, considera la investigadora, una especie de castigo.
La visibilidad que el activismo LGTBIQ+ ha ganado durante las dos últimas décadas ha permitido que la producción literaria de este género aumente. De acuerdo al registro de Crónicas de la Diversidad, desde el 2000 y hasta abril de este año se han publicado 91 libros con temática LGTB en nuestro país. La narrativa peruana contemporánea viene abriendo cada vez más las puertas a historias lésbicas y, en muchos casos, son las mismas lesbianas las que tienen la oportunidad de pasar de ser objetos a ser sujetos y cambiar la narrativa.
Retrato borroso
“Pero yo quiero que seas feliz”, es lo primero que le dicen a muchas mujeres sáficas cuando salen del closet con sus familias, comenta Libia Avanzini cuando pregunto cómo considera que la ficción influye en la realidad. Ella, que actualmente está trabajando en la elaboración de su primer libro Diario de una Lesbiana, conoció la homosexualidad femenina a través de clichés en distintos productos artísticos. El más común de ellos era “que todo es un desastre, es catastrófico o alguien muere, siempre nos matan”. No es de extrañar entonces que en el imaginario colectivo las historias entre mujeres siempre terminen mal.
El estereotipo de la lesbiana que se queda sola y vive con sus gatos no dista mucho del trágico final que se les da. Al respecto, Karen Luy de Aliaga, autora de Compórtense como Señoritas, una de las pocas novelas lésbicas peruanas de este siglo, afirma que “hay cierta esterilidad que se nos adjudica, como si los deseos nunca se pudieran cumplir, o el deseo sexual no existiera”. Tal parece que formar una familia feliz o ser el personaje principal es casi imposible para las lesbianas.
La expresión de la sexualidad se aleja también de la realidad. “He leído muy pocas escenas sexuales entre mujeres que me parezcan reales, probablemente porque fueron escritas desde una visión masculina o que repite la heteronorma, ese pensar que hay una ‘activa’ y una ‘pasiva’”, detalla Luy de Aliaga. Si no es el sexo que parece salido de una película pornográfica, entonces es otro de los estereotipos: pensar que una de las mujeres ‘convierte a la otra’.
La lista podría continuar, pero el factor común parece ser el tratamiento de la homosexualidad femenina desde un enfoque muy ligero, catastrófico o placentero para el consumidor. Avanzini lo atribuye al morbo y al carácter punitivo de los finales tristes. “Como no es socialmente aceptado entonces siempre va a terminar mal, y es así como anulan nuestra existencia y nos reducen a una sarta de locas que van destruyéndose la vida, teniendo relaciones totalmente tóxicas”, añade.
Por otro lado, Luy de Aliaga opina que la representación incorrecta responde a la perspectiva de los autores y a la falta de investigación, porque además se recurre a paradigmas como la butch o la femme sin considerar otras identidades o incluso el no binarismo. Lakita concuerda, pues afirma que creció aprendiendo que la sexualidad era de determinada manera hasta que descubrió que ni a ella misma le hacía sentir bien. Finalmente, como dice Avanzini, es más sencillo hablar de algo cuando pasas por ello.
Alguien como yo
Cuando Lakita estaba apoyando en una de las ferias donde se vendía Dorita y el Dragón, una joven muy nerviosa dudaba sobre si comprar el cuento para contárselo a su sobrina de 5 años pues no sabía si ella rechazaría o cuestionaría la historia lésbica. Días después, la misma joven contaba a través de su Facebook que al llegar a la parte donde se ve a dos niñas con vestidos de novia, lo único que su sobrina le dijo fue: “oye tía, ¿por qué tienen tacos si son niñas?”.
“Les niñes no tienen maldad, si es que de chiquites se lo enseñas como algo natural así lo van a tomar de por vida, como debería ser”, reflexiona Lakita. Y si bien gran parte del poder de la literatura lésbica, para grandes y chicos, es la normalización de la diversidad sexual, su importancia radica sobre todo en la representación. Una que en muchas ocasiones no tiene intención de ser política, pero que representa una rebeldía desde su mera existencia.
“Yo escribo sobre el mundo desde mi perspectiva LGBTQI porque es mi territorio, es lo que he vivido toda la vida y son las historias que conozco. Que de paso rompa con las estructuras viejas es un alivio, pero no creo que sea la misión o el objetivo, al menos no de mi escritura”, acota al respecto Luy de Aliaga.
Si hay algo en lo que las tres autoras coinciden, es en que su literatura está basada en historias propias. A sus 36 años, Lakita sigue preguntándose con coraje “caramba, ¿cómo no llegó a mis manos algo así cuando lo necesité?”. Y cuenta emocionada que no es la única en su situación. “Me ha escrito gente de mi edad que me dice ‘oye, yo me sentía así, ¿cómo es que de chiquita no tuve este texto?’”
A Libia le pasó algo parecido. Salir del closet en una sociedad sin referentes visibles la llevó a sentirse confundida. “Y es porque nunca leí ni vi nada, nos omiten mucho”, agrega, celebrando que para las generaciones actuales sea mucho más sencillo por el acceso a la información. “Para mí es totalmente importante escribir sobre lesbianas y sus vidas porque hay un montón de gente que necesita saber que hay más como ellas y que no somos un grupo chiquito como yo pensaba cuando era adolescente”.
Y es que además de ser importante, la representación es natural. La evidencia nos dice que existen personas con distintas orientaciones sexuales e identidades de género, por lo que sería normal que aquello se refleje en la ficción. “Debería ser natural contar cualquier tipo de historia que les involucre, de cualquier género de la literatura. Pueden ser héroe o antihéroe de las ficciones, incluso la mala o la maldita (como en la vida real, ser LGTBQI no siempre significa que seas el bueno de la historia)”, opina la autora de Compórtense como señoritas.
Cada vez más visibles
“No todes tienen la misma suerte. No todes tienen una historia para contar. No todes sobreviven para contarla”, es uno de los mensajes finales de la novela lésbica de Karen Luy de Aliaga. Ella conoce de cerca esa realidad. El juicio por el ataque homofóbico del que fue víctima en el 2006 y que concluyó 9 años después fue aquello que más la motivó a escribir el libro, que reúne historias propias y ajenas, todas situadas en Lima.
“La edad te hace ver las cosas con otro lente. Ahora puedo ver cuánto de pérdida o de dolor hay en todo el proceso de vivir nuestras orientaciones e identidades en esa misma ciudad y a varias distancias puedo pensarlas y escribirlas”, precisa. Sin lugar a dudas la literatura lésbica, sobre todo aquella escrita por lesbianas, es necesaria. Pero es también todo un reto.
“Escribir que dos mujeres se aman y se gustan, que están dispuestas a crear un proyecto de vida ya es completamente un desafío. Para la escritora, para la sociedad, para quien quiere comprar el libro y decirle a sus amigos: ‘estoy leyendo Diario de una lesbiana’”, dice entre risas Avanzini, quien está trabajando para a mediados del 2022 publicar el libro que inició a escribir a modo de diario cuando salió del closet a los 17.
Otro de los obstáculos a los que se enfrentan los autores LGTB es el encorsetamiento. Al respecto, Luy de Aliaga comenta que muchas veces se acude a ellos para tratar exclusivamente temas relativos a la diversidad sexual. “Al final, por no invisibilizar la obra terminamos invisibilizando nuestras identidades. También pasa a la inversa, que te cuestionan por qué sigues escribiendo «otra novela gay”. ¿Cómo sería si nosotres cuestionáramos “otra novela hetero”?”, añade.
Asimismo, aún nos encontramos frente a una escasa representatividad en términos de identidad étnico-racial y nivel socioeconómico. Si de por sí es difícil para los autores disidentes publicar sus historias porque acceden a distintos espacios como parte de un cupo LGTBIQ+, explica Karen, lo es aún más para personas que no viven en la capital, afroperuanas, trans o no binarias, o que cuentan con limitados recursos económicos. “Tal vez el problema está en quiénes deciden qué se publica por ser mainstream o no, pero si la escritura es buena no deberían importar los otros factores”.
Por otro lado, los límites etarios que se colocan a la literatura LGTB dificulta su crecimiento. Lakita, como exponente y amante de la literatura infantil por la pureza que la caracteriza, espera ver que más escritoras se dediquen a ese público. “Dicen que la sociedad no está preparada para algo así, ¿y cuándo es que lo está? Nunca lo va a estar si tú no se los muestras”, concluye.
Las autoras concuerdan es que es momento de tomar acción. La Lakita del pasado, que tuvo que oír a su profesora decirle que jamás podría escribir un libro por su mala ortografía, observaría incrédula el éxito que hoy tiene con sus cuentos. “Si tienes ganas y un buen mensaje, hay que hacerlo”, comenta. En un contexto sociopolítico en el que movimientos conservadores y fascistas van ganando terreno, es necesario visibilizar que existimos.
Seguir en la mente de los peruanos con la imagen que los medios de comunicación se han encargado de difundir históricamente no es una opción, y menos aún seguir siendo “les otres”, comenta Karen. “Toda narrativa de ficción o no ficción, todo documento, toda expresión visible suma a la representatividad correcta, como seres humanos falibles pero no como los monstruos como pretenden llamarnos”. Finalmente, como dice ella, solo nos quedan las historias para seguir dando la lucha.