La provincia de Trujillo y sus distritos fueron los más golpeados por la pandemia: en los últimos meses se reportó un saldo de 150 mil personas desempleadas, razón por la cual los principales barrios de sus centros poblados tomaron la iniciativa de formar ollas comunes como medio de sobrevivencia.
En el 2020, el distrito de La Esperanza junto al centro poblado de Alto Trujillo —en la recta final de su pronta formación como distrito— organizaron más de 300 ollas comunes, según un sondeo realizado por los medios de comunicación locales. Sin embargo, durante junio y julio de ese mismo año se fueron desarticulando; primero, por la falta de apoyo de los municipios; y después, por la desprovisión de arroz y papas, ya que se alimentaba a 50 familias con cuatro hasta seis integrantes cada una.
La Antígona tuvo la oportunidad de conversar con tres ollas comunes: una desarticulada, una unida que todavía resiste, y otra que necesita apoyo con urgencia.
“Cristo, mi fortaleza” – Clementina
Martha García, vocal de esta olla, impulsó esta iniciativa hace tres meses con el apoyo de la Municipalidad, que destinó alimentos para seis meses. Sin embargo, los productos no duraron el tiempo estimado, por lo que ahora son 80 los beneficiarios que no pueden recibir almuerzo por la falta de recursos. “Solíamos cocinar tres veces por semana, pero se acabó el arroz, la papa y lo poco de pollo que teníamos. Solo esperamos que nos ayuden, dos ollas nos faltan”, señala consternada Martha.
La Antígona, además, pudo identificar otro tipo de problemáticas suscitadas en esta zona. Ahora, con la olla común desarticulada, el hambre ha vuelto a ser recurrente alrededor de estas humildes casas de esteras.
“Una mano amiga” – AA. HH. Richard Acuña
Rosa Chávez es presidenta de esta olla ubicada en la otra cara del cerro Cabras. En esta parte, son 152 las familias que han logrado subsistir durante la primera ola de pandemia. Lamentablemente, durante este trayecto también perdieron a dos madres en el camino, aunque confiesan que ello fue una motivación para continuar sustentando a todos los hogares en el asentamiento.
“Aquí pagamos un sol por plato. Ese dinerito está destinado para nuestras próximas compras: para nuestro arroz con pollo, quizá un tallarín verde, depende de cuánto nos alcance”, comenta la señora Rosa. Adicionalmente, por las tardes se reúnen a partir de las 3:00 p. m. para preparar mazamorra morada, arroz con leche, anticuchos o canchita con el fin de venderlos a sus vecinos y generar ingresos extra. “A veces vienen personas sin almorzar y nos preguntan si podemos venderles un plato, y sí: les damos con el mismo precio de nuestras beneficiarias, ya que la pandemia nos afecta a todos por igual”, comenta una vecina.
“Dios es Amor” – Alto Trujillo
Esta olla común empezó a funcionar en abril del 2020. Tristemente, en este sector ya no han vuelto a recibir apoyo, con excepción de algunas personas particulares, quienes de buen corazón donan alimentos, ropa para el frío, entre otros productos de primera necesidad. “Somos 50 beneficiarios, entre ellas madres solteras, niños especiales, hombres sin empleo, por ello es que seguimos en nuestra olla”, cuenta una vecina.
Desde tempranas horas, Carla Huamán camina hacia el mercado del sector a pedir apoyo a las vendedoras de verduras y pollos. En ocasiones, tiene suerte de recibir algunos descuentos o donaciones; sin embargo, en otros días las circunstancias son menos favorables. En esta olla cocinan en leña, pero también se encuentra próxima a desarticularse por la falta de presupuesto para obtener los alimentos suficientes para cubrir a todas las familias.
El alza de precios en diferentes productos de la canasta básica ha afectado gravemente la causa de las ollas comunes. Los esfuerzos colectivos en casi dos años de pandemia se están agotando. Se han perdido vidas y el desempleo sigue afectando a los vecinos de estas zonas. Aunque los pobladores vienen clamando por ayuda y soluciones luego de sostenerse como comunidad por largos meses, las autoridades correspondientes se encuentran en un peligroso silencio que podría acabar con la mayor fuente de subsistencia de estas zonas.
Leona Vicario es considerada como la primera mujer periodista de México. Es heroína de la Independencia mexicana ya que apoyó e inspiró a las mexicanas a ocupar los espacios periodísticos.
¿Quién fue Leona Vicario?
María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador, nació el 10 de abril de 1789 en la Ciudad de México y falleció el 21 de agosto de 1842 a los 53 años de edad. Hija del español Martín Vicario y Camila Fernández de San Salvador, descendiente de Ixtlilxóchitl II, gobernante de Texcoco.
Perteneció al grupo de Los Guadalupes, individuos de la élite novohispana como abogados, eclesiásticos y nobles (hombres y mujeres), y financió con su propia fortuna la insurgencia. Estudió Bellas Artes y Ciencias pero no ejerció, aunque en los años siguientes comenzó su carrera de periodista al publicar en diarios como: El Semanario Patriótico Americano, El Federalista y El Ilustrador Americano. Fue en el periódico El Ilustrador Americano donde los insurgentes observaron su trabajo y se pusieron en contacto con ella.
En 1813 fue encarcelada al descubrirse que era conspiradora y que apoyaba el movimiento de Independencia, pero con ayuda de dos correligionarios pudo escapar y refugiarse en Oaxaca. En 1817, Leona dio a luz a su primera hija y al poco tiempo fue apresada junto con la recién nacida. Aceptó un indulto a cambio de abandonar el movimiento con la condición de irse a España, el cual aceptó y en la espera de los trámites fue llevada a Toluca en confinamiento.
Le fueron restituidos sus bienes. Por lo que volvió entonces a la casa ubicada en la calle de Cocheras, hoy República de Brasil #37 en el Centro Histórico, donde el 21 de agosto de 2019 Autoridades federales y de la Ciudad de México develaron una placa conmemorativa por su 177 aniversario.
La primera periodista mexicana
La primera obra que busca recuperar la presencia femenina en la prensa mexicana fue “Las mexicanas en el periodismo”(1934) de Fortino Ibarra de Anda, que narra de manera cronológica la presencia femenina en la prensa nacional. Donde posiciona a Leona Vicario como la primera periodista mexicana porque firmó y publicó en diversos diarios cartas para defenderse de las críticas de Lucas Alamán, ministro del Interior y de Relaciones Exteriores de 1823 a 1825, quien puso en duda su honor y su prestigio como luchadora social, acusandola de haberse unido a la guerra por amor a su marido y no por sus ideales.
La carta contiene una de sus frases más famosas y se le considera la primer respuesta pública feminista: “…no solo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos, y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria, no les son unos sentimientos extraños”.
A través del periódico El Ilustrador Americano, donde escribió en los años 1813 y 1814, logró que los insurgentes se pusieran en contacto con ella. Así, les informaba desde Ciudad de México, sobre lo que ocurría en la capital. En la Hemeroteca Nacional de México se conservan los seis números y las 39 ediciones de El Ilustrador Americano. Sin duda, una influencia en primeras publicaciones femeninas.
El periodismo en México es una actividad importante para la democracia. Se le considera el cuarto poder debido a la influencia que tiene entre la sociedad. Actualmente es vulnerable a la cooptación gubernamental y a la violencia. En especial, por la poca participación que las mujeres tenían en los espacios por las ideas machistas y falta de reconocimiento de las mujeres como seres pensantes.
En las últimas décadas del siglo XIX las mujeres mexicanas empezaron a fundar sus propias publicaciones periodísticas donde el interés por orientar y persuadir a las lectoras sobre la importancia de hacerse presente en los espacios públicos fue una constante, menciona en su artículo “Violetas del Anáhuac, pioneras del periodismo de mujeres en México”, Elvira Hernández Carballido.
El punto de partida del periodismo feminista fue con la creación del semanario Las Hijas del Anáhuac en el periodo de 1873-1874, surgido de la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres, que aunque sólo duró cuatro meses, es el primero donde los textos podrían considerarse columnas y crónicas.
Otra pieza referencial fue impulsada por Laureana Wright quien en el periodo de 1887-1889, fundó el semanario Las violetas del Anáhuac, al cual consideró como una tribuna que pertenecía y servía a ellas. Donde el sexo femenino fue su constante preocupación, escribían para él y sobre él, ya fuera para aportar consejos acerca de la mejor forma de educarse e ilustrarse, para reafirmar o rechazar la moral impuesta.
Según las conclusiones de la tesis “Las primeras reporteras mexicanas: Magdalena Mondragón, Elvira Vargas y Esperanza Velásquez Bringas (1996)”, las mujeres lograron dedicarse a la actividad periodística en diarios de circulación nacional gracias al momento histórico, a su personalidad, la educación, las relaciones públicas, el profesionalismo, la capacidad y el compromiso, no por actos heroicos o extraordinarios.
El mayor referente del periodismo feminsita fue la revista Fem, como dice Lourdes Arizpe en su artículo fem espejo del feminismo en México: prácticamente todas las mujeres que escribían en México colaboraron en Fem. Esto, porque a pesar de los malos tiempos, Fem jamás dejó de ser la revista del feminismo en México, menciona J. Félix Martínez Barrientos para CIEG-UNAM. Estos espacios surgieron con la finalidad de que todas las mexicanas se interesan por participar en el campo periodístico que a su vez les ofrecía las facilidades para informarse sobre aspectos científicos, culturales y sociales.
Reconocimientos
Como reconocimientos por parte del Gobierno mexicano, el Congreso de la Unión le concedió el título honorífico de Benemérita y Dulcísima Madre de la Patria y su nombre está inscrito con letras de oro en el Muro de Honor del Palacio Legislativo de San Lázaro, sede de la Cámara de Diputados de México.
En 2010, en la Calzada de los Héroes Nuevo Laredo en Tamaulipas se organizó un evento por el Instituto Municipal de la Mujer y la Comisión Municipal para la Celebración del Bicentenario de los 200 años del inicio de la Independencia Nacional para presentar un monumento en su honor.
En diciembre de 2019, se publicó en el Diario Oficial de la Federación (DOF) un decreto declarando al 2020 como el año de Leona Vicario. Por ese motivo, toda la documentación oficial del gobierno federal llevó la leyenda: «2020, Año de Leonora Vicario, Benemérita Madre de la Patria» como reconocimiento del papel que tuvo en la historia de nuestro país.
Una de cada cinco mujeres con discapacidad señalan haber sufrido de algún tipo de violencia por parte de sus parejas. Ellas viven sometidas por una sociedad que las mira con pena e indiferencia, lo que les dificulta aún más reconocer y denunciar estos abusos.
“Diversidad funcional” es el término alternativo que han comenzado a utilizar las personas con discapacidad. Su objetivo es evitar ser tratadas de una forma condescendiente o peyorativa. En el caso de las mujeres, su imagen e identidad son borrosas y distorsionadas. La sociedad, regida por los rígidos cánones estéticos del patriarcado, por el capacitismo y la discafobia, las invisibiliza. Estas mujeres sufren doble discriminación: por ser mujeres y por su diversidad funcional.
Ante esta realidad, los casos de violencia de género en los que las víctimas son mujeres con diversidad funcional pocas veces tienen presencia en los medios de comunicación. El raro número de casos que trascienden son objeto de repulsa desde las organizaciones feministas hegemónicas o por las grandes organizaciones de los llamados “legítimos representantes” de las personas con diversidad funcional.
En España, hasta hace poco tiempo ni siquiera existían datos estadísticos sobre el tema, y en la actualidad son insuficientes. También se debe señalar que las cifras tan solo reflejan una pequeña parte de la realidad, dada la cantidad de casos que no se denuncian.
Una de cada cinco mujeres con discapacidad ha sufrido violencia física o sexual por parte de alguna pareja a lo largo de su vida; es decir, un total del 20% frente al 13% de las mujeres sin diversidad funcional reconocida. En tanto, la cifra de mujeres con diversidad funcional que ha sufrido este tipo de abusos por parte de un miembro con el que guarda algún tipo de relación sentimental alcanza el 10,3%, frente a un 6,2%de las mujeres sin diversidad funcional reconocida.
Según un informe del Parlamento Europeo, las parejas o exparejas son mayoritariamente las figuras agresoras de las mujeres sin diversidad funcional, pero en el caso de las mujeres con diversidad funcional, ellas están expuestas a la violencia por parte del entorno más allá de la pareja, ya sea un familiar cercano, amistades, profesionales de referencia, compañeros de las residencias, entre otros. Estas violencias suelen producirse en el hogar familiar, en el colegio, en el centro ocupacional, etc.
En España, cada día se registran casos en los que las mujeres sufren violencia de género, y bastantes también llegan a los noticiarios y periódicos; sin embargo, rara vez salen a la luz pública cuando una mujer con diversidad funcional es la víctima.
Las barreras en las denuncias
La violencia de género afecta a todas las mujeres de una forma u otra. Sin embargo, a estas mujeres les resulta más difícil reconocer el maltrato. Esto, ya que dichos abusos se crean dentro de su propio entorno familiar o habitacional. Incluso en las instancias policiales y judiciales. La falta de conocimiento, de recursos y formación, o falta de interés suma a este silencio.
También se debe apuntar que estas mujeres, por el hecho de tener una diversidad funcional, están -en muchos casos- condenadas a una infancia infinita. En muchos casos, durante este proceso de vida, su voz es silenciada y un familiar o su pareja, son quienes hablan por ellas. Cuando sufren algún tipo de violencia de género y se plantean denunciar, su único y mayor obstáculo no es solamente llegar a la comisaría, sino que es poder entenderse en ellas mismas, ya que va a denunciar a su agresor, de quien, en muchos casos, depende.
Así, esta mujer con diversidad se da cuenta que no hay protocolos adaptados. Tampoco, existen recursos suficientes para atenderlas con rigor y eficacia. Por ejemplo, es notoria la inexistencia de intérpretes de lengua de signos, casas de acogida que no contemplan la accesibilidad universal, etc.—. También, que las y los diferentes profesionales que tienen que atender a estas mujeres estén formados y sensibilizados. Desde el agente que cursa la denuncia, pasando por los profesionales de la sanidad, abogados y terminando con el juez o la jueza. Todos ellos deberían estar capacitados para apoyar en situaciones de violencia.
Parece ser, que no se toma en cuenta la existencia de estos casos. Es por ello que no existen suficientes recursos ni herramientas para que ellas puedan ser atendidas adecuadamente. Es cuestión de justicia y equidad. De derechos humanos. Todas las vidas humanas tienen el mismo valor y merecen ser vividas sin discriminación ni violencia.
Glosario
Diversidad funcional es un término alternativo al de discapacidad. Ha comenzado a utilizarse por iniciativa de las propias personas afectadas, y pretende sustituir a otros cuya semántica puede considerarse peyorativa, tales como «discapacidad» o «minusvalía». Se trata de un cambio hacia una terminología no negativa sobre la diversidad funcional. El termino fue propuesto en elForo de Vida Independiente llevado a cabo en 2005.
Capacitismo es una forma de discriminación o prejuicio social contra las personas con diversidad funcional.
Discafobia hace referencia a la aversión (fobia, del griego antiguo Φόϐος, fobos, ‘pánico’) obsesiva contra personas con discapacidad o en situación de dependencia, lo que conduce a adoptar o consentir conductas de rechazo, discriminación e invisibilización de las personas con otras capacidades o en situación de dependencia.
El pueblo Kañaris es uno de los tantos pueblos originarios y ancestrales de nuestro país. Su tradición es transmitida por ellos mismos a través de su tejido, sus danzas y su lengua. Todos ellos son unidos; tanto, que han creado un vínculo entre la comunidad campesina, el trabajo en el campo y el medio ambiente. Es por todo ello que, resisten como uno de los últimos pueblos quechua hablantes del norte del Perú, a pesar del riesgo de la explotación minera y las debilidades de la globalización. Conoce sobre ellos en este reportaje.
Justino Huamán Rinza sonríe. Su rostro guarda muchos años dentro y él lo resume en una oración: “Es que nosotros los Kañaris no fuimos conquistados: Por eso todavía hablamos el quechua y por eso en celebración, danzamos”. Luego de eso, toma la caja y el pingullo. Inmediatamente, los apoya en su poncho rojo, e inhala hondo para comenzar a tocar un ritmo. Ese mismo que se aloja en la memoria de todos aquellos que visitamos Kañaris.
La Comunidad Campesina San Juan de Cañaris
Cañaris, -también escrito como Kañaris-, es un pueblo religioso, agricultor y ligado a su historia, que recibe visitas en sus fiestas de aniversario. Su nombre entero es “Comunidad Campesina San Juan Bautista de Kañaris”, ancestral y originario por derecho propio, donde todos sus integrantes se reconocen en el quechua norteño o linwaras, en su vínculo con su comunidad, con el trabajo en el campo y con el medio ambiente.
Territorialmente, Cañaris es un distrito ubicado en Ferreñafe, en la serranía de Lambayeque. Como explica el investigador Pedro Alva, este distrito presenta dos áreas históricamente diferenciadas: la Comunidad Campesina San Juan de Cañaris, en la zona oriental (tradicionalmente conocida como común de indios, comunidad de indígenas y ahora pueblo originario) y, en la zona occidental, una área que fue haciendas y al presente es la Comunidad Túpac Amaru II.
En la presentación del libro “Los Cañaris de Lambayeque y sus títulos coloniales” el autor señala que Kañaris es una comunidad prehispánica que creció en paralelo a Lambayeque y casi en desconección con ella, debido a lo difícil que era (y sigue siendo) el acceso. Es en 1956, que recibe un reconocimiento gubernamental, como “Comunidad de Indígenas”, que en 1970 sería obligada a llamarse “comunidad campesina” por el gobierno de Velasco y se apega a las leyes específicas dictadas para comunidades campesinas como son la Ley N°24656. En distrito limita con Jaén, Cutervo, Incahuasi y Lambayeque y al 2017 contaba con más de 11 mil habitantes.
Cabe señalar que en la actualidad, Kañaris tiene una difícil conección con Lambayeque, debido a lo accidentado de la carretera y es aún más difícil su conección con Incahuasi, la otra comunidad quechua hablante de la región, como han resaltado sus autoridades locales. Cada vez que las lluvias retumban en los cerros, dejando sordos por unas horas a los comuneros, temen quedar aislados por el derrumbe de los cerros sobre la vía que los conecta a Pucará, el pueblo más cercano para el comercio.
La tradición viva y bosques montanos en la Comunidad Kañaris
En Kañaris se habla el quechua norteño como idioma principal, salpicado de palabras en español. Los hombres visten punchus, ponchos rojos o blancos tejidos en lana de oveja, llankis, sandalias tradicionalmente hechas de cuero y sumrus o sombreros de paja. Las mujeres, anuku o pollera de color negra, amplia y tradicionalmente tejida en lana de oveja y sobre la pollera una wacuku o faja. Llevan una blusa de colores cubierta por una pullu o manta de abrigo en el cotidiano o por una liklla o manta de fiesta, con colores vivos. Sobre la cabeza un qatapañu o pañuelo debajo del sombrero y se adornan con collares y pulseras.
En contraste al verde del campo o el negro de la montaña, la ropa de las mujeres resalta en tonalidades rosadas, amarillas, azules o rojas. Las casas, principalmente de adobe robusto, tienen una sala grande, donde se reúnen las familias. La salud se cura gracias a las mujeres que saben de hierbas, curanderos y al seguro integral de salud. Tanto hombres, mujeres y niños trabajan en la siembra, recogiendo legumbres, tubérculos y frutas.
Kañaris alberga tanto identidad cotidiana, como valor natural: Los Bosques Montanos o Bosques de Neblina, estudiados por César Lucero Rinza, son particulares a Kañaris. Estos, tienen un clima húmedo y lluvioso, y se sitúan en la cuenca Chamaya – microcuenca Kañaryaku. En ellos destaca el árbol de la quina -o cascarilla-, las orquídeas y la catarata El Chorro, una de las más grandes de Lambayeque.
Conservan entre la fauna y flora relevante al cóndor, tucán y al puma, así como el helecho arbóreo y el saucecillo. Las fuentes de agua nacen en los páramos de Qiwamarka y generan microcuencas con diversidad biológica en todo su recorrido hacia el mar. La zona abarca tanto bosque seco como bosque húmedo según la altura y relieve del territorio, y guarda en ella flora y fauna relevante.
En el 2017 se llevó a cabo un programa de restauración del ecosistema, mediante la siembra de quina, sauco y cedro, con la intención de mejorar la calidad de vida y acceso al agua, así como brindar sostenibilidad a futuro mediante el comercio de la quina. Esta zona se encuentra en amenaza debido tanto a la degradación antrópica (Cambio de usos de suelo y contaminación con residuos sólidos), así como por grandes cantidades de pérdida de bosque en la cabecera de Kañaryaku, acción del proyecto minero Candente Cooper.
Kañaris y el derecho a la Consulta Previa
Una voz en off, con el acento dulce del quechua que repite las palabras como si fueran versos, resuena en el documental Cañari Amaru, de Tomate Colectivo: “Nosotros queremos aire puro, para nuestros hijos. Queremos que nuestra agua sea limpia y natural, para el futuro de nuestros hijos. Natural, sin abono, sembramos nosotros”. Roberto Rodolfo Reyes Rinza, ex presidente de la Comunidad Campesina, señala que la comunidad apuesta por la conservación del bosque y el agua, así como la alimentación natural. Esto se hizo evidente en el 2010, con el caso Kañaris frente a Candente Cooper.
Protestas frente al proyecto Cañariaco. Foto: Servindi
El Abogado Luis Hallazi resume el caso de la Comunidad de Cañaris y la vulneración al derecho a la consulta previa para SERVINDI. Hace presente que en los años 2010 – 2013 retumbó en Lambayeque el caso de Cañaris frente al proyecto Cañariaco Norte de la minera Candente Cooper, que desarrolló estudios de factibilidad para extraer cobre y oro.
A medida de que la empresa iba logrando sus objetivos, se iba desconociendo a la comunidad. No respetaban los procesos de esta, pues se había realizado una consulta comunal en septiembre del 2010. Esta misma, reflejó un 95% de desaprobación de los y las comuneras frente al avance de la mina. Frente a esto, la empresa Candente Cooper rechazó el resultado, alegando que esta no se hizo de acuerdo a la Ley 24656, por lo que no era vinculante. Sin embargo, esta fue realizada por la comunidad, en su derecho de autonomía organizativa y con presencia estatal.
La invisibilización de esta autonomía y de los estipulado por el Convenio 169 OIT sobre derecho a la Consulta Previa generó un levantamiento de la Comunidad Campesina de Kañaris. Los comuneros, intentaron tomar la carretera. Esta acción, fue reprimida por la policía de forma desproporcionada, llegando -incluso-a insultar a los y las personas que reclamaban. Cabe señalar que, como indica SERVINDI, a diciembre del 2012 según el Gerente General de Energía y Minas de Lambayeque, se registraron 459 concesiones mineras y otras 173 en trámite, concentradas en Kañaris, Incahuasi, Olmos y Oyotún, sin profundizar en la comunicación con las comunidades o en la sostenibilidad de estos proyectos extractivos.
En el documental “Cañaris no está sola”, de Martín Lopez, se puede escuchar a las ronderas sobre los riesgos de la contaminación que este avance en las concesiones significaría. Otro rondero expone que un 96,16% de Cañaris está concesionado por 18 empresas mineras para una futura exploración y el riesgo de la comunidad en en desaparecer o apagarse bajo la mina.
Documental Kañaris no estás sola
Las mujeres Kañaris tejen sueños nuevos
Las mamitas de Kañaris son agricultoras, ronderas y artesanas. Sus tejidos visten y abrigan en el cotidiano a las familias, pero también recogen las tradiciones e historias del pueblo. Su labor en telar ha reunido a quince artesanas en la asociación Warmikuna Awakun Shumaqta (“Las mujeres Kañaris tejen sueños nuevos”), desde el año 2019 presididas por la Sra Lucila Bernilla Gaspar.
En el año 2020 las artesanas ganaron el fondo de Estímulos Económicos para las Artes Escénicas, las Artes Visuales y la Música 2020 – Artes Visuales, del Ministerio de Cultura, con el proyecto “Mujeres tejiendo identidad” (“Warmikuna Awakun Chaynillata”). Esta propuesta de la asociación, coordinada por Rosa Sara Huamán Rinza, tiene como objetivo visibilizar la tradición Kañaris reflejada en la artesanía textil, y así motivar a que las mujeres jóvenes de la comunidad sigan conservando este arte.
En el proyecto “Mujeres tejiendo identidad” las artesanas de la asociación tejerán prendas representativas de la tradición Kañaris que serán presentadas en una exposición abierta al público en Kañaris (octubre) y Chiclayo (noviembre) y también compartidas en su inaugurada cuenta en instagram. Esta experiencia fortalece las técnicas tradicionales, para evitar que la lana industrial o las telas sintéticas ganen a la siempre cómoda e impermeable lana de oveja en la montaña.
Cada prenda tiene un significado y cada color una historia, que se remonta a la época incaica. En las fajas se reflejan |los caminos tradicionales con forma ondulada, el árbol de la quina y las manitos de los cuyes. Las artesanas cuentan qué materiales han usado para que los tintes naturales lleguen a la lana. Ellas, se guían por los ciclos lunares para elegir el mejor momento de corte de lana de oveja, que luego procederán a lavar e hilar.
Mujer, tejedora Kañaris sostiene un telar. FOTO: Harold Espinoza
Sus manos siempre están ocupadas. Como cuenta la Sra Rosa Sara, ella aprendió a tejer muy niña. Recuerda que lo hizo, haciendo mantas gruesas, donde el hilado podía ser tosco y tener errores. Con el tiempo y la práctica, su técnica se iba perfeccionando, para llegar a lograr las fajas labradas o los ponchos finísimos.
“Tejemos porque es algo nuestro. Las prendas que nosotros aprendemos a hacer desde los cinco años por la enseñanza de nuestras abuelitas, son abrigos, mantas y polleras. Es lo que vestimos. Antes de 1970 aquí no conocíamos lanas sintéticas. Si queríamos colores, recurríamos a los bosques para pintar en combinaciones de varias plantas, como la andanga y otras flores”, recuerda Rosa. También dice, “cuando éramos mujeres jóvenes, después de la pedida de mano, a nuestro compañero le regalábamos obligadamente una alforja y un poncho. Esto, para ser el orgullo de nuestras mamás. Por eso ellas nos enseñaban desde muy niñas”
Los Guerreros Cascabeleros
Justino Huamán es docente y director de la Danza de Guerreros Cascabeleros. “Esta danza tiene más de doscientos años. Ya se estaba perdiendo y nosotros lo hemos rescatado para conservar a los danzantes de cascabel”, señala. Esta danza es símbolo de la resistencia de la comunidad Kañaris. Júbilo por no ser conquistados y por conservarse libres y victoriosos.
Los Guerreros Cascabeleros son doce bailarines, vestidos con un pantalón negro de luto, una camisa blanca de paz y un poncho rojo, de la sangre de los caídos durante las guerras. En las manos llevan un pallio, similar a una espada pulida en madera, y una corona de color, en la que traen la victoria. El Sr. Justino toca la música con la que los Guerreros danzan, usando un pingullo y una caja (equivalentes a una flauta dulce y un tambor).
Guerreros Cascabeleros. FOTO: MINCUL
Es tradición ver danzar a los Guerreros Cascabeleros en la fiesta de San Juan Bautista. Como señala Benito Lucero Rinza, mientras ellos se presentan, las señoras visten al Santo y adornan su portal con palmas y flores. Los danzantes ofrecen varias piezas como el Golpe, el palio, el cascabeleado, el gavilán, la casaca, el borracho, entre otros. Cada una dura de 5 a 8 minutos, y su sonido resuena en todo el pueblo.
En el año 2019, gracias a la labor de docentes y líderes locales, la Danza de los Guerreros Cascabeleros fue reconocida como Patrimonio Cultural de la Nación por la UNESCO. En el aniversario de la Comunidad, recibieron la declaratoria de manos de la entonces ministra Ulla Holmquist.
Otro caso relevante en la comunidad son las y los maestros, que reciben a sus estudiantes con su ropa tradicional y se cercioran de hacer al menos 8 horas a la semana en quechua linwaras. Buscan formar infancias en ambos idiomas. Estos maestros parten desde la identidad. Por ejemplo, Eloy Reyes, quien se especializa en educación intercultural bilingüe en quechua norteño y ha sido Premio Nacional de Innovación Educativa 2019.
La cultura viva en la comunidad
Cañaris es una comunidad abierta y amigable, que recibe con cariño a quienes les visitan de buena fe. En el año 2016 se promovió el proyecto de turismo vivencial “Déjate adoptar por Cañaris”, donde las familias abrieron sus puertas a los turistas, “hijos adoptivos”, para integrarlos a las costumbres del pueblo, así como a la alimentación y las conmemoraciones de Semana Santa. “Y para que así entiendan por qué nosotras defendemos nuestra comunidad», agrega Rosa Sara cuando recuerda esta actividad.
Tras el COVID-19 el pueblo ya no recibe visitas hace un buen tiempo. Las celebraciones de San Juan Bautista se detuvieron también, pero esperan iniciarlas pronto, para volver a bailar en la plaza, el taqui (en grupos de hombres y mujeres, que giran en un gran círculo), o la cashua, danzada en parejas. Los carnavales bailando alrededor de la unsha (o árbol cubierto de regalos, conocido en otros lugares como la yunza), esperan también una próxima celebración.
Almuerzo tradicional de Kañaris. FOTO: Joao Socola
Cañaris se recuerda como un pueblo valiente que viste los colores de su memoria. Sin embargo, no es su única cualidad. También, dicen ser amorosos y unidos. Sus tradiciones así lo comprueban: ellos chacchan coca para tener energía en el campo y en las fiestas juntan la comida de todas las familias sobre una manta. Inician el brindis con guarapo y comen juntos la gallina, el mote, el dulce de cipchi (o chiuche) y el agüita. Siempre dulce y siempre limpia, de la acequia más cercana. Finalmente, agradecen estar juntos y son felices por tener tanta tradición. Así son los Cañaris.
Clementina Peralta es uno de los asentamientos humanos más unidos que pueden existir en Trujillo. Cada familia de este lugar, tiene un caso que presentar a diario. Aún así, siempre están para apoyarse el uno al otro. Esta vez, presentamos el caso de Faustina Rodríguez, una mujer adulta mayor sordomuda que hasta hace unos días no encontraba esperanza ni ayuda.
El analfabetismo y la discapacidad auditiva son comunes en el sector. Algo semejante ocurre en los adultos mayores que carecen de alimentos, salud y vida digna. Ese es el caso de la querida vecina Faustina Rodríguez Polo. Esta mujer adulta mayor no puede oír ni hablar. Estas condiciones complicaron el proceso para exigir la ansiada pensión 65. La misma, que es brindada a adultos mayores cuando viven en condiciones precarias. A pesar de ello -de tanta lucha e insistencia- una alegría llegó al sector tras darse con la sorpresa que aún había esperanza de poder solucionar y darle calidad a sus últimos días de vida.
Era una tarde ajetreada. Una colega de una radio nacional y yo, caminábamos por los arenales de Clementina. Una señora de aproximadamente 70 años, salía de una choza a punto de caerse. Aquel lugar era el baño al que suele recurrir. La mirada triste de Faustina demuestra lo crudo que puede ser al llegar a la tercera edad.
Faustina es proveniente de Huamachuco, de la región de La Libertad. Vive acompañada de su hijo Silvestre Alcapoma. Él es el mayor de 5 hermanos, quienes hasta el momento, no han preguntado por su madre. Silvestre, desde muy temprano sale a ganarse el pan de cada día en cualquier tipo de trabajo. A veces en construcción, a veces en otros. Cuando la noble anciana se queda sola en su vivienda, son los mismos vecinos quienes le dan cariño. En especial los más pequeños. Son ellos quienes hacen reír a Faustina y le ayudan cuando lo necesita.
Niños y niñas cuidan a los adultos mayores de Clementina. FOTO: Arturo Gutarra
“Últimamente solo estaba comiendo papa sancochada, es lo único que tienen”, manifiestan los vecinos quienes la ven diariamente. Suele hacer un gesto indicando querer hablar. Es imposible verla y no querer ayudarla. Ella intenta, con señas, explicar qué es lo que quiere. En ocasiones no se daba a comprender, pero entre los intentos de hacer señas a objetos, partes del cuerpo y otras cosas, entendimos que lo que exigía Faustina era su pensión. Asimismo, que un médico le haga una revisión. Esto, ya que manifestaba un dolor en la parte del estómago. Es por ello que, un médico en Clementina es urgente para estos casos.
Faustina sosteniendo el tubérculo que come a diario. FOTO: Arturo Gutarra
La burocracia, a veces, suele ser un obstáculo para denunciar y resolver problemas sociales. Por ejemplo, en Arequipa, son al menos 600 adultos mayores que continúan a la espera de ser incluidos en el programa del Estado que beneficia a personas de la edad de Faustina. Muchos, como ella, están en espera del subsidio monetario. La cifra presentada por Defensoría del Pueblo demuestra la falta de apoyo para las mujeres en estado vulnerable. Un 73,90% no está afiliado(a) a un sistema de pensión. Así mismo, un 56,08% de la población femenina, no recibe pensión, ni Pensión 65.
Comité de damas reclama al estado por el olvido de Faustina. FOTO: Arturo Gutarra
Volviendo a Trujillo, el caso fue difundido a través de las transmisiones en vivo para que las y los vecinos puedan levantar su voz y puedan acceder a la petición. Las lágrimas de Faustina abrazando a su nieto menor conmovieron a los presentes.
Al día siguiente, la municipalidad distrital llegó al lugar con donativos para Faustina. Ella apreciaba con sorpresa y alegría lo que sucedía. Aquellos días de oración en silencio dieron frutos. Martin Namay,Alcalde del distrito de La Esperanza, aseguró que en un corto plazo, Faustina recibiría su pensión.
Donación de víveres y materiales para Faustina y su hijo. FOTO: Arturo Gutarra
Luego de 2 años, la municipalidad puso cartas en el asunto para acelerar el trámite de la pensión. Pero, ¿cómo y porqué el alcalde “se puso las pilas” luego de que estos casos sean difundidos? Es sencillo. Anteriormente, ya se había hecho un llamado de atención a través de distintos medios de comunicación para difundir las quejas de los moradores. Como el tema de educación (Exitosa Trujillo), mujeres sin identificación (intervención de La Antígona), y este último caso, el de Faustina. Asimismo, representantes del MIDIS acudieron al lugar para gestionar el trámite. En la sede central habían aceptado la solicitud y se pondría en marcha el proceso. Así, Faustina podrá acceder al banco y recoger su dinero equivalente a 250 nuevos soles.
Tras entregar los donativos, Luis Flores –en compañía de su esposa- y la señora Alicia, quien también es parte de la directiva del comité de damas, realizaron un acuerdo para gestionar el traslado de un médico particular de una clínica cercana. Según lo manifestado por los esposos, el redondeo de los chequeos médicos superan más de los cien soles. Sin embargo, el gasto en servicios, fue subsanado por la misma clínica privada Betesda ubicada en el sector Manuel Arévalo.
Al realizar los chequeos, detectaron que la anciana padecía de gastritis. Los medicamentos que le recetaron podrán ayudarla. Casi todos los días el comité de damas realiza las observaciones y vigila la casa de Faustina para verificar que nadie hurte los donativos que le dejaron. Ya que, al vivir sola, corre riesgo de ser víctima de robo.
La mañana del 18 de agosto, Luis Flores recibió una llamada inesperada. Era una gran noticia pues le indicaban que Faustina ya podía acercarse al banco para recoger su dinero. Una camioneta de la Municipalidad realizó las carreras para el recojo.
“Me encuentro muy agradecido que mi mamacita ya pueda recibir su pensión, ha pasado mucho tiempo y perdí las esperanzas. Sin embargo, ya me siento tranquilo”, comentó Silvestre en las afueras del banco. Su rostro lucía iluminado, esperanzado. Luego retornó a su hogar.
Faustina saliendo de recoger su bono en el banco de la nación. FOTO: Arturo Gutarra
En la actualidad, la mamita Faustina –como lo conocen en el centro poblado- cuenta con una silla de ruedas para poder trasladarse. De regreso a Trujillo, Silvia Yupanqui, feminista y periodista radial, y quién ayudo para que Faustina tenga un final feliz con la cobertura brindada desde su espacio, comentó feliz: “Ahora cada vez que me siento derrotada en mi profesión, recuerdo que a través de nuestra denuncia y gracias a la difusión, pudimos cambiar la vida de una persona y exponer esta problemática, eso me recuerda porque escogí ser periodista”.
Si tienes un caso que quieras compartir para que sea difundido, escribe a proyectolaantigona@gmail.com
Momentos históricos que marcaron los 70s, 80s y 90s fueron capturados por las cámaras de estas intrépidas mujeres. En un conversatorio organizado por la Asociación de Foto Periodistas del Perú (AFPP), Alicia Benavides, Beatriz Suárez, Fátima López, Mónica Newton, Carmen Barrantes, Rocío Cáceres, Mariel Vidal, Mayu Mohanna y Nancy Chappell se animaron a compartir sus experiencias en el mundo de la fotografía periodística. Sus imágenes te harán volver en el tiempo…
Nueve mujeres tenían mucho en común: una cámara, un cuarto oscuro en casa, rollos y un don para la fotografía. Ellas descubrieron el poder de la imagen en los albores del fotoperiodismo peruano cuando las cámaras eran análogas y el revelado resultaba esencial para obtener la foto perfecta. Con mucho talento y dedicación lograron colaborar para diarios y revistas reconocidas en el Perú y el extranjero.
CARMEN “LA CHINA” BARRANTES
Alfabetizando mujeres a través de medios audiovisuales, Carmen descubrió el poder de la imagen y su gran valor. Así, en 1975, ‘la china’ tomó un curso de fotografía en Sao Paulo, compró su primera cámara y armó su laboratorio en casa. Comenzó trabajando como fotógrafa freelance para pequeños diarios de origen sindicalista ligados a la izquierda.
Era una época donde la gente empezaba a salir a las calles para marchar y levantar la voz. Fue durante la dictadura de Morales Bermúdez que la china Barrantes capturó, junto a otros colegas, marchas multitudinarias pese a la gran represión del gobierno.
“Era muy intenso y riesgoso, en ese momento, durante las marchas morían personas. Nos lanzaban perdigones sin dirección. Varias hemos vivido la experiencia”, recuerda.
Pese a la represión, el peligro y la escasa remuneración, Carmen seguía en su labor acompañada de un maletín que utilizaba de escalera y también para defenderse de la policía y de otros periodistas.” Tenía un maletín de metal que medía 30 cm y me daba altura para estar por encima de la aglomeración de fotógrafos. Me servía también de escudo protector.”
Por un tiempo tuvo que dejar la fotografía para dedicarse a la consultoría de temas sociales, debido a que el oficio de reportera gráfica no le daba el sustento necesario para mantener a sus tres hijos. Con el tiempo, retomó su vocación. Porque, como ella misma menciona, nunca dejará su alma de reportera.
FÁTIMA LÓPEZ
Fátima López fue una de las primeras egresadas de la facultad de comunicaciones en la Universidad de Lima, fue ahí donde descubrió su amor por la fotografía. Entrar al cuarto oscuro para revelar las fotos era mágico. Rápidamente pidió tener su propio cuarto oscuro en casa. Su familia siempre apoyo este interés por lo que sus obsequios de cumpleaños y navidad eran rollos Tri-X y papel Ilford.
Pronto llevó su talento a la cancha. Trabajó para el suplemento VSD de La República y para la revista Caretas. Y, posteriormente, para el diario El Comercio. Le tocó desempeñar su labor en una época donde las condiciones laborales no eran las mejores para los reporteros gráficos.
“Era difícil, posiblemente no medí nunca el peligro ni las condiciones absurdas con las que trabajamos. Teníamos que llevar nuestro equipo, no teníamos seguro de salud, ni seguro de vida. Nos íbamos a la guerra por amor a la fotografía”, cuenta López.
A Fátima como a muchas otras pioneras del fotoperiodismo le tocó cubrir durante la violenta época del conflicto armado interno. “Mi generación y todos los que hemos tenido la mala suerte de vivir esa época tan violenta sabíamos que había un momento en el que estábamos en peligro si estábamos en la calle. Yo le llamaba “la hora de la bomba”, comenta.
Fátima fue una de las primeras fotógrafas en llegar a Tarata después del atentado de 1992. Ella recuerda muy bien ese día. Como vivía cerca, pudo escuchar la explosión. En pijama se apresuró para salir, se puso un saco, tomó su bicicleta y siguió a un camión de bomberos que iba en dirección a Tarata. “Cuando vi la magnitud de la explosión me quedé sin aire, me agaché, me volví a levantar y empecé a tomar fotos sin parar. Encontré autos todavía con fuego, pedazos de gente, cabezas… Simplemente disparé sin detenerme. Seguí y seguí como una zombie”.
Esa noche, la fotógrafa se quedó cerca del lugar y a la mañana siguiente continuó tomando fotos a las personas que recogían los restos que habían quedado de sus casas. Fue una experiencia que la marcó. Hace 22 años Fátima viajó a Austria y se convirtió en foto corresponsal de la región. Hoy continúa viviendo ahí con sus hijas. Nunca dejó de hacer lo que más ama: fotografiar.
“Tú eres tan bueno como fue tu ultima foto y eso es un estímulo para seguir produciendo”
MÓNICA NEWTON
Mónica había estudiado economía, se había casado y tenía tres hijos cuando en 1984 decidió matricularse en un taller de fotografía, el cual le cambiaría la vida. Más tarde, estudiaría fotografía profesional en el Centro de la Imagen en España.
Segura de su pasión, no dudo en escribirle una nota al jefe de fotografía del diario Ojo pidiéndole practicar como fotógrafa. Inesperadamente, él la contacto y la cito a una reunión el mismo día. Así fue como entro al área de fotografía en donde compartió una oficina con otros 15 fotógrafos hombres. Una pared llena de posters de mujeres voluptuosas en aquella oficina la hizo cuestionarse sobre donde había ido a parar. Pero ella quería trabajar y optó por quedarse. Al ser la única mujer en ese equipo de trabajo tuvo que enfrentarse a conductas machistas. “Al principio era terrible. Todo este conjunto de hombres que eran super machistas y vulgares en muchos momentos me malograron negativos, me publicaban lo malo y en lo bueno no ponían mi nombre”.
Pero con la llegada de su colega Nancy Chappell al equipo las cosas se tranquilizaron. En seis meses ya habían logrado ganarse el cariño de esos hombres quienes ahora las protegían. El diario pronto se convirtió en un lugar lleno de aprendizajes.
“Yo estudié Economía y había leído sobre la pobreza, pero lo que encontré en la calle fue algo no imaginado. En Ojo pude conocer cada plaza, cada posta de salud, cada escuelita, cada cono. Pude realmente tener una visión total de lo que era el Perú”, declara.
Tras su paso por Ojo, llegó a la revista Sí! y, posteriormente, a la unidad de investigación de La República. Lo que la llevó a cubrir en la selva peruana. “Cuando yo llegué a la selva me conecté totalmente con ella. Sentía que, a pesar de la violencia, la vida cotidiana seguía y de pronto cambiaban de canal y estaban riendo, cantando, compartiendo contigo. Entonces quise fotografiar ese documento de vida donde la vida y la muerte hacían un contrapunto.”
A través de la fotografía, Mónica tuvo una transformación. Cuenta que pese a tener tres hijos le tenía mucho temor a la maternidad. Pero recuerda la vez en la que le comentaron algo peculiar en la mayoría de sus fotografías. Casi todas tenían a mujeres y niños. Fue ahí que entendió todo. “La selva como tierra abundante y fértil, y las mujeres de la selva me enseñaron cómo ser madre. La selva salvo mi maternidad”, declara.
ROCÍO CÁCERES
Rocío tenía muy en claro que quería dedicarse a la fotografía, por ello se fue a estudiar a Londres. Ahí empezó a cubrir manifestaciones feministas y antifascistas. Tras diez años, regresó a su patria justo en una década marcada por la violencia. Ser fotógrafa de guerra en los 80s era extremadamente duro.
“Constantemente iba a Ayacucho y cubría manifestaciones bravas. Corrían balas, corrían piedras, mataban a los perros y los colgaban en los postes. Era una cosa atroz. Eran unas mini guerras”.
Una anécdota que impactó a la reportera se dio durante una comisión en la casa del ex presidente Alberto Fujimori, cuando él era aún candidato a la presidencia. Le habían asignado cubrir a Fujimori y el ex mandatario la mandó a llamar. Cuando entró a su casa se topó con una mesa de comedor cubierta de una gran variedad de periódicos. En todos ellos se había publicado la foto de Fujimori con un traje japonés y una espada. Aquella foto que lo hizo enfurecer era obra de Rocío.
“Me dijo: ‘Hace más de 60 años que este periódico desde que salió no ha publicado una sola foto y mira.’ Me enseña la primera página donde está él. Entonces ahí fue donde me pone la espada en el cuello. Yo hasta ese momento estaba un poco desconcertada. Él estaba furioso. Entonces me dice: ‘¡¿Cómo te has atrevido?!’ Y conforme se ponía más colérico me empujaba más la espada en el cuello. Hasta que uno de sus guardaespaldas le bajo la mano y le dijo: ‘Suave, cuidado’”, relata.
Los guardaespaldas ayudaron a que Rocío saliera de la casa, ya que Fujimori no la quería dejar ir. “Entonces cuando estaba saliendo. Me dijo: ‘Yo voy a ser presidente ya vas a ver’. Y yo volteo y le digo: ‘Y llorarás lágrimas de sangre’. Y los dos guardias prácticamente me empujaron para fuera”.
Después del incidente, a Cáceres le quitaron la asignación de cubrir al ex mandatario porque temían que pudiera hacerle daño a la periodista.
NANCY CHAPPELL
En 1987, Nancy Chappell egresó de la carrera de comunicaciones y empezó sus prácticas en el diario Ojo. Ella tenía muy en claro que quería ser redactora, pero en las salas de redacción se dio cuenta que las palabras no le eran suficiente para contar lo que cubría. Empezó a sentir envidia de los fotógrafos que la acompañaban a las comisiones. Así que habló con el jefe de redacción y le suplico que la trasladaran al área de fotografía. La aceptaron por un mes, pero se quedó ahí muchos años.
Era la década de los 90’s, la violencia perduraba en las calles. Nancy viajó por primera vez a Ayacucho para fotografiar las conmemoraciones por semana santa. “Es impactante llegar ahí y ver a a la gente con unos rostros tan sufrientes y en el poco tiempo que estuve, escuchar historias de terror. Fue muy impactante. Y yo como limeña, aún como periodista, había visto todo de una manera tan lejana y me sentí mal.” Después de esa experiencia, Chappell regresó a Lima.
La violencia ya se había movilizado a la capital y los atentados eran frecuentes. En ese clima de guerra, Nancy sentía que la labor que hacían ella y sus demás colegas serviría para parar la guerra. “Siempre tuve esa esperanza y la convicción de que los fotógrafos mostrando imágenes íbamos a hacer un cambio, pero pasaban los años y todo eso se hizo peor.”
Algo que marcó profundamente a la periodista fue cubrir un atentado que acabó con la vida de un taxista en la avenida Canadá en 1992. El hombre tenía 54 años, la misma edad que tenía su padre en ese entonces. Había sido quemado y de su cuerpo aún desprendía humo. “Ese día llegué a mi casa y vomité. Esa noche hubo un coche bomba que voló completamente la Embajada de Bolivia. Y ese día tuve consciencia del miedo de cubrir porque antes no lo había tenido”. La excesiva violencia hizo que Nancy se desencantara de la fotografía. Sentía que se había equivocado, que la fotografía no iba a parar la guerra y optó por no registrar más los horribles actos de terrorismo.
En 2002 la llamaron para participar en la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) y buscar archivos de los 20 años de violencia que sufrió el país. Entre archivos de fotógrafos y distintos medios entendió la importancia del registro fotográfico. “La fotografía sí hace la diferencia. No va a parar la guerra, pero nos crea consciencia, nos acerca, es capaz de confrontar y ser un testimonio. Ahí reside el valor de la fotografía. Nos hace más empáticos».