«Hoy estoy convencida de que todos podemos expresarnos artísticamente»

«Hoy estoy convencida de que todos podemos expresarnos artísticamente»

Por Mariana Aljovín

Intervención por La Antígona. Foto: Oruga Incendiaria.

Ximena Tam, 23 años, creadora del proyecto Oruga Incendiaria que hoy sigue logrando éxitos.

“Mi nombre es Ximena Tam, tengo 23 años, soy egresada de la facultad de educación de la PUCP. Di vida al proyecto y emprendimiento Oruga Incendiaria en el 2019. El proyecto nació de la necesidad de expresar y plasmar mis intereses y pasiones en el bordado, al cual le doy bastante tiempo y dedicación. Se podría decir que, de manera autodidacta y con la guía de mi madre, aprendí la técnica y así comencé a bordar en bastidores, a trabajar con marcos miniatura y ahora con bolsas de tela que yo misma he aprendido a confeccionar. Nunca antes me había considerado una persona con habilidades para el arte. Pensaba que era algo reservado para unos pocos dotados. Hoy, estoy convencida de que todos podemos expresarnos artísticamente. 

Oruga Incendiaria nace de la influencia que el feminismo tuvo en mi vida. Empecé plasmando en la tela símbolos y consignas de este movimiento social y político. Al inicio, solo me seguían algunos amigos y familiares, pero ahora he logrado construir una comunidad más amplia en Instagram pudiendo llegar a personas fuera de mi círculo. Además, he conocido comunidades de bordadoras de otros países latinoamericanos que compartían diseños vinculados a lo político y otros temas coyunturales. 

Elegí a las orugas para el nombre porque éstas tejen su capullo para convertirse en mariposas, e incendiaria porque en mis inicios me inspiraba sobre todo en temas feministas y de conciencia política. El nombre viene de la idea de transformar, de destruir para volver a construir. Si bien mi proyecto despegó durante el primer año de pandemia no he encontrado mayores complicaciones o riesgos para todo lo que implica la elaboración de mis bordados. 

Lo que comenzó como una fuente de expresión artística de uno de los aspectos de mi identidad y vida personal ha ido creciendo a la par conmigo.  Siempre busco superarme aprendiendo nuevas técnicas de bordado, utilizando nuevas herramientas y, en general, experimentando con los hilos y las agujas. Ahora mi trabajo está enfocado en hacer bordados a pedido y en enseñar a bordar, pero lo que más me gusta es crear mis propios diseños. Encuentro muy gratificante cuando alguien gusta de mis creaciones.

Me gustaría generar mayor impacto e influencia dentro del Perú. Ahora mismo me interesa difundir iconografía peruana en mis trabajos, y de esta manera compartir nuestro arte antiguo con el público de hoy».

EL MAYOR MILAGRO QUE ME CUMPLIÓ LA CRUZ DE CHALPÓN FUE SER MADRE

EL MAYOR MILAGRO QUE ME CUMPLIÓ LA CRUZ DE CHALPÓN FUE SER MADRE

Por Emma Ramos

Arte por Adriana Velásquez

Diandra Orellano Franco, 33 años, Gestora de Recursos Humanos. 

Yo nunca tuve fe en la cruz. Solo iba a visitarla porque mi papá era un fiel creyente y es de Motupe, Lambayeque. Cuando era niña él nos llevaba al norte con mis hermanos en las vacaciones. Además, era ya una tradición ir al Cerro de Chalpón, rezar y pedir un deseo, era lo que siempre nos enseñó. Pero yo nunca le pedí nada importante.

Recuerdo que el 2006. Estaba a punto de culminar mi etapa escolar y no tenía las mejores notas. Sin embargo, pedí a la cruz que me ayudara a pasar el año y lo cumplió. Desde ahí empecé a tenerle un poco de fe. 

Pero el hecho que marcó mi vida por completo fue cuando tenía 28 años. Fue ese año que recibí una inesperada noticia que me dejó desconcertada. En el 2017, decidí realizarme unos chequeos de rutina y los resultados confirmaron que no podía tener hijos. El ginecólogo me dijo que era imposible salir embarazada. También, que si en algún momento yo decidiera ser mamá, tenía que tomar un largo tratamiento. Busqué las opiniones de otros especialistas y los resultados eran iguales. 

En una ocasión, decidí viajar con mi pareja. Le comenté sobre la Cruz de Motupe y lo milagrosa que decían que era. Ambos decidimos visitarla. Cuando llegamos puse algunas velas, le dejé unas medallas y recuerdo que le pedí salir embarazada sin la necesidad de tomar un tratamiento. 

Habían pasado dos meses desde que habíamos regresado a Lima y no llegaba mi periodo. Procedí a realizarme una prueba de embarazo que salió positiva. Le conté a mi pareja y decidimos  sacarnos una ecografía. Fue ahí cuando escuché por primera vez los latidos  del corazón de mi bebé. 

Yo estaba tan asombrada que no lo podía creer. Salimos del consultorio y decidimos hablar en un parque cerca de la clínica. Mi pareja me confesó que cuando visitamos la cruz él pidió que yo saliera embarazada. Ambos nos miramos y nos dimos cuenta que ella nos concedió un milagro.

Luego de sacar cálculos, me di cuenta que yo concebí a mi hijo un 17 de febrero, sin embargo, había visitado la cruz un día antes. Yo regresé a Lima sin saber que ya estaba embarazada. Para mi esto es un milagro. Prometí a la cruz visitarla con mi hijo y lo cumplí.

SI YO RENUNCIO NOS QUEDAMOS SIN COMER

SI YO RENUNCIO NOS QUEDAMOS SIN COMER

Martha Carchery, trabajadora de limpieza en hospital de Essalud. 56 años

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“Me levanto a las 4:30 de la mañana para ir caminando y llegar a las 6:00 a.m al hospital Alberto Leonardo Barton Thompson, en el Callao. Hace cinco años soy operaria de limpieza para la empresa SELIM. Empecé limpiando las áreas de emergencia y hospitalización. Pero hace tres años me pasaron a Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), área al que ahora tengo miedo limpiar porque todos los pacientes instalados tienen el COVID-19. Hasta el momento han fallecido dos pacientes de UCI y la situación cada vez empeora. 

A pesar que contamos con la protección necesaria, este nuevo “disfraz” es incómodo y doloroso, pero lo tengo que usar por 12 horas diarias. Nos dan el uniforme de limpieza -uno tradicional-, tres mascarillas, seis guantes quirúrgicos, tres mandiles quirúrgicos, tres gorros quirúrgicos, tres botas quirúrgicas, guantes de limpieza, zapatos con punta de acero y lentes. 

Los doctores son buenos y ya no nos permiten quedarnos tanto tiempo en el área. Solo limpiamos lo que necesitan y cada vez que salimos de ese espacio nos bañamos y nos volvemos a cambiar. Es decir, si yo ingreso a UCI cuatro o cinco veces, yo me baño las cuatro o cinco veces. Por ese lado me siento protegida, pero por otro lado me siento desamparada. Mi empresa no nos quiere aumentar la remuneración, a pesar de que nos exponemos día a día. Su respuesta es “si te quejas, te vas”. Y yo no me puedo ir. Tengo dos hijos: uno de treintaiún años sin trabajo y uno de quince en el colegio. Si yo renuncio nos quedamos sin comer. Solo me queda trabajar y no puedo darme ese lujo a estas alturas.

Somos 25 personas, todas tenemos entre 30 a 50 años. Cada día trato de animar a mis compañeras a seguir laborando y agradecer que aún tenemos trabajo. Al regresar a casa, el cual dura dos horas y media, pienso mucho en mi familia y en mí. Solo pido a Dios que me dé coraje y valentía para seguir adelante y hacerle frente a este virus. 

© 2021 La Antígona

ESTOY RESIGNADA A NO VER A MIS HIJOS HASTA DICIEMBRE

ESTOY RESIGNADA A NO VER A MIS HIJOS HASTA DICIEMBRE

melanies.soca@pucp.pe

Lissette Acosta, trabajadora del hogar venezolana. 44 años

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Desde el 16 de marzo, cuando empezó el estado de emergencia por el coronavirus, no pude salir más. Mis jefes me han dicho que así levanten la cuarentena, no podré salir a reencontrarme con mis dos hijos por mi seguridad y por la de ellos mismos. Dicen que si lo hago ya no podré regresar a trabajar porque me despedirán. ¡Qué más quisiera estar junto a mis hijos! Ahora solo los veo cada noche por video llamada. Ellos están en mi casa, en Los Olivos. 

Estoy resignada a no verlos  hasta diciembre porque lo único que tengo para solventar mis gastos es mi trabajo y tengo que cuidarlo. Prefiero pasar la cuarentena trabajando porque, además, envío dinero a mi familia en Venezuela. Tengo a mis padres, a mi hijo mayor y a mi nieto que dependen de mí allá.

Mi viaje de Venezuela a Perú fue espantoso. En el camino, me estaba desangrando por la fibromatosis que me aqueja cada mes. Hasta ahora no he logrado operarme por falta de dinero. Fue un viaje de siete días junto a mi hija y una sola maleta. 

Estoy viva de milagro. Mi salud en mi país no era buena. Con cuatro puntos de hemoglobina, tenían que hacerme transfusiones de sangre.  La doctora me dijo que en cualquier momento ya no iba a despertar porque mi corazón se estaba quedando sin sangre para bombear.

Aquí en Perú, durante la cuarentena en casa de mis jefes, me puse bastante débil.  Estuve cinco días sangrando y tuve que quedarme callada porque cuando me hicieron la entrevista para trabajar yo dije que era una persona sana para que me aceptaran. Tengo que quedarme callada para conservar el trabajo. Solo me queda comprar mis pastillas que cuestan 5 soles cada una. Aquí soy solo la empleada.

© 2021 La Antígona

Desde que comenzó la cuarentena tuve que dejar de vender en la calle, caminando

Desde que comenzó la cuarentena tuve que dejar de vender en la calle, caminando

melanies.soca@pucp.pe

Nelly Huamancayo. Trabajadora ambulante. 47 años

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Soy repostera de profesión. Estudié e hice una especialización en masa elástica, pastelería y panadería.

Hace siete años tuve una tienda donde vendía tortas, entre otros postres. Por una tendinitis -el estiramiento de un músculo en mi brazo- cerré mi tienda y dejé de trabajar pues no podía mover el brazo derecho. Llevé terapia, pero ya no podía hacer fuerza.

Así que para ganar dinero y solventar mi hogar me dediqué a repartir mis productos por tajadas en taper. Preparaba dos o tres todos los días. Me despertaba a las seis de la mañana, hacía los postres y a las nueve y media iba al mercado a repartirlos. Ofrecía postres del día y frescos a mis clientes.  Pero desde que comenzó la cuarentena tuve que dejar de vender en la calle, caminando, porque me puedo exponer al contagio. 

Vivo con mis dos hermanos en la misma casa, pero cada uno tiene su propia familia. Yo cuido a mi tía de 80 años y a mi hija que estudia en la universidad. Ellas me apoyan para preparar los postres. 

Psicológicamente me estaba enfermando. Me dolía la cabeza de ver las noticias del día a día cómo van aumentando los casos del COVID-19. La situación en El Agustino, donde vivo, es muy peligrosa porque tengo un mercado a tres cuadras de mi casa y las personas van en parejas o con sus hijos. No hay mucho control. 

Ahora la única manera de solventar mis gastos es haciendo queques en casa y ofrecerlos solo a mis hermanos porque ellos son docentes. Ellos siguen trabajando y tienen disponibilidad de dinero para que me colaboren. De esa manera me estoy ayudando en esta pandemia, ya que tengo que seguir pagando la universidad de mi hija, los recibos de agua y luz. 

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Mi dolor no sería contagiarme, sino transmitir la enfermedad a mi papá

Mi dolor no sería contagiarme, sino transmitir la enfermedad a mi papá

a20110518@pucp.pe

Thalía Gálvez, periodista de Willax. 24 años

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Desde niña soñé que sería periodista y logré cumplir mi objetivo. Pero nunca pensé que mi carrera me convertiría en una amenaza latente para mi padre que padece cáncer de páncreas. Cuando el coronavirus llegó al Perú todo cambió. Cada día es distinto en mi trabajo, en mi casa. 

En mi trabajo sí se tomaron las medidas correspondientes como el uso de mascarillas, guantes, desinfección en los calzados, nuevo horario, menos comisiones en las calles y entrevistas por plataformas digitales. Casi todas las notas que hoy escribo para el noticiero de Willax giran en torno al Covid – 19. Todas ellas son duras y tristes. 

Cuando empecé a laborar como reportera, hace un año atrás, me esforcé en trabajar mis emociones y demostré mucha fortaleza para enfrentar cada entrevista sin importar qué tema o enfoque tocara: si era triste, alegre o fuerte. Ahora me apena escribir sobre muchas personas que están infectadas y otras que lamentablemente fallecen y no pueden ser velados por sus seres queridos. Todo esto genera en mí mucho miedo. La misma sensación que siento al llegar a casa, sacarme la ropa en la escalera, pasar a la ducha y encerrarme en mi cuarto para no contagiar a mi padre de 65 años que hace diez viene luchando con su enfermedad. 

No puedo renunciar a mi trabajo ya que por ahora soy la única que genera ingresos económicos. Si no trabajo mi papá no podrá consumir sus medicamentos. 

Mis padres me dicen que sienten mucho dolor cada vez que salgo de casa pues temen que contraiga el virus; pero mi dolor no sería contagiarme, sino transmitir la enfermedad a mi papá.

© 2021 La Antígona