En estos meses no teníamos muchos shows y ahora ha sido peor con esta pandemia

En estos meses no teníamos muchos shows y ahora ha sido peor con esta pandemia

johanna.gallegos@pucp.pe

Jimena Rojas. Cantante de música andina. 30 años

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La música ha sido mi pasión desde pequeña. Soy artista y cantante de música andina. Pertenezco a la agrupación musical “Tupac Amarinos” y nos especializamos en el género de carnaval. Nuestra música es muy pedida y escuchada en tiempos de carnaval en la sierra; en febrero y marzo. En estos meses, normalmente, no teníamos muchos shows. Pero ha todo ha sido peor con esta pandemia por el coronavirus.

Antes de la cuarentena yo trabajaba como abogada la mayor parte del año. Pero siempre tuve la cultura andina a mi alrededor. Estudié Derecho y poco a poco me alejé de mi sueño. Hasta que hace cinco años me invitaron a ser la vocalista de una agrupación. Acepté a pesar de que sabía que sería -y aún es- un reto pues en algunos casos no se valora nuestra música y hay racismo para quienes pertenecemos a este mundo, mucho más si eres mujer.

Yo misma he vivido experiencias duras de discriminación por mis rasgos físicos y mi forma de vestir. No soy el estereotipo que todos esperan de una cantante andina. Muchos me dicen “esa blanquita que va saber hablar quechua” o “busquen una cantante que sea caneña, ella de donde será”. Pero los omito y sigo haciendo música.

Esta situación de cuarentena me ha afectado más en lo emocional. Yo tenía planeado avanzar con grandes presentaciones, ir llevando la música andina a todas partes, y revalorar nuestra cultura. Sin embargo, hoy todos esos proyectos se vieron obstaculizados por el tema de la pandemia. Por eso decidí salir de la ciudad a mi lugar de origen que es Yanaoca, Canas, en Cusco. Ahí estoy ahora con mi familia y mi hija. Paso todo el tiempo que puedo con ella ya que por ahora sólo vivo de mis ahorros. Ya no tengo presentaciones y tampoco estoy ejerciendo mi carrera.


Mi objetivo por el momento está puesto en tener la fortaleza necesaria para pasar esta difícil situación y transmitir esa fuerza a mi hija. Soy mamá joven y sé que puedo tener muchos errores pero trato de ser ejemplo para Mikaela motivándola a que siga practicando lo nuestro. La disfruto por ahora, ya que pronto volveremos a la “normalidad”. Temo contagiar a mis seres queridos debido al ambiente en el que nos movemos los músicos y también los abogados.

© 2021 La Antígona

Todos los días regresaba con miedo y preocupación a mi casa

Todos los días regresaba con miedo y preocupación a mi casa

melanies.soca@pucp.pe

Karen Cristóbal. Trabajadora de supermercado Plaza Vea. 23 años.

Hace cinco años empecé a trabajar en Plaza Vea y hace tres estoy en su sede del Jockey Plaza. En este tiempo de pandemia, las cajeras y las vendedoras de electrodomésticos como yo somos las más propensas a contraer el virus por el contacto directo con el cliente.

Trabajo cinco días a la semana: me levanto a las seis de la mañana para salir y encontrar un bus que me lleve desde El Agustino hasta Surco. Al principio no fue fácil transportarse en bus. Algunos días tardaba demasiado en venir uno y tenía que tomar taxi. Los gastos corrían por mi cuenta. Después nos abonaron setenta y cinco soles para el gasto del transporte. Fue el único “incentivo” que nos dieron.

Todos los días regresaba con miedo y preocupación a mi casa. En la puerta tenía lista unas sandalias para entrar y dejar mis zapatillas, y meterme directo a la ducha.  Mi mayor miedo era contraer el virus y contagiar a mi familia, sobre todo a mi menor hija y a mi abuela.

Al principio de la cuarentena a todo el personal nos dieron solo mascarillas. Una por día. Luego implementaron el protocolo de que a cada hora se haga la limpieza de manos y desinfección de cajas, muebles, vitrinas. A la segunda semana nos dieron guantes y los implementos de desinfección como alcohol y gel antibacterial. Después de un mes, los lentes.

Luego, hicieron una encuesta a todos los colaboradores del supermercado, señalé que de niña sufrí de asma y que además vivo con un adulto mayor. Me dieron vacaciones.

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LOS MAESTROS DE EDUCACIÓN ESPECIAL SIEMPRE HEMOS SIDO CONSIDERADOS ÚLTIMOS Y AHORA NOS ESTAMOS ADAPTANDO

LOS MAESTROS DE EDUCACIÓN ESPECIAL SIEMPRE HEMOS SIDO CONSIDERADOS ÚLTIMOS Y AHORA NOS ESTAMOS ADAPTANDO

MAESTRA

Edith Benito, profesora de Educación Especial, 60 años

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Soy maestra en un centro especial del Estado hace más de 35 años. Todo este tiempo he trabajado con niños con diferentes discapacidades. Ahora estoy enseñando a jóvenes de  17,18 y 19 años en Villa María del Triunfo. Desarrollamos tareas para la vida diaria y actividades, incluso lo básico en pastelería. 

Esta coyuntura nos ha cambiado un poco la manera de enseñar. Con el estado de emergencia por el avance del coronavirus, los profesores hemos tenido que adaptarnos. A través del Whatsapp les envío videos o monitoreo las clases. Es un reto para todos. Es un cambio, pero como maestros debemos adaptarnos. 

Qué bonito sería que nuestros estudiantes tengan una laptop, una tablet, o tengan por lo menos el internet para que puedan vernos, pero no lo tienen por su economía. Mis alumnos y sus familias son de bajo nivel económico. Lo único que tienen al alcance es un celular. En algunos casos, no tienen un equipo que tenga la capacidad para aceptar todo el trabajo que les envíamos. Es un problema.

Mis niños siguen estudiando, no están sin hacer nada. Hay seguimiento e interés de los padres en que sigan aprendiendo. Eso es positivo. Los maestros nos estamos adecuando a ello. Estoy en dos turnos: mañana y tarde. Los papitos salen a trabajar y no están en la mañana sino en la tarde y están atentos a las clases. Nos estamos adaptando también a los tiempos de ellos, al momento que tienen para trabajar con sus hijos. 

Los maestros de educación especial siempre hemos sido considerados últimos. No hemos sido respetados. Hemos hecho huelgas para pedir mejoras, pero el Ministerio de Educación trabaja con primaria, secundaria, ocupacional… y abarca demasiado. 

Tengo más de 35 años en el magisterio y te diré que sí faltan contenidos para la educación especial. Lo único que nos están dando en el espacio de Aprendo en Casa son los lunes, miércoles y viernes por Radio Nacional y solo media hora. De alguna manera estamos llegando a nuestros niños.

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NUNCA PENSÉ QUE IBAN A CERRAR LA FRONTERA Y QUE NO IBA A PODER REGRESAR

NUNCA PENSÉ QUE IBAN A CERRAR LA FRONTERA Y QUE NO IBA A PODER REGRESAR

a.diazc@pucp.edu.pe
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Estudiante. 22 años.

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Nací en Cusco, pero hace años me mudé sola a Lima para estudiar en la universidad. Mi familia aún vive allá. Estar lejos se siente diferente.

A principios de enero me fui de intercambio estudiantil a la ciudad de Rochester, en Nueva York. Tenía planeado quedarme hasta la mitad de mayo, pero cuando estalló la pandemia por el COVID-19, todo cambió. Nunca pensé que iban a cerrar las fronteras y que no iba a poder regresar. 

En Estados Unidos vivía dentro del campus universitario. Los primeros meses todo estuvo bien. Sin embargo, cuando se anunció que el coronavirus estaba avanzando en el mundo, en abril, unos compañeros de intercambio solicitaron que las clases sean online. Yo pensé que estaban exagerando, pero me equivoqué. Días después, la universidad envió un comunicado indicando que las clases continuarían de manera virtual e iban a cerrar todas las instalaciones, lo que incluía los dormitorios también, donde yo vivía. Aunque, como estudiante extranjera, me dieron un tiempo de gracia, prácticamente de un día para el otro ya no tenía un lugar para quedarme. Fue muy fuerte ver interrumpidas todas mis expectativas y planes que tenía por cumplir. 

Al saber que pronto sería desalojada, me comuniqué con diferentes aerolíneas: todas me respondieron que no tendrían vuelos hasta mayo. Supe que había vuelos humanitarios; me empadrone en la embajada de Perú y llamé muchísimas veces, pero por el incremento de los  contagios no estaban habilitados los vuelos desde Nueva York. Pude contactar a una persona de Houston que me dijo: “pasado mañana va a haber un vuelo, si quieres vienes”. Me sentía confundida pues regresar a casa dependía de un vuelo que no estaba confirmado. Aún así, me arriesgué y viajé. Lo único que sabía era que el vuelo que me regresaría a Perú saldría a las siete de la mañana.  No tenía puerta de embarque ni aerolínea ni nada. Todo era incierto. Tan desesperante.

En el aeropuerto de Houston, encontré otros peruanos, pregunté, y obtuve la puerta de embarque. El avión tenía espacio para 300 peruanos, pero en la sala de embarque éramos muchísimos más. Me acerqué al counter y ellos confirmaron mi mayor temor: no tenían registrado mi nombre. Rogué al encargado que me incluyera. No tenía a dónde ir. Estaba sola en Houston, lejos de mi país y mi familia. Me dijeron que esperara, que si no llegaba alguien, yo podría ocupar su lugar. Éramos varios, los que no estábamos registrados y esperábamos alcanzar algún espacio. Finalmente no llegaron varias personas, así que, pudimos ocupar sus lugares y subir al avión.

Al llegar a Perú, me llevaron a un hotel para pasar la cuarentena. Pasé 14 días en aislamiento y luego me fui a la casa que tengo en Lima, resignada a pasar los días que durase el estado de emergencia sin mi familia. Así estuve un par de semanas más hasta que me enteré que había una forma de viajar a provincia, a pesar de que no se podía, porque era ilegal, las fronteras estaban cerradas para el transporte interprovincial. Nuevamente me arriesgué. El precio fue carísimo, además de peligroso, pues ir en una camioneta de tres filas y cinco personas junto al chofer, con pases ilegales, no era nada seguro. Pasamos unos ocho controles policiales y en algunos tuvimos problemas. Pero finalmente, tras esta odisea, pude regresar a mi hogar en Cusco y ahora estoy junto a mi familia.

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NUNCA PENSÉ QUE IBA A SUCEDER ESTA PANDEMIA, NI EN MIS PEORES PESADILLAS

NUNCA PENSÉ QUE IBA A SUCEDER ESTA PANDEMIA, NI EN MIS PEORES PESADILLAS

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Nancy Zárate, 40 años,  fundadora de tienda de ropa Ramones Store

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Tengo más de 20 años en el negocio de ropa. Empecé como vendedora en una tienda. Poco a poco y después de muchos años abrí una propia. Al principio fue un poco difícil, con el paso del tiempo me fue muy bien, pero nunca pensé que iba a suceder esta pandemia, ni en mis peores pesadillas. Sólo tengo de ingreso a mi negocio. Clientes me llamaron para hacer delivery, pero no tenía el pase para movilizarme. Algunos me escriben por WhatsApp, me preguntan cómo estoy, se preocupan por mí y me brindan su apoyo. 

La cuarentena afectó totalmente mi economía. Estoy midiendo hasta el último sol. Ahora estoy abriendo la tienda, poniendo bolsas a la mercadería y comprando bastante desinfectante y alcohol. Tengo que ponerme las pilas y llamar a mis clientes. Tratar de vender mascarillas, chompas, poleras…ropa que ahora se necesita. 

A mitad de junio, cuando dijeron que se podría aperturar negocios, mi hermana, dueña también de una tienda de ropa, hizo todos los trámites que pedían. Ella fue a su negocio a hacer limpieza, mientras que serenazgo caminaba por el lugar. Había ambulantes en toda esa avenida que vendían sin distanciamiento social. Algunos se quitaban las mascarillas para llamar gente, pero los serenazgos iban a los puestos a querer poner multa por ‘apertura’, entre ellos al de mi hermana. Al día siguiente pasó lo mismo. 

Ella había fumigado dos días antes y tenía que dejar la puerta de su negocio abierta. Indignada le dijo “¿Por qué no le pone la multa a los ambulantes? Miren cómo están”. El municipal le respondió “A mí me mandan por los locales. Si sigues abriendo, te vamos a poner una multa”. Al costado también hay una peluquería que también estaba fumigando y limpiando. El dueño se encontró con mi hermana y le comentó que le había sucedido lo mismo e incluso lo habían amenazado y que todos los negocios cercanos pasaban por la misma situación.

El señor también les recordó a ellos la situación de los ambulantes. El representante le contestó: “Con los ambulantes yo no tengo nada que ver. Ellos se van y acá nadie los conoce, en cambio a usted sí porque tiene local, RUC y licencia. Manejan dinero. Si les ponemos multa, sí o sí van a tener que pagar. Si no lo hacen, no van a poder abrir sus puestos”. Fue un abuso. Esa semana ni mi hermana ni el señor abrieron sus puestos hasta que el presidente dijo que podrían el 1 de julio. Desde esa fecha, con las medidas de seguridad, están atendiendo. En lugar de ayudar a las pequeñas empresas, nos ponen más trabas.

Mi mejor recomendación es que se cuiden. Primero es la salud. Uno puede decir “a mí no me va a dar”, pero por querer hacer una venta o dos, puedes enfermarte. Sé que poco a poco vamos a recuperarnos. 

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Nunca pensé que una pandemia me obligaría a cambiar el salón de belleza por una frutería

Nunca pensé que una pandemia me obligaría a cambiar el salón de belleza por una frutería

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Ada Huaroto. Cosmetóloga de profesión. 50 años.

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Hace nueve años decidí dejar de trabajar en las peluquerías de mis amigas para  inaugurar la mía. Nunca pensé que una pandemia arruinaría mis sueños y me obligaría a cambiar  mi salón de belleza por una frutería. 

Todos los días me levantaba a las siete de la mañana para hacer mis quehaceres y estar a tiempo a las nueve para abrir mi salón en el distrito de San Luis Ahora las cosas han cambiado: me levanto a las cinco de la mañana para ir al mercado Mayorista de Frutas  y comprar cajones de manzanas, mandarinas, papayas y paltas.

No es fácil salir adelante en mi situación, pues tengo dos hijos pequeños que aún están en el colegio y una deuda por vivir en una casa alquilada. Aún así, la necesidad te obliga a accionar rápido, más si no cuentas con el dinero para adaptar tu negocio al nuevo protocolo de salubridad. 

Esta situación de crisis por el COVID-19 me ha llevado a reflexionar y valorar las cosas. Antes mis clientas me llamaban para programar citas en  mi salón. Hoy  me llaman para que les lleve fruta a la puerta de su casa. 

No me avergüenzo de vender fruta porque es un trabajo digno. Yo me siento tranquila porque mis rejas están cerradas, nadie ingresa, no me expongo al contagio.  Además lo que más importa es el bienestar de mi familia.

© 2021 La Antígona