“Baleada, pero viva”, así define la cantante y compositora Dafne Castañeda a Posguerra. Este EP se posicionó como uno de los mejores del año que pasó y ha hecho más conocido el trabajo de la artista en la escena musical alternativa peruana. Desde la composición de las primeras canciones de esta producción hechas en Pichanaki, ubicado en la selva central del país, pasando por su escena hip hop hasta la importancia de hacer lo que nos gusta frente a las actividades que nos atan al capitalismo, ella conversa con La Antígona.
Me cuesta asimilar todas las felicitaciones. Si bien he estado tocando con guitarra y voz desde hace un buen tiempo, ahora recibir atención por algo que se ha hecho con mucha dedicación es muy abrumador, a veces raro. Ha sido un trabajo de un año y algo más con Daniel Quiñones y Mynezza Morales, que son los productores del disco. Nosotros también queríamos que el disco fuera una experiencia por sí misma. Se ha logrado y estoy muy agradecida.
¿Qué podemos encontrar en Posguerra?
Son siete canciones que hablan de fracasos amorosos y conflictos internos. Hay muchas texturas de sonido y paisajes sonoros. También hay un trabajo en cómo manejar las letras, que es un ejercicio de composición que vengo aplicando desde hace muchos años: hacerlo de manera directa, a veces entrar en metáfora, pero no usar cosas tan complicadas. Es como si le contara a un amigo. Estoy contenta con el resultado. Tengo todavía más canciones qué lanzaré próximamente.
¿Por qué ponerle Posguerra al EP?
No tenía un nombre desde el comienzo, preferí buscarlo al final. Quería escuchar las canciones para poder tener una idea de qué podría resultar. No creo que este sea un disco conceptual, aunque hay personas que me lo han dicho. Este año me sentí como en una guerra. Tiene sentido también porque las canciones hablan de pelear con uno mismo, de sacar a luz cosas. Si te das cuenta, la portada tiene luces y me veo deteriorada, como salir de una guerra baleada, pero viva. Me da mucho sentido. Después de la guerra, vienen los cimientos para crecer más, para hacer lo que venga. No preparo nada, siempre soy muy espontánea. Todo lo que vivo y lo que vive la gente que está alrededor de mí me inspira.
¿Cuáles son tus influencias para hacer este trabajo?
Son muy variadas. Me he criado con Uranio 15, OK TV, jaja [canales peruanos de música, muy populares a inicios de los 2000]… con la televisión en general, no me avergüenza decirlo. Entonces, tengo ese chip de pop de los 2000 en Posguerra, como Javiera Parra. En influencias musicales, está la electrónica. Es un género que me parece muy libre, tan hermoso como la música clásica. (Los especialistas) consideran el disco como un art pop: un pop más artístico, más elaborado, más trabajado. Hay canciones diversas.
Trato de ver los géneros musicales como emociones. Si tengo que gritar algo, tengo que decirlo de una forma tal vez violenta, y el sonido también tiene que ser violento. Veo las cosas como teatro, drama. Hay gente que me dice que tiene bastante de Björk, y lo tiene. Es una de mis artistas favoritas. Hay beats [ritmos que se repiten] que también son similares al trap, que es parte de la música electrónica. Definirme es complicado, pero yo lo resumiría en un art pop.
Vienes trabajando desde el 2017 de manera solista…
Viví tres años en la selva central, en Pichanaki. Antes de ello, tenía una banda de punk melódico, se llamó Fábula. La banda terminó y me fui a vivir a la selva central. Ahí cambió toda mi perspectiva con respecto a la música, totalmente. Empecé a escribir de una manera más personal, con la guitarra y yo. La música siempre está ahí, ¿sabes?, siempre ha estado ahí. Tenía momentos malos, pero la música estaba ahí. Decía que la música la estaba viendo como un hobby, pero no, es una pasión. Valorar la forma de expresarme a través de la música ha sido una de las mejores decisiones que he tomado.
Yo regreso a Lima con el fin de hacer un disco, que es Posguerra, y ya. Me parece muy loco. Las canciones que están en Posguerra han sido escritas desde hace tiempo también. Solo hay dos temas que se han escrito a finales del año pasado. “Si alguien pregunta” lo escribí en Pichanaki. En 2017, también saqué un EP, que se llama Una banda que no se formó, es lo-fi, hecho de manera casera. Lo escuchas y parece que le faltan instrumentos, jaja. Es una banda que no se formó. Son canciones muy personales. He estado muy acostumbrada a que saco algo y poca gente lo ve, pero salió Posguerra y me ha escrito gente famosa. Me dije “¿Qué está pasando? Solo he sacado canciones y ya”. Me hace pensar que voy por buen camino.
¿Cómo percibiste la escena musical de la selva central? Se habla muy poco de ello
Sinceramente, ahí puedes evidenciar muchas cosas. Cuando vives fuera de la capital te das cuenta que es evidente la falta de oportunidades que existen. La carencia de interés por la cultura es evidente. He tenido muchos problemas para grabar en Pichanaki. No hay salas de música, por ejemplo. No habían lugares para ensayar y, si los había, no cumplían con una calidad óptima. Hay talento, en Pichanaki, en Satipo, en selva central en general, pero ¿cómo tomas las herramientas?
Incluso se ve en las carreras. Había un instituto que tenía cuatro especialidades muy básicas. Yo decía “pero si alguien quiere ser diseñador gráfico, ¿qué pasa? Si alguien quiere ser pintor, músico, veterinario…”, te das cuenta de las opciones que hay y te cortan las alas. Ahí viene ese tema de la gente que se va a Lima para trabajar o estudiar. Yo lo veía. Había personas que conocía que se iban a Lima. Es difícil, porque te separas de tu familia para terminar dando parte de tu vida a trabajar y no compartir con ellos. Eso me hizo pensar mucho.
En Pichanaki también encontré bastante hip hop. Me pareció interesante, es un género que me identifica un montón. Había mucha gente que se organizaba de una manera chévere, pero no era sostenible económicamente. Es como si hiciera una reunión en mi casa y punto. La pasamos chévere, tomamos, pero ¿qué sigue después? Ese es un gran problema de muchos colectivos, inclusive aquí en Lima. La economía es un factor importante para llevar las cosas de buena manera.
Me gustaría volver a Pichanaki. Yo tocaba en un bar covers de pop en español o en inglés. Vivir en un pueblo es muy chevere. Es el único bar allí, entonces todos se encuentran. Me gustaría volver a ir, pero tengo que concentrarme en algunas cosas para volver a hacerlo.
¿Qué viene para Dafne Castañeda?
Ya estoy componiendo para un siguiente álbum o EP. Siempre estoy en ejercicio de componer. Tomo la guitarra todos los días, aunque sea para tocar un par de temas. También estoy más metida en aprender a producir por mi cuenta. Me emociona mucho. Siento que es muy real en el sentido de que no estoy imitando o tratando de hacer que me quieran, estoy proponiendo algo y eso siempre me ha gustado. Lo importante de hacer algo que te guste, en un sistema capitalista como este, es revolucionario, es antisistema. Vivir haciendo lo que te gusta en esta época, es resistencia. Voy a estar apuntando a eso, a expresarse en la manera que desee.
Al próximo año hay más música, se están produciendo dos singles más. Me pueden buscar como Dafne Castañeda en Facebook, Instagram y YouTube. Posguerra está en todas las plataformas digitales. Si desean preguntarme algo, pueden hacerlo tranquilamente. Contesto los mensajes un poquito tarde, pero les contesto y aquí estamos: para hacer música.
Adriana García es comunicadora, trujillana y una mujer apasionada por la producción audiovisual. Emocionada por el próximo cortometraje que grabará junto a su equipo de Plano Errante, concedió un tiempo para conversar con La Antígona. No te pierdas esta crónica relatada por Diandra García.
“Hola, cómo te va…”, inicia el mensaje. Escribe Adriana García Benites, a quien entrevisté hace una semana sobre su camino como mujer trujillana en la producción audiovisual. En aquella ocasión, sentí que algo se escapaba de la entrevista, como si rodeáramos el tema en lugar de tocarlo. En cambio, por chat, Adriana va directo al asunto.
“Estamos organizando una rifa para la grabación de nuestro próximo cortometraje”, explica. Son 12 premios. El mejor no está enumerado: quienes contribuyan formarán parte de los créditos. Entonces, lo supe. Eso faltó en nuestra conversación previa, el final tras el final: los créditos.
Adriana es comunicadora de profesión. Egresó el año pasado de la Universidad Privada Antenor Orrego en Trujillo. Para ella, la carrera es el corazón de su trabajo. “Todo lo que he hecho se centra en la comunicación”, afirma. Ese “todo” es realmente bastante: canto, teatro, organización de eventos, dirección y producción audiovisual.
De hecho, entre 2020 y 2021, Adriana formó parte de la productora femenina Agua Florida y el Festival Itinerante de Cine Latinoamericano Atemporal, proyecto ganador del Concurso Nacional de Proyectos de Gestión Cultural para el Audiovisual. Además, obtuvo una beca en el Programa de Formación para Cineastas Jóvenes del Festival Cortos de Vista. Estos logros acompañan el inicio de su trayectoria en la producción audiovisual, pero ¿qué la inició?
El camino de la producción audiovisual
En 2018, Adriana produjo el cortometraje La cuna de la justicia, premiado por el Festival de Cine Universitario Render. Fue un momento clave para Adriana. Allí se dio cuenta de que lo suyo era la producción audiovisual.
“La premiación fue en Lima. Asistí con otro miembro del equipo, éramos los provincianitos del lugar”, relata ella. Como entusiasta y realizadora, conoce de primera mano las dificultades de hacer cine fuera de la capital. “Son un montón. Desde mi cancha, lo más complicado ha sido encontrar espacios de exhibición y aprendizaje. No tenemos escuelas de cineaquí”.
Una complicación adicional es el género. “He reflexionado mucho en torno a esto, porque la inclusión no es solo crear espacios ‘de mujeres’. La idea es que nadie se sienta excluido”, sostiene Adriana. Su trabajo le ha permitido conectar con distintas personas, perspectivas y pasiones. “Ver cómo luchan por su sueño me ayuda a comprenderme a mí misma”, confiesa.
Adriana resume el impacto que desea para sus producciones en una palabra: emoción. “Cada película es un mundo. No espero que los espectadores cambien su vida porque ven una, pero sí que se emocionen. Que se enojen, rían, lloren… ¡Hay muchas emociones!”, sonríe. Junto a unos amigos, Adriana inició la productora Plano Errante, con la que realizará su próximo cortometraje. De seguro, tan emocionante como el primero.
Los créditos para una productora
Atemporal, iniciativa en la que Adriana participa, recibió hace poco un estímulo económico del Ministerio de Cultura. Adriana cree que esto confunde a la gente. “Piensan: ‘wow, con eso tienes 10 mil ediciones más de tu festival’. ¡Pero no es así! No alcanza para valorar la chamba de todos los involucrados”, lamenta.
Por eso, ella y su equipo emprendieron dos campañas: un crowdfunding en Atemporal y una rifa en Plano Errante. Cuando comenta lo segundo, a través de WhatsApp, soy consciente del valor de los créditos. El sector cultural es uno de los menos priorizados por el Gobierno, y más aún en zonas lejanas a Lima. Adriana, por ejemplo, no tuvo acceso a especializaciones o recursos.
Sin embargo, se lanzó de lleno a su vocación. Entendió que quería trabajar inmersa en arte y cultura. Detrás de las condecoraciones y éxitos recientes, está ese trabajo que abarca a “todos los involucrados”: desde el crew, hasta las entidades de financiamiento y las propias audiencias, presentes también en los créditos.
Con 19 años, Yumiko Tanabe Cáceres ya sabe lo que significa representar internacionalmente a su país. Medalla de oro en la Copa Panamericana Junior 2021, la joven judoca peruana nos cuenta acerca de su lucha contra los prejuicios de género en el deporte y la empatía que este le ha enseñado. El 28 de octubre se celebró el Día Nacional del Judo, es por ello que la judoca peruana se reunió con La Antígona para comentar su pasión por esta disciplina, así como los cambios que esta ha tenido en el país.
Ella lleva practicando judo desde hace 10 años, en los cuales ha tenido experiencias que van desde cumplir con una tradición familiar hasta llegar a representar internacionalmente al Perú. Esta carrera, sin embargo, no es extraña a los retos. Al ser una mujer en un deporte de contacto, los comentarios problemáticos pueden hacerse presentes ocasionalmente. Yumiko Tanabe, no obstante, no deja que este problema la detenga, pues ella confía en sus habilidades y su entrenamiento.
¿Cómo iniciaste en el judo? ¿Qué es lo que te llamó la atención acerca de esta disciplina?
Todo comenzó como una tradición familiar; mi abuelo y mi papá practicaban judo, así que cuando tenía nueve años, me dijeron que me inscribiera en judo en el AELU. Al comienzo, no me gustó porque me daba pereza, pero con el paso del tiempo, empezó a gustarme. Los primeros campeonatos, medallas y reconocimientos me motivaban cada vez más a seguir con el deporte. Ahora, con disciplina y ayuda de mis profesores y amigos, sigo vigente, y todavía tengo para dar.
¿Cuáles son las mejores experiencias que has tenido en tu carrera?
Cuando salgo a representar ya no solo a un club, sino al país entero. Es una experiencia satisfactoria, especialmente si ganas una medalla, independientemente si es de oro, plata o bronce. Una sabe que, detrás de cada combate, hay bastante preparación, pero con el tiempo también te vas dando cuenta de lo que puedes ir mejorando.
¿Cómo has percibido el apoyo del país al deporte?
Con el paso del tiempo, ha mejorado la ayuda. Antes, solíamos tener un espacio pequeño, con cuatro máquinas. Ahora que el apoyo es mejor, tenemos colchonetas más grandes y más espacio para entrenar. También actualmente contamos con fisioterapeutas, nutricionistas y un régimen muy útil. Eso nos motiva significativamente.
El judo, al ser un deporte de contacto, puede tener estigmas relacionados al género de la persona que lo practica ¿Has tenido experiencias relacionadas a este problema?
Practicando en Perú, no tanto. En otros países, separan más frecuentemente por géneros al entrenar, pero aquí lo hacemos de manera mixta. Sin embargo, también he presenciado este problema cuando he visitado otros clubes para clases conjuntas, en donde me han dicho que no puedo entrenar con un hombre porque es más fuerte. Son situaciones demasiado incómodas. Muchos se ríen, pero dentro de todo nos afecta.
¿Crees que entrenar siempre de manera mixta ha afectado tu percepción del deporte?
Yo siempre he tenido un punto de vista muy diferente: pienso que “si él puede hacer esto, ¿por qué yo no?’’. He visto profesores que sí han sido más problemáticos con el tema del género; me separaban a mí por ser mujer. Sin embargo, mi papá siempre me decía que si incluso hay 10 mujeres y 20 hombres, tengo que seguir adelante, porque de eso se aprende. Los dos tenemos dos brazos y dos piernas, y conocemos el potencial que podemos dar. Entonces, a veces peleo con hombres más pesados que yo, y sé que puedo rendir más, porque no se trata siempre de la fuerza, sino del grado de entrenamiento que tienes.
Si bien mencionas que no está tan generalizado, ¿qué harías tú para contribuir a que el problema del machismo en este deporte no siga?
Una vez en un entrenamiento me dijeron “ya pareces hombre’’, en el sentido de que soy fuerte. Yo les enfrenté, diciendo que no tenía sentido lo que decían. Hoy en día, formatear ese chip es muy difícil, porque son ideas cerradas, pero es posible. Se podría tener mucha más gente que piense diferente para que personas con mente cerradas tendrán que cambiar su pensamiento, porque el apoyo a la igualdad de género será más normalizado.
¿Para ti qué significado tiene el judo en tu vida?
Me ha enseñado mucho: desde la tolerancia, la disciplina, el respeto hasta ser quien soy. Yo de pequeña era malcriada, respondona, pero el judo me enseñó valores, me cambió bastante como persona. Más que darme reconocimientos, el judo me ha dado compañerismo, me ha hecho empática. Me gustaría que más gente practique este o cualquier otro deporte, porque te da una disciplina que más adelante te da resultados que te motivan a seguir adelante por ti misma y por las personas que te rodean.
La escritura es un proceso, un desarmado y armado de nuestros pensares y/o sentires. Es un ritual donde nos preparamos avisando al cuerpo, apoyándonos en elementos sin los cuales no podemos escribir. Nos permite hacer comunidad con personas que se volverán tus lectoras. Implica borrar escribir en la misma hoja durante horas. Ese arduo proceso creativo, hoy es comentado por Alejandra Eme Vázquez.
Como escritoras debemos de hacer toda la ruta anterior más enunciarnos desde el ser mujeres. Abordar en torno a las representaciones del espacio doméstico. Todo esto para seguir las vertientes de nuestra escritura como acción afirmativa en sí misma. Por otro lado la escritura es construcción de subjetividad.
Todos estos consejos y conceptos son parte de las mentorías bingo-taller y encuentro de escrituras y cuidados, un proyecto sobre “Pensar lo doméstico”. Se trata de un ensayo que analiza la dinámica de cuidar y ser cuidada. Un proyecto por entregas que busca “hacer la revolución” para asumir el goce, posicionar el apoyo en colectivo. Lo mencionado antes son algunos de los espacios/proyectos a los que ha dado vida: Alejandra Eme Vázquez
Alejandra Eme Vázquez (Ciudad de México, 1980) es escritora, docente, editora, mediadora de lectura y cuidadora. Estudió lengua y literatura. Desde hace más de diez años ha colaborado regularmente como columnista en medios impresos y digitales. Calcula haber publicado, hasta ahora, unos 250 textos ensayísticos de temas muy diversos. Tiene a su cargo un laboratorio remoto de escrituras e imparte talleres de escritura con enfoque de cuidados. Coordina el proyecto Pensar lo doméstico, un espacio colectivo para generar diálogo, lecturas y escrituras críticas alrededor del espacio doméstico y los cuidados.
Asimismo, es parte del comité organizador del Encuentro de Escritoras y Cuidados, cuya primera edición se llevó a cabo en octubre de 2019. Actualmente combina sus labores de cuidados con la impartición de talleres para jóvenes y adultos, la creación de contenidos editoriales y el ejercicio de la escritura. Su ensayo “Su cuerpo dejarán”, ganó el premio Dolores Castro de ensayo en 2018 y en el 2019 se publicó bajo el sello de El Periódico de las Señoras, Kaja Negra y Enjambre Literario. Editó el proyecto de escritura colectiva Lucrecia, primer borrador, en coordinación con la compañía teatral estable de la Universidad Veracruzana y con la participación de: Alejandra Arévalo, Gabriela Damián Miravete, Diana Del Ángel, Brenda Navarro y Yeni Rueda.
La apuesta de Alejandra, como una lectora que escribe, es de acompañar a otras autoras a escribir ensayos. Pues afirma que todos podemos escribir y que necesitamos herramientas para proteger, potenciar, explorar y disfrutar de nuestra escritura.
¿Qué significa para ti el escribir, ser y nombrarte escritora?
Yo tengo una relación desde niña con esta escritura que llaman “creativa”. Primero como lectora y luego como ejecutante, y hasta la prepa escribía hasta por los codos. Luego entré al mágico mundo de los estándares. Eso mermó un poco mi entusiasmo, pero lo retomé con fuerza desde hace unos años porque para mí escribir es mi espacio de afirmación elegido. Por eso es que nombrarme no tiene que ver con la calidad de lo que escribo, con publicar ni con el futuro de mis textos. Decir que soy escritora significa reconocer abiertamente que mi relación con la escritura es vital para mí.
Desde sus espacios ha pronunciado que para las mujeres que escriben, la escritura debe ser trabajada con enfoque de cuidados. Donde se reflexionan y realizan ejercicios sobre cómo incorporar los cuidados en nuestro quehacer desde asumirnos escritoras. Puntualizando que son autoras vivas.
¿De dónde y por qué surgió el querer dar acompañamiento a otras escritoras por medio de los laboratorios que facilitas y la importancia de nombrar las Escrituras vivas?
Al revisar mi relación con mi propia escritura y la de otras personas, noté eso que ya se ha dicho sobre la visión muy tradicional del arte como un espacio de genios sin cuerpo, que escriben en condiciones asépticas y que son arrebatados de lo mundano para poder crear. Yo empecé a proponer otra visión, primero tímidamente y luego ya con mayor desfachatez, y básicamente se trata de explorar todo el tiempo qué ocurre cuando se pone al centro no sólo la vida sino la vitalidad, que es uno de los principios del trabajo de cuidados.
Esta visión de los cuidado, el cuidar y ser cuidadas, que involucra en todos los procesos de escribir, leer, acompañar y visibilizar también lo llevó a una iniciativa que comenzó a principios de años como algo que “solo vivía en su imaginación y que ahora es una realidad” llamada “Odo ediciones” una editorial autogestiva y sin fines de lucro que impulsó junto con Libia Brenda. Aunque dice “autogestiva”, no se debe dejar de nombrar que hacer libros requiere dinero y es necesaria la remuneración del trabajo de todas las personas que participen en el proceso.
¿Cuál fue el motivante para acompañar a otras escritoras a poder publicar sus escritos ?
Cuando Libia Brenda me contó del proyecto de Odo Ediciones, supe que quería ser parte de esto. Yo soy la cuidadora de temporadas de la editorial, de broma digo que soy como una “tía” para las autoras porque las acompaño en el proceso de generar vínculos con su comunidad lectora mientras su libro es editado. Normalmente las editoriales tienen relacionistas públicos que agendan presentaciones, actividades y apariciones de las autoras, pero siempre es con fines utilitarios y en contranarrativa a esto fue que imaginamos este esquema. Aprovecho para invitarles a suscribirse en odoediciones.mx
Dentro de su iniciativa de ensayo de sí, ha mencionado que “muchas vivencias, reflexiones, intuiciones que nos atraviesan y que, por lo tanto, quisiéramos llevar a la escritura. Sin embargo, parecen no encontrar su cauce. Históricamente, esto se explica con la masculinización del canon literario, que se ha construido para deslegitimar lo femenino, por falta de representación de escritoras en el canon configurado a partir de lo “clásico”, de las redes de enseñanza de literatura, de la crítica literaria, del historial de premios, de la academia, de las editoriales y los discursos relacionados.”
Esto puede verse en el claro ejemplo de la falta de mujeres en los primeros acercamientos de la infancia mexicana a la literatura mediante los libros de texto gratuitos. Para el final de la primaria, las y los estudiantes habrán leído en este libro a un 13.7 por ciento de autoras, contra 65.4 por ciento de escritores, según el artículo de Escritoras Mexicanas: Feminismo y Reivindicación en la Literatura. Este, fue escrito por la reportera Marcela Vargas en 2020. Aquí, también se habla de la marginación de la literatura escrita por mujeres que influye en las mujeres a no escribir.
¿Crees que cómo escritoras siempre vamos a conocer a esa “impostora”?
Actualmente escribo un ensayo por entregas titulado Sensacional de Escrituras junto con Salomé Esper y Ana Laura. En el segundo tomo mi objetivo es hacer una especie de disección de lo que han llamado el “síndrome de la impostora”. Y digo que lo han llamado así porque creo que forma parte de vocabularios impuestos y más bien yo propongo elaborar sobre ello. Decirle síndrome es hiriente y poco preciso, como también lo es llamarlo impostura, ¿impostura de qué? Creo que con ese término tan vago estamos nombrando un sinfín de detalles en los que podemos detenernos a pensar con minucia, que es una forma de hacernos justicia también.
Muchas mujeres tienen miedo a escribir porque sienten que “no tienen nada que aportar”, pero desde tus talleres te has pronunciado a que todas nuestras historias importan, ¿Qué les dirías para abrirles camino a intentar escribir?
Que valoren y escuchen sus propios procesos. Muchas veces damos por descontado que lo único importante es el producto y ese es un esquema casi empresarial de la escritura, que no permite analizar nuestro propio trayecto. Creo que hay muchas cosas muy seductoras en la escritura y una de ellas es esta certeza de que si bien muchas personas pueden escribir sobre lo mismo, nadie lo hará de igual manera porque la escritura es una expresión de la particularidad. Esa dimensión dactilar de la escritura es maravillosa.
El primer ensayo de Alejandra, fue sobre los cuidados, que nació a partir de un círculo de lectura de “Pensar lo doméstico” en la Biblioteca Vasconcelos. Donde se cuestionaba sobre los “asuntos” de mujeres. Aunque en lo personal, como lectora, el libro de “Su cuerpo dejarán” me removió, hay otras autoras que desde sus tiempos han nombrado el espacio doméstico como: Rosario Castellanos, Amparo Dávila, Luica Berlin, Elena Garro, entre otras. Es importante leer las diversas perspectivas para enriquecer nuestros saberes y cuestionamientos.
¿Cuál fue tu sentir cuando te compartían/comparten experiencias sobre su relación con los cuidados y la escritura a partir de tu propia experiencia?
Para mí fue una absoluta sorpresa cómo se recibió ese libro y mi experiencia me cambió la manera incluso de auto-percibirme. Sin embargo, no es una autoría que hubiera considerado y creo que todavía faltan muchas conversaciones para poder hacer vínculos más sustentables. Sin esas vivencias no hubiera podido escribir el Sensacional de Escrituras, que ahora sí viene de hacerme cargo por completo de lo que escribo, y de lo que no también.
Las escritoras no somos acreedoras de la verdad absoluta. En la literatura se dice que ya todo está escrito. Las escritoras recalcan que sí es así pero desde lo que no se ha escrito es desde tu propia visión. Por eso, el hablar de las autoras vivas, aquellas que están escribiendo y aportando en la actualidad, requiere de una escucha de lo que proponen. Un saber desde donde nos escriben, es decir, cuales son aquellas cosas que les removieron algo y les hicieron escribir sobre cierto tema.
El enfoque escritural tiene que ver con reconocer nuestra vitalidad y jugarla, lo más consciente y lúdicamente posible, al escribir, como dice Alejandra. Sigamos conmemorando la escritura y a las escritoras en este día.
Banesa Farfán es una joven psicóloga y fundadora de Ñañaykuna. Organización juvenil cusqueña que trabaja, reivindica y lucha por la igualdad de género desde el año 2017. Fueron los últimos ganadores del premio “Yenuri Chiguala Cruz” 2021. Banesa conversó con La Antígona y nos relató el origen, objetivos y logros de Ñañaykuna, así como la importancia de la prevención de violencia en el Perú y las zonas rurales.
A pesar de las adversidades que surgieron debido a la pandemia, la organización juvenil no se detuvo y crearon el programa Familias Online, un programa que busca la igualdad de género y prevención de violencia mediante talleres. Actualmente, son ganadores del Premio Nacional de la Juventud “Yenuri Chiguala Cruz” 2021, concurso organizado por la SENAJU, en donde participaron bajo la categoría de Comunicación Social.
Coméntame acerca de la organización, ¿cómo se origina Ñañaykuna?
Ñañaykuna nace en el 2017 para poder visibilizar la problemática en torno a la falta de empoderamiento a las mujeres rurales y sobrevivientes de violencia. Ese año nosotros realizamos un proyecto llamado Escuela de Empoderamiento para Mujeres Cusqueñas. En el 2018 nos dimos cuenta de que la igualdad de género se tenía que realizar con hombres y mujeres, entonces iniciamos un segundo proyecto llamado Escuela de Empoderamiento frente a las Desigualdades, donde incluimos varones y mujeres.
La pandemia y la virtualidad trajo consigo muchos obstáculos en las organizaciones sociales, ¿Cuáles consideran que fueron los suyos?
En el 2020 hicimos una convocatoria y tuvimos más de 150 voluntarias y voluntarios, todos provenientes de diferentes provincias del Cusco. Nosotros trabajamos con voluntarios de todos los estratos sociales, como trabajadores del hogar, estudiantes, etc. Cuando llegó la pandemia la mayoría tuvo que regresarse a sus comunidades rurales, porque los puestos en los que ellos trabajaban cerraron. Fue un momento difícil para la organización.
Nuestra organización siempre ha sido autosostenible, utilizábamos ventas de rifas o colaboraciones. Ante la nueva normalidad tuvimos que transformarnos y es así como creamos Familias Online. Un proyecto que brinda herramientas educativas a madres jóvenes de zonas periurbanas y rurales. Nos preguntamos, ¿cómo podemos llegar a la gente?, en muchas comunidades la gente no tiene conectividad o no hay luz y el trabajo de prevención de la violencia era importante.
Cuando realizamos nuestra labor, llegamos a conocer muchas historias que nos impactan. En una escuela rural ofrecimos charlas sobre prevención de la violencia y al salir de la charla, una niña nos comentó que gracias a nosotras se enteró de que fue víctima de violencia, lo que pensó que era un “juego” con un familiar en sí era violencia.
Hay personas que no denuncian, no porque no quieran denunciar, sino porque no saben o no han identificado la violencia. Al crear Familias Online dijimos: “si no podemos entrar por la puerta, entraremos por las ventanas o por los techos”. Empezamos a hacer audios en quechua y español sobre la prevención de la violencia, sobre la educación sexual, autocuidado en la época de COVID – 19 o el cuidado de la salud mental; lo difundimos a través de radios comunitarias o por perifoneo local. Cuando nos fue mejor, mapeamos las zonas con mayor índice de violencia y dimos talleres presenciales.
Taller presencial de la organización Ñañaykuna en Cusco. FOTO: Ñañaykuna
¿Cuáles consideran ustedes que son sus logros como organización?
En el 2019, organizamos con todas las voluntarias que habíamos formado en las Escuelas de Empoderamiento un proyecto llamado FutuPlan, con el que viajamos a 25 colegios de zonas rurales quechuahablantes y periurbanas en el Cusco, colegios con estigmas sociales.
También sacamos un pronunciamiento a nivel nacional en pro de los derechos sexuales y reproductivos, justo cuando se celebraban los 25 años de la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo (CIPD), gracias a este pronunciamiento logramos representar al Perú en la Jornada Preparatoria del Segundo Campamento Regional de Liderazgo Juvenil ¡Juventudes YA!, en México y luego a Latinoamérica en La Cumbre de Nairobi, en Kenia.
Con el proyecto de Familias Online ganamos en el 2020 el reconocimiento de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en la categoría Jóvenes por la Buena Práctica en el Concurso de Buenas Prácticas sobre los Grupos en Situación de Vulnerabilidad en el Contexto del COVID – 19.
En el 2021 continuamos con Familias Online y la Municipalidad del Cusco nos reconoció el proyecto. También ganamos el premio a Protagonistas del Cambio de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) y el Premio Nacional de la Juventud “Yenuri Chiguala Cruz” 2021.
¿Qué retos tienen este 2021?
Es el tema de la sostenibilidad económica. Para las organizaciones comunitarias de provincia es algo complicado, debido a la pandemia no se pueden hacer actividades de recaudación de fondos. Hoy entendemos que debemos abrirnos a otros campos y hacer ver que no solo damos talleres gratis. Otro de los retos que tenemos es el tema de la formación constante. Somos 50 voluntarias a nivel nacional, tenemos voluntarias de Lima, de Cusco, entre otras regiones. Y lo que queremos es llegar a las 13 provincias del Cusco. Hace poco estuvimos en Espinar, Cusco y Quillabamba, pero nuestra meta son todas las provincias cusqueñas.
Siempre es importante mantener una misión al gestar un proyecto social, ¿Qué te motiva a seguir organizando?
Me gustaría que mis sobrinas o mis futuros hijos o hijas vivan en un lugar donde no tengan que vivir violencia. Esto es algo que vamos a lograr construyendo el país que queremos. Siento que ya bastante gente ha hablado en redes sociales, en el día a día o en tu mismo barrio; pero es momento de hacer algo. Tomar acciones es algo que realizamos desde hace 4 años. Por eso Ñañaykuna se basa en la educación y brindar herramientas educativas. Si tú le ofreces estos conocimientos a una mujer, en un futuro esta podrá empoderar a su familia y va a cambiarles la vida. Esto es una cadena de favores y es algo en lo que creemos todas las voluntarias. Dentro de los miembros de la organización hay madres solteras, mujeres con familias o estudiantes. En esto se basa lo rico de Ñañaykuna y su diversidad. No queremos seguir viendo a mujeres que no puedan denunciar porque no logran identificar la violencia.
Finalmente, ¿Qué le dirías a la gente para que se anime a formar parte de Ñañaykuna?
Ñañaykuna es una organización juvenil que es como una familia, en la que va a encontrar mucha amistad. Nosotros decimos que el empoderamiento empieza por ti. Ñañaykuna es un espacio para crecer, desarrollarse y conocer más sobre la realidad de las comunidades rurales. Es muy distinto verlo en redes sociales y vivirlo. Hay dos formas de apoyar: haciendo cosas y apoyando en lo que hacen las otras personas. Se pueden sumar al voluntariado, la próxima convocatoria es en marzo, o sino pueden ser aliados estratégicos y ayudarnos a llegar a las provincias que conozcan o a través de la compra de souvenirs que venimos vendiendo para financiar las actividades que realizamos.
Siempre los círculos de violencia terminan donde una persona denuncia, si alguno conoce un caso de violencia o es víctima de violencia es importante que pueda denunciarlo, puede utilizar la línea 100. Podemos cambiar el mundo, pero primero empecemos cambiando el nuestro.
Por Esther Mamani y publicado en la revista digital Muy Waso.
Germinda Casupá en una entrevista para Muy Waso. Foto por Esther Mamani retocada por La Antígona.
La Chiquitania boliviana es el bosque seco tropical más grande y biodiverso del mundo. Desde hace casi una década, los incendios forestales dejan, cada año, millones de animales muertos, millones de hectáreas quemadas y miles de familias afectadas.Ante la catástrofe medioambiental y humanitaria, mujeres indígenas como Germinda Casupá asumen la defensa de su territorio.
Los inicios de Germinda
Germinda de 45 años viste jean, poleras de algodón, zapatillas deportivas y guarda su cabello oscuro en un moño. Para protegerse del sol siempre lleva una gorra, también de tela. Las largas caminatas que debe hace en las comunidades, para ella son como paseos. De joven practicaba fútbol, basquet y voleibol.
El viaje de San Ignacio a Santa Anita es de unas dos horas por un camino de ripio. Durante el trayecto, el polvo y el calor se concentran en la cabina del taxi. Pese al sofoco, Germinda sonríe y contagia su buen humor.
Al llegar a la comunidad, Germinda saluda a la dirigencia local y aprovecha para revisar sus planes de trabajo, ya con la temporada de quemas encima.
Ruta de tierra y ripio entre San Ignacio de Velasco y Santa Anita. Foto por Esther Mamani
Germinda es una buena administradora. Aun con los pocos recursos que tiene la Organización de Mujeres Chiquitanas, la lideresa consigue que el dinero sea bien aprovechado y cubra, al menos, gastos de transporte.
Esta habilidad “administrativa” se la debe a su primer trabajo, cuando aún era adolescente. Entonces se dedicaba al pago de servicios y el control de personal en una finca de la zona.
Los padres de Germinda la sacaron del colegio a los quince años, para que su hermano mayor tenga la oportunidad de ir a la Universidad.
Dos años después de esa decisión familiar, Germinda no solo trabajaba y cuidaba de sus hijos, sino que también iba a la escuela nocturna para concluir su bachillerato.
Para Germinda continuar con su educación era vital. Ella no quería vivir lo mismo que había travesado su madre.
“A sus ocho años, mis abuelos la vendieron a una familia rica para que ayude en la casa y ya nunca más volvió a la escuela”, cuenta Germinda sobre su mamá.
Esa práctica en el oriente boliviano es conocida como patronaje y consiste en entregar la tutela de las niñas y niños a los “patrones”, a cambio de su “cuidado”. Un régimen de servidumbre que la ONU define como una forma contemporánea de la esclavitud.
El hogar de Germinda
La Chiquitania es el bosque seco tropical más grande del mundo y, hasta 2019, también el mejor conservado. La mayor parte de este territorio se encuentra en el departamento de Santa Cruz.
Durante la época de chaqueo, que comienza entre julio y agosto, la expansión del fuego es una pesadilla que se repite todos los años. Esta práctica se realiza tradicionalmente para la preparación de suelos agrícolas, pero desde hace más de una década tiene ribetes ecocidas.
Las quemas, explican en la zona, sirven para limpiar las áreas de cultivo de los pequeños, medianos y grandes productores de soya, maíz y frijol.
Según un informe de la Fundación Tierra, el 26.3% de la superficie quemada en Santa Cruz durante 2019 correspondía a predios de empresas agropecuarias, grandes y medianas.
Solo 4, 9% correspondía a propiedades comunales y apenas el 2.7% a pequeñas propiedades.
Los incendios descontrolados provocados por la agroindustria, que se extienden incluso hasta tierras fiscales y áreas protegidas, afectan la seguridad de las comunidades más chicas.
Pese a este contexto, en 2019 muchas comunidades pagaron multas por los focos de calor en sus territorios. Las sanciones llegaban hasta los ochenta mil bolivianos.
Arlena Algarañaz, la mejor amiga de Germinda Casupá, recuerda con enojo las largas horas que pasaron en oficinas de la Autoridad de Fiscalización y Control de Bosques y Tierra. Intentaban explicar a los funcionarios que los incendios no son provocados por las comunidades.
Sobre Germinda, Arlena recuerda que “era una de las participantes más activas en los talleres de empoderamiento de la mujer que hacíamos con la Defensoría del Pueblo y la Plataforma de Atención Integral a la Familia”.
Una lucha que empezó en casa
Pese a su voluntad y esfuerzo, Germinda aún tenía un escollo para superarse: su exesposo, con quien se casó cuando tenía 16 años.
Él no estaba de acuerdo con que Germinda estudie y trabaje a la vez. Cuando salía, la hostigaba y violentaba con el pretexto de los “celos”. Durante muchos años la golpeó e insultó.
Hace más de un lustro la espiral de violencia se rompió. Él le dijo que “ahorre dinero para comprar su cajón (en referencia a un féretro)”. Germinda supo leer la gravedad de la amenaza.
Así fue que el 2015 se convirtió un año de cambios para Germinda. No solo se separó del violento, sino que comenzó su carrera en la dirigencia indígena.
Alejada de esa pareja, Germinda vio un camino llano para continuar con su formación asistiendo a talleres y ocupando cargos donde demostraba su temperamento: fuerte pero conciliador, comprometido y responsable.
Aulas de una escuela en la comunidad de Santa Anita. Foto: Esther Mamani
Germinda contra el machismo y la violencia machista
Las críticas contra Germinda no faltan. En su mayoría, provienen de liderazgos masculinos.
En el ingreso a una de las comunidades que Germinda visita habitualmente, uno de los líderes de la comunidad comenta que la desconocen como autoridad.
Además, la califican como “oenegera”. Una forma peyorativa de decir que solo trabaja con fundaciones u organizaciones sin fines de lucro.
“¿Por qué una mujer tiene que estar yendo a todo lado? ¿Quién la ha designado?”, reclama un dirigente.
Y es que no fueron los caciques quienes seleccionaron a Germinda para asistir a la audiencia del Tribunal Internacional de la Naturaleza (TIN) en Chile en 2019 para denunciar el estado boliviano por ecocidio. Sin embargo, su elección si tuvo el respaldo mayoritario de sus compañeras mujeres.
Caso presentado por AMAZONÍA AFECTADA
En 2018 creó la Liga de Defensoras Comunitarias. Esta instancia es un sistema comunitario de alerta ante situaciones de violencia contra las mujeres de la región.
“Germinda siempre está atenta para ayudar a las compañeras. Si sabemos de un caso de violencia, reportamos”, explica Elena Guasese, una habitante de Sañonama.
“De la preocupación a la ocupación”
Aquel fallo del TIN en 2019 fue una victoria para Germinda, pero se sintió apenas como el inicio de más tareas y responsabilidades.
La expansión de la frontera agrícola y el fuego retornaron a la Chiquitania el 2020 y también ahora, en 2021. Estos nuevos incendios le demandan Germinda más labores para sofocar las llamas y resguardar a su gente. Es decir, proteger la vida de los bosques y sus habitantes.
Actualmente, Germinda recorre las comunidades para revisar las acciones que se realizan para mitigar los efectos de las quemas.
El monitoreo que realiza Germinda, entre otras cosas, implica actualizar el número de familias que hay por comunidad, revisar si tienen acceso a agua potable o si existen vehículos que cuenten con combustible suficiente para posibles evacuaciones.
“Hay que pasar de la preocupación a la ocupación”, dice Germinda antes de subirse a un taxi con el que visitará tres comunidades aledañas a San Ignacio de Velasco: Sañonama, Santa Anita y Espíritu.
Pobladores de Santa Anita. Foto: Esther Mamani
La lucha contra el fuego no cesa
En el camino hacia la comunidad de Espíritu, Germinda se comunica con algunos bomberos que trabajan en la zona. Los incendios se reactivaron en Candelaria, San Matías y Roboré.
Además de los incendios, Germinda tiene otra preocupación que le obliga a acelerar la marcha: su hijo más pequeño está enfermo, probablemente tenga una infección estomacal. Ella tiene tres hijos.
Pese a que una de sus familiares la ayudará con esos cuidados y la atención, Germinda se revela inquieta: las tareas empiezan a acumularse.
“A veces pienso en retirarme de todo esto. Cada año es más difícil lidiar con el fuego”, vuelve a lamentarse.
En Espíritu, Germinda tenía pactadas varias reuniones con las mujeres de la comunidad. Tenía planificado hablar del acceso a agua potable, educación y salud.
Pero el fuego, y su peligrosa propagación, se apodera de las conversaciones.
Ese día, después de su última reunión, Germinda se toca la frente, arregla su gorro y da por terminada la expedición.
“Fue muy lindo exponer ante el Tribunal Internacional de la Naturaleza», —recuerda Germinda con una sonrisa— «pero aquí en los bosques no hay fallo que apague el fuego”.
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