Hungría Tovar (53) es una migrante venezolana en Perú. A propósito del Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer de Mama, este es su testimonio como sobreviviente.
«Le dije a mi ginecóloga que tenía un bultico en el seno, que siempre me chequeaba. Me recomendó ir al mastólogo. Fui a la consulta con Ángel, mi pareja. Le expliqué al doctor lo que había pasado, le llevé todos mis papeles. Me hizo mi examen físico. Vi que puso una cara no muy agradable.
¡Mira, tenemos que hacer una biopsia lo más pronto posible, rápido!, me dijo.
Buscamos el día para hacer la cirugía. Yo estaba un poquito asustada, por supuesto. Mi cuerpo rechazó la anestesia. Fue bastante doloroso. Ahora había que esperar los resultados.
Llegó el día. Mi hijo me acompañó.
Salió positivo.
Fue uno de los peores momentos de mi vida. Terrible y devastador tanto para mí como para mi hijo. No sé qué pensaba. Mi mente estaba en blanco. El médico me dijo que la medicina ha avanzado, que hay mucha tecnología.
Fui a donde mi hermana para darle la noticia. Yo estaba en shock. Fueron horas muy duras. Todo estaba como en tinieblas. Lloré mucho, lloré muchísimo. Llegamos a la casa y nos abrazamos en familia. No sabía qué pasaría, no sabía qué hacer.
La recuperación de la operación fue larga y dolorosa. Mi seno, mi pecho, mi teta estaba muy adolorida. La herida se contaminó, el olor que salía de allí era horrible. Eran curas y curas. Sufrí muchísimo, demasiado.
A pesar que estaba muy confundida con el diagnóstico, más la recuperación, empecé a hablarle a mi cuerpo, a mis células y a pedirle perdón. Le pedí perdón todos los días. Yo practico Ho’oponopono, una técnica ancestral hawaiana de sanación a través de las palabras. Todos los días ponía mi mano en mi pecho y le decía: lo siento, perdón, te amo, gracias. Desde ese momento empecé a tomar conciencia.
Acepté lo que estaba viviendo, asumí el resultado, asumí la recuperación, sin lamento, sin culpa. Le pedí a Dios que me ayudara y con mi fe en el Dr. José Gregorio Hernández, un beato venezolano, al que somos devotos gracias a mi abuela Felicia y a mi mamá.
Algo milagroso una noche sucedió. Yo llevaba días sin poder dormir, porque la anestesia me dejó con insomnio. Me quedé dormida y tuve un sueño. Sentí que mis senos se movían, como un remolino por dentro.
A partir de ese día empecé a recuperarme. La fe mueve montañas, las ganas de recuperarme, el cariño de las personas que me cuidaron, todo eso se unió. El siguiente paso era ir al Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN).
Los primeros días en el hospital fueron muy duros, ver tanta gente con el mismo padecimiento que yo, nada fácil. Mi mente se agotaba. Volví a asumir el nuevo reto. Cambié mi alimentación y vi todo con mayor responsabilidad y mucha valentía. Tomé las riendas de los días que estaba viviendo. Mi fe se hizo más intensa.
Tuve una segunda operación que gracias a Dios salió excelente. Mi hijo me cuidó por tres días, después seguí el reposo con Ivana, mi sobrina – hija. Me acompañó junto a sus dos pequeños, Fabián y Damián. Me abrazaban, me daban besos, el cariño de esos niños fue la recuperación completa.
Luego fueron meses de citas y citas. Yo estaba preparando mi mente y mi cuerpo para el tratamiento que venía. Me corté el cabello cortico, para que no fuera tan traumático si perdía el pelo. Me dijeron que solo me iban a hacer 5 sesiones de radioterapia y que mis axilas estaban totalmente sanas, para mí fue un milagro. Yo estaba llorando de alegría. Sentía mucho miedo pero tenía muchas ganas de que me hicieran mi tratamiento. Esa es mi dosis de salud, tengo que entrar en la máquina.
Después de haber terminado satisfactoriamente las radioterapias, quedé en mi chequeo mensual y tomando varias pastillas. Gracias a Dios ha salido todo bien.
Querida sé lo que siente tu corazón, puedo decirte que todo pasará y el tiempo todo lo cura.
Soy Hungría Tovar, sobreviviente del cáncer de mama y ahora tengo una nueva oportunidad».
Carmen Vásquez Uriol es una realizadora audiovisual trujillana y cajamarquina, fundadora del Festival Itinerante de Cine Latinoamericano Atemporal. A sus 25 años, ha sido jurada del Festival Render trabajado como asistente de investigación, realización y producción junto a directores como Omar Forero. Actualmente desarrolla su primer largometraje, tras muchos cortometrajes publicados, un año de estudios en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, 3 ediciones de Atemporal y nuevas preguntas y respuestas acerca de la familia, la identidad y la mirada.
«Mi familia es de Cajamarca, pero nací en Trujillo, un 24 de mayo de 1998, y pasé la infancia en Chimbote. Nunca me sentí por completo costeña. De joven, me gustaba la literatura. Leía a Vallejo, Borges, Cortázar; el libro Templado de Jorge Eslava. Leía, leía y leía. Quería ser escritora. Aún quiero. Un amigo me sugirió periodismo. Yo recordé las crónicas de Vallejo. Él no fue un periodista de calle, fue un periodista de letras. A mí siempre me apasionó contar historias, así que tomé el consejo.
Fue durante la universidad que me acerqué al cine, a un tipo de cine que no conocía. Una película me marcó mucho: Del Verbo Amar. Es hermosa, justo la vamos a proyectar en el festival. (Cuando la vi), me dije: “esto es lo que quiero hacer con mi vida”. Porque, para mí, literatura y cine están vinculados. Siempre he realizado video-ensayos. Lo del largometraje es nuevo, está aún en etapa de desarrollo. Trata sobre una búsqueda en el pueblo de mi madre, Contumazá (Cajamarca), para descubrir un misterio familiar: el asesinato de mi bisabuelo. En verdad, es un pretexto para retornar a mis raíces. Mi familia jamás terminó de entender lo que hago. Creo que con este proyecto quizá lo hagan.
Yo quería que mi tesis sea un festival. No fue posible. A dos meses de terminar la carrera, me dije: “Trujillo necesita nuevos rostros audiovisuales”. Ese fue el nacimiento de Atemporal. Recibí ayuda, claro, eso es lo bonito. Juntos hemos crecido. Nos reconocen, no solo en el país, también en otros lugares. No se creen que estemos en la tercera edición, que seamos tan nuevos. Este tipo de cosas te motivan, porque trabajar en cultura es complicado en el Perú. El Ministerio hace esfuerzos, hay que reconocerlo. El problema es que las convocatorias suelen ser para la categoría de ficción y aquí las mujeres tendemos a ser documentalistas, o realizadoras de video-poesía o de cine experimental. Para estas producciones solamente hay un estímulo a nivel nacional. El Estado tendría que investigar qué cine estamos haciendo las peruanas. Las mujeres tenemos una mirada en primera persona (pienso en Mary Jiménez, Marianela Vega, María Barea). A través de nuestras historias nos reivindicamos a nosotras mismas.
Creo que la identidad está en el cine, vigente y en cuestionamiento. Todos hablamos de identidades, vamos transmutando, narrando nuestras mutaciones en el tiempo. Desde Atemporal, nos interesa mucho difundir películas que vayan por esa ruta. La temática de esta edición es identidad y migración. Trujillo es una ciudad de migrantes, muchos provenimos de la Sierra. Por eso es importante observarnos desde nuestros territorios. Somos una generación postrauma, desde las dictaduras militares. El cine nos ayuda a crear memoria, es un registro. Así entendemos que no estamos solos. En lo personal, me he sentido muy acompañada en estos proyectos (el máster, Visiones Andinas, el festival…). Es más una reivindicación que una reconciliación.
Viajé para estudiar en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña el 31 de diciembre de 2021. Volví al año siguiente. Mi padre murió mientras estuve en España. Yo no podía regresar. A la distancia, se me aparecía su ausencia y, a la vez, la cuestión de si estuvo presente alguna vez. Jamás descubrí quién fue, más allá de un padre. Sé que discutía muy fuertemente con mi mamá. Me gustaría acercarme a esos errores, conocerlo como hombre. Ya en Trujillo, limpié su biblioteca. Revisé sus diarios, poemas y cuentos, que datan de 1975. Me preguntaba: “¿Quién eres? ¿Quién fuiste?”. Sé que en el futuro publicaré sus textos, cumpliré su sueño. Por ahora, los guardo en un cofre. Los releo, los releo. Son lo más preciado para mí.
Si hablara conmigo misma de pequeña, le diría “has sanado, te has reconciliado con quien eres”. Estás orgullosa de tu origen serrano, tu origen costeño. Eres muy trujillana y muy cajamarquina. Eso me diría, porque soy un poco de ambos. Esa fusión hace rica mi identidad. Esa fusión es mi mirada del mundo».
“Por eso me digo, me convenzo, me obligo a que este texto – esta especie de bitácora del viaje de regreso – tiene que ser escrito en primera persona. Porque el dolor solo se puede contar así. El dolor, el desgarro, la huida, el partirse en mil pedazos que nunca volverán a unirse, la mirada lejana, el abandono, el abandonarse, las cicatrices, solo se pueden narrar en primera persona.”
Una suerte pequeña, Claudia Piñeiro.
«Dieciocho días se hacen cortos cuando se toman de la mano con la rutina, pero al estar en un hospital psiquiátrico las horas son eternas y los días interminables. Días en que un cartel invisible te dice: «prohibido llorar, si querés sentir la libertad«.
Hace un año la depresión me tumbó. Internarme, fue una alternativa a la enfermedad. Sabía que no sería fácil pero nunca imaginé que en el encierro se censuraban las lágrimas.
Me desperté temprano el 24 de mayo de 2022. Una de mis mejores amigas y mi compañero de caminos, me llevaron al Hospital Psiquiátrico Mario Mendoza en Honduras. Ya había «recibido» atención psiquiátrica en ese lugar por una especialista poco empática.
Al llegar, explicamos la situación que la psiquiatra ya conocía y comenzaron las preguntas y los trámites burocráticos para el ingreso. Fueron horas para darles un abrazo de despedida.
Mi amiga se hizo responsable del encierro y firmó la posibilidad de practicarme electroshock, en caso de ser necesario.
Recuerdo que el celular no tenía mucha carga. Llamé a dos personas y le pedí a mi compañero que se encargará de avisarles a las personas más cercanas en ese momento.
Y llegó el abrazo con sabor a pronto nos veremos. Me despedí. Me subieron a una camilla y me inyectaron. Caminé hasta ingresar a la sala de mujeres de ese hospital donde por suerte encontré a otras mujeres».
Las miradas y las preguntas
«Al ingresar a la sala me sujetaron de brazos y piernas. Me colocaron un pañal y las demás internas tenían casi restringido el habla con la nueva, o sea, conmigo.
Me dormí. No sé cuánto tiempo. Solo sé que al despertar no podía orinar en el pañal y le pedía a las enfermeras me permitirían usar el baño. Una, dos, cinco, muchas veces se negaron; hasta que accedieron.
Caminé con ellas al baño con dudas. Habían pasado unas horas y el encierro ya estaba haciéndome dudar de si debía estar en ese lugar. Oriné y fui feliz.
Volví a la cama y de nuevo me sujetaron. Llegó la noche, la comida, las miradas y el silencio. Un silencio casi irrompible.
Cuando una paciente ingresa al Mario Mendoza pasa primero por un sitio llamado Aislamiento. Es un lugar con seis camas y pacientes en observación por el personal del hospital. Creo que estuve cinco días.
En aislamiento no se puede salir a los demás espacios destinados para las internas. Hasta que pase a la siguiente sala.
Las internas me explicaban la dinámica del lugar y nos alegrabamos cuando llegaba una paciente nueva porque significaba que nos moverian a otra sala y existía la posibilidad de salir antes del encierro.
Uno de esos días, llegó una interna que era de la policía. Como estaba medicada no escuchaba o no entendía las palabras, pero nosotras sí. Una de las enfermeras comenzó a hablar de ella. Decía que se las iba a desquitar por una esquela. La enfermera no la conocía, solo quería hacerla sufrir por ser de la policía. Me pareció aterrador e inhumano ese trato».
Entre el agua fría, los baños sin privacidad y el diagnóstico
«Después de permanecer mis primeras horas internas, sonó la radio a las cinco de la mañana y las luces de aquel lugar se encendieron.
Me indicaron que debía pasar a bañarme. No esperaba el espacio condicionado pero si un poco de privacidad. Nos daban un pedazo de jabón a veces shampoo y crema. Una de las enfermeras me dijo que debía pasar a ducharme a la vista de todas. Yo sentía pena que me vieran, dejar mi cuerpo frente a ojos de extrañas me causaba intriga, pena y dolor. Quería llorar y volver a casa.
Después de bañarme y no tener ropa interior, llegó un doctor y comenzaron de nuevo las preguntas. Preguntas y preguntas.
Ese día si mal no recuerdo me tocó ingresar a la sala con la psiquiatra. Otra mujer sin empatía. Cuando ingresé a la sala habían varias personas: una trabajadora social, el doctor, practicantes nutricionista, una psicóloga y una enfermera.
Me hizo ruido tanta gente. Era exponerme ante otras personas a las que quizás solo les movía la obligación de su trabajo y no la vocación.
La psiquiatra preguntó cómo me sentía y dije que bien. Su respuesta: «todas dicen lo mismo al siguiente día». «Acá te vas a quedar otra semana más». Eso fue todo.
Al salir lloré. Ya no quería estar interna. Ya no quería ser paciente.
Me tomaron varios exámenes. Ingresé dos veces con la psicóloga durante mi estadía y nadie daba razón de mi diagnóstico. La enferma desconocía su enfermedad. ¡Irónico no!
Antes de salir del encierro supe que me diagnosticaron con un trastorno bipolar y una depresión severa. Para la bipolaridad, Litio; para la depresión Fluoxetina y para la noche, Lorazepam».
Las mujeres que conocí
«Podría alargar el texto y detallar distintos abusos pero me detendré un poco a recordar la convivencia y el amor que recibí por mis compañeras, algunas hoy amigas.
Pasé de Aislamiento a Cuidados Intermedios. Nunca estuve en Ambiente, la última instancia. En Cuidamos Intermedios se vigilan a las personas que han intentado suicidarse. Ese era mi caso y aunque no tomé una cantidad exagerada de pastillas ya existían antecedentes y la acción era un detonante del por qué había llegado a ese lugar.
Cuando me trasladaron a la otra sala, tenía la posibilidad de salir al patio después de almuerzo. Desde las doce hasta las cinco con una pausa a las dos en punto para tomar el medicamento.
Caminábamos alrededor del lugar. Hablabamos de nuestras vidas afuera y la urgencia de recobrar la libertad. Jugábamos pelota, cantabamos y bailabamos.
Había una interna con una voz hermosa. Nos cantaba y nos alegraba el día. Otra interna tenía unas manos mágicas y nos hacía trenzas. Se hacían unas filas para que nos peinara y ella lo hacía con dedicación. Otra nos maquillaba. Sí, a veces nos prestaban maquillaje que pasaba de boca en boca y de rostro en rostro. Otra interna nos hacía reír con sus ocurrencias. Y así, cada una tenía una pincelada de alegría que aportar en aquel encierro.
Yo me había llevado dos libros: Elena Sabe de Claudia Piñeiro y La Peste de Albert Camus. El último casi tan prohibido como las lágrimas. Los leía en los tiempos permitidos.
A las cinco mirábamos novelas. Ese momento era nuestro. Gozamos con Betty versión mexicana, la Rosa de Guadalupe y otra novela que no recuerdo su nombre.
Sabiamos que en un momento, la despedida llegaría. Entonces nos pusimos creativas y compartimos nuestros números. Al salir, nos contactamos y algunas amistades hoy se mantienen. Es bueno reconocerlas y tenerlas cerca.
A todas nos pareció un poco extraño que nuestro diagnóstico fuera el trastorno bipolar. Nos preguntábamos si en realidad esa era nuestra enfermedad porque no había un abordaje profundo individual».
La salida
«Cuando ingresé por segunda vez con la psiquiatra me dijo que debía seguir una semana más. Volví a llorar pero solo a los ojos de las otras internas. Si nos veían con lágrimas era un retroceso y no parte del proceso.
Habían días que me preguntaba cómo seguía la vida afuera. No sé permitían visitas. A veces llamaban preguntando por mí pero casi nunca me enteraba.
Escuché, observé y sentí malos tratos. También miré la bondad de cuatro o cinco enfermeras. Hay una de ellas que siempre la recuerdo con cariño. Fue muy especial con todas.
El día 18 me abrazó. Entré a la sala, la psiquiatra habló y preguntó que había aprendido. Contesté que reconocía ser mi propia planta y que debo cuidarme. Quizás fue un discurso del momento. El cuidado personal no solo pasa por lo individual hay diversos factores que nos atraviesan.
Las otras internas me abrazaron; fue un abrazo sincero. Algunas se quedaron más tiempos, otras salieron el mismo día. Lo que puedo asegurar es que ninguna desea volver a ese lugar.
Aquel lugar significó algo. Aún sigo preguntandome qué.
Aquel lugar necesita presupuesto, necesita cambios en su manera de operar y tratar a las internas.
Aquel lugar no puede seguir siendo ese lugar.
Ese lugar llamado hospital psiquiátrico no debe condicionar el llanto, no puede censurar las emociones, no debe sujetarte. Debe ser un lugar para hablar, soltar y abordar las enfermedades de una manera integral. No puede ser un espacio que produce miedo y al que no querés volver en las crisis. No puede ser ese lugar«.
Luisa Macedo Franco es orgullosamente arequipeña y la primera mujer vulcanóloga del país.
Gracias a un convenio entre la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (UNSA) y las Naciones Unidas elaboré el primer Mapa de Peligros del Volcán Misti. Es así que me consagré como la primera mujer vulcanóloga en el Perú. Durante mis 30 años de carrera me he enfrentado constantemente al machismo. Desde que empecé a estudiar Ingeniería Geológica en la UNSA me decían algunos compañeros que las mujeres no debíamos estudiar estas carreras, que debíamos dedicarnos a buscar una pareja o que incluso yo le quitaría un puesto de trabajo a otro estudiante varón. Frente a la sociedad machista en la que me desarrollé profesionalmente decidí seguir creyendo y luchando por mis sueños. El apoyo y enseñanzas de mi familia me permitieron con mucho esfuerzo lograr cada uno de ellos.
De ésta manera al graduarme como ingeniera Geóloga me especialicé en el manejo de emergencias volcánicas en Japón. Como resultado logré organizar cinco simulacros de evacuación por erupción volcánica. Empezamos en 2009 en el distrito de Alto Selva Alegre, en la ciudad de Arequipa. En ese entonces mis colegas creían que sería imposible hacerlo porque necesitábamos la participación de la población, el transporte, los colegios y los centros de salud. Sin embargo, trabajando arduamente y con la ayuda de las autoridades logramos que los vecinos tomaran conciencia de la importancia de la prevención.
Tras varios años siendo investigadora me planteé qué podría hacer para que la información que obtuve durante los proyectos de investigación llegara a las manos de más personas. Es así que nace el libro “Huaynaputina: el día que despertó el volcán”. Un cuento científico que narra la erupción de este volcán en Moquegua, el 19 de febrero de 1600, donde más de 50 poblados fueron sepultados. Nuevamente con el apoyo de UNESCO logramos realizar la diagramación y dibujos en acuarela para que fuera más dinámico. Además, con la ayuda del Servicio Geológico de los Estados Unidos logramos imprimir y repartir 7 mil libros a niños de 10 años de edad que vivían cerca de las zonas afectadas para que comprendieran lo que significa vivir cerca de un volcán activo.
Fotografía cortesía de Luisa Macedo
Actualmente soy directora del Observatorio Vulcanológico del Sur del País (OVS) a cargo del Ingemmet (Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico). Me siento muy agradecida de tener ésta responsabilidad y contar con un gran equipo de trabajo. En el OVS estudiamos y vigilamos la actividad de los nueve volcanes activos del Perú. En la región de Arequipa tenemos al Misti y el Sabancaya. Mientras que en Moquegua monitoreamos el volcán Ubinas y el Ticsani, con el fin de prevenir y alertar sobre los peligros volcánicos.
Quiero invitar a todas las mujeres a participar más en las geociencias. Necesitamos más científicas que sean sensibles con su entorno, que les guste la investigación y que trabajen por el bien de nuestro país. Tenemos que seguir enfrentándonos a los estereotipos y prejuicios y demostrar con nuestro trabajo que somos igual de capaces de lograr lo que nos propongamos.
Perla Núñez es una joven mexicana de 32 años, con diagnóstico de bipolaridad tipo II. A través de su cuenta de Instagram (@babademolusco), ella sensibiliza acerca de lo que significa ser bipolar día a día.
Mi nombre es Perla Marisol. Me diagnosticaron con trastorno bipolar (PMD) hace 5 años. Yo tenía 27. Presenté síntomas antes, desde los 19 o 20, pero no tenía idea de que se trataba de un trastorno. Era muy malo. Encuentro que los episodios depresivos, al menos a mí, eran lo que más me afectaba. Eran el infierno. Mezclados con las hipomanías…Fue terrible vivir así por tanto tiempo.
El tratamiento es complejo. No son analgésicos que tomas e impactan a la media hora. Tiene un efecto a largo plazo, requiere de mucha paciencia. Además, es individualizado, es como crear un cóctel para cada quien: el mío no necesariamente le va a funcionar a los demás. En cuanto al precio, es costoso. Vivo en un pueblo pequeño. Tengo que trasladarme a ciudades más grandes para atenderme. La salud mental sale cara.
De hecho, luego de que me diagnosticaron, no cambió mucho la forma en que me relacionaba con los otros. No le di la importancia debida a mi enfermedad… como que la minimicé. Me responsabilicé en serio cuando la gente a mi alrededor se puso más culera. Cuando comenzaron a decirme: “estás loca”, «no te pasa nada» o «tú te lo inventas«. Era difícil, porque en verdad tenía mucho miedo de hablar. No salía a la calle. A parte de que estaba sedada, porque me había medicado mal, me asustaba oír comentarios malintencionados.
El principal era el de la flojera. Que yo era una floja, que decía lo delPMD para no hacer nada. Para no continuar con mi vida laboral o con mi vida en sí. ¡Eran muy hirientes! Por eso, conversar con las personas me fue paulatino. Al principio me escondía. No iba ni a la puerta de mi casa. Me dañaron mucho con los estigmas. También con la otra cara de la moneda, el estereotipo de las hipomanías. Te conviertes en una persona ‘demasiado extrovertida’. Porque sientes que puedes hacer cosas sin pena. Cosas que tú… o sea, que yo jamás haría. Eres la loca, la irresponsable, la niña rebelde, la egoísta, la que hace todo para llamar la atención. Eso eres para el mundo, un prototipo tipiquísimo, como el de floja. Lo peor es que esto lo comentan también tus allegados. Familiares, vecinos, amigos. Repito, mi pueblo es pequeño. Aquí, todos se enteran de todo. Yo recibí opiniones por todos lados, pero a mí nadie me escuchaba.
Estaba harta de eso. De que me ignoraran, de que me minimizaran. Necesitaba que me oigan, que me lean. Por eso creé la cuenta en Instagram con un nombre anónimo (@babademolusco). Decidí no mostrar mi cara, solo compartir lo que siento. «Si alguien me lee, bueno. Si no, pues ya lo saqué«, me dije. Así inicié. Para mi sorpresa, la gente respondió entusiasmada. «No manches, me pasa lo mismo«. No sé por qué, hasta entonces, no se me había ocurrido que había más pacientes con el mismo diagnóstico, con trastorno bipolar. Fue un grandísimo apoyo, porque conocí mejor la enfermedad.
He tenido muchas recaídas, ¿sabes? El hecho de obtener ese feedback y pues, ¡platicar!… Compartir experiencias es algo que me ayudó a cambiar para bien. La red de apoyo es necesaria. Si vas al psicólogo o al psiquiatra y regresas a una casa en la que recibes malos tratos, pues de nada te va a servir la terapia. O, bueno, vas a retrasar la mejoría.
Estoy inmensamente agradecida con mis seguidores. Siempre me agradecen por compartir, pero en realidad, soy yo quien debe dar las gracias a ellos, por leer. Eso es algo que me ha ayudado mucho: sentirme leída. Es algo así como: «Güey, al fin me escucha alguien que no es ni el psicólogo ni el psiquiatra. ¡Y se siente muy chido!».
Si quieres escuchar esta historia en la voz de la autora, haz click aquí.
Luciana Torres es una trabajadora sexual. A pesar de que su zona es la cuadra 2 de la avenida Petit Thouars, el pasado 26 de febrero unió su voz a las de sus compañeras desde el Centro de Lima por cuatro mujeres como ella que fueron asesinadas durante la última semana: dos de ellas en el Jirón Zepita y otras dos, en Puente Nuevo, El Agustino.
Al grito de “¡Ni una trabajadora sexual menos!”, integrantes del colectivo Rosas, Mujeres de Lucha, el Movimiento de Trabajadoras Sexuales del Perú, el Sindicato de Trabajadoras Sexuales del Perú, la Plataforma Latinoamericana de Personas que Ejercen el Trabajo Sexual, la Asociación de Trabajadoras Sexuales Miluska Vida y Dignidad, y otras compañeras feministas se autoconvocaron desde las 4 pm para que su grito conjunto sea escuchado.
Como se dio a conocer, los autores de los asesinatos fueron las mafias de cobro de cupos, quienes desde hace más de siete años demandan dinero a las trabajadoras sexuales por la ocupación de las calles en distintos distritos de Lima. La problemática se agrava al considerar que no hay un marco legal que tenga como objetivo distinguir el trabajo sexual de la trata de personas o proteger a estas mujeres de las mafias que lucran con sus vidas. Como Luciana cuenta, solo las ven como moneda de cambio.
“Estamos pidiendo que no se cobre cupos acá en el Centro de Lima. Estamos pidiendo que no haya más mafias que asesinan, lamentablemente, a personas que necesitan trabajar y dejan huérfanas a sus hijas. Queremos que no nos maltraten, porque nosotras nos dedicamos a esto y sabemos y entendemos que no es fácil la vida. No más delincuencia, no más asesinatos a nosotras que, a diario, tenemos que trabajar para sobrevivir y subsistir”.