La trata de personas tiene rostro de mujer: ¿Cómo maneja el sistema judicial este delito?

La trata de personas tiene rostro de mujer: ¿Cómo maneja el sistema judicial este delito?

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Las víctimas pocas veces se sienten escuchadas y temen que sus casos no trasciendan judicialmente.

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La trata de personas es uno de los delitos más crueles y complicados. Vulnera los derechos básicos del ser humano y comprende, además, una cadena de otros hechos delictivos. En un último informe, la Defensoría del Pueblo y la ONG CHS Alternativo alertan que el sistema judicial necesita un enfoque de género al abordar este ilícito, que afecta a cientos de niñas y mujeres. Los especialistas señalan que las víctimas pocas veces sienten que su voz es escuchada y que sus casos pueden trascender jurídicamente.  

Cuando Lucía tenía 17 años, ella veía como sus amigas entraban a un cuarto y salían con bastante dinero. Le llamaba la atención lo “fácil” que era conseguirlo; así que se involucró. Su vida empezó a desvanecerse “en madrugadas de fiestas, alcohol y sexo con hombres que ella y sus amigas llamaban puntos. 

Un día no llegó a su casa como solía hacer siempre. Varios días después fue a la casa de su amiga, quien dio aviso por teléfono a su mamá que la buscaba desesperada. Enterada de lo que había sufrido su hija, ella misma la llevó a la comisaría. Ahí la atendieron miembros de la policía especialista en trata de personas. Luego, fue llevada a la UPE (Unidad de Protección Especial de Menores). Finalmente fue trasladada a un albergue especializado en recibir a víctimas de la región de Loreto. “Si no me hubieran rescatado, ahora no sé dónde estaría yo”, dijo. Este caso fue contado en el reportaje «Esclavas sin cadenas» de la periodista Lourdes Fernández, en el Diario El Comercio. La historia de Lucía es la de muchas otras víctimas de trata de personas.

En Perú, entre el 2012 y parte del 2019, se registraron mediante diferentes agentes estatales más de 12 mil denuncias por delito de trata de personas, según el Ministerio del Interior. Eugenia Fernán, Primera Adjunta de la Defensoría del Pueblo, declaró en la conferencia virtual “Abordaje judicial de la trata de personas”, que este delito es un fenómeno mundial que representa una de las peores formas de explotación. “Es una grave violación a los derechos humanos en cuanto vulnera la esencia de la persona, su esfera más íntima, su dignidad, libertades fundamentales e integridad”, agregó la experta.

Aunque la principal forma de explotación es la sexual, este delito no se limita a esta, pues también contempla el trabajo forzoso, la esclavitud, la servidumbre doméstica, la mendicidad infantil, la extracción de órganos, entre otros. 

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En un esfuerzo colaborativo, la Defensoría del Pueblo junto a Capital Humano Social Alternativo (CHS) y U.S. Agency for International Development Perú (USAID), revisaron 120 expedientes judiciales, entre el 2005 y 2017, referidos al delito de trata de personas procedente de 14 regiones del país. El informe concluye, principalmente, que en la mayoría de las sentencias judiciales, de los casos revisados: se considera la dignidad como el bien jurídico protegido en el delito de trata de personas; se tiene en cuenta la vulnerabilidad de la víctima, aunque principalmente solo desde el aspecto económico; y se necesita adoptar enfoques en el abordaje judicial.

La relevancia de elaborar y tener en cuenta este informe se debe a razones esenciales.  “Las víctimas pocas veces se sienten escuchadas y pocas veces sienten que pueden trascender a los procedimientos judiciales y que puedan realmente hacerse sentir en las decisiones que los jueces toman”, afirmó Ricardo Valdés Cavassa, Director Ejecutivo de CHS Alternativo. Por ello, el objetivo de este reporte es analizar y hacer recomendaciones para facilitar el trabajo de los jueces en los procesos judiciales respecto a los delitos de trata de personas.

Este delito tiene rostro de mujer.

A nivel mundial, de acuerdo a la Organización Internacional de Trabajo (OIT), el delito de explotación de personas afecta de forma desproporcionada a mujeres y niñas. Ellas representan el 99% de las víctimas, sobre todo en la industria sexual comercial, y el 58% en otros sectores. Pero también es conocido como el “delito invisible”. “Incluso para las propias autoridades, es muy difícil de poder verificar al tener una cadena, a su vez, de hechos delictivos: que tiene una conducta, que sea a través de medios y tenga una finalidad”, sostuvo Lourdes Fernández, periodista especializada en el tema de trata de personas, en diálogo con La Antígona.

En el Perú, “al menos 7 de cada 10 víctimas de trata de personas son mujeres, y eso es preocupante porque revela, a su vez, problemas estructurales como el machismo impregnado en la sociedad y también una falta de capacitación para poder aplicar el enfoque de género en los procesos judiciales”, explica Fernández.

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Proceso judicial: Elementos a tener en cuenta

El informe evidencia que el principal criterio en el proceso judicial, refiere al bien jurídico. El mismo que, actualmente, es la dignidad, a diferencia de años anteriores en los que se ponderaba la libertad. La dignidad humana entendida como “la no cosificación de la persona”, señaló Percy Castillo, Adjunto para los Derechos Humanos y Personas con Discapacidad de la Defensoría del Pueblo, en entrevista con La Antígona. Esta evolución es importante pues de considerar la libertad como bien jurídico, se podría generar impunidad, como ejemplifica una de las determinaciones judiciales revisadas:

A pesar de que una menor era explotada sexualmente, se argumentó que el delito de trata de personas no se habría configurado. Ya que ella podía salir por una hora del bar en el que trabajaba. Consecuentemente, no se encontraba retenida y su libertad personal no había sido vulnerada”.

Por otro lado, el informe demuestra que existe una necesidad de transversalizar la perspectiva de género en todo lo que signifique la investigación judicial. Aun cuando “se reconoce que en el análisis de las sentencias, no se encontraron los llamados estereotipos de género que en general buscan desacreditar a las víctimas en beneficio de los tratantes”, sostuvo Marisol Perez, Jefa de la Oficina de Gobernanza y Fortalecimiento Institucional de USAID Perú.

​En este contexto, en el que más del 90% de víctimas son mujeres -entre adultas y niñas y adolescentes- resulta sumamente importante que “los procuradores de justicia tengan claro que los estereotipos de género son construcciones sociales que subordinan al género femenino por lo que no pueden ser utilizados para determinar la comisión del delito de trata de personas”, indicó Castillo. 

El estudio también destaca la relevancia de las condiciones de vulnerabilidad de las víctimas. De acuerdo al Marco 2002/629 JAI, decidido por la Unión Europea referente a la lucha contra la trata de personas, “son aquellas situaciones en las que la persona no tiene una alternativa real y aceptable, excepto someterse al abuso”. Dichas situaciones no se limitan al ámbito socioeconómico -con ausencia de medios de subsistencia, pobreza extrema y/o carga familiar. Ahora, involucran también aspectos de inestabilidad emocional, por ejemplo. De forma que los tratantes toman ventaja de ellas y captan a sus víctimas a fin de someterlas y convertirlas en objetos de explotación. 

La trata de personas y la pandemia

En general, es relevante tener en cuenta el hecho y el motivo por el que las víctimas son mujeres. Como indica Fernández, la mayoría de víctimas de trata son mujeres. Esto, “porque hay una desigualdad de género, evidente, que se visualiza y se revela también en las pocas opciones laborales, económicas y profesionales. Así mismo, aún tenemos las mujeres en el país. Entonces eso las hace mucho más vulnerables, a las víctimas”.

Debido a que el principal método de captación de trata de personas son las falsas ofertas de trabajo, considerando el contexto de la pandemia del COVID-19, Valdés explicó que prevé que las condiciones de vulnerabilidad estén más presentes que nunca. Es así que los porcentajes de pobreza se han ido incrementando. Hoy se calcula que habrán 1 millón 200 mil empleos perdidos sólo en la capital peruana. En esa línea, Castillo manifestó que es importante trabajar en la parte preventiva. Es decir, reunir “todos los esfuerzos que ilustren la forma como trabajan estas organizaciones delictivas y prevengan a las mujeres. Sobre todo, porque son las principales víctimas”, agregó.

Asimismo, se debe tener en cuenta el tema de género, los contextos de desigualdad que existen y vuelven más vulnerables a las víctimas. “Los esfuerzos estatales están más orientados al tema de poner la sanción. Esto es correcto, pero muchas veces se le pierde el rastro a la víctima”, concluyó Castillo. Muchas veces se cree que liberándola del captor la víctima ya es libre, cuando no es el caso. Las secuelas y traumas que dejan este tipo de situaciones, probablemente, nunca abandonen a la víctima.

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Griela Pérez: «Vamos a empollerar el mundo»

Griela Pérez: «Vamos a empollerar el mundo»

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Griela Pérez es la mujer detrás del éxito de “Las Polleras de Agus”, el emprendimiento de moda sostenible que tiene como misión revalorizar la identidad peruana a través del arte textil y generar, al mismo tiempo, oportunidades de trabajo a comunidades locales vulnerables. Como a todos, la crisis que desencadenó el coronavirus afectó este proyecto. Sin embargo, encontró en la producción de mascarillas bordadas una forma de continuar. 

“¿Por qué la gente no valora?”. Esa fue una de las preguntas que se hizo Griela Pérez cuando inició este emprendimiento que, como dice ella, “surgió sin querer”. En el 2014, fundó “Las Polleras de Agus”, un proyecto que nació para reforzar un lazo de amor entre madre e hija y se ha convertido en un lazo de amor entre los productores y los compradores. Todo empezó con una pollera.

“Ella estaba súper linda, súper orgullosa con su pollera, cuando una señora me dijo ‘por qué la has disfrazado de chola’. Fue como un flechazo. Me cuestioné ¿disfraz? ¿chola? Y dije: no, acá estamos todos equivocados”

Las Polleras de Agus -liderado por Griela- es un emprendimiento de moda, certificado por Empresa B, que avala “la posibilidad de perseguir el triple impacto: el económico, el social y el ambiental. Junto a artistas populares ubicados en talleres con poca capacidad de producción, y en diferentes comunidades alejadas y vulnerables alrededor del país, co-crean las prendas de Las Polleras; y promueven la identidad cultural mediante la revalorización de la textilería peruana así como de técnicas tradicionales. Este proyecto impulsa el efecto ambiental positivo y el desarrollo económico y social de dichos artistas, a través de prendas elaboradas a mano con textiles reciclados o naturales.

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Griela junto a Faustino Mamani en su taller en Quispicanchis, Cusco

La mujer que empollera el Perú 

Griela, cusqueña de nacimiento, con un fuerte vínculo al arte y curiosa por la cultura, cuenta con una extensa trayectoria en el diseño desde hace más de 15 años. Ha trabajado con artistas populares y también ha hecho investigación del arte de distintas zonas del Perú, cuando su esposo se trasladaba de una ciudad a otra por trabajo. 

En el 2014, ella vivía en Huánuco y ya tenía a su primera hija Agustina, quien fue la razón de este proyecto. La búsqueda de unir la maternidad, el anhelo y el amor por su ciudad natal, llevó a Griela a querer acercar a su hija con sus raíces a través de una pollera, que es para ella un símbolo de resistencia ante la colonia. “Esta prenda representa una imposición extranjera que nuestros antepasados han sabido reinterpretar a su manera. Porque estas faldas que nos trajeron se convirtieron en lienzos que cuentan historias llenas de color”, explica a La Antígona. 

“Hemos logrado que las mujeres no solamente se centren en el tema de yo tejo, yo hilo. No. Yo soy la administradora del hogar también, yo gano mi plata”

Griela cuenta que al empezar su proyecto también buscó conocer la historia de los artistas que estaban detrás de cada producto. En años anteriores, no se visibilizaban ni valoraban sus propios trabajos. “La gente ya no usaba cosas tan lindas hechas por sus manos”, dice.

Para Griela, el por qué y en qué momento se rompió el amor por los bordados y sus tradiciones, el por qué de esa desconexión, responde a distintos factores como el racismo, la educación, entre otros males sociales. Ello, considera, hace que no se valore lo propio y no se continúe con el legado. Una vez, recuerda, llevó a su hija Agustina al estadio usando una pollera. En ese momento encontró la respuesta: “Ella estaba súper linda, súper orgullosa con su pollera, cuando una señora me dijo ‘por qué la has disfrazado de chola’. Fue como un flechazo. Me cuestioné. ¿Disfraz? ¿Chola? Y dije: no, acá estamos todos equivocados”.

“Esta prenda representa una imposición extranjera que nuestros antepasados han sabido reinterpretar a su manera, porque estas faldas tan aburridas que nos trajeron se convirtieron en lienzos que cuentan historias, llenas de color”

Desde Las Polleras de Agus, Griela busca contrarrestar esta situación al co-crear con artistas populares de zonas vulnerables. «Están olvidados por ahí en sus comunidades con pocas posibilidades de acceder a un mercado local y mucho menos internacional”, explica ella.

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Genaro Quispe y Oscar Soncco, artistas populares

Junto a 23 familias de artistas populares de seis regiones del país, entre costa, sierra y selva, preservan tradiciones y revalorizan el arte textil peruano con el objetivo de reducir la brecha de identidad que existe en los peruanos y los mismos artistas. Además, reduce  la dificultad de venta. “Acercamos a estos artistas a ese público que valora todo lo que nosotros somos. Damos valor a los bordados y visibilizamos a los artistas que están detrás. Es una fuerza integral por mantener viva nuestra cultura. Así que vamos a empollerar el mundo”, dice Griela.

Una fuerza integral que no solo visibiliza al artista popular, sino que además empodera a las mujeres. En la sierra, generalmente, quienes bordan y administran la economía en una familia son los hombres. Griela junto a su equipo han roto dicho esquema patriarcal. “Hemos logrado que las mujeres no solamente se centren en el tema de yo tejo, yo hilo. No. Yo soy la administradora del hogar también, yo gano mi plata. Entonces, sí o sí, en nuestro equipo, los hombres tienen que incluir a las mujeres, de alguna manera. Si no es en bordado, tiene que ser en costura, sino en la administración. De esa forma, ahora, la mayor parte de mujeres son las administradoras”, señala. 

Frente a la pandemia

Sin embargo, todo pareció tambalearse momentáneamente con el impacto de la pandemia por el COVID-19. Al inicio, Griela lo tomó como un tiempo para replantear sus ideas. Pero, a medida que pasaba ese tiempo, la vida se hacía más incierta. Era inevitable sentir temor y preocuparse. Los artistas ya iban más de un mes sin trabajo. “Me dio temor poder fallarles, porque son parte de la familia”, dice. 

Entonces, desde Las Polleras, pensaron en qué hacer para ayudarlos y, acorde a su línea de trabajo, la solución fue clara: elaborar mascarillas. El objetivo era producir algo para favorecer a los artistas y el uso de las mascarillas para prevenir el contagio del COVID-19 estaban a la orden del día. Pero no decidieron crear cualquier mascarilla, sino una con impacto social y ambiental. Así nació la campaña «Nos han tapado la sonrisa, pero podemos mostrar nuestra identidad”. 

“Acercamos a estos artistas a ese público que valora todo lo que nosotros somos. Damos valor a los bordados; pero, principalmente, visibilizamos a los artistas que están detrás. Es una fuerza integral por mantener viva nuestra cultura”

Esta campaña ha sido  creada junto a artistas populares de las ciudades de Cusco, Arequipa, Ayacucho, Ancash y Lima. Y se ha producido de la manera más consciente: reutilizando la merma textil que tenían. “Nosotros no imponemos los diseños, solo mejoramos acabados; pero es pura inspiración suya. Y [sobre] la sostenibilidad, todo lo que consumamos tiene que tener una historia atrás y ser valorado”, afirmó Griela. 

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Artistas populares Oscar y Alicia Soncco bordando mascarillas.
Fuente: @laspollerasdeagus

Griela y los artistas ya trabajaban virtualmente así que estaban preparados para todos estos meses de cuarentena y aislamiento social. Quienes no tenían señal sabían que tenían que ir a una zona a determinadas horas del día. Es así que la distancia no fue realmente un reto. El verdadero y mayor desafío lo tuvieron desde el inicio del proyecto: cambiar mentalidad y hábitos de consumo. “Enseñarle a la gente que tiene que consumir local, identidad, y valorar lo nuestro”, precisa. 

Superar estos retos con resiliencia frente al COVID-19 no ha sido fácil. Griela cuenta que no tiene ayuda en casa.  “Al ser mamá, ser esposa, ser hija y ser emprendedora, no encuentras los horarios. Entonces al inicio, sí, era una pausa, pero luego se extendió. Así que esto tenía que seguir, no podía parar porque tenía mucha gente atrás. Y también para enseñarles eso a mis hijas. Quiero que sean luchadoras”, reflexiona la empresaria cusqueña.

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NUNCA PENSÉ QUE IBAN A CERRAR LA FRONTERA Y QUE NO IBA A PODER REGRESAR

NUNCA PENSÉ QUE IBAN A CERRAR LA FRONTERA Y QUE NO IBA A PODER REGRESAR

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Estudiante. 22 años.

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Nací en Cusco, pero hace años me mudé sola a Lima para estudiar en la universidad. Mi familia aún vive allá. Estar lejos se siente diferente.

A principios de enero me fui de intercambio estudiantil a la ciudad de Rochester, en Nueva York. Tenía planeado quedarme hasta la mitad de mayo, pero cuando estalló la pandemia por el COVID-19, todo cambió. Nunca pensé que iban a cerrar las fronteras y que no iba a poder regresar. 

En Estados Unidos vivía dentro del campus universitario. Los primeros meses todo estuvo bien. Sin embargo, cuando se anunció que el coronavirus estaba avanzando en el mundo, en abril, unos compañeros de intercambio solicitaron que las clases sean online. Yo pensé que estaban exagerando, pero me equivoqué. Días después, la universidad envió un comunicado indicando que las clases continuarían de manera virtual e iban a cerrar todas las instalaciones, lo que incluía los dormitorios también, donde yo vivía. Aunque, como estudiante extranjera, me dieron un tiempo de gracia, prácticamente de un día para el otro ya no tenía un lugar para quedarme. Fue muy fuerte ver interrumpidas todas mis expectativas y planes que tenía por cumplir. 

Al saber que pronto sería desalojada, me comuniqué con diferentes aerolíneas: todas me respondieron que no tendrían vuelos hasta mayo. Supe que había vuelos humanitarios; me empadrone en la embajada de Perú y llamé muchísimas veces, pero por el incremento de los  contagios no estaban habilitados los vuelos desde Nueva York. Pude contactar a una persona de Houston que me dijo: “pasado mañana va a haber un vuelo, si quieres vienes”. Me sentía confundida pues regresar a casa dependía de un vuelo que no estaba confirmado. Aún así, me arriesgué y viajé. Lo único que sabía era que el vuelo que me regresaría a Perú saldría a las siete de la mañana.  No tenía puerta de embarque ni aerolínea ni nada. Todo era incierto. Tan desesperante.

En el aeropuerto de Houston, encontré otros peruanos, pregunté, y obtuve la puerta de embarque. El avión tenía espacio para 300 peruanos, pero en la sala de embarque éramos muchísimos más. Me acerqué al counter y ellos confirmaron mi mayor temor: no tenían registrado mi nombre. Rogué al encargado que me incluyera. No tenía a dónde ir. Estaba sola en Houston, lejos de mi país y mi familia. Me dijeron que esperara, que si no llegaba alguien, yo podría ocupar su lugar. Éramos varios, los que no estábamos registrados y esperábamos alcanzar algún espacio. Finalmente no llegaron varias personas, así que, pudimos ocupar sus lugares y subir al avión.

Al llegar a Perú, me llevaron a un hotel para pasar la cuarentena. Pasé 14 días en aislamiento y luego me fui a la casa que tengo en Lima, resignada a pasar los días que durase el estado de emergencia sin mi familia. Así estuve un par de semanas más hasta que me enteré que había una forma de viajar a provincia, a pesar de que no se podía, porque era ilegal, las fronteras estaban cerradas para el transporte interprovincial. Nuevamente me arriesgué. El precio fue carísimo, además de peligroso, pues ir en una camioneta de tres filas y cinco personas junto al chofer, con pases ilegales, no era nada seguro. Pasamos unos ocho controles policiales y en algunos tuvimos problemas. Pero finalmente, tras esta odisea, pude regresar a mi hogar en Cusco y ahora estoy junto a mi familia.

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